Aldo Schiavone (Historia y destino)

La política está en crisis porque percibe que la vida se le escapa. Perdió los grandes sistemas ideológicos puestos a punto entre los siglos XVIII y XX, y sabe que este no es el momento de reconstruirlos. Cada vez en mayor medida, la relación fundamental se establece exclusivamente entre vida y técnica, en un circuito corto que parece no querer dejar espacio a otras presencias. Es la técnica, con la trama de poderes que más inmediatamente la atraviesa, la encargada de decidir sin mediaciones las formas de la vida que se nos concede vivir: sus ocasiones, sus obstáculos, sus perspectivas. Es ella la que determina la calidad de nuestras necesidades y de nuestros deseos. La política le va a la zaga, trabajosamente, sin aliento: no consigue ser la guía de una revolución en la cual no siente que esté participado. Pierde significado y relevancia, no toca contenidos esenciales. El desencanto colectivo la agota y la borra en la repetición cada vez más aburrida de una ritualidad carente de alma.

Esa contracción que ella experimenta es, en parte, una consecuencia inevitable del cambio que obra sobre nosotros, pero es también, en parte, la reacción frente a una práctica totalizadora de la acción política, que fue la auténtica ruina del siglo recién concluido:  una época de extremos, la más violenta que alguna vez hayamos conocido, aun cuando sus masacres, en relación con la cantidad total de habitantes de la Tierra, probablemente no hayan sido las peores de la historia.

La política no es una forma eterna: es una invención que toma el lugar de otros modos de cristalización y administración del poder. Tampoco es una forma definitiva la democracia, cuyo aparente triunfo está coincidiendo, paradójicamente, con su momento de mayor debilidad -precariedad que no ha de menospreciarse, con toda la incertidumbre que conlleva-.

Empero, aun así, todavía no se logra vislumbrar otra cosa más allá, y no se perfilan formas distintas de composición de los intereses y de los conflictos, que tomen su lugar com mayor eficacia. Acaso más adelante, pero no por el momento. Y sería absolutamente impropio, por otra parte, pensar en deshacer el nudo intensificando aún más la integración entre técnica y vida, como muchos han intentado hacerlo. Resolverlo todo por medio de esta conexión parece extremadamente riesgoso, porque, tal como están las cosas y según nuestras experiencias, aquella termina por inducir opacidad y desestabilización, en un nexo demasiado cercano entre saber científico y poder demando. Por el contrario, se revela cada vez más indispensable un punto de equilibrio que presuponga y admita el vínculo entre técnica y mercado, pero pueda ser postulado por fuera de él: que sitúe entre el poder tecnológico y su proyección sobre los modos de vida una red de centros de decisión poderosa, transparente y obligada a responderle a la colectividad (comoquiera que esta última se organice en su faceta institucional), que permita que la separación de lo humano respecto de la naturalidad de la especie aparezca junto a un marco de sujetos, de lugares y de figuras capaces de elaborar alternativas racionales, de evaluar y de elegir según lo que en cada oportunidad se revele como el bien común.

No obstante, por más esfuerzos que se realicen por indagar sin prejuicios, no se ha logrado hallar todavía nada mejor que la política y la democracia para asegurar todo lo mencionado. Ello, siempre y cuando la política acepte el redimensionamiento de su papel -esto es, que a través de ella no pase más la nueva vida (como cuando en primera persona preparaba las revoluciones), sino sólo, más modestamente, las nuevas compatibilidades y los nuevos equilibrios de una vida construida en otro sitio- y, simultáneamente, sea capaz todavía de pensamiento del mundo. Y siempre y cuando la democracia sepa calibrar sus ritmos y convivir con la fugacidad del tiempo real, con la información expandida, con la conectividad total; sepa, en definitiva, convertirse en la madura tecnodemocracia que esperamos, sin que la velocidad le haga perder el alma.

En la actualidad, la relación entre ciencia, tecnología, finanzas y mercado parece compendiar la esencia de nuestra época, de nuestro tiempo. Incluso la Revolución Industrial se había activado bajo ese mismo signo (aun cuando una menor financiarización de la economía). Es otra simetría que no sorprende. En las condiciones históricas que se dieron en ambos casos, no había modo más eficaz para <<liberar a Prometeo>> y emprender la fuga. Y cabe agregar que también desde este punto de vista el experimento del comunismo se reveló absolutamente infructuoso. 

No obstante, llegará el momento en que la modificación técnica de lo humano y el control total del ecosistema ya no podrán mantenerse dentro de este marco, y en que la forma de mercancía y la <<mano invisible>> del mercado ya no serán expresión por antonomasia de la racionalidad social y económica de la especie, para ese entonces ya transformada, ni de las potencialidades biológicas del planeta, también entonces completamente en nuestras manos. Tampoco el capitalismo es eterno, aunque hoy en día son muchos los que intentan presentarlo bajo un halo de necesidad <<natural>>. Ello, sin mencionar que hace tiempo ya -a lo largo de todo el siglo XX- aprendimos que no se puede elevar el valor de cambio a medida de todas las cosas. 

No podemos prever los modelos de socialidad y de subjetividad que serán formulados en los nuevos escenarios, los movimientos de su dialéctica -figuras completamente indispensables a partir de nuestra experiencia actual-. Sin embargo, podemos imaginar que por largo tiempo todavía la política y la democracia serán paradigmas insustituibles para determinar los puntos de encuentro y de equilibrio entre poderío y razón [...]

[...] El problema de la política ha consistido, desde siempre, en integrar en su seno el poderío: de las clases, de las naciones, de las armas, de las relaciones de producción, de la técnica. Hoy en día, las grandes estructuras de la tecnoeconomía están comenzando a rediseñar -en soledad, y de ahí el peligro- la forma civil y natural del mundo. Dentro de poco lo harán de manera aún más determinante. La política no las puede reducir a ella misma, sino que debe contribuir a orientar su rumbo, si todavía es capaz de soñar proyectos. El único realismo posible es para ella la anticipación.

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