David Rieff (Deseo y Destino) Lo woke, el ocaso de la cultura y la victoria de lo kitsch

El novelista y crítico Ryan Ruby escribió en X que «lo históricamente característico de los ultrarricos actuales, en cuanto a clase, es que no manifiestan ningún interés en la alta cultura, y mucho menos en la literatura. Las circunstancias han empeorado tanto que el gusto ya no es necesario para legitimar la riqueza o para distinguir a los ultrarricos de los posibles competidores». Esta impresión de que actualmente ya no es preciso ser patrono de la alta cultura y de que, de hecho, tal cosa puede crear un obstáculo para la legitimación social que los mecenas y los patrocinadores corporativos habían tratado de acreditar hasta ahora por medio de la filantropía, explica el desamparo (y a veces incluso el repudio) de la alta cultura por parte de la clase donante de modo mucho más convincente que las teorías conspirativas de la derecha sobre el secuestro de la cultura por parte de lo woke y la teoría crítica de la raza, etcétera, o que el triunfalismo de los burócratas de la nueva dispensa cultural que creen haber arrebatado a la antigua élite sus cotos dominantes y que por fin los están abriendo a los marginados y excluidos. En realidad, la «justicia social» de la crítica cultural estaba empujando a una puerta ya entornada. Ryan Ruby también ofrece de ello una explicación esclarecedora. Para los ultrarricos, escribe, «la profundidad y el refinamiento son un pasivo, ya que el mantenimiento de su posición de clase depende de hacerse con el Estado, lo que a su vez impone no enemistarse con demasiada gente». Se puede establecer aquí una analogía con el cambio de código en la vestimenta de los aristócratas europeos a comienzos del siglo XIX. Previamente, la magnificencia había sido el sello distintivo del atuendo aristocrático masculino (y, con el auge de la burguesía, de los que querían copiar los hábitos de la aristocracia). Pero a partir de la Regencia en Inglaterra, la magnificencia dio paso a un atuendo en extremo sobrio, generalmente de tonos oscuros, que se extendió rápidamente por Europa. 

Por supuesto, ello también era un distintivo de clase. Se debían conocer los códigos para entender por qué un abrigo negro distinguía como aristócrata y uno diferente identificaba como comerciante. El distintivo sartorial del aristócrata paso de ser exotérico —es decir, las sedas, pieles, joyas, etcétera, visibles para todos— a ser esotérico —es decir, visible solo para aquellos que no conocen el secreto—. Actualmente, por supuesto, ocurre todo lo contrario, pues los ricos visten cada vez más informalmente, como si todo atisbo de magnificencia —siguiendo el argumento de Ruby— distanciara demasiado a la gente. Una versión extrema se halla en el ámbito de la tecnología, donde las camisetas y las zapatillas deportivas son virtualmente el uniforme (aunque los pantalones cortos à la Sam Bankman-Fried sigue siendo todavía una rareza, por fortuna) entre los multimillonarios. Pero la creciente tendencia entre los financieros de Wall Street de no llevar corbata, señal de por sí de la relajación general de los códigos de atuendo entre los ricos y la alta burguesía (incluida la clase política, sobre todo en Europa, que sigue su ejemplo) indica que los distintivos obvios de la vestimenta ya no son necesarios y, al igual que el interés por la alta cultura, resultan chocantes para demasiadas personas [...]

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Aun que resultó realmente profético, a diferencia de 1984 de Orwell (salvo por el importante concepto de la neolengua), Huxley, no previó en Un mundo feliz que semejante homogeneización radical pudiera producirse mientras se arropaba en la botarga de la individualidad o, dicho de otro modo, que la conformidad pudiera alcanzarse con igual fortuna por medio del fetichismo de la autenticidad así como por su represión. Cuando escribió que «un Estado totalitario en verdad eficiente sería aquel en que un todopoderoso ejecutivo de dirigentes políticos y su tropa de administradores dominaran a una población de esclavos que no precisan de coacción, pues les encanta la servidumbre», parece haber imaginado que, si las personas no podían ser condicionadas a ser «felices como ya son», se rebelarían. Pero especulaba empleando demasiados binomios —servidumbre o rebelión, deseo o destino—, imaginando que el uno excluía al otro, y que la rebelión no podía ser la manera en que actualmente vivimos nuestra certidumbre y la sensación de que somos capaces de satisfacer todos nuestros deseos al igual que vivimos la tragedia de nuestro destino.

En el fondo, se excluyen mutuamente, en efecto, pero no en el sentido mecánico que imaginó Huxley. Un mundo feliz es, explícitamente, un libro «fordista», al punto de que, en su sociedad imaginada, el tiempo histórico comienza d. F. (después de Ford) en lugar de d. C. (después de Cristo). Todos somos, al menos, hasta un límite, prisioneros de nuestra propia época, y no se puede criticar con justicia a Huxley por imaginar que el modelo más acabado de una sociedad capitalista es el de la cadena de montaje fordista, cuya eficiencia depende de la tipificación y la voluntad de conformidad. Pero, visto desde el horizonte de 2024, el fordismo fue una etapa entre otras en la historia del capitalismo, y no su culminación, sin duda, al igual que probablemente la presente etapa tampoco lo sea, a pesar de todas las ilusiones entre los progresistas de que esta es la «era del capitalismo tardío». Pero lo que sí sabemos con certeza sobre el capitalismo contemporáneo es que se debe más a la idea de destrucción creativa de Schumpeter que al estado estable en que se apoyó el fordismo. Lo cual supone que nuestra conformidad, nuestra disciplina social para que sus integrantes se reconcilien con el destino, es muy diferente de la disciplina que concibió Huxley.

Porque nuestro capitalismo es el de una casi infinita segmentación de mercado, la cual, por supuesto, es la razón por la que el progresismo identitario contemporáneo de la clase profesional y gerencial en Occidente —sobre todo en la anglosfera (cuya hegemonía política podrá no ser lo que era, pero cuya supremacía cultural es tan hegemónica como siempre)— encaja cabalmente en este sistema económico, dado que una infinita diversidad, al menos en potencia, de nuevas identidades supone una cantidad potencialmente infinita de nuevos productos. Ya que la fabricación de deseos ha demostrado una rentabilidad mucho mayor que la fabricación de automóviles —¿y qué otra cosa es la revolución tecnológica, sino la fabricación de deseos?—, lo que menos necesita el capitalismo del siglo XXI es volver al mundo de la cadena de montaje fordista. Huxley imaginó que, a la postre, habría que disuadir a los seres humanos de satisfacer sus deseos e intereses personales a fin de mantener el orden social. Pero, al fin de mantener nuestro mundo, se precisa de persuasión para convencerlos de que dichos deseos los distinguen singularmente, en lugar de volverlos emblemas de la nueva conformidad en el simulacro. 

Lo cual implica que el capitalismo contemporáneo sea menos dependiente de la obtención del consentimiento condicionando a las personas no solo a aceptar, sino a complacerse en su destino. Es que más bien nuestro condicionamiento depende de una droga distinta al soma de Huxley, e implica el cultivo de la inestabilidad en lugar de la estabilidad. Dicha inestabilidad puede no parecer pacificadora (o esclavizante), aunque, en realidad, eso sea precisamente, pues confunde la impresión de que se goza de la libertad de determinar el propio destino con la realidad de que efectivamente eso es lo que uno está haciendo. La brecha entre la manera en que los usuarios perciben las redes sociales y la manera como las perciben sus propietarios es el ejemplo paradigmático de ello. Porque, cuando alguien sube un video a Tik Tok publica algo en Instagram o tuitea en X, tiene la predominante impresión de que la libertad es plena para decir lo que quiera, Y así es en la superficie. A pesar de todo lo que se diga sobre la censura a las opiniones de determinadas personas, ya sea por la derecha en X o por la izquierda de Google, lo cierto es que la censura afecta a un porcentaje mínimo de usuarios de las redes sociales. Pero en un plano más profundo, todas estas expresiones sirven para enriquecer a los oligarcas que controlan las redes sociales y a robustecer continuamente el sistema económico que sirve a sus intereses (insisto, esta es la razón por la que la política identitaria ha sido asimilada con una facilidad que la política de clase nunca habría podido alcanzar).

Legados a este punto, es relevante el viejo chiste de que el mayor logro del diablo fue convencer a la gente de que no existía. Porque parece poco probable que nuestros señores feudales tecnológicos hubiesen podido ejercer el aplastante grado de hegemonía actual de no ser por el hecho de que sus plataformas ofrecen a los usuarios un simulacro de emancipación, un contexto presuntamente incomparable para la expresión del individuo y, en el contexto identitario, la definición propia. Huxley sostenía que habría que darle a la gente el equivalente farmacológico de pan y circo. Pero las redes sociales son un compuesto mucho más adictivo, pues, por medio de ellas, hemos logrado lo que parecía imposible en los anales de la esclavitud: convertirnos en nuestro propio pan y circo. 

Jeroni Miguel (Vivir el humanismo hoy) Otra forma de pensar y de sentir la vida

 INTRODUCCIÓN

El humanismo fue un movimiento de renovación intelectual que tuvo lugar en Italia entre los siglos XIV y XVI, que se extendió desde esta última centuria por todo el continente europeo y que influyó en los más diversos ámbitos del saber. Esta nueva filosofía de vida supuso un hito importantísimo no solo en la historia de la cultura, sino también en la evolución del pensamiento moderno. El humanismo, además, dio origen a una nueva forma de conocimiento, a un nuevo estilo de vida, a un cambio de mentalidad en la interpretación del mundo y en el modo de aplicar ese saber a la práctica diaria. Se trataba de una cultura completa ligada al ser humano, al que se consideraba capaz de perfeccionarse y de desempeñar un papel activo en la sociedad. Para ello, se ponía especial énfasis en su formación y en el desarrollo de todas sus facultades, buscando el equilibrio entre el cuerpo y la mente. Más importante que las cualidades innatas del individuo era su esfuerzo en cada obra o actividad que emprendiera. 

