Imanol Zubero (Las víctimas como precio necesario)

5. CONCLUYENDO: TRABAJO Y HOLOCAUSTO
(CON MINÚSCULA)

Con intención exculpatoria Albert Speer reproduce en sus memorias un artículo aparecido en 1944 en el diario Observer, en el que se le describe en los siguientes términos:

Speer no es uno de esos nazis extravagantes y pintorescos. De hecho ni siquiera se sabe si tiene opiniones políticas. Se habría podido adscribir a cualquier otro Partido político, si hacerlo le hubiera servido para conseguir trabajo y una carrera. Es un producto destacado del hombre medio, triunfador, bien vestido, cortés, incorruptible. [...] Más bien simboliza un tipo de hombre que se está volviendo cada día más importante en todos los Estados que participan en la guerra: el técnico, puro, el hombre brillante que no proviene de una clase social ni tiene antepasados gloriosos y cuyo único objetivo es abrirse camino en el mundo, gracias a sus facultades como técnico y organizador. Precisamente su falta de lastre psicológico y anímico y la desenvoltura con que maneja la temible maquinaria técnica y organizativa de nuestro tiempo hace que esta tipología insignificante llegue tan lejos en nuestros días. Este es su tiempo. Puede que nos deshagamos de los Hitler y de los Himmler, pero los Speer, sea lo que fuere que pueda pasarle a este en particular, seguirán mucho tiempo entre nosotros.

Esta podría ser también la semblanza de Eichmann, aquel hombre «normal» aplicado concienzudamente a la tarea de lograr que los trenes partieran y llegaran a su hora. Dos idiotas morales, especializados en pasar instantáneamente de la idea a la acción, sin que medie deliberación ninguna y por ello inmunes a las contradicciones morales que puedan derivarse de las consecuencias de sus acciones.

En el transcurso de esta breve reflexión han ido surgiendo una serie de conceptos que, en principio, permitirían ciertas analogías con determinados procesos que diversos científicos sociales han creído reconocer en el Holocausto. Me refiero a conceptos y procesos tales como producción de distancia social, invisibilización de las víctimas, irresponsabilidad de los privilegios, ignorancia indiferente, desconexión moral, procedimientos impersonales, exclusión categorial, personas superfluas, desmoralización y automatización de los procesos, inacción institucionalizada, irresponsabilidad organizada, etcétera. 

En el informe de la denominada Oficina de Evaluación Independiente que analizó los fallos de supervisión cometidos por el Fondo Monetario Internacional en el periodo previo a la actual crisis financiera y económica mundial se afirma lo siguiente: «La capacidad de FMI para identificar correctamente los crecientes riesgos se vio obstaculizada por un alto grado de pensamiento de grupo, captura intelectual, una tendencia general a pensar que era improbable una fuerte crisis financiera en las grandes economías avanzadas y enfoques analíticos inadecuados». Podemos encontrar un diagnóstico parecido en el exhaustivo informe elaborado por la Comisión Investigadora de la Crisis Financiera en Estados Unidos, donde se describe y se denuncia la generación sistemática de una cadena de irresponsabilización en torno a la concesión de créditos: «nobody in this entire chain is responsible to anybody». Un entorno institucional perfecto para la proliferación de los Eichmann económicos.

Incluso hay quienes directamente consideran las actuales políticas de austeridad impulsadas por los poderes financieros y políticos en Europa como un ejercicio de banalidad del mal, como un perfecto ejemplo de «catástrofe administrativa». Políticas que, en un reciente artículo sobre las consecuencias que estas políticas están teniendo sobre la salud de la población griega publicado en la prestigiosa revista The Lancet, son calificadas con el término «negacionismo», refiriéndose a la renuncia de los responsables políticos y económicos de Gracia (¡y de España!, como señalan expresamente los autores del artículo) a reconocer los daños provocados por las políticas que están implementando, a pesar de todas las evidencias científicas.

En fin, no sería absoluto difícil continuar buscando analogías entre algunas de las lógicas más determinantes de los procesos que llevaron a la creación de los campos de concentración y exterminio en los años treinta y cuarenta del siglo XX y las lógicas que hoy día inspiran e impulsan los procesos económicos y políticos que están en la base del inaceptable abaratamiento de la vida (austericidio) y del trabajo precarización) de tantas y tantas personas. No sería difícil, pero acaso resulte más útil resumirlo todo a una reflexión del filósofo y sociólogo alemán Oskar Negt, activo colaborador en las tareas de formación del sindicato IG Metall, en su libro titulado El trabajo y la dignidad humana:

También para el movimiento obrero Auschwitz es el lugar inconfundible de un acontecimiento que ha arrancado la inocencia política a todos los conceptos que usamos desde entonces. La consigna «El trabajo libera» en las puertas del infierno de los campos de concentración no solo se burlaba de manera inaudita de las víctimas, sino que dificulta la separación del concepto de trabajo de su atrapamiento mortal y envilecedor.

[...] La austeridad es una opción, no una obligación. Y una opción antidemocrática, cuya aplicación exige la suspensión de los procedimientos democráticos. Lo hemos visto en Italia, con un primer ministro como Monti, elegido por los mercados y no por las urnas; lo hemos visto en Grecia, con la retirada del referéndum sobre el plan de rescate propuesto por su primer ministro Papandréu; lo hemos visto en España, con la reforma-express de la Constitución para garantizar el equilibrio presupuestario de las Administraciones Públicas y la prioridad absoluta del pago de la deuda pública sobre cualquier otra rública presupuestaria. Eso es democracia acorde con el mercado. Es contra esta banalización de la democracia, imprescindible para que se produzca la posterior banalización de las vidas y los trabajos de tantas personas, contra la que debemos alzarnos: 

Disponemos de información e interpretación más que suficiente para decidir colectivamente qué modelo productivo queremos que se instale con urgencia en nuestro país. Porque el círculo se cierra y se reproduce: malos puesto de trabajo que, una vez creados, solo pueden funcionar fabricando socialmente mano de obra dispuesta a jugarse la vida para ganársela.

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