Friedrich Nietzsche ( Crepúsculo de los ídolos) o cómo se filosofa con el martillo

Los «mejoradores» de la humanidad

Es conocida mi exigencia al filósofo de que se ponga más allá del bien y del mal, -de que tenga la ilusión del juicio moral debajo de sí. Esta exigencia se sigue de la noción que yo fui el primero en formular: que no hay en modo alguno hechos morales. El juicio moral tiene esto en común con lo religioso, que cree en realidades que no lo son. La moral es sólo una interpretación de ciertos fenómenos, más concretamente, una falsa interpretación. Al juicio moral le pertenece, al igual que a lo religioso, un nivel de ignorancia en el que ni siquiera existe el concepto de lo real, la diferencia entre real e imaginario: de modo que <<verdad>> en este nivel designa cosas diversas que hoy denominamos <<quimeras>>. El juicio moral, por tanto, nunca debe ser tomado literalmente: como tal sólo contiene el absurdo. Pero como semiótica es inestimable: pone de manifiesto, al menos para los entendidos, las realidades más valiosas de culturas y interioridades que no sabían lo bastante para <<comprenderse>> a sí mismas. La moral no es otra cosa que un lenguaje simbólico, mera sintomatología: hay que saber previamente de qué trata para extraer alguna utilidad de ella.

Un primer ejemplo muy provisional. En todas las épocas se ha querido <<mejorar>> a los hombres: éste era sobre todo el significado de la moral. Pero bajo la misma palabra se ocultan las tendencias más dispares. Tanto la domesticación de la bestia hombre, como la cría de un determinado género humano, han sido denominadas <<mejoras>>: sólo estos términos zoológicos expresan realidades -realidades, es cierto, de las que el típico <<mejorador>>, el sacerdote, no sabe nada- no quiere saber nada... Decir que la domesticación de un animal es su <<mejora>> suena a nuestros oídos casi como un chiste. Quien sabe lo que sucede con las fieras en cautividad, duda de que de este modo la bestia sea <<mejorada>>. Es debilitada, cada vez es menos dañina, deviene una bestia enfermiza mediante el afecto depresivo del miedo, mediante el dolor, mediante heridas, mediante el hambre. -No es distinta la situación del hombre domesticado, que el sacerdote a <<mejorado>>.En la alta Edad Media, en la que en efecto la Iglesia era sobre todo una jaula de animales en cautividad, se iba por doquier a la caza de los ejemplares más bellos de la <<bestia rubia>>, -por ejemplo, se <<mejoró>> a los nobles germanos. Pero ¿qué aspecto ofrecía después un tal germano <<mejorado>> que había atraído al interior del monasterio? Una caricatura del hombre, un monstruo: había devenido un pecador, estaba encerrado en la jaula, se le había encerrado entre un montón de conceptos terribles... Ahí yace, enfermo, miserable, malévolo consigo mismo; lleno de odio a los impulsos vitales, lleno de sospecha contra todo lo que aún es vigoroso y feliz. En pocas palabras, un <<cristiano>>. Dicho fisiológicamente: en la lucha contra la bestia, hacerla enfermar puede ser el único medio para debilitarla. La Iglesia lo entendió: llevó al hombre a la ruina, lo debilitó, -pero pretendió haberlo <<mejorado>>...

Tomemos otro caso de la llamada moral, el caso de la cría de una raza y de un tipo determinado. El más grandioso ejemplo de esto lo ofrece la moral india, elevada a religión como <<Ley de Manú>>. La tarea aquí propuesta consiste nada menos que en criar cuatro razas de una sola vez: una sacerdotal, una guerrera, una de negociantes y de agricultores, y finalmente una raza de sirvientes. Es evidente que aquí ya no nos encontramos entre domadores de fieras: el requisito imprescindible para poder concebir siquiera el plan de esta cría es un tipo de hombre cien veces más apacible y racional. Se vuelve a respirar cuando se sale del aire cristiano, enfermizo y carcelario, y se entra en este mundo más sano, superior, más amplio. ¡Qué miserable es el <<Nuevo Testamento>> comparado con el Manú! ¡Cómo apesta! Pero esta organización también estaba obligada a ser terrible, -esta vez no en la lucha con la bestia, sino con su concepto opuesto, el hombre no criado, el hombre mezclado, el chandala. Y de nuevo no encontró otro medio de volverlo inocuo, débil, que hacerlo enfermar - era la lucha con el <<gran número>>. Tal vez no haya nada que se contradiga tanto con nuestros sentimientos como estas medidas de protección de la moral india. Por ejemplo, el tercer edicto, <<sobre las verduras impuras>>, dispone que el único alimento que le está permitido al chandala deben ser el ajo y las cebollas, teniendo en cuenta que la sagrada escritura prohíbe que se les dé grano o frutas que llevan grano, o agua, o fuego. El mismo edicto establece que el agua que necesitan no puede ser tomada ni de los ríos, ni de las fuentes, ni de los estanques, sino sólo de las entradas de los pantanos y de los hoyos que se originan por las huellas de los animales. Igualmente se les prohíbe que laven su ropa y que se laven, puesto que el agua que por compasión se les permite, sólo puede ser utilizada para apagar la sed. Finalmente, se prohíbe que las mujeres sudra atiendan a las mujeres chandala en sus partos, e igualmente se prohíbe que estas últimas se asistan mutuamente en el parto... -El éxito de tal policía sanitaria no tardó en llegar: pestes mortíferas, terribles enfermedades sexuales, y frente a esto de nuevo <<la ley del cuchillo>> que dispone la circuncisión de los niños y la extirpación de los labios interiores de la vulva en las niñas. Manú mismo dice: <<los chandala son la fruta del adulterio, del incesto y del crimen (esta es la consecuencia necesaria del concepto de cría). Sus ropas sólo pueden ser harapos de los cadáveres, su vajilla ollas rotas, sus joyas hierro viejo, en su misa sólo malos espíritus; han de errar sin descanso de un lugar a otro. Les está prohibido escribir de izquierda a derecha y usar la mano derecha para escribir, el uso de la mano derecha y de la escritura de izquierda a derecha es exclusivo de los virtuosos, la gente de raza>>.-

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