Irvin D. Yalom ( El día que Nietzsche lloró)

- Profesor Nietzsche, noto que su descripción del día típico no contiene a otras personas. Perdone mi pregunta, pues sé que no es una pregunta médica común, pero creo firmemente en la totalidad orgánica. Creo que el bienestar físico no se puede separar del bienestar social y psicológico.
Nietzsche se sonrojó. Extrajo un pequeño peine de nácar y durante breves instantes, repantigado en el sillón, procedió, con nerviosismo, a peinarse el poblado bigote. Luego, habiendo llegado, al parecer, a una conclusión, se enderezó, se aclaró la garganta y habló con firmeza.
- No es usted el primer médico que hace esa observación. Supongo que se refiere a la sexualidad. El doctor Lanzoni, un especialista italiano a quien visité hace años, sugirió que la soledad y la abstinencia agravaban mi estado y me recomendó que me procurara alivio sexual periódico. Seguí se consejo y llegué a un acuerdo con una joven campesina de una aldea cercana a Rapallo. Pero al cabo de tres semanas me moría de dolor de cabeza. Un poco más de terapia italiana y el paciente habría fallecido.
- ¿Por qué resulto un consejo tan nocivo?
- Un instante de placer animal, seguido de horas de autodesprecio y el lavado del protoplásmico hedor del celo no es, en mi opinión, el camino hacia, ¿como lo ha dicho usted?, "la totalidad orgánica".
- Tampoco lo es para mí - convino Breuer de inmediato -. Sin embargo, ¿puede usted negar que estamos situados en un contexto social que históricamente ha facilitado la supervivencia y proporcionado el placer inherente a las relaciones humanas?
- Tal vez los placeres del rebaño no sean para todos - respondió Nietzsche, negando con la cabeza -. En tres ocasiones he hecho el esfuerzo y he tratado de tender un puente hacia los demás. Y en tres ocasiones he sido traicionado.

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