En esta época entra en su ocaso el teocentrismo —la vieja idea medieval que ponía a Dios en el centro del universo—, dando paso al antropocentrismo, que otorga al hombre el derecho a ocupar ese lugar. Este nuevo concepto fue capital para la aparición de las extraordinarias singularidades que encontramos en estos tres siglos: figuras que atesoraban conocimientos en las más diversas disciplinas y que se convirtieron en poseedoras de una sabiduría universal, como por ejemplo Leonardo da Vinci (1452-1519). En tal contexto, se les atribuía un gran valor a la educación. Hay que precisar que, en un. principio, dada la estructura social de la época, a ella tenían acceso únicamente las familias de las clases altas, que podían pagar a sus propios preceptores. Más tarde, a medida que las ideas humanistas fueron propagándose y llegando a los programas de estudio de las escuelas privadas o de las universidades, jóvenes de la clase media, como por ejemplo los hijos de los comerciantes, pudieron incorporarse también a estos saberes.

En cualquier caso, la aspiración pedagógica del humanismo se encaminaba a preparar a las personas con el objetivo de que adquirieran no solo unos determinados conocimientos, sino también de que aprendieran a vivir, a ser ciudadanos del mundo que participaban activamente en él. Por este motivo, era relevante que esta educación llegara al mayor número posible de ciudadanos. De esta forma, la humanitas, esa peculiar filosofía de vida del humanismo, contribuyó a que el individuo dirigiera su propósito de vida hacia un yo íntimo más cercano y auténtico. 

Conviene destacar que también se pensaba en la mujer para que se integrase en esta educación, hecho que no había ocurrido hasta entonces. En este ámbito se la respetaba, se la valoraba y se la equiparaba al hombre, lo que no dejaba de ser un logro importantísimo como señal de un importante cambio de mentalidad. Dado que el nuevo concepto de cultura se consideraba que el estudio era el mayor tesoro para el ser humano, no se quería que la mujer quedase excluida. Algunos ejemplos destacados entre estas mujeres humanistas, solo por citar unos pocos nombres, fueron Sibila De`Cetto (hacia 1350-1421), de gran cultura y familiarizada con los autores clásicos; Cassandra Fedele (1465-1558), muy instruida, poseedora de un extraordinario saber; Laura Cereta (1469-1499), escritora o Isabella d`Este (1475-1539), que recibió una esmerada educación y fue conocida posteriormente como la prima donna del Renacimiento. 

Este ambicioso proyecto tenía su centro en los studia humanitatis («estudios de humanidad»), una herramienta efectiva que los humanistas pusieron a disposición de la gente, en especial de los jóvenes, para que se formaran y pudieran ser mejores ciudadanos. El reto no era pequeño: en su futuro se hallaba también el destino de la sociedad. No se consideraba imprescindible que fueran maestros en el dominio de unas determinadas técnicas, sino en el ejercicio diario de sus actitudes y en sus hábitos ejemplares. Justamente en la construcción de una personalidad libre en los jóvenes, la educación supera a la instrucción. 

En tal escenario, el verbum,  "la palabra", tanto oral como escrita, adquiría una nueva dimensión práctica, ya que en ningún caso se la veía como un ornamento. Al contrario, era la forma que permitía al individuo relacionarse con sus semejantes y participar en la vida cotidiana, un espacio en donde estaba llamado a desarrollar todas sus capacidades. En definitiva, la educación era un baluarte primordial que hacía mejores a quienes la recibían, y, por extensión, a la sociedad. Es una palabra, era vida.

Asimismo, se reconocía en el ser humano algo muy preciado: la dignitas, la "dignidad". Se ponía el acento en sus excelencias, en sus cualidades y en el valor de su esfuerzo, a diferencia de la Edad Media, que destacaba únicamente el carácter de su miseria como hombre y le recordaba su paso fugaz por esta vida terrenal, siempre acompañado por la presencia constante de la muerte. Amparado en esta dignidad, el ciudadano aspiraba a formarse en los valores cívicos, que eran la puerta de acceso para vivir con los demás en respeto, en consideración y en libertad. Esta última, en concreto, tenía reservada un espacio relevante. Coluccio Salutati (1332-1406), canciller de la República de Florencia, hombre dedicado a la política, pero estusiasta defensor del saber, abanderó la idea de que en las ciudades libres el auténtico soberano era el pueblo. Para él, si había una necesidad que atender por encima de todas era esta: la defensa de la libertad popular. 

En consonancia con este propósito de cultura y de formación, los humanistas como Petrarca (1304-1374) a la cabeza, buscaron en los autores de la Antigüedad clásica, tanto griego como latinos —Platón (hacía 427-347 a.C.), Aristóteles (384-322 a.C.), Cicerón (106-43 a.C.), Virgilio (70-19 a.C.), o Séneca (4 a.C.-65) entre otros— los modelos que les sirvieran para llevar a cabo este nuevo proyecto. Admiraban a los clásicos porque en sus escritos descubrieron un modelo de comportamiento cívico ejemplar y porque encontraron en ellos ideas que se avenían a la perfección con los postulados de la doctrina cristiana. En su espíritu y en su voluntad existía el convencimiento de que no había que separar, ni mucho menos rechazar o condenar, sino unir e integrar. No es de extrañar, pues, que en este ambiente de fervor hacia el saber que venía de los antiguos surgiera una enorme pasión por las litterae, esto es, las "letras".

Proveniente también del mundo clásico, a los humanistas les llegó la exaltación de la belleza, como emanación de la naturaleza, que era la maestra y quien mejor la manifestaba. Ellos fueron los primeros hombres modernos que percibieron el paisaje como un objeto bello en el que mirarse y hallar goce en su contemplación. Por ello, hicieron de la naturaleza una compañera de toda su labor intelectual. La belleza irrumpió en todos los ámbitos, ya fuera en el del cuidado de la propia persona o en el de la moda, pero sobre todo en el del arte, bien se tratase de la arquitectura, la escultura, la pintura, la música o la literatura. En todas estas disciplinas se mezclaban, en perfecta simbiosis, los motivos cristianos y paganos. La esencia del ser humano se veía reflejada también en esa belleza que tendía al equilibrio de las formas y a la armonía de los conceptos [...]

Jianwei Xun (Hipnocracia) Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad

Breve genealogía de la hipnocracia

PARA ENTENDER LA HIPNOCRACIA contemporánea, debemos rastrear sus raíces en Occidente, no para establecer falsas equivalencias con el pasado, sino para iluminar las profundas transformaciones que han conducido al actual régimen de manipulación de la conciencia. La genealogía que proponemos no es lineal ni progresiva, sino que revela una serie de umbrales, rupturas y reconfiguraciones en la relación entre poder, percepción y conciencia colectiva. 

Las primeras formas sistemáticas de manipulación de la conciencia colectiva surgen en las civilizaciones antiguas, que estaban inextricablemente entrelazadas con la esfera de lo sagrado. Los templos mesopotánicos no eran meros lugares de culto, sino complejas máquinas perceptivas que orquestaban alteraciones precisas de la conciencia a través de la arquitectura, el ritual y el control. El propio templo funcionaba como un dispositivo de modulación de la percepción: su estructura vertical, sus espacios internos que progresivamente se volvían más oscuros y confinados, la gestión precisa de la luz y la acústica... todo estaba diseñado para producir estados de conciencia que se salían del día a día de los participantes. 

La antigua Gracia desarrolló aún más estas prácticas tan perspicaces, sobre todo en lo referente a los misterios eleusinos. Estos rituales representan quizá el primer ejemplo documentado de manipulación de la conciencia colectiva. Combinando elementos teatrales, sustancias psicoactivas y técnicas de gestión medioambiental precisas, los misterios creaban una experiencia de conciencia colectiva transformadoras que alteraban profundamente la percepción de la realidad de los participantes. Es significativo mencionar que esta alteración fuera temporal y circunscrita, lo que representa una diferencia crucial respeto al régimen actual de trance perpetuo.

El Medievo cristiano introduce nuevas dimensiones en el control de la conciencia colectiva. Las catedrales góticas representan la cúspide de una técnica arquitectónica orientada a la manipulación perceptiva inconsciente. Su vertiginosa verticalidad, el complejo juego de luces a través de las vidrieras, la acústica cuidadosamente calculada... todo contribuía a crear estados alterados de conciencia entre los fieles, que ya no participaban en el ritual, sino que se sometían a su encantamiento. Especialmente relevante fue la introducción de una nueva temporalidad a través del calendario litúrgico. Al alterar periodos de rutina con momentos de intensidad extática, la Iglesia desarrollo un sofisticado sistema de gestión de la atención colectiva que en muchos aspectos prefigura la actual economía digital de la atención.

La modernidad emergente fue testigo de una secularización crucial de las técnicas de manipulación de la conciencia. El mesmerismo del siglo XVIII representó un momento clave en esta transición: por primera vez, las técnicas de alteración de la conciencia se separaron del contexto religioso y se teorizaron en términos pseudocientíficos. Con su teoría del «magnetismo animal», Franz Anton Mesmer intentó racionalizar y sistematizar prácticas que hasta entonces habían permanecido en el ámbito de lo sagrado. Aunque sus teorías serían desacreditadas, el mesmerismo abrió el camino a una compresión secular de los estados alterados de conciencia. 

En el siglo XIX se produjeron dos avances cruciales que prepararían el terreno para la hipnocracia contemporánea. El primero fue el nacimiento de la hipnosis clínica con James Braid, que por primera vez proporcionó un marco científico para comprender e introducir estados alterados de conciencia. El segundo fue el desarrollo de las primeras formas de publicidad y propaganda de masas modernas. Estas dos corrientes —el control científico de la conciencia individual y la manipulación sistemática de la percepción colectiva— convergían en el siglo XX de forma inesperada. 

En efecto, el siglo XX representó un punto de inflexión decisivo. La aparición de los medios de comunicación electrónicos —la radio y la televisión en particular— creó por primera vez la posibilidad de una sincronización perceptiva a escala nacional y luego mundial. Pero, por encima de todo, fue el desarrollo de las técnicas de publicidad y propaganda lo que marcó una ruptura decisiva. Edward Bernys, sobrino de Freud y padre de las relaciones públicas modernas, combinó los conocimientos psicoanalíticos con las técnicas de manipulación de la opinión pública, creando así un nuevo paradigma de control de la conciencia colectiva. 

