El Nuevo Paganismo: el ecologismo como religión
[...] El aspecto religioso es importante para comprender el suicidio de Occidente. Como ocurrió con la caída del Imperio romano, el hundimiento de una civilización va acompañado de la transición de una religión a otra. El cristianismo atraviesa una profunda crisis en casi todo Occidente y, entre las generaciones más jóvenes, la práctica de la liturgia cristiana es minoritaria. El vacío de creencias, valores y rituales lo llena ese Nuevo Paganismo que es el ecologismo. Es una vuelta al panteísmo de los hombres primitivos: Dios está en todas partes, Dios es todo, Dios es la naturaleza. El auge del Nuevo Paganismo se viene preparando al menos desde los años sesenta, con fenómenos como la filosofía New Age en California, los «hijos de las flores», la concesión de una importancia extrema a la salud, la atracción por las religiones ateas del Extremo Oriente o por las creencias astrales de los antiguos mayas. En dos mil años de historia, el cristianismo ya había sufrido grandes crisis y experimentado ataques importantes por parte de la Ilustración en los siglos XVIII y XIX y del comunismo en el siglo XX. La última ofensiva, que podría ser la decisiva, recupera una religión naturalista entre cuyos antepasados recientes figura el Romanticismo alemán y posteriormente el nazismo. A Greta Thunberg le ofendería que compararan su ideología con la de Adolf Hitler, pero algunas similitudes son indiscutibles. A diferencia del fascismo, que formó una alianza con la Iglesia católica, el nazismo era fundamentalmente ateo y naturalista, y buscaba inspiración en religiones panteístas ancestrales, las tradiciones de las tribus germánicas antes de la conversión al cristianismo. El suicidio de Occidente pasa a ser una realidad cuando una civilización culta y refinada decide seguir las profecías de una adolescente como Greta, la nueva sacerdotisa pagana del culto a la Madre Naturaleza. Y que quede claro que la chica sueca no tiene la culpa: como tantos de nosotros cuando éramos adolescentes, se siente atraída por las utopías. Está dotada de una inteligencia fuera de lo común y tiene carácter y carisma. Pero es el entorno adulto que la rodea el que la ha convertido en una Juana de Arco moderna, una santa laica a la que adorar. El panteísmo y el paganismo tenían sus doncellas sacerdotisas, oráculos capaces de leer la voluntad de los dioses a partir de oscuras señales. Como la Sibila de Cumas, sacerdotisa del culto al dios Sol y a la diosa Luna en los pueblos itálicos prerromanos, o la Pitia, sacerdotisa griega del culto a Apolo en Delfos.
Debido a su naturaleza religiosa, es lógico que el ecologismo radical adopte tonos apocalípticos, anuncie el fin del mundo y exija arrepentimiento, sacrificio y expiación: son todos ellos ingredientes típicos de un movimiento basado en la fe, mágico y para nada racional que apela a emociones profundas.
[...] Mientras los sermones de Greta Thunberg y sus jóvenes secuaces son recogidos con veneración acrítica por los medios de comunicación occidentales, no tienen ninguna visibilidad en Pekín. ¿Qué significado y qué consecuencias tiene la ausencia de una Greta en China? La superpotencia más contaminante del planeta está gobernada por un régimen que deja poco margen de autonomía a la sociedad civil. Xi Jinping recela de las organizaciones no gubernamentales (ONG), y en los últimos años el espacios para los movimientos ecologistas chinos se han restringido todavía más. Esto significa que, en la lucha contra el cambio climático, Xi puede proclamar sus buenas intenciones ante la comunidad internacional, pero tiene pocas cuentas que rendir en casa. No existen ni los verdes ni una prensa libre y las protestas populares ante las catástrofes medioambientales se reprimen o se canalizan rígidamente dentro de las estructuras del partido Comunista.
[...] La primacía del Partido Comunista y la subordinación de la sociedad civil no son las únicas razones por las que no existe una Greta china. Un líder como Xi, comunista y confuciano al mismo tiempo, observa el «fenómeno Greta» como una de las perversiones occidentales, una confirmación palmaria de nuestra decadencia. La autoridad que los medios de comunicación occidentales confieren al ecologismo adolescente es inaceptable en un país de tradiciones confucianas. En la cultura china, es a los ancianos a quienes hay que escuchar y respetar, su sabiduría es un valor y en las relaciones jerárquicas la edad es un factor significativo. Desde el punto de vista chino, «el mundo salvado por los niños» no es sólo un espejismo del culto occidental a la juventud: peor aún, es una alucinación peligrosa. Un mundo gobernado por niños, más que una Utopía feliz, corre el riesgo de parecerse a El señor de las moscas, la novela distópica de William Golding en la que, en el grupo de adolescentes que acaban en una isla desierta, resurgen las pulsiones más feroces de la barbarie adulta.
