Las personas, y esto siempre es así, tienden a ajustar sus ideas a las circunstancias (o a cómo ven ellos esas circunstancias), y no al revés. Una consecuencia general de esto es que los movimientos y las creencias políticas cambian muy despacio. Y, repetimos -llevándoles la contraria a Marx er al.-, que esos movimientos no suelen surgir de las situaciones materiales. Lo que marca el devenir histórico de las sociedades y de las personas no es la acumulación de capital, es la acumulación de opiniones. (Y dichas acumulaciones pueden venir promovidas, y durante un tiempo incluso producidas, por la manipulación de la publicidad, confeccionada para la mayoría por las pequeñas minorías duras -aunque no siempre y no para siempre).
Luego está el fenómeno de la inflación, otra novedad fundamentalmente democrática, que subyace y afecta a la difícil tarea de reconstruir lo que pensaban las personas y a la influencia cada vez mayor de la mente en la materia. Cuando hay cada vez más cantidad de algo, ese algo tiende a perder valor. Pensemos, aunque sea por un instante, en la casi total desaparición de aquellos "ciclos comerciales" de inflación-deflación. Lo que tenemos ahora es una inflación constante, aunque con cambios de velocidad. Y es la inflación de palabras y eslóganes, la de categorías y estándares, la de imágenes y gráficos, la que ha llevado a la inflación del dinero y las posesiones, no al revés. Pensemos en la desmaterialización del dinero y de otras posesiones, sobre todo en los países cuya capacidad de crédito (un potencial) ha llegado a ser más importante que las posesiones reales (que quizá son "poseídas" desde un punto de vistas legal, pero que, en realidad, están alquiladas). Esta espiritualización de la materia, peligrosa muchas veces y artificial casi siempre, ha conducido a que cada vez sean más las abstracciones que afectan a las personas. (aquí, una vez más, pensemos en los beneficios de la literatura, que, cuando es de buena calidad, aborrece la inflación de palabras).
Pero, por culpa de esta intromisión de la mente en la materia de los hechos, cada vez resulta más difícil describirlos; pues, tengan mucha o poca información, las personas "simples" ya no son tan simples. Y, por supuesto, tampoco lo son las muy instruidas. Cuando se lee a Dickens o al Balzac, a Thacheray o a Flaubert, a Trollope o al Conrad, o los Buddenbrook, nos enteramos enseguida no solo de qué sino de cómo piensan Gradgrind, o las hijas de Goriot, o Becky Sharp, o Charles Bovary, o el doctor Grantly, o Kurtz, o "toni" Buddenbrook, sean protagonistas o secundarios; nos enteramos enseguida de qué les pasa por la cabeza. Pero un hombre o una mujer que vive en Nueva York en el año 2011... ¿qué es, qué puede ser, lo que piensa? No bastará con suponer nada evidente. O: ¿era Dwight D. Eisenhower un hombre mucho más simple que Ulysses S. Grant? La respuesta es no.
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La historia es impredecible o, hablando con más propiedad: muy a menudo, la historia la predicen de manera equivocada unos individuos que proyectan (o, mejor dicho, imaginan) el progreso de las cosas y las tendencias que a ellos, en su presente, les parece ver eclosionando. En vez de eso, al acercarnos al final de este librito, una gran pregunta: ¿es inevitable el triunfo de la "ciencia" sobre la "historia" Pues no. Téngase en cuenta que la ciencia forma parte de la historia, pero no al revés: primero llegó la naturaleza, luego el hombre y luego las ciencias naturales. Sin científicos, no hay ciencia, aunque sus aplicaciones permanezcan. ¿Sin historiadores, no hay historia? Digamos que permanecería gran parte del pasado y gran parte del conocimiento de ese pasado.
Permítanme citar de nuevo esa idea escalofriante pero verdaderamente profética de Wendell Berry: que el futuro se dividirá entre quienes se vean a sí mismos como máquinas y quienes se vean como seres humanos. Esto es muy posible y plausible; para mí esta división está teniendo lugar ya hoy (aunque no sé si los pensadores y actores políticos sociales son conscientes de ello). Me temo que las personas que se ven a sí mismas como criaturas de Dios terminarán por ser una minoría (al menos, temporalmente). Y, dentro de esa minoría, ¿cuántas creencias diferentes podrán existir, o surgir? Pero, y esto es más importante: ¿es seguro, es imposible de evitar, que los hombres (y quizá sobre todo las mujeres) se avengan a considerarse máquinas? Hoy ya hemos pasado de una era humanística a otra mecánica. Tampoco eso durará siempre.