Durante la Guerra Fría se intensificó aún más esta dinámica. Programas de investigación sobre la manipulación de la conciencia, como el infame proyecto de la CIA llamado MKUltra (tan increíble que parece una teoría de la conspiración), exploraron sistemáticamente los límites del control mental. Paralelamente, la televisión comercial perfeccionó técnicas cada vez más sofisticadas de captación y mantenimiento de la atención. La publicidad televisiva, en particular, desarrolló un lenguaje hipnótico de repeticiones, choques emocionales y sugerencias subliminales que, en muchos sentidos, anticipó las estrategias actuales de los medios sociales.

Las década de 1960 y 1970 vieron surgir una dialéctica peculiar: mientras los movimientos contraculturales exploraban los estados alterados de conciencia como formas de liberación, el sistema capitalista empezó a incorporar estas técnicas con fines comerciales. La psicodelia fue gradualmente domesticada y mercantilizada; pasó de ser una herramienta de liberación a una de control, y se convirtió en un proceso que anticipó el modo en que la hipnocracia contemporánea absorbe y neutraliza las formas de residencia. 

La llegada de la tecnología digital en la década de1990 marcó el inicio de la transición al actual régimen hipnocrático. Las primeras comunidades en línea, los juegos, la realidad virtual, etc. empezaron a redefinir radicalmente la relación entre conciencia, percepción y realidad. Pero fue sobre todo el desarrollo de las redes sociales a principios de la primera década del siglo XXI lo que marcó una ruptura decisiva con el pasado. Por primera vez fue posible no solo influir, sino también controlar y modular los estados de conciencia de miles de millones de personas a tiempo real. 

Así pues, la hipnocracia contemporánea representa tanto una continuidad como una ruptura con esta larga historia de herramientas para manipular la conciencia colectiva. Continúa e intensifica antiguas prácticas de manipulación perceptiva, pero las reconfigura en formas radicalmente nuevas mediante la automatización algorítmica y la personalización masiva. La verdadera novedad no reside tanto en las técnicas específicas de alteración de la conciencia —muchas de las cuales tienen precedentes históricos— como en su aplicación continua, automatizada y personalizada.

Lo que distingue al actual régimen hipnocrático de sus predecesores históricos, es, sobre todo, su omnipresencia y permanencia. Mientras que los sistemas anteriores operaban en momentos y espacios definidos —el templo, la catedral, el ritual, el programa de televisión—, la hipnocracia digital funciona veinticuatro horas al día, siete días a la semana, penetrando así en todos los aspectos de la vida cotidiana. Ya no hay espacio fuera de la manipulación: el trance es el estado normal de la existencia. La omnipresencia temporal se traduce en omnipresencia espacial: como un gas que ocupa todo el volumen disponible, la influencia hipocrática se infiltra en los más mínimos intersticios de la sociedad. Ya no se limita a rituales o momentos predeterminados; esta fuerza invisible impregna cada gesto, cada pensamiento, cada respiración. El poder ya no reside en un lugar concreto, en un palacio o en una institución: está en todas partes y en ninguna al mismo tiempo, como un niebla que envuelve silenciosamente todos los aspectos de la existencia. 

G.K. Chesterton (La utopía capitalista y otros ensayos)

 Introducción

Hay un dicho simpático, algo malvado, que dice que son muy pocos los abogados que están en el cielo... y que allí solo hay un periodista para contarlo. Quién sabe. Aunque hay muchos otros candidatos a ocupar la tan disputada plaza, este periodista bienaventurado y solitario bien puede ser nuestro Chesterton.

G.K. Chesterton (1874-1936) se consideró, en cuanto escritor, ante todo, un periodista. Pero era un periodista de una raza peculiar. No era un técnico del periodismo. No era experto en las cinco «w» del what, who, when, where, why. Tampoco fue «técnico» ni experto en las «w» en sus biografías, de ahí que nunca o casi nunca cite fechas en ellas, como si diese igual cuándo nació su personaje. 

[...] Utopia of usurers and other essays (que presentamos ahora por primera vez en español con el título de La utopía capitalista y otros ensayos) se publicó originalmente en Nueva York en 1917. Reunía nueve artículos bajo el título Utopia of usurers y otros diecisiete breves ensayos que fueron publicados en el Daily Herald, diario inglés de ideología socialista. 

[...] El elemento decisivo de las grandes empresas para Chesterton, decíamos, es que avanzan hacia monopolios, y había que resistirlas. El pequeño comercio, la explotación familiar, el control de las máquinas... son temas que se apuntan brevemente aquí, pero que recibirán un desarrollo más sistemático en la futura controversia sobre el distribucionismo que Chesterton, Belloc y otros iban a emprender. Su empeño será conseguir la máxima distribución de la propiedad posible, especialmente la propiedad de la tierra. La propiedad era, para la tradición liberal del pensamiento, un firme baluarte frente a los excesos del poder, una salvaguarda de la libertad.

De ahí la importancia de resistir la tendencia al monopolio que preocupaba a Chesterton. Su propuesta de lograr una extensión de la propiedad tenía su fundamento explícito en la doctrina de León XIII expuesta en la encíclica Rerum novarum, que recogiendo las doctrinas del derecho natural consideraban que el hombre no solo tenía derecho a apropiarse de los frutos de la tierra, sino que podía apropiarse de la tierra [...]

Pablo Gutiérrrez Carreras
Club Chesterton CEU 

El nuevo hombre

Algo ha entrado en nuestra comunidad que es lo suficientemente fuerte como para salvarla, pero que aún no tiene nombre. Que nadie crea que confieso que no existe al confesar que no tiene nombre. La moralidad llamada puritanismo, la tendencia llamada liberalismo, la reacción llamada democracia tory, no solo habían sido poderosas por mucho tiempo, también habían hecho casi todo su trabajo, antes de que se les dieran esos nombres. Sin embargo, creo que sería bueno tener una forma cómoda de práctica para referirse a aquellos que piensan como nosotros en nuestra preocupación principal. Esto es, que los hombres de Inglaterra son regidos, en este mismo instante, por brutos que les niegan el pan, por mentirosos que les niegan noticias y por idiotas que no pueden gobernar, y que por ello desean someter.

Déjame explicar primero por qué no estoy satisfecho con la palabra comúnmente utilizada, que he utilizado yo mismo; y que, en algunos contextos, es la correcta. Me refiero a la palabra «rebelde». Obviaremos el hecho de que muchos que entienden la justicia de nuestra causa (y muchos en las universidades) todavía usan la palabra «rebelde» en su sentido estricto y antiguo como quien se levanta contra un reinado justo. Paso a una cuestión práctica. La palabra «rebelde» le resta importancia a nuestra causa. Es demasiado suave; absuelve a nuestros enemigos demasiado fácilmente. Hay una tradición en toda la vida occidental y en las letras de Prometeo retando a las estrellas; del hombre en guerra contra el universo y que sueña lo que la naturaleza nunca se atrevió a soñar. Pero nunca ha tenido nada que ver con nuestro caso; o más bien lo debilita. Los plutócratas estarán muy contentos si decimos que profesamos una nueva moralidad, por que saben perfectamente bien que han roto la antigua. Estarán más que contentos al poder decir que nosotros, según nuestra propia confesión, somos simplemente inquietos y negativos; excéntricos. Pero no es verdad; y no lo podemos conceder ni por un instante. El millonario modelo es más un excéntrico que el socialista, igual que Nerón era más excéntrico que los cristianos. Y la avaricia se ha vuelto loca en la clase gobernante hoy, igual que se enloqueció en el círculo de Nerón. Por todos los estándares ortodoxos de cordura, el capitalismo está loco. No le diría al señor Rockefeller «soy un rebelde». Le diría «soy un hombre respetable; y usted no».

La revolución francesa y los irlandeses

Pasará mucho tiempos antes de que el veneno del sistema de partidos salga del cuerpo político. Algunos de sus efectos indirectos son los más peligrosos. Uno de ellos es este: que para la mayor parte de los ingleses el sistema de partidos falsifica la historia, y especialmente la historia de los revoluciones. Falsifica la historia porque simplifica. Lo pinta todo azul o rojo al estilo propio de la ridícula política circense; mientras que una revolución real tiene tantos colores como el amanecer o como el fin del mundo. Y, si no nos libramos de este error, nos equivocaremos seriamente sobre la revolución real que parece hacerse más y más probable, especialmente entre los irlandeses. Y cualquier familiaridad humana con la historia enseñará al hombre una cosa ante todo: que los partidos prácticamente no existen en una revolución real. Son un juego para tiempos tranquilos.

Si se coge a un chico que haya estado en uno de esos grandes colegios privados, mal llamados «colegios públicos», y a otro que haya ido a uno de los grandes colegios estales, mal llamados «colegios privados», notaremos entre los dos algunas diferencias. Sobre todo en el manejo de la voz. Pero encontraremos que ambos son ingleses de una forma especial y que su educación ha sido esencialmente la misma. Son ignorantes sobre los mismos temas. Nunca han escuchado las mismas sencillas verdades. Les han enseñado la misma respuesta equivocada a la misma pregunta confusa. Hay un elemento fundamental en la actitud con la que el maestro de Eton habla de «seguir las reglas del juego» y el profesor de primaria a cantar a los golfillos «¿cuán es el sentido del Día del Imperio?». Y el nombre de ese elemento es «ahistórico». Realmente no saben nada sobre Inglaterra, y muchos menos sobre Irlanda o Francia, y menos aún sobre nada que se parezca a la Revolución francesa. 

