Nada más hermoso, lúcido, brillante y bien ordenado que los dos ejércitos. Las tropas, los pífanos, los óboes, los tambores y los cañones formaban una armonía como jamás existió en el infierno. Los cañones derribaron primeramente unos seis mil hombres de cada bando; luego la fusilería quitó del mejor de los mundos de nueve a diez mil tunantes que infectaban la superficie de él, y la bayoneta fue también la razón suficiente de la muerte de algunos millares de hombres; de modo que, en conjunto, quedaron unos treinta mil soldados tendidos en el campo de batalla. Cándido, que temblaba como un filósofo, se escondió cuanto pudo durante aquella heroica matanza.
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