Markus Gabriel (Por qué el mundo no existe)

EL SENTIDO DE LA RELIGIÓN

La filosofía se ocupa de una manera científica de la cuestión de lo que podría ser el todo, estrechamente relacionada con la cuestión del sentido o el propósito de la vida humana. ¿Tiene un sentido nuestra vida que nosotros mismos no le damos? ¿Es el sentido que asociamos con nuestra vida, tal vez una proyección «humana, demasiado humana», una ilusión de la que nos convencemos para hacer frente a la muerte, al mal y a experiencias dolorosas totalmente carentes de sentido, a las que tan a menudo nos vemos expuestos?

La filosofía tiene el deber de responder a esa pregunta, la pregunta por el sentido de la vida humana. Para ello no puede empero presuponer que nos encontramos en un universo material sin sentido, en el que solo somos máquinas de carne inteligente o quizá simios asesinos con ilusiones religiosas y metafísicas. Por eso no se puede responder directamente a la pregunta sobre el sentido de la vida humana, que por supuesto está estrechamente vinculada al sentido de la religión. Antes debemos examinar las premisas sobre las que se basa el nihilismo moderno, que afirma que todo sentido humano es solo una ilusión y nos hace creer que somos extranjeros en un universo frío y que se extiende infinitamente por espacios deshabitados y absurdos.

Si nos preguntamos qué podría ser el todo, vamos primero todo lo lejos que podamos para ver el universo, el mundo, la realidad, desde arriba o desde fuera, por decirlo así. Muchos filósofos han imaginado esa perspectiva lejana como el «punto de vista de Dios», con lo que la religión ya entre en juego; pero esa manera de contemplar su creación parece estar reservada para Dios. Evidentemente, se rata solo de una ilusión. Los términos totales como «universo», «el mundo» o «la realidad« no se refieren a un objeto, solo nos hacen creer en algo que no existe. Es un poco como los números naturales: supongamos que comenzamos a buscar el mayor número natural; en esa búsqueda nos damos cuenta en algún momento de que no puede haber un número natural máximo, porque siempre podemos aumentarlo sin más que sumarle I. Con la noción metafísica de totalidad pasa algo similar: siempre que suponemos haber alcanzado la mayor totalidad posible, queda todavía por delante un campo de sentido más amplio.

[...] En el capítulo anterior vimos que la concepción científica del mundo fracasa. Es una ilusión gigantesca que nos promete amparo, expulsando paradójicamente del mundo el sentido. Esta crisis del sentido se asocia a menudo con el «desencantamiento del mundo», como lo llamó el gran sociólogo Max Weber. En su famosa conferencia «La ciencia como vocación», pronunciada en Munich en 1917, Weber describía el progreso científico moderno como «racionalización intelectual mediante la ciencia y la tecnología basada en ella». La vida moderna se ha convertido en una realidad mucho más compleja que en tiempos del Renacimiento, resultando ahora casi totalmente inacabable y opaca. Sin embargo, suponemos que es racional, que los fundamentos de nuestro orden social están respaldados por métodos científicos que cada uno de nosotros podría, en principio, aprender y entender. Todo está en perfecto orden, lo que se podría constatar si se dispusiera de suficientes ganas y tiempo. Tenemos la impresión de que la sociedad en su conjunto está en manos de expertos: expertos en gestión, expertos científicos o expertos legales. Es exactamente a esa hipótesis básicamente ilusoria o ideológica a lo que Weber llamó el «desencantamiento del mundo».

«La intelectualización y racionalización crecientes no significan, pues, un creciente conocimiento general de las condiciones generales de nuestra vida. Su significado es muy distinto; significa que se sabe o se cree que en cualquier momento en que se quisiera se podría comprobar que no existen sobre nuestra vida poderes ocultos o imprevisibles, sin que, por el contrario, todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión. Pero esto significa el desencantamiento del mundo».

Weber representa aquí lo contrario de lo que a menudo se le achaca. No afirma que la modernidad sea un sistema totalmente trasparente y en ese sentido desencantado, sino que el desencantamiento es un proceso social que se podría investigar sociológicamente y hacer que sea transparente. El desencanto no es el descubrimiento de que el universo es solo un «terruño frío», retomando la formulación de Hogrebe, sino más bien un proceso social consistente en que nos sentimos autorizados a suponer que el orden social es racional, ya que, en principio, puede dominar todo, no solo los eventos científicos y observables. 

[...] Weber o Luhmann no son, por supuesto, los únicos que han percibido que hay una creencia moderna en el progreso, que dota a la ciencia de poderes mágicos. Esa idea es una versión moderna del FETICHISMO, con lo que nos referimos a la atribución de poderes sobrenaturales a un objeto que una mismo ha confeccionado. Esa proyección se realiza para integrar la propia identidad en un todo racional. Si uno no se considera parte de un todo que se puede entender de alguna manera, se siente más seguro; puede vivir más cómodamente con las creencia de que las cosas ya están reguladas, como la idea de que cooperando socialmente podemos evitar que todo se derrumbe. La gran totalidad en la que uno se inserta suele ser la propia sociedad, cuya diferenciación dejamos de percibir. El fetichismo consiste en proyectar esta estructura sobre un objeto, con lo que se mantiene a distancia la responsabilidad individual por nuestra identidad, así como nuestra integración en un entorno social, en última instancia nunca totalmente controlada. 

[...] Weber señala, con su tesis del «desencantamiento del mundo» que hemos confiado a la ciencia la posición de garante de la racionalidad del orden social. Pero eso es una tremenda exageración, ya que ningún estudio científico será nunca capaz de librarnos de renegociar las reglas de nuestra convivencia para darles una base razonable. La fetichización de la ciencia solo contribuye a proyectar nuestras ideas y deseos de orden sobre un consejo de expertos que no puede existir, un consejo de expertos que nos libren a todos de la responsabilidad de decidir cómo debemos vivir.

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