Revolución por clara división

¿Cuál es la noción general que el niño inglés, al que se le enseña a decir vaguedades con u otro acento, recibe y mantiene durante toda su vida sobre la Revolución francesa?  Es la idea de la Cámara de los Comunes de Inglaterra, con una mayoría radical a un lado de la mesa y una minoría tory en el otro; la mayoría votando en bloque por la República, y la minoría votando en bloque por la monarquía; dos equipos caminando por dos pasillos sin diferencia entre sus métodos y los nuestros excepto que (por un hábito peculiar a la Galia) de vez en cuando se entretienen con un revuelta o una masacre en lugar de con un whisky con soda o con una información confidencial a lo Marconi. Las novelas son más fiables que las historias en estos temas. Porque, aunque una novela inglesa sobre Francia no diga la verdad sobre Francia, sí dice la verdad sobre Inglaterra; aunque más de la mitad de estas historias nunca dicen la verdad sobre nada. Y la ficción popular muestra, me parece, la impresión general inglesa. La Revolución francesa es una clara división con el vuelco insólito de votos. Por una lado está el rey y la reina, que son buenos pero débiles, rodeados de nobles con espadas desenvainadas; algunos buenos, muchos malos, todos guapos. Contra ellos hay una masa humana sin forma, con gorros rojos y aparentemente locos, que siguen ciegamente a unos rufianes que también son oradores: algunos de los cuales mueren arrepentidos y otros sin arrepentirse después del cuarto acto. Los líderes de esta masa de hombres fundidos en uno se llaman Mirabeau, Robespierre, Danton, Marat y demás. Y se entiende que su común frenesí pueda haber sido provocado por los males del Antiguo Régimen.

Esa es, creo, la visión más común de los ingleses sobre la Revolución francesa; y no sobreviviría la lectura de dos páginas de cualquier discurso o carta de esa época. Estos hombres eran hombres, variados, complejos y variables. Pero el inglés rico, ignorante de las revoluciones, casi no te creería si le dijeras algunas de las sutilezas humanas comunes del caso. Dile que Robespierre tiró el gorro al suelo con desagrado, mientras que el rey se lo puso en la cabeza con una amplia sonrisa. Dile que Danton, el feroz fundador de la República del Terror, le dijo sinceramente a un noble: «Soy más monárquico que tú»; dile que el terror llegó a su fin sobre todo por los esfuerzos de personas que querían de forma particular que siguiera, y no creerá estas cosas. No las creerá porque no tiene humildad, y por tanto no tiene realismo. Nunca ha estado dentro de sí mismo, y por tanto no puede estar dentro de otro hombre [...]

Chesterton, Gilbert Keith (Lo que está mal en el mundo)

Jean-François Braunstein (La religión Woke) Anatomía del movimiento irracional e identitario que está poniendo en jaque a occidente

LA GUERRA CONTRA LA REALIDAD

La teoría de género se empeña en eliminar la diferencia sexual y los cuerpos, pero también pretende que olvidemos cualquier recuerdo que tengamos del mundo real como, por ejemplo, el de que las mujeres son las que se quedan embarazadas y no los hombres. Todo ello con el objetivo de no «ofender» a los habitantes del mundo imaginario del género. Con la teoría de género nos encontramos, por primera vez, ante el desarrollo de una especie de solipsismo radical que considera no solamente que las consciencias son lo único que existe, sino que son ellas quienes fabrican el mundo. Y ese solipsismo se convierte en una ilusión masiva, alimentada por el avance de la vida virtual.

El funcionamiento es muy sencillo: me digo a mí mismo que soy de un género. Por tanto, todos deben tratarme como si yo fuera de ese género (la famosa cuestión de los «pronombres») y el mundo debe adaptarse a mi creencia. El sistema jurídico en su conjunto debe modificarse, comenzando por el registro civil. La lengua común es reconstruida totalmente ya que las definiciones habituales ya no están en vigor: las mujeres tienen pene y los hombres la regla. Ante eso, podríamos ir aún más lejos empezando por: ¿por qué no afirmar que los hombres son animales salvajes o nubes? En el primer caso, estaríamos ante therian (del griego therion, animal salvaje) y, en el segundo, ante otherkin (otro linaje). En este caso, la formación de estas identidades poco probables también ha podido llevarse a cabo a través de comunidades en Internet. El mundo se convierte así en una ilusión, y en un caos para aquel que permanece en la realidad, ya que esas identidades son susceptibles de cambiar en cualquier momento: la fluidez de género implica que podemos ser una cosa u otra de la noche a la mañana. Algo que hace poco calificábamos como un delirio o un trastorno de la personalidad pasa a ser una «identidad fluida».

Vemos, pues, cómo los militantes más extremistas de la teoría de género se han embarcado en una auténtica guerra contra la realidad en la que nos piden ser partícipes. Su objetivo es impedirnos demostrar que el mundo real existe, que formamos parte de él y del que no podemos desligarnos. Quieren incluso que las próximas generaciones suelten sus amarres con la realidad para vivir en ese mundo ilusorio que los militantes de género pretenden crear, en el que las identidades serían totalmente fluidas e inestables y donde los cuerpos serían meros recipientes pasajeros para una u otra identidad. Es cierto que con tales mundos imaginarios no estaríamos muy lejos del metaverso, en el que actualmente está trabajando Facebook, y que trata de implementar en nuestro mundo el universo de la realidad aumentada, ya anunciado por la película de Spielberg Ready Player One. Esta evasión de la realidad ha encontrado su hueco en el mundo virtual de Internet, en el que la identidad es exclusivamente declarativa y donde las identificaciones, principalmente de género, son cambiantes e infinitas. La vida de Internet es el mundo hecho realidad de la «afirmación de género»: en la red, la identidad no se puede verificar y es posible cambiarla simplemente marcando una casilla en Instagram o cualquier aplicación de citas. El juego con las identidades se convierte, por tanto, en algo totalmente normal y, aunque es cierto que también existe la posibilidad de que se produzcan encuentros in the real life, en la vida real, esto es algo realmente difícil: en el mundo real sabemos lo que puede ocurrir y podemos, incluso, contagiarnos de algún virus. Los jóvenes internautas se sienten cada vez más incómodos cuando tienen que interactuar en la vida real y el encierro que trajo consigo la epidemia del coronavirus no parece haber ayudado a mejorar las cosas. Esta atracción por el mundo virtual es una tendencia sostenida en el tiempo: es posible comprobarlo en países como Japón, donde, desde finales de los años noventa, proliferan los hikikomoris, jóvenes, principalmente varones, que se aíslan ante su ordenador durante meses o años, sin ningún contacto con el mundo real y que comienzan a platear serios problemas para la sociedad.

[...] Este abandono del mundo real por un mundo imaginario tiene, sin duda, explicaciones más profundas relacionadas con el estilo de vida que llevamos desde hace un tiempo. Christopher Lasch recogió una extraordinaria predicción en su último libro, La rebelión de las élites, publicado un año después de su muerte en 1995, cuando afirmó que esas «élites», debido. a su naturaleza de su trabajo, habían perdido completamente el contacto con la realidad y despreciaban a quienes aún conservan ese contacto con el mundo real. El único trabajo que las élites contemporáneas consideran «creativo» es su propio trabajo, que consiste en «una serie de operaciones mentales abstractas, llevadas a cabo en un despacho, preferentemente con la ayuda de un ordenador». Estas élites no producen bienes materiales, solamente crean operaciones mentales, lo que las aleja inevitablemente del mundo: no tienen que suministrar comida, construir un techo o atender otras necesidades. «Las clases intelectuales están fatalmente alejadas del lado físico de la vida [...]. Viven en un mundo de abstracción y de imágenes, un mundo virtual formado por modelos informatizados de la realidad, una "hiperrealidad", denominada así en contraposición a la realidad física inmediata, palpable en la que viven los hombres y mujeres normales». De ahí su creencia en la «construcción social de la realidad», «dogma principal del pensamiento posmoderno» que «refleja su experiencia vital en un entorno artificial del que se ha eliminado rigurosamente todo aquello que opone residencia al control humano». «Las clases intelectuales se han alejado no solo del mundo normal y corriente que las rodea, sino también de la propia realidad». 

[...] Resulta preocupante que esta encarnizada guerra contra la realidad se esté desarrollando justo en el momento en el que las GAFAM han decidido animarnos a abandonar el mundo real para vivir en el mundo virtual del metaverso. Podríamos pensar que esta idea de mundo virtual no tiene futuro. Sin embargo, los promotores de estos mundos virtuales parten de una razonamiento absolutamente coherente y bastante convincente. Marc Andreessen, fundador de Netscape y miembro del consejo de administración de Meta, el nuevo nombre de Facebook, explica que el punto de partida es que «la mayoría de los humanos tienen vidas pobres, tristes y sin interés». Pocos son aquellos que disfrutan de lo que él llama «privilegio de realidad». «Un pequeño porcentaje de personas vive en un entorno real rico, lleno de cosas magníficas, paisajes increíbles, estímulos variados y cantidad de personas fascinantes con las que hablar, trabajar y salir», mientras que «el resto, la gran mayoría de la humanidad, no tienen el privilegio de la realidad, por lo que su mundo virtual es, o será, inconmensurablemente más rico y satisfactorio que la mayoría de los entornos físicos y sociales que los rodean en el mundo real». A la objección de que que los privilegiados podrían hacer mejorar la realidad de la mayoría de la humanidad en lugar de proponerles un mundo virtual, Andreessen responde: «La realidad ha tenido cinco mil años para mejorar y es evidente que aún sigue siendo muy cruel con la mayoría de las personas; no creo que debamos esperar cinco mil años más para ver si finalmente compensa ese retraso. Deberíamos construir —y así lo estamos haciendo— mundos en línea que hagan que la vida, el trabajo y el amor sean maravillosos para todas las personas, sea cual sea el nivel de privación que tenga la realidad en la que se encuentren». Los desheredados estarán felices de unirse a esos mundos virtuales. El cinismo de este empresario es extraordinario, pero su business model resulta totalmente convincente: hay más pobres con sus vidas miserables que ricos: dejémoslos que se distraigan en el mundo virtual mientras quienes poseen el «privilegio de realidad» estarán solos y tranquilos para disfrutar de la belleza del mundo real...

