Albert Camus (Calígula)


(CALÍGULA se sienta junto a CESONIA.)

CALÍGULA
Escúchame bien. Primera fase: todos los patricios, todas las personas del Imperio que dispongan de alguna fortuna -pequeña o grande eso da igual -deberán obligatoriamente desheredar a sus hijos y hacer testamento ahora mismo a favor del Estado.

EL INTENDENTE
Pero, César...

CALÍGULA
Aún no te he concedido la palabra. En función de nuestras necesidades, iremos ejecutando a esos personajes siguiendo un orden arbitrario. Llegado el caso, podremos modificar ese orden, siempre de manera arbitraria. Y heredaremos.

CESONIA (Apartándose)
¿ A qué viene esto?

CALÍGULA (Imperturbable)
Sí, el orden de las ejecuciones carece de la menor importancia. O, mejor dicho, esas ejecuciones tienen idéntica importancia, lo que implica que no la tienen en absoluto. Además, tan culpables son los unos como los otros. Por otra parte, piensa que no es más inmoral robar directamente a los ciudadanos que gravar con impuestos indirectos los artículos de primera necesidad. Gobernar y robar son una misma cosa, eso es del dominio público. Pero cada cual lo hace a su manera. Yo, por mi parte, pienso robar sin tapujos, notaréis la diferencia con los ladronzuelos del tres al cuarto. (Al INTENDENTE, con rudeza.) Ejecutarás estas órdenes sin dilación. Todos los habitantes de Roma firmarán los testamentos esta misma tarde; los de provincias, en un mes a más tardar. Envía correos.

EL INTENDENTE
César, no te haces cargo...

CALÍGULA
Escúchame bien, estúpido. Una vez admitido que el Tesoro tiene importancia, la vida humana deja de tenerla. La cosa es clara y meridiana. Cuantos opinan como tú deben admitir este razonamiento y hacerse la idea de que, puesto que para ellos el dinero lo es todo, su vida no vale nada. Por lo que a mí respecta, he decidido ser lógico y, como tengo el poder, veréis lo que va a costaros esa lógica. Acabaré con contradicciones y contradicciones. Si es preciso, empezaré por ti.

EL INTENDENTE
César, mi buena voluntad no está en entredicho, te lo juro.

CALÍGULA
Ni la mia tampoco, no te quepa la menor duda. Buena prueba es que consiento en adoptar tu punto de vista y reconsiderar sesudamente el Tesoro Público. En definitiva, deberías agradecérmelo, puesto que entro en tu juego y juego con tus cartas. (Pausa. Con calma.) Además, mi plan, por su sencillez, es genial, lo que pone punto final a la discusión. Tres segundos tienes para desaparecer. Cuanto: uno...
(Desaparece EL INTENDENTE.)

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