José Ramón Ayllón (Luces en la caverna) Historia y fundamentos de la ética

Las humanidades

Como cultivo que es, la cultura necesita buena tierra y clima favorable: condiciones que son difíciles en sociedades donde lo que prima es el dinero, el poder y el control informativo. Porque está claro que no se educa a las generaciones jóvenes si se les enseña a pensar de forma descaradmente interesada o politizada, a valorar sobre todo el éxito individual, a desconfiar de valores que les comprometan a servir a los demás. En la informática y el inglés, como preparación para estudiar empresariales o ingenieria, se agota actualmente el panorama existencial de muchos jóvenes inteligentes que pronto tomarán el relevo en la dirección de la sociedad. Y el producto de esa educación serán personas de las que se podrá decir, con Unamuno, que no están educadas pero <<saben decir tonterías en cinco idiomas>>.
¿Dónde quedan las humanidades, esa tierra fértil en la que siempre han podido germinar los mejores ideales humanos? Ya empezamos a ver generaciones jóvenes que hablan de corrido la lengua de su comunidad autónoma, dominan la jerga informática, conocen la vida de sus héroes locales, pero no saben nada de historia universal, ni de Homero o Shakespeare. Y cuando se les pregunta qué significa cogito, ergo sum, y quién pronunció tan famosa frase, responden: <<Me han cogido, yo soy (Jesucristo en el huerto de los olivos)>>.
En su ensayo Humanismo cívico, Alejandro Llano afirma que las humanidades facilitan el logro de cuatro metas educativas de la mayor transcendencia: comprensión crítica de la sociedad actual, revitalización de los grandes tesoros culturales de la humanidad, incremento de la creatividad y la capacidad de innovación, y planteamiento profundo de las cuestiones fundamentales sobre el sentido de la vida. La cultura humanística es, sin duda, el mejor alimento de la educación. Y sería una lástima, ahora que disponemos de los medios técnicos para que todos los estudiantes conozcan los fundamentos de su cultura, que dispersaran su vida en espectáculos, aficiones y entretenimiento sin sustancia.
Las humanidades son nuestras señas profundas de identidad. En un artículo de El Semanal, un Pérez-Reverte más serio que de costumbre se dirige a una lectora de catorce años y dice:

                   Fíjate bien. Eres el último eslabón de una cadena naravillosa que tiene diez mil años de historia; de una cultura originalmente mediterránea que arranca de la Biblia, Egipto y la Grecia clásica, que luego se hace romana y fertiliza al occidente que hoy lllamamos Europa (...) O sea, que no naciste ayer.

La cultura clásica se caracteriza por su doble simplicidad y su grandeza serena. Es una visión que contempla la realidad humana en un plano de proximidad y de viveza que rara vez se vuelve  repetir. Es una óptica tan libre de la extrechez del jurista como de la tosquedad del técnico, de las extravagancias del visionario o de las vulgaridades del oportunista. Y ese mundo grecoltino no es sólo modelo a imitir, sino alimento para la reflexión, la visión crítica y el diálogo inteligente.

José Ramón Ayllón (Desfile de modelos) Análisis de la conducta ética

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