Braunstein, Jean-François (La filosofía se ha vuelto loca)

Albert Domènech (Mediocres) Cómo librarse de los mediocres que quieren joderte la vida

PRÓLOGO

ESTE NO ES UN LIBRO 
DE AUTOAYUDA

Ante todo darte las gracias porque si has llegado hasta el prólogo ya es un paso importante. Un pequeño paso para el lector, y un gran paso para la humanidad del que os escribe. Y también para su autoestima, no nos vamos a engañar. ¡Espera! Antes de sincerarte y decirme que estás leyendo este libro obligado por aquella típica amiga pesada que consigue todo lo que se propone recurriendo al chantaje si es necesario, o que te has equivocado de publicación y que lo que andabas buscando era un tratado sobre la sexualidad del caracol, o incluso que estás aquí para comprobar que el tío de gafas con voz carajillera escribe peor que habla, dame una oportunidad. Solo una. 

La buena noticia es que este no es un libro de autoayuda, básicamente porque bastante tengo para sobrevivir yo en esta selva llamada vida como para convertirme en el gurú espiritual de una comuna. Este no será el libro que recomienden nueve de cada diez psicólogo; no sufras. Como mucho uno, y porque ese día tenía prisa y lo confundió con un ejemplar de Rafael Santandreu, aunque no salga la palabra felicidad. Eso sí, quizás sin pretenderlo, este libro puede darte ese empujón que estabas esperando, o simplemente sacarte una sonrisa, que, tal y como está el patio, es algo muy valorado en el mercado negro del recreo vital.

Algunos pensaran que digo esto porque no valoro los libros de autoayuda, pero no es cierto. Solo que me gusta que la gente acuda a ellos por deseo personal, no por imposición social o prescripción médica. (¡Eso sí, si te lo dice un especialista, hazle caso!). Además, tengo una gran consideración por los profesionales que trabajan en la salud mental, cuyo deteriodo es la gran pandemia de este siglo XXI. Yo soy periodista, no terapeuta. Eso lo tengo tan claro como que la invención del autotune no me va a permitir grabar un disco. Así que vayamos de frente desde el primer minuto: mi deseo es que con el paso de las páginas me puedas conocer algo más, pueda robarte alguna sonrisa y, quién sabe, incluso plantearte alguna reflexión. Si además de todo ello puedo ayudarte en tu particular vía crucis personal, social o laboral, me lo tendrás que hacer saber porque iré a comprar los fuegos artificiales. ¡Ni Katy Perry en «Firework»!

Los tenemos claro que nuestro tiempo es oro y debemos hacer una buena inversión. Algo a corto plazo, si te sientes más cómodo. Yo termino de escribir este libro con sus capítulos ordenaditos y monos, y la intención de pasarlo bien, mientras que tú me acompañas a investigar esta pandemia que nos está sacudiendo más que nunca: la mediocridad.

Ahora mismo te voy a dar dos opciones: pasar a la página siguiente (es lo que recomiendan mis fans principales, es decir, mis padre) o irte directamente al epílogo o a la contraportada del libro. Cualquier opción que elijas me parecerá bien, aunque te voy a pedir un nuevo favor. Si optar por ir directamente a la contraportada sin leer nada de lo que viene a continuación, al menos hazle una fotografía y publica en la redes sociales con este mensaje: «El libro me ha encantado y lo he leído en tiempo récord». Si lo haces así nos va a unir para siempre un lazo inseparable: ambos nos habremos convertido sin pestañear en dos auténticos mediocres. Yo por cutre, y tú por seguirme el rollo. No te mentí: ya te dije que la cosa iba de la mediocridad.

Por el contrario, si eres de los valientes que han decidido seguir adelante con el transgresor ejercicio de hacerlo por orden numérico, y no empezar por la 55 o el capítulo que crees que va a definir mejor a tu jefe paranoico, te voy a pedir que te abroches el cinturón. No cogeremos mucha velocidad e iremos al ritmo de las queridas tortugas de Maldita Nerea, pero seguro que tendremos turbulencias. Mi primera confesión llega con el final de estas primeras líneas: quizás no lo vez o no los reconoces, pero ahora mismo están agazapados, esperando cualquier oportunidad para asaltar nuestras vida. Si has pensado en un inspector de Hacienda te lo perdono; pero ahí afuera hay una especie humana mucho más cruel y con menos compasión. 

Algunos quizás os preguntaréis por qué no he invitado a mis mejores amigos a tomar un café y les he soltado todo este rollo, sin la necesidad de escribir un libro. Era una opción, pero tengo muchos amigos y pocos ahorros, además de que el café me excita. Te seré sincero: antes de que tuviera mi primera crisis de ansiedad pensaba que la salud mental consistía en tomarse un Gelocatil y que te dejara de doler la cabeza. Lo cierto es que era un ignorante en la materia u, como muchos adolescentes, estaba más preocupado por las primeras canas o porque no apareciera la barriga cervecera, que de cuidar mi interior. 

Ya sabéis que, en ocasiones, los humanos aprendemos a ritmo de collejas o de hostias más grandes; así que tuve que vivir en primera persona ese aterrizaje forzoso cuando sufrí mi primer ataque de ansiedad, algo de lo que te hablaré más adelante. Y es ahí cuando conecté de bruces con una realidad completamente desconocida para mí que, además, me aguardaba con otro titular bajo el brazo: en ocasiones veo a personas que se cargan mi salud mental. Como vez, esta es una adaptación cutre del niño de El sexto sentido, pero vale igual.

En esos primeros días de desconcierto empecé a entender que no solo uno mismo se puede cargar su propio equilibrio, sino que hay gente oscura que, queriendo o sin querer, también está dispuesta a contribuir a tu particular eclipse de luna, sol y la lista de planetas que quieras incluir. Así que he decidido darles un nombre y clasificarlos para ayudarte a identificarlos y que los vayas conociendo, como a mí me pasó en este particular vía crucis: son LOS MEDIOCRES. Creo que es importante señalar que no es que no estuvieran antes en mi vida, sino que a partir de ahí fue cuando TOMÉ CONCIENCIA de que existían, y de que, si los dejas, pueden llegar a hacerte mucho daño. Vamos a intentar que eso no suceda, y si ya ha empezado a ocurrir, que te pueda recetar unos antídotos para neutralizar sus efectos.

Si te hablo de MEDIOCRES, estoy convencido de que la primera idea que te viene a la cabeza es la de una persona que no destaca por nada, aquello que popularmente conocemos como gente del montón, sin ningún mérito. Pero en la acepción que te propongo, como irás viendo y sufriendo a lo largo de este libro, he ido tuneando esta especie con su evolución, por lo que nos ha quedado un modelo de personaje algo más completo. Tiene características y estratagemas propias, se organiza con otros para aludarse y protegerse entre ellos, y puede tener diferentes niveles de toxicidad —algunos muy elevados—con un especial impacto sobre tu salud mental.

Ha llegado el momento de acercarnos a ellos, a los mediocres, aunque primero deberemos aprender a detectarlos a tiempo. Dame la mano que esto empieza aquí y ahora. Tu vida no está en juego, pero sí tu salud mental. Y es que la primera lección que debes aprender ya desde el prólogo es esta: si te enfrentas a un mediocre tienes todos los boletos para salir trasquilado. ¿Sabes por qué? Porque ellos jamás, nunca, mai, never... tienen nada que perder. Tú sí.

¡Si te ha gustado el prólogo, dale al like! (Perdón, esta es la maldita costumbre de un youtuber impostor).

Ferran Sáez Mateu (El imprudente feliz) Cómo el mito del buen salvaje condiciona el pensamiento actual

 De la perplejidad como forma de vida

¿DE DÓNDE PROVIENEN tantas miradas atónitas? Hoy su número parece excesivo, aunque esta especie de estupefacción sostenida ha empezado a normalizarse. Desde que a mediados de la década de 1990 se puso de moda la palabra comodín «complejidad» todo encaja: de hecho, nuestras miradas son ahora obligatoriamente atónita. No queda otra salida salvo que queramos parecer seres primarios: los aires de perplejidad han adquirido un prestigio inusitado. Conste que no estoy hablando de política. Me refiero a un tipo de perplejidad mucho más genérica, a esa especie de distancia incómoda con el mundo que afecta a cosas tan diversas como nuestra percepción milenaria del clima o la turbación que experimentamos ante una performance pseudovanguardista subvencionada por alguna diputación. Hablo, pues, de política, pero también de ciencia, o de arte. Hablo del mundo que nos rodea, y del imaginario que intenta representarlo, en general sin éxito. ¿De dónde proviene esa mirada estupefacta, ese rictus de aturdimiento, toda esa extrañeza?

La respuesta fácil consistiría en mirar de reojo a nuestro pasado reciente, e incluso al inmediato. Entonces podríamos apelar a las preocupaciones de la Guerra Fría, a las contradicciones heredadas del Mayo del 68, al trauma del derrumbe del bloque soviético, a la inquietante pujanza del terrorismo de raíz islamista, a las grandes incertidumbres del nuevo siglo (el populismo de nuevo cuño, la inteligencia artificial, etc). Podríamos apelar también al fracaso de la globalización, o a las muchas expectativas rotas de la revolución digital, o a otros fenómenos de una extraordinaria importancia. Sin embargo, estaríamos haciendo trampa: los acontecimientos que acabamos de comentar permiten acercarnos a las complejidades de un mundo cambiante, sin duda, pero sin llegar a entenderlo. Dicho mundo se mueve a velocidades tan vertiginosas que a menudo ni siquiera puede ser asumido en términos de «realidad»: ya no puede ser narrado, según Byung Chul Han. Y es que estamos hablando de miradas verdadera y dramáticamente atónitas, no de la simple dificultad de analizar ciertos hechos puntuales, concretos. Nos estamos refiriendo a una perplejidad genérica, a una perplejidad constitutiva, si es que tal expresión tiene algún sentido. «Estranha forma de vida», como dice aquel fado que popularizó Amalia Rodriguez: «Foi por vontade de Deus/ que eu vivo nesta ansiedade...» He aquí una palabra relevante: ansiedad.

