Juan Carlos Girauta (Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos) Radiología de la nueva sociedad

Más chascos. Necesitas mirarte al espejo, y te lo va a poner delante Alexander Grau, filósofo alemán autor de Hypermoral. La nueva sed de indignación (Claudius, 2017), en los términos precisos de una entrevista llena de perlas, algunos de cuyos fragmentos tienen tu rostro. Estás a punto de descubrir que eres un moralista.

En la gaya ciencia, Nietzche afirma que Dios ha muerto y que lo hemos asesinado. Y después pregunta: «¡Cómo nos consolamos? ¿No es demasiado grande para nosotros la dimensión del acto? Tal vez Nietzche tenga razón. Tal vez esa acción era demasiado grande para nosotros. La mayoría de las personas tienen necesidad de un significado y una ideología que narre algo más grande: una religión, el arte, la cultura, la nación, los derechos humanos, la naturaleza, cualquier cosa. Bajo el peso del progreso técnico, el cristianismo, pero también las religiones sustitutivas del siglo XIX, a saber. nación, arte, cultura, han sido pulverizadas. Y se aferra a la moralidad como última religión [...] Ya sea que se trate de inmigración, clima, economía o instrucción, cada tema es traducido de inmediato a una jerga de evidente moralidad. Es bueno lo que es social, sostenible, amante de la paz y justo. La sociedad es multicolor, multicultural, eco-social-pacífica. Todo el que contradiga estos ideales es sospechoso o, peor aún, es condenado. [...] En la moralidad, hablando de derechos humanos y dignidad humana, el hombre se adora a sí mismo. Es una autoliturgia, un ritual de autodeificación. Y ese culto a sí mismo se inserta en una sociedad en la que la emancipación es el valor más alto. La moralidad es la religión de una sociedad narcisista. La función de los medios de comunicación no reside solo en la información, sino también en el entretenimiento y en todo lo que es injurioso. Los medios de comunicación han alimentado la tendencia a la moralización y a la comparación simplista entre «buenos» y «malos». 

Las sociedades occidentales, especialmente las élites, crean la impresión de que sus valores y su modo de vivir son el objetivo real de la historia. La moralidad permite una perspectiva histórica de salvación. Es un progreso moral permanente cuya arma es la sociedad posmoderna, multicolor, abierta e igualitaria. Se considera que, antes o después, también las culturas de Asia y África se transformarán en sociedades como esa, por lo que el mundo será un gran Nueva York y habrá «funcionarios de la diversidad» en Kabul y Teherán. Esta convicción raramente se expresa con claridad, pero es la ideología que la guía. Detrás de esto —y este es el malestar del que hablas—hay un universalismo cuyo éxito depende del triunfo de una sociedad rica y hedonista.

Al inicio del milenio, las sociedades occidentales habían conseguido crear la impresión de que migración e identidad, ecología y economía, tradición y progreso podían reconciliarse. Hace veinte años que vemos que es una ilusión. Los costes ecológicos de continuar con nuestro estilo de vida se han externalizado. Y dado que el sistema económico occidental también depende del concepto de desarrollo técnico continuo, destruye los últimos restos de la cultura y del estilo de vidas tradicionales. El mundo tiene que ser más global, flexible y dinámico. No se tolerará la resistencia. Resistir es «reaccionario». Y así se crea la homogeneidad, el autoritarismo y la intolerancia. Se celebra lo diverso, lo flexible, lo plural. Todo debe ser superexcitante, superinteresante y bueno. Quien no comparte esta afirmación de la diversidad es marginado por intolerante. Surge una paradoja de la diversidad: al ser la diversidad lo que todos desean, el resultado es la monotonía [...] Vivir moralmente ya no significa practicar la abstinencia, sino ser partidario de los derechos humanos, la paz en el mundo y la diversidad. Es sumamente cómodo, ya que puedes vivir de manera hedonista y moral al mismo tiempo. Un fenómeno único en la historia [...] Ya no nos preocupamos por el prójimo, pero se tienen unos ideales más grandes respecto a la humanidad. Mandamos a los abuelos a las residencias de ancianos porque son un estorbo para nuestra vida diaria; pero vamos a las manifestaciones en favor de una justicia mundial.

Las tradiciones culturales, las ideas religiosas, la prohibición del aborto y la eutanasia son valores hostiles a la emancipación. No sirven para nada en una sociedad capitalista de autorrealización. El hipermoralismo se refiere siempre a valores generales que no limitan la propia vida privada [...] La sociedad se transforma en un «espacio seguro» en el que el individuo narcisista es liberado de cualquier microagresión. Una sociedad de control social. Se castiga el anticonformismo. Será una sociedad en la que todos se sienten libres, pero nadie lo es.

[Europa es] una isla de prosperidad en medio de un mar de pobreza, guerra y sobrepoblación. Estamos en un estado de asedio. Sin embargo, las sociedades occidentales no tienen la capacidad mental de resistir a los conflictos que de ello derivan. Estamos indefensos mentalmente. [...] Solo veo dos alternativas desagradables: o Europa emerge de la escena mundial empobrecida y técnicamente atrasada mientras otras regiones determinan cómo será el mundo globalizado del siglo XXII o conseguimos llevar las otras culturas a nuestro nivel de decadencia y exportar nuestra hipermoralidad. Será la profanación del mundo. Tendría una cierta lógica trágica.

1 comentario:

JORGE LARGO dijo...

Estamos en una sociedad donde prevalecen los intereses de un reducido grupo que ostentas el poder mundial y pone el resto de humanidad a su servicio sin importar la consecuencias para la humanidad.

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