Por muchas razones que son verosímiles, el populismo sabe que el tipo de personalidad que es afín con su formación política será cada vez más numerosa en las sociedades que viven bajo el régimen neoliberal. El liberalismo, al producir hombres económicamente cuyo rasgo de vida es el cálculo individual, es una fábrica de seres humanos que anhelan vínculos efectivos. Así, hay una firme vinculación entre estas dos figuras del presente. Cuanto más triunfe el neoliberalismo como régimen social, más probabilidades tiene el populismo de triunfar como régimen político. Pues el neoliberalismo ha manifestado una inmensa capacidad para desarticular y producir una crisis orgánica en las sociedades ricas y pobres, ha generado una dualización social extrema, una pérdida de calidad de los sistemas educativos, una alianza de los sistemas de representación política y los centros de decisión financiera internacional estructuralmente corrupta, un embrutecimiento general de los arsenales culturales de las poblaciones, una pérdida de horizonte en la singularización humana que retira la capacidad de colaboración de amplias mayorías poblacionales, por no hablar de un horizonte de alteración de las condiciones ecológicas del planeta que dispara siniestras representaciones de falta de futuro.
Es verdad que el triunfo en el esquema neoliberal tiene bastantes estímulos para mantener su individualismo. Pero uno se pregunta dónde obtendrá aliados que protejan su soledad privilegiada frente a la masa de damnificados efectivamente unidos en la desgracia. ¿Cuál será su política? El neoliberalismo debe despedirse del sueño de que es una oferta de todos ganas, porque no es así. Y debe despedirse de la ilusión de que la masa de expulsados de sus beneficios se contentará con comida basura y entretenimiento embrutecedor. La unión populista, de un modo u otro, será inevitable bajo estas condiciones.
De este modo, el populismo es una consecuencia inevitable y una respuesta imparable a estos cambios drásticos de la base material y humana de la sociedad mundial. Se nos ha convencido de que el Estado de bienestar es demasiado caro como para que pueda mantenerse. Se nos ha dicho que solo la incorporación febril a una forma de vida caracterizada por el ethos del homo economicus puede permitirnos sobrevivir en el esquema del futuro. Esta persistente presión ambiental convierte en puro trabajo económico lo que hasta ahora constituía el trabajo psíquico plural y complejo. Esta ocupación del aparato psíquico por el desnudo trabajo económico no es posible a largo plazo. Ya Max Weber avisó de que sucede al contrario, que el trabajo económico más duro e intenso era consecuencia de un trabajo psíquico obsesionado por la cuestión de la certeza de salvación. Pero cuando la desafección al mundo es tan intensa como comenzamos a ver, la salvación puede entenderse de cualquier manera. En estas condiciones de neoliberalismo es fácil comprender que la construcción del aparato psíquico se transfiera justo a lo que se niega, al grupo, y que esté dispuesta a todos los rodeos posibles para descargar al singular de un trabajo de goce. Las viejas objeciones de Habermas al capitalismo tardío, en las que veía su falta de legitimidad, a saber, que nadie tuviera motivación para vivir en él, se hacen presentes con fuerza, pero producen la firme motivación contraria de vengarse por la humillaciones recibidas. Es fácil que esta venganza se represente como la expresión necesaria de la soberanía popular.
Pero la lección es esta: quien impulse la agenda neoliberal con fuerza no debería quejarse de que la agenda populista avance al compás. Ahora bien, si nos hacemos la pregunta decisiva de si hay alguien en condiciones de hacer retroceder la agenda neoliberal, resulta difícil dar una respuesta. Como ya dije al principio, todo el núcleo de la incertidumbre de futuro está en la indecisión de las elites norteamericanas al respecto. En todo caso, creo que lo que Max Weber decía para el capitalismo industrial de los años 1920, que es un destino ya automático, sirve para el capitalismo financiero que triunfa un siglo después. Se trata de un destino. En esta misma medida, el populismo obtiene sus evidencias más fuertes de que es también un destino. Como tal, responde a los que han cantado que el triunfo del capitalismo es el final de la historia y lo hace con una inequívoca refutación: también es el principio de un mundo construido sobre poderes populistas que aspiran a una nueva época de la política nacional e internacional.
Por eso podemos decir algo claro: lo contrario del populismo no es la democracia liberal. Con democracia liberal no se frenará el populismo. Ya hemos visto que el populismo tiene raíces liberales y vive de ellas, de modo que será tanto más fuerte cuanto más se imponga. Por lo demás, en muchos casos, la democracia liberal toma la forma del populismo y lo mantiene en su seno. En su fase álgida, el neoliberalismo también forjó su populismo, cuando hizo creer que todos ganaban con él. Eso hizo que la propia defensa de la democracia liberal como ideal socio-político fuera asumida desde formas, estilos y estructuras populistas.