La modernidad es hija de la duda cartesiana. Quizá la posmodernidad consiste en el intercambio insensato de aquella duda fundamental por un estado mental que tiende a la confusión —y también a la «ansiedad» del viejo fado—. Entre la duda y la confusión existe, en todo caso, un abismo conceptual, no solo un matiz semántico. En este punto creo conveniente realizar un inciso vagamente autobiográfico. Mi época de formación universitaria coincidió, más o menos, con la consolidación académica del pensamiento posmoderno. Era una respuesta necesaria al colapso de la escolástica marxista y a muchos otros dogmas acumulados y sedimentados. Pasadas cuatro décadas es de justicia constatar que la noción de pensiero debole de Gianni Vattimo contenía los gérmenes de varios agentes patológicos realmente perturbadores. Porque una cosa es entender al relativismo como la necesaria respuesta que permite desactivar el dogmatismo (marxista o de cualquier otra índole) y otra muy distinta, muchísimo, asumirlo programáticamente como modelo civilizatorio. Conviene repensar seria y críticamente la herencia de la posmodernidad: esa noción ya no significa lo mismo que en la década de 1980. Hoy es algo estéril.

[...] Paradójicamente, las ideologías que marcaron el siglo XX provienen casi sin excepción de finales del siglo XIX: el marxismo «científico», el socialismo utópico, el liberalismo, el anarquismo, el biologicismo racialista, el nacionalismo, el protofeminismo de las sufragistas, el colonialismo entendido como proyecto civilizatorio mundial. Y también otros tan diferentes pero con tanta influencia posterior como el higienismo o el sionismo, por poner dos ejemplos de idearios desconectados que coincidieron en el tiempo. La lista podría ser mucho más larga, evidentemente. Todo eso no ocurrió por casualidad durante el inacabable siglo XIX, que va de la Revolución francesa, en 1789, hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914. El fin del Ancien Régimen era también, por fuerza, el comienzo de otra cosa. Resulta, sin embargo, que esta «otra cosa» aún no existía en la mente de nadie: por resumirlo mucho, los ilustrados ya estaban muertos en 1789, pero los revolucionarios aún no habían nacido o no tenían edad para entablar batallas de verdad. La derrota napoleónica no trajo un nuevo orden, sino una confusión de fábricas y de monarquías putrefactas, de máquinas de vapor y de campesinos que aún vivían mentalmente en pleno siglo XVI. De aquel magma fétido que inundaba los primeros grandes suburbios obreros y, a la vez, de las patéticas carrozas doradas de la Restauración, emanó también el olor penetrante de las ideologías totalitarias que se adueñaron del siglo XX. La coexistencia del Romanticismo con el Positivismo explica tantas y tantas rarezas.

Nos estamos acercando un poco más a la clave del enigma, pero todavía no hemos llegado a ella. En el proceso que comentamos, ese que nos ha llevado a la contemplación atónita de la realidad, Karl Marx solo representa un eslabón perdido en una cadena mucho más larga. Cabe decir, sin embargo, que se trata del eslabón central. Marx ha terminando pasando a la historia gracias a un libro que no leyó nadie, El Capital. Al poco de haber estrangulado a su esposa, Louis Althusser, uno de los más entrañables farsantes de la década de los 70, y a quien entonces se consideraba una autoridad en la obra de Marx, confesó que solo se había leído la introducción y algún que otro capítulo cortito y facilón del libro. La influencia teórica real de los interminables volúmenes de El Capital es muy pequeña. Se trata de un libro riguroso de economía. los libros rigurosos de economía no conmueven y, por tanto, tampoco mueven. No sirven para encender la antorcha revolucionaria. A lo sumo, son un icono en forma de volumen encuadernado (en España, mucha gente está convencida de haber leído El Capital gracias a un pequeño resumen de 240 páginas que el editor madrileño Miguel Castellote publicó en 1974).

El Marx interesante desde una perspectiva filosófica es el de los Manuscritos y el Manifiesto. Es en medio de los Manuscritos —y de manera muy especial, en el tercero— donde localizamos, emboscado, una parte substancial del enigma. Toda la pesada parafernalia conceptual de El Capital requería por fuerza de un sujeto histórico. En los Manuscritos, este se muestra nítida e impúdicamente: no es otro que el buen salvaje de Rousseau. Esa fantasía desglosada en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres nace, tal como la conocemos en la actualidad, en junio de 1754, en Ginebra. Seguramente no habría tenido ninguna transcendencia posterior si Marx no la hubiera adoptado como fetiche antropológico, más o menos al cabo de un siglo.

Pero Jean-Jacques Rousseau tampoco es la respuesta. No es exactamente el origen último de la fabulación. Como en el caso de Marx, solo forma parte de esa cadena, aunque ocupa igualmente un lugar central. Rousseau fue un gran lector de Montaigne, y por medio de los Ensayos conoció las exóticas referencias de los cronistas americanos del siglo XVI. 

[...] El contexto histórico de Michel de Montaigne (1533-1592) no es evidentemente el nuestro, aunque se le parece. Montaigne acumula las vivencias de un mundo que, en el sentido literal de la palabra, se desmorona, y no de cualquier manera. El hundimiento permite vislumbrar los destellos de una realidad inédita, la modernidad. No es extraño que Stefan Zweig hiciera una pequeña biografía de Montaigne deliciosamente inexacta: ambos sintieron la nostalgia del mundo de ayer. En el caso de Montaigne se trata de la época de los últimos Valois, cuando Francia pasa en muy poco tiempo de la placidez política y de la prosperidad económica al indescriptible caos de las Guerras de Religión [...]

Alex Jones (El gran reinicio y la guerra por el mundo) Agenda 2030

Probablemente no te enfrentaras a un pelotón de fusilamiento en el Gran Reinicio, pero sí podrías terminar en un gulag digital.

Hemos dedicado mucho tiempo a revisar los escritos de Klaus Schwab y de otros globalistas, pero ¿cuál es la evidencia de que estos planes se están poniendo en marcha?

Creo que es importante tener en cuenta que es poco probable que encontremos un correo electrónico de Klaus Schwab dando instrucciones a algún lider mundial, como por ejemplo, a Justin Trudeau de Canadá, sobre cómo abordar una situación. Sin embargo, cuando entendemos la filosofía de los globalistas, la pregunta es: ¿podemos encontrar ejemplos que parezcan suficientemente coherentes con sus puntos de vista como para que podamos suponer que están implicados en algún nivel?

Creo que podemos encontrar múltiples ejemplos de tales esfuerzos empezando por el convoy de camiones que rodeó el Parlamento canadiense en enero y febrero de 2022 en protesta por las restricciones por la COVI-19. Así describió las protestas la revista Fortune:

    La brigada de manifestantes camioneros de Canadá se reunió por primera vez en Ottawa el 28 de enero y ocupó varias valles de la capital del país. La protesta comenzó como oposición a la introducción de un mandato que exige que todos los camioneros transfronterizos se vacunen contra la COVI-19.
    
    Según la Canadian Trucking Alliance, aproximadamente el 90% de los camioneros canadienses ya estaban vacunados, pero una minoría de camioneros se opuso al nuevo requisito para los conductores que transportan mercancias entre Canadá y Estados Unidos. 

    A medida que las protestas y su convoy se extendieron por todo Canadá, el foco de la manifestación se amplió para oponerse a todos los mandatos de la era de la pandemia, como los requisitos der uso de la mascarilla y los registros de pasaporte de vacunas COVID.

Es posible que hayas seguido las protestas de los camioneros en Canadá, pero tal vez no. Creo que el artículo de Fortune hizo un buen trabajo al resumir cómo empezó la protesta. La mayoría de los movimientos de protesta comienzan con un solo tema, como en estados Unidos con la muerte de George Floyd bajo custodia policial, y luego se desarrollan en un debate sobre algunos temas más amplios, como las prácticas policiales en todo el país y su efecto en las comunidades de color.

Las democracias nacen de la protesta, y eso es lo que les da vitalidad. Como hemos demostrado abundantemente en este libro, a los globalistas no les gustan las protestas, ya que creen que no hay razón para hablar con sus oponentes. ¿Trató Trudeau a los manifestantes de una manera coherente con un enfoque globalista? Tú decides:

    Para los manifestantes, el primer mal presagio para su movimiento llegó el 5 de febrero, cuando GoFundMe suspendió la cuenta de recaudación de fondos de Lich después de recibir informes policiales sobre violencia en las protestas y otras actividades ilegales.

    «Esta campaña de recaudación de fondos viola nuestros Términos de Servicio (Término 8, que prohibe la promoción de la violencia o el acoso) y han sido eliminada de la plataforma», dijo GoFundMe, y agregó que devolvería a los donantes los 8 millones de dólares recaudados.

Sin dejarse intimidar por la pérdida de millones, los organizadores de la protesta simplemente cambiaron sus tácticas de recaudación de fondos. Pero poco después de que GoFundMe cerrara la cuenta principal del grupo, cuatro partidarios de la protesta, que se hacían llamar HonkHonkHodl, lanzaron una nueva página de recaudación de fondos en el apartado dedicado especialmente a eso en el sitio de criptomonedas Tallycoin.

El artículo continúa informando a los lectores de que la policía federal de Canadá cerró el sitio de criptomonedas y que detuvieron las transacciones de treinta y cuatro billeteras de criptomonedas. Finalmente, también se congelaron otras 146 billeteras de criptomonedas. El Gobierno de Canadá habría restringido, sin el debido proceso, las transacciones financieras de los canadienses respetuosos de la ley. El gobierno de Trudeau acababa de sentar un precedente peligros. Pero no había terminado:

    El lunes pasado, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, asestó el golpe final a la campaña del Convoy de la Libertad e invocó la Ley de Emergencia por primera vez en la historia de Canadá, facultando a la policía a actuar contra los manifestantes.
    
    «No podemos permitir y no permitiremos que continúen la actividades ilegales y peligrosas», dijo Trudeau al invocar la Ley de Emergencias, que otorga a la policía mayor margen de maniobra para imponer multas, encarcelar a manifestantes y remolcar vehículos que bloqueen las carreteras.

