Estoy cada vez más seguro de que el ser humano es un animal desgraciado, abandonado en el mundo, condenando a encontrar una manera de vivir propia, inédita en la naturaleza. Su supuesta libertad le hace sufrir más que cualquiera forma de vida cautiva en la naturaleza. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que el ser humano llegue a veces a estar celoso de una planta, de una flor. Para querer vivir como un vegetal, crecer enraizado, desarrollarse y luego marchitarse, bajo el sol con un a perfecta inconsciencia, para desear participar en la fecundidad de la tierra, ser una expresión anónima del curso de la vida, no hay que poseer la mínima esperanza respecto al sentido que la humanidad pueda tener. ¿Por qué no cambiaría yo mi existencia por la de un vegetal? Sé ya lo que significa ser hombre, tener ideales y vivir en la historia: ¿qué puedo esperar aún de semejante realidad? Ser hombre es ciertamente algo capital, trágico, dado que el hombre vive en una categoría de existencia radicalmente nueva, mucho más compleja y dramática que la de la naturaleza. A medida que nos alejamos de la condición de ser humano, la existencia pierde intensidad dramática.
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