La historia de la propia China, las revoluciones alentadas por los jóvenes se asocian con el caos, la violencia y el derramamiento de sangre. El último ejemplo forma parte de la historia del Partido Comunista: como ya hemos visto, en la Revolución Cultural, el viejo Mao Zedong, para consolidar su poder, azuzó a los jóvenes contra sus profesores y padres. Una generación entera dejó de estudiar y se cerraron las universidades. La Guardia Roja fue un fenómeno generacional, contemporáneo del mayo de q1968 parisino pero mucho más violento, una verdadera guerra civil. Causó unos traumas tan terribles que, en la era postmaoísta, otra revolución juvenil, la protesta de la plaza Tiananmen (1989), fue sofocada brutalmente y se equiparó a esos jóvenes con los guardias rojos. Que en occidente se idolatre a los jóvenes para Xi es una señal inequívoca de que nuestra civilización se encuentra en una decadencia terminal e irreversible.
La alergia de Xi al culto occidental a la juventud también pone de manifiesto la inmensa distancia existente entre el pragmatismo de quien tiene que gestionar la transición energética de 1. 400 millones de personas y la huida hacia adelante de las utopías ecologistas en los países ricos. Xi cree de verdad en las energías renovables, hasta el punto de que su apoyo a la industria de paneles fotovoltaicos, ha acabado con muchos competidores occidentales y ha permitido a China dominar el sector de la energía solar. También es número uno en turbinas eólicas. Aspira a alcanzar el dominio mundial en coches eléctricos, en baterías y en componentes esenciales para su producción, incluidos los minerales raros. Tiene el mayor parque nuclear del mundo y lo considera una fuente renovable de pleno derecho. En 2021, Xi se encontró entre la espada y la pared, debido al auge de las exportaciones chinas al resto del mundo, y se dio cuenta de que el cierre de un gran numero de minas de carbón había sido prematuro. Ante la disyuntiva entre desempleo y contaminación, optó por una solución a corto plazo y las reabrió, para que así las fábricas que estaban amenazadas por apagones pudiesen funcionar. Xi no aceptaría el reproche de una hipotética Greta china. Tiene que equilibrar su compromiso con el medio ambiente con la realidad energética actual y las tecnologías existentes. China es cada vez menos una nación emergente y cada vez más una nación avanzada, pero no ha olvidado que se muere más de hambre que de contaminación. Todo el sur del planeta se fija en el modelo chino y se da cuenta de que prohibir el carbón apresuradamente tendría unos costes humanos inasumibles.
[...] El hilo conductor que une muchos de los cambios de valores del Occidente contemporáneo no es el progreso —una noción desprovista de raíces históricas— sino el individualismo. Todas las nuevas reglas sobre las relaciones entre sexos (o sobre la libertad de no elegir un sexo concreto), la identidad étnica, las relaciones entre jóvenes y adultos y la procreación son coherentes con la concesión a cada individuo de la máxima libertad para actuar según sus propios deseos. La legitimación del consumo masivo de drogas a partir de los años sesenta fue un signo claro del ascenso de una mentalidad hedonista, basada en la búsqueda del placer sin ningún tipo de inhibición, que ha seguido ganando terreno. La única limitación es la tecnología, y ésta evoluciona abriendo continuamente nuevas posibilidades, por ejemplo en el ámbito de la reproducción. Pero Delsol ve aquí una contradicción: ese Nuevo Paganismo que es el ecologismo pone de repente un límite feroz a nuestras libertades cuando trata de la naturaleza. Se pueden hacer pedazos la institución de la familia, las distinciones entre los roles sexuales, el respeto por los ancianos o por el patrimonio cultural de Occidente. Pero no se puede talar un árbol. «La pasión por la naturaleza», escribe la estudiosa de las religiones, «nos hace aceptar todo lo que rechaza el individualismo omnipotente, es decir, la responsabilidad personal, el deber para con las generaciones futuras y la comunidad. La nueva religión pagana impone una inversión completa de los valores respecto al cristianismo y promete la desintegración social, excepto cuando interviene la Diosa Madre, que exige sacrificios despiadados. Ella sí tiene derecho a detener el progreso con «p» minúsculas —económico, tecnológico— y a imponer un retorno a formas de vida premodernas. Como el velero de Greta.
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