    La Ley de Emergencias también obligó a las instituciones financieras a cumplir las órdenes de congelar los fondos asociados a «personas designadas» (en este caso, los manifestantes). Con los fondos bloqueados, en sentimiento público vuelto en su contra y la amenaza inminentes de arresto y sanciones financieras, el movimiento de protesta comenzó a perder impulso.

Durante la mayor parte de mi vida, he considerado que Canadá tiene casi los mismos valores que Estados Unidos. Y, sin embargo, lo que Trudeau hizo con los camioneros es atroz, algo que uno esperaba ver en alguna dictadura del tercer mundo.

¿Te imaginas a un presidente estadounidense haciendo algo similar a las protestas contra la guerra o por los derechos civiles de los años sesenta? ¿A las protestas antinucleares de los años ochenta? ¿A las protestas y disturbios del Blak Lives Matter de 2020? ¿Puede eso empeorar? Sí, puede. Porque la tecnología, que puede conectar cosas entre sí, hace que sea aún más fácil para el Gobierno clausurar si no le gusta la forma en que te estás comportando.

Imaginemos un escenario en el que el Gobierno canadiense pudiera desconectar los servicios bancarios móviles de todos los manifestantes de la caravana de camioneros. No investigando quiénes estaban allí y poniéndose en contacto con sus instituciones bancarias, sino simplemente monitorizando el GPS de los móviles de todos los manifestantes pacíficos (como hicieron con los manifestantes del 6 de enero) y desconectando sus servicios bancarios móviles.

Ahora imaginemos que desactivaran todas sus aplicaciones móviles, o que todos estuviéramos conectados a una moneda digital emitida por un banco central y que nos descontaran créditos sociales o retiraran dinero de su moneda digital tokenizada. Imaginemos un mundo en el que rastrearan todos nuestros movimientos, en el que la inteligencia artificial (IA) analizara nuestras opiniones y pudiéramos ser penalizados instantaneamente por pensar mal. 

Éste es el mundo que las élites globales quisieran crear con el Gran Reinicio.

Esto no es fantasía.

No se trata de una teoría conspirativa poco realista. La tecnología ya está disponible y ése es el objetivo declarado de los gobiernos globales y del Foro Económico Mundial.

En respuesta a la invasión de Ucrania por parte de Putin, Apple Pay y Google Pay cortaron las finanzas de innumerables ciudadanos rusos comunes. Surgieron fotos virales de colas masivas en el sistema de metro de Moscú que mostraban a miles de ciudadanos incapaces de acceder a sus finanzas, buscando a tientas dinero en efectivo para los billetes de tren. Así se informó en Inglaterra el 28 de febrero de 2022:

    Los rusos ya no pueden usar sus tarjetas bancarias con Google Pay y Apple Pay debido a que nuevas sanciones financieras impuestas afectan al país.

    «Apple Pay no funciona en Rusia. Mi banco me envió un mensaje diciendo que los servicios podrían no funcionar debido a cambios en el mercado», dijo un ciudadano ruso a Metro.co.uk el domingo.

    En 2020, el 29% de los rusos informó que usaban Google Pay, mientras que el 20% usaba Apple Pay.

El hecho de no utilizar dinero en efectivo significa que el Gobierno puede simplemente cortar en cualquier momento la posibilidad de existir en sociedad. ¿Nos preguntamos por qué los rusos podrán creer que Estados Unidos está interesado en arruinar su país? Existe una disputa entre los líderes de Rusia y Occidente en torno a la idea de que estamos tratando activamente de dañar a los ciudadanos de Rusia. ¿Cómo se permite algo así?

Michel Onfray (Teoría de la dictadura)

ORWELL 
Y EL IMPERIO DE MAASTRICHT

[...] Parece que los tiempos post-totalitarios no descartan la posibilidad de un nuevo tipo de totalitarismo. Al contrario, esta forma de política perdura a lo largo de los siglos. Por su naturaleza dialéctica, es maleable y adopta diferentes apariencias con el tiempo.

El régimen nazi alemán murió en 1945, La Unión Soviética expiró en 1991, y las democracias llamadas populares del bloque del Este desaparecieron poco después. En cuanto a Europa, los dos totalitarismos a los que Orwell se refería ya no existen. Pero él pensaba más allá de los tiempos históricos en una forma pura de totalitarismo. 1984 y Rebelión en la Granja ofrecen dos oportunidades para reflexionar al respecto.

Resumo las tesis fundamentales de esta Teoría de la dictadura. ¿Cómo se podría establecer hoy día un nuevo tipo de dictadura?

He identificado siete elementos clave: destruir la libertad; empobrecer el leguaje; abolir la verdad; suprimir la historia; negar la naturaleza; propagar el odio; aspirar al Imperio. Cada uno de estos elementos se componen a su vez de aspectos particulares.

Para destruir la libertad, se necesita: mantener una vigilancia perpetua; arruinar la vida personal; eliminar la soledad; celebrar festividades obligatorias; uniformar la opinión; castigar el pensamiento crítico.

Para empobrecer el lenguaje, se necesita: practicar un lenguaje nuevo; usar la doble moral; eliminar palabras; oralizar el lenguaje; imponer un idioma único; suprimir las obras clásicas.

Para abolir la verdad, se necesita: enseñar la ideología; controlar la prensa; difundir noticias falsas; manipular la realidad.

Para suprimir la historia, se necesita: borrar el pasado; reescribir la historia; inventar la memoria; destruir los libros; industrializar la literatura.

Para negar la naturaleza, se necesita: sofocar el instinto de vida; controlar la sexualidad; higienizar la vida; intervenir en la reproducción.

Para propagar el odio, se necesita: crear un enemigo; fomentar conflictos; patologizar el pensamiento crítico; eliminar la diversidad,

Para aspirar al Imperio, se necesita: adoctrinar a los niños; controlar la oposición; gobernar con las élites; someter mediante el progreso; ocultar el poder.

¿Quién dirá que no estamos en ello?

Y, si estamos: ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Dónde? [...]

TEORIZAR LA DICTADURA

«La adopción definitiva de la neolengua había sido fijada 
para una fecha tan tardía:2050»

Vivimos 1984 al menos desde 1983... El libro de Orwell es una ficción verdadera, un sueño concreto, una utopía realizada, en otras palabras: un modelo de sociedad totalitaria que funcionó en el pasado pero que muestra igualmente que va a tener efectos en el futuro dado que está activo en nuestro presente. 

1984 se inspira, por supuesto, en los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX, y muchos momentos en la obra recuerdan tanto al nacional-socialismo como el marxismo-leninismo. Sin embargo, este libro gélido y glacial también augura lo que podrían ser los regímenes futuros. Recordemos que la novela propone el horizonte de 2050 para llevar a cabo su programa de embrutecimiento de las masas y destrucción de la civilización. Tanto en la ficción como en la realidad, nos encontramos en ese período que apunta a la instauración de un imperio. Propongo la hipótesis de que el Imperio de Maastricht es una de las formas que toma la sociedad totalitaria descrita por Orwell en esta novela.

Desde hace medio siglo, se han desarrollado debates bizantinos entre aquellos que consideran que el totalitarismo marrón es peor que el totalitarismo rojo... Los nazis desde el principio querían un Estado racial, que resultaría menos defendible que el Estado de clase al que aspiraban los marxistas-leninistas. ¿Cuál es la diferencia para aquellos que perecieron en un campo nacional-socialista porque habían nacido judíos, pero también porque se convirtieron en comunistas o masones, laicos o Testigos de Jehová, resistentes u homosexuales, en  comparación con aquellos que murieron por haber nacido nobles o ricos, propietarios o pertenecientes a una línea militar que había servido al régimen zarista? ¿Qué diferencia hay, de hecho, para una cadáver, si se convirtió en uno porque nació judío o porque nació noble? Tanto el «judío» como el «aristócrata» eran condenados por nacimiento bajo cualquiera de estos regímenes [...]

EL PROGRESISMO NIHILISTA
EL MAL TAMBIÉN PUEDE PROGRESAR

¿Quién negará hoy que el retrato del totalitarismo pintado por Orwell nos recuerda más o menos a un cuadro de nuestra época?

Lo que nos presentan como un progreso es un camino hacia el nihilismo, un camino hacia la nada, un movimiento hacia la destrucción. De la misma manera que se puede hablar de un progreso del cáncer u otra enfermedad que conduciría inexorablemente a la muerte, el culto actualmente dedicado al progreso simplemente por ser progreso, por aquellos mismos que, como resultado, se. denominan progresistas, se asemeja a una genuflexión frente al abismo, antes de precipitarse en él, como los borregos de Panurgo en las olas... El progreso se ha convertido en un fetiche y el progresismo en la religión de una época sin lo sagrado. La esperanza de un tiempo desesperanzado, la creencia de una civilización sin fe. Uno puede no suscribirse a esta religión nueva y preferir el ateísmo social trágico que no se arrodilla ante ninguna trascendencia. Este rechazo a la fe que da seguridad constituye lo libertario.

[...] Séptima tesis: el Imperio está en marcha. ¿Qué Imperio? Los ejecutores de la Europa de Maastricht desearon el fin de las naciones. Incluso un diputado de la mayoría presidencial presentó con total franqueza la desaparición de lo que queda de la soberanía nacional francesa como el horizonte del macronismo. ¿No es esto el cumplimiento del deseo de François Mitterrand que, el 20 de enero de 1983, había afirmado en el Bundestag que «el nacionalismo es la guerra». Si tenía razón, también debió haber comprendido que sobre todo la Europa de Maastricht, presentada como una nación que reemplazaba las antiguas naciones, ¡también se incluí en su comentario!

Afirmar que el capitalismo aspira a la dominación mundial no puede ser catalogado como conspiración: es un proyecto confesado... La Europa de Maastricht, alimentada por antiguas naciones, fue concebida como una máquina de guerra capitalista cuyo corazón nuclear es el liberalismo. El mercado debe ser la ley. La creación de una moneda única fue de hecho su primer acto. Fue, al mismo tiempo, su confesión.

