Robert Redeker (Egobody) La fábrica del hombre nuevo

PRÓLOGO

Sin que nos hayamos percato del todo, un nuevo hombre ha hecho su aparición. Año tras año ha reemplazo al hombre tal como lo habíamos conocido hasta entonces, ese hombre cuya forma se fue diseñando entre Platón y el siglo XX, pasando por san Agustín y Descartes. Nadie había imaginado a este hombre; no fue conceptualizado por ninguna utopía; ningún horóscopo tuvo el acierto de predecir su advenimiento; su gestación no fue objeto de ningún anuncio. En síntesis, él no es el final de ninguna esperanza. Su nacimiento no fue deseado. Y, sin embargo, ahora y en diversos grados somos él: un ser en el que el Yo ha sido absorbido por el cuerpo. Lo hemos bautizado Egobody.

¿Qué restos del hombre subsisten todavía hoy después del acontecimiento que Michel Foucault llamó en 1996, en Las palabras y las cosas, la "muerte del hombre"? Un Homo animalis, un hombre ser viviente, como cuerpo, organismo, consumidor, usuario, elector, hincha escandaloso, "habitante de la calle", objeto de sondeos, conectado a prótesis (teléfono móvil, Internet, etc.) Un hombre reserva genética, banco vivo de órganos en las favelas de Brasil. Un hombre mujer madre portadora. Un hombre desmembrado en sus múltiples funciones. Un hombre animal, máquina, redes, nodo de conexiones....

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LA REALIZACIÓN PERSONAL CONTRA EL PROGRESO

Conviene no olvidar esto: para la ilustración, el progreso es esencialmente humano. Pero hoy en día no se piensa así, ahora la idea de progreso se reduce a la del progreso técnico, ya sea en los campos de la medicina, las artes domésticas, el universo high-tech, y a veces también a la del progreso político (en lo sucesivo siempre entendido como extensión de la democracia de tipo electoral). Desde el punto de vista político, hace menos de medio siglo, se le llamaba "campo de progreso" a los totalitarismos comunistas. Pocas palabras han sido tan envilecidas como la de "progreso". A finales de 2008 la elección de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos de América fue presentada al planeta entero como un progreso (político, por supuesto), como un maravilloso paso hacia adelante por la razón principal de que el elegido no era de piel blanca, confirmando involuntariamente el propósito de Nietzsche: "La gran política hace de la fisiología la reina de todas las demás cuestiones".

El concepto central del Siglo de las Luces, en tanto que cuna de la creencia en el progreso humano, era el de la perfectivilidad. Progreso moral y progreso político traen consigo la desaparición de los vicios ligados por el cristianismo al pecado original. Introductor del jansenismo en Francia, el abad Saint-Cyran estigmatizaba nuestra "corrupción moral", de la que señalaba que era un "fuego interior que arde siempre". Fuego inextinguible que las "aguas de la gracia" —para seguir hablando en el lenguaje de Saint-Cyran— no apagan nunca definitivamente, que arden tanto en el interior de cada hombre como en todo el género humano. Hasta el final de los tiempos el hombre estaría condenado a luchar contra sí mismo para no abandonarse a sus imperfecciones. Para el progresismo, éstas son accidentes que ocurren en la historia humana, testimonios de una perfectivilidad en acción que el porvenir lograría erradicar. Es la historia, explica Rousseau, la que siembra los vicios en el alma humana. El marqués de Condorcet subraya: "La bondad moral del hombre, resultado necesario de su organización, es, igual que las demás facultades, susceptible de un perfeccionamiento indefinido. Después de la Segunda Guerra Mundial la idea de progreso humano se abandonó en favor del concepto de realización personal. 

Egobogy, el ser que se toma por su cuerpo, no espera de la vida nada más que la realización personal. En los periódicos se proclama por todas partes: vivir es realizarse. Constantemente se afirma urbi et orbi, que la educación es la realización personal del niño. En lo fundamental, esta realización personal no difiere de la tecnociencia. No es casual que la parte teórica del tipo de educación que ha fijado el desarrollo como objetivo se haga llamar "ciencias de la educación". La realización personal es una imitación de la ciencia y también una imitación de la técnica. Igual que éstas, se caracteriza  —seguimos aquí la caracterización propuesta por Heidegger de la ciencia— según el emplazamiento. Comparte con ellas la misma ideología: ir siempre más lejos en la explotación de la base que constituye la naturaleza (en este caso las potencialidades, los genes). La noción de realización, en efecto, es el reverso de esta explotación. Realización y explotación son las dos caras de la misma moneda. El presupuesto de la educación contemporánea se condensa en esta fórmula: nada en el niño debe quedar "sin realizarse"; es decir, todas las potencialidades deben ser explotadas hasta su término, para su mayor alegría. 

En la historia del siglo pasado, la noción del progreso humano había terminado por constituir una traba al progreso técnico y material. El progreso humano mostró —a través de sus guerras como Hiroshima, la destrucción de la naturaleza, la contaminación, etc. —de qué manera el progreso técnico podía provocar catástrofes humanas y ecológicas. Demostró que podía apoyarse en el desprecio del progreso humano, cuando éste insinuaba convertirse en obstáculo a su voluntad de expansión sin límites. Cualquier esfuerzo de guerra —tal como lo ha puesto en evidencia el desarrollo de la energía nuclear— e incluso cualquier carrera armamentista, engendra formidables evoluciones técnicas que se consideran progreso. Sin embargo, el progreso humano no es eso. Y no es casual que la ideología de la realización encontrase su auge después de la Segunda Guerra Mundial, acontecimiento que se interpreta como la victoria definitiva y planetaria de la técnica sobre todas las demás organizaciones de la existencia, reemplazando en el curso de la historia otra ideología, la del progreso humano. 

[...] En medio siglo la tiranía de la realización personal ha invadido todas las esferas de la existencia, hasta las más íntimas. Realizarse personalmente ahora se considera como la verdadera razón de vivir. Se cree que una vida buena es una vida realizada. Hasta los inicios del siglo XXI, una buena vida se identificaba con una vida virtuosa, con una vida que implicaba un ideal moral: de esta manera era posible, y sin duda frecuente, ser a la vez infeliz y llevar una buena vida. Hoy bueno y realizado se volvieron sinónimos. Vivir bien (divertirse, gozar) y bien vivir (vivir según el bien, virtuosamente) han entrado en fusión borrando la virtud. Realizar su vida ya no consiste en llevar una vida según una línea moral, conforme a la virtud, una vida consagrada a los demás, a la patria, al arte, a un ideal, sino que consiste en desarrollar a fondo todas las potencialidades psicológicas y físicas que cada uno posee por intermedio de su capital genético. Lograr su vida consiste en hacer fructificar este capital. Una vida lograda será una vida en la que todas estas potencialidades, entendidas según la metáfora económica del capital, habrán podido expresarse. La realización ha reemplazado a la moral. La realización ha reemplazado a la virtud. La realización ha reemplazado al bien y se convertido en su sinónimo. 

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