Oscar Wilde ( De profundis)


Una semana después me trasladan aquí. Pasan otros tres meses y mi madre se muere. Tú sabías, nadie mejor, lo mucho que yo la quería y la veneraba. Su muerte fue tan terrible para mí que yo, que en tiempos fuera señor del lenguaje, no tengo palabras con que expresar mi angustia y me vergüenza. Nunca, ni en los días más perfectos de mi desarrollo como artista, puede tener palabras dignas con que llevar una carga tan augusta, ni acompañar con suficiente majestad de música el purpúreo cortejo de mi pena incomunicable.
Ella y mi padre me habían legado un nombre que ellos habían ennoblecido y honrado no sólo en la Literatura, el Arte, la Arqueología y la Ciencia, sino en la historia pública de mi propio país y en su evolución como nación, Yo había manchado ese nombre eternamente. Había hecho de él un mote bajo entre gente baja. Lo había arrastrado por el mismísimo fango. Lo había entregado a bestias para que lo bestializaran, y a necios para que lo hicieran sinónimo de necedad. Lo que entonces sufrí, y sufro aún, no hay pluma que lo escriba ni papel que lo registre.

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