Las personas son arrojadas a esta jungla como animales a los que se deja que se peleen entre ellos con el fin de que la lucha de los mejor adaptados decida la supervivencia de unos, mientras que otros desaparecerán por falta de adaptación suficiente. Los ganadores, los vencedores, la raza de los señores, los primeros de la cuerda, plantarán su bandera azul estrellada en la espalda de los cadáveres de las víctimas que caen a medida que avanza hacia lo que los imperios de Maastricht llaman su ascenso hacia el techo del progreso. 

Esta nueva forma de darwinismo social se presenta como la fórmula progresista a la que se debe suscribir, a menos que se quiera ser considerado como un enemigo de la humanidad...

¿Qué es este progreso del que los supuestos progresistas nos hablan constantemente? La cosa es clara: en un mundo donde los progresistas han destruido la libertad, el progreso equivale a estar constantemente vigilado, espiado, observado; es no tener vida privada, íntima, personal; es ignorar cada vez más la calma, la soledad, el silencio; es ser clasificado, calificado, catalogado, registrado para ser solicitado más eficazmente por el mercado; es participar colectivamente en fiestas obligatorias, donde el ocio está organizado, cronometrado, calibrado, regulado, codificado, normalizado, medido; es convertirse en un hombre unidimensional con un pensamiento simplificado; es sobresaltarse ante los crímenes denunciados por la policía del pensamiento, es quizá tambien disfrutar de denunciarlos, luego juzgar, indignarse, condenar, ejecutar...

Onfray, Michel (El vientre de los filósofos)
Onfray, Michel (Filosofar como un perro)
Onfray, Michel (Pensar el islam)
Onfray, Michel (Sabiduría) 
Onfray, Michel (El pensamiento posnazi)

Rais Busom (Posglobalismo) Cómo reconstruir la civilización desde el borde del abismo global

EL PUNTO DE INFLEXIÓN: LA AUTODETERMINACIÓN MONETARIA

LA DESARTICULACIÓN DE LA SOBERANÍA

El globalismo necesita debilitar y manipular a los Estados nacionales para expandir su poder y crecer económicamente. Se cambian las legislaciones en el mundo y se implementan nuevas regulaciones que permitan operar de manera más favorable. El objetivo es privatizar los Estados lo máximo posible, para gestionar el poder político y extraer riqueza. Las organizaciones mundiales promulgan recomendaciones legislativas que luego los políticos se ven obligados a poner en marcha en sus países. Los organismos internacionales como la ONU o la OMS sancionan políticas con su aureola de neutralidad burocrática, para que se implementen en todo el mundo. El expresidente de Estados Unidos Donald Trump en 2020 decidió no seguir financiando a la OMS. Según afirmó a los medios:

              Si la OMS hubiera hecho su trabajo de enviar expertos médicos a China para calibrar la situación de forma objetiva en el terreno y criticar la falta de transparencia de China, el brote se podría haber contenido en el foco con muy pocas muertes.

Los 194 Estados miembros de la OMS realizan su contribuciones obligatorias, pero además existen aportaciones voluntarias estatales y privadas. Estados Unidos en 2019 fue el mayor contribuyente neto, con 553 millones de dólares; el segundo fue la Fundación Gates, con 367 millones de dólares, y el tercero la Alianza GAVI (la autodenominada «Alianza para las vacunas»), con 316 millones de dólares, también liderada por la Bill & Melinda Gates Foundation, ya que son su principal donante privado, con 1808 millones de dólares. Sumadas ambas aportaciones superan al mayor contribuyente. Comparando estas instituciones, la OMS, que tiene un presupuesto de 5600 millones de dólares, está a merced de la poderosa y gigantesca Alianza GAVI, que cuenta con 21.598 millones de dólares para su operativa. Este es un pequeño ejemplo del funcionamiento de la influencia discreta en muchas instituciones internacionales globalistas. 

En su primera fase, el globalismo se encargó de conseguir el poder económico global a través del totalitarismo monetario y de prácticas de colonialismo encubierto. muy agresivas, pero en una segunda fase se está dedicando a conseguir el control social. Es imprescindible el control social para gestionar la transición a un nuevo modelo económico y para frenar los desafíos de los contendientes contra el imperio del dólar, como son los BRIC+

Hasta ahora, el globalismo había aplastado cualquier desafío al dólar. En el año 2000, Saddam Hussein insistió en que el petróleo iraquí se cotizara en euros, una decisión política que mejoró los ingresos iraquíes al alza del euro respeto al dólar. No fue u desafío monetariamente importante, pero EE.UU. no se lo podía permitir y decidió abatir el régimen del partido Baaz. Otro ejemplo fue Muammar al-Gadafi. Su última propuesta fue plantear un banco panafricano que unificara a todas las naciones del continente y las dotara de una moneda única, soportada por las reserva de oro de Libia: el dinar de oro. Al final, crear una comunidad económica africana similar a la Unión Europea. Incluso habló de tener satélites de comunicación africanos. Todos sabemos cómo acabó la historia. Gadafi fue asesinado en 2011. Las imágenes de televisión de Hillary Clinton riéndose en directo por su muerte aún resuenan en nuestra memoria, como si de una psicópata se tratara: «llegamos, vimos, él murió». Años más tarde, las filtraciones de los e-mails de la secretaria de Estado por WikiLeaks revelaron la intencionalidad de la OTAN de acabar con el presidente de Libia: «es hora de que Gadafi se vaya». El mismo Gadafi pronunció en 2009 un histórico discurso en la ONU, donde criticó fuertemente la arbitrariedad en los incumplimientos de sus normas y resoluciones. Se refirió a la violación permanente del derecho internacional por parte de las grandes potencias y fue premonitorio en varias cuestiones, como las vacunas o su propio futuro.

             El futuro de la humanidad está en juego. No podemos quedarnos en silencio. ¿Cómo podemos sentirnos seguros? ¿Cómo podemos ser complacientes? Este es el futuro del mundo y nosotros, que estamos en la Asamblea General de las Naciones Unidas, debemos asegurarnos de que este tipo de guerras no repitan en el futuro. 

La soberanía política del Estado, hoy en día, es tan solo un relato convincente para los ciudadanos de la mayoría de los países dependientes, pero la soberanía económica no tiene patria. La soberanía nacional ha sido sustituida por la soberanía global del imperio del dólar que ejerce su poder a través del totalitarismo monetarista. Las élites del imperio han construido una compleja gobernanza internacional con instituciones de prestigio como la ONU o la UNESCO, que representan una ideal regulativo para la humanidad que también se llenaron de funcionarios de primera línea comprometidos con sus ideales, pero que han sido intervenidas, infiltradas y manipuladas de la misma manera que los Estados nacionales. Detrás de esa estructura de poder formal, a todas luces ineficiente y arbitraria —pensemos en el Consejo de Seguridad de la ONU—, existe una infraestructura de poder subterránea, a veces secreta, o simplemente desconocida, o difícil de rastrear que se dedica a imponer la agenda globalista. Los excedentes monetarios, cuyos receptores primarios son las entidades financieras y las grandes corporaciones, al final acaban donando una parte de sus beneficios a las fundaciones que implementan la agenda globalista en la sociedad y en la política, mediante sobresueldos a gobernantes y a políticos, con inyecciones de dinero para medios de comunicación y agencias de influencia. Se trabaja por agendas y proyectos, lo cual desconcierta a los ciudadanos, porque ese poder es extremadamente rápido y dinámico, y busca la mejor alianza para cada caso y el discurso más conveniente. A veces hay proyectos contradictorios u opuestos, no siempre está claro cuál es la mejor estrategia para conseguir un fin determinado, pero nunca ponen en peligro a la presunta estabilidad monetaria. El globalismo no tiene principios, o muy pocos. Tiene agendas y se basa en resultados. Funciona o no funciona. Se optimiza o se abandona, y se construyen otras nuevas. Se abren y cierran iniciativas como si fueran empresas. Hay centenares funcionando al mismo tiempo dependiendo del país y del ámbito de actuación. Compiten entre sí para comprobar cuán funciona mejor. Muchos políticos ya han sido entrenados para imponer las agendas políticas no votadas que les transmiten estas organizaciones discretas. El globalismo tiene sus propios medios secretos transnacionales, a veces dentro de los mismos servicios nacionales. Digámoslo así, ¿cómo una sociedad secreta no va a atener servicios secretos? No es fácil entender cómo funciona el poder no represivo, esa microfísica del poder generadora de sociedades. Zygmunt Bauman lo define con claridad:

             Las tres patas del «trípode de soberanía» han sufrido roturas irreparables, La autosuficiencia militar, económica y cultural, incluso la sustentabilidad del Estado —de cualquiera de ellos— dejó de ser una perspectiva viable. A fin de conservar su poder de policía para imponer la ley y el orden, los Estados tuvieron que buscar alianzas y ceder porciones crecientes de soberanía. Y cuando por fin se desgarró el telón, apareció un escenario desconocido, poblado de personajes extravagantes.

No es que volver a un Estado nacional no sea una cosa deseable, el problema es que, si un solo país lucha por independizarse del imperio, siempre estará en inferioridad de condiciones. Deberían ser varios países al mismo tiempo, pero eso tampoco es fácil. Quizá la única alternativa sea otro globalismo, pero de diferente tipo. Asistimos a la decadencia del imperio globalista actual. El monetarismo se enfrenta a desafíos imposibles y es difícil saber cómo evolucionará, pero va a haber oportunidades de hacer cosas diferentes. Nadie lo ha explicado mejor de Bauman:

             Dentro de su área de soberanía, los Estados nacionales se convierten cada vez más en ejecutores y plenipotenciarios de fuerzas sobre las cuales no tienen la menor esperanza de ejercer algún control. En la filosa opinión de un analista político latinoamericano de izquierdas, gracias a la nueva «porosidad» de las economías presuntamente «nacionales», los mercados financieros globales, en virtud der carácter esquivo y extraterritorial del espacio en que operan, «imponen sus leyes y preceptos sobre el planeta. La "globalización" no es sino una extensión totalitaria de su lógica a todos los aspectos de la vida». Los Estados carecen de los recursos o el margen de maniobra para soportar la presión, por la mera razón de que «unos minutos bastan para que se derrumben empresas e incluso Estados».

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