Padres e hijos
Foucault sugiere que, en esa perpetua campaña por reforzar el papel parental y su efecto disciplinario, <<el "vicio" del hijo no es tanto un enemigo como un apoyo >>: << Allá donde existía el riesgo de que manifestara [ese vicio], se instalaron dispositivos de vigilancia, se establecieron trampas para forzar la confesión>>. Los cuartos de baño y los dormitorios estaban estigmatizados como los espacios de mayor peligro, los campos más fértiles para las inclinaciones sexuales malsanas de los hijos, y, por lo tanto, eran los espacios sometidos a una implacable supervisión, así como a una constante presencia parental vigilante y entrometida.
En nuestros tiempos de modernidad líquida, la masturbación ha sido absuelta de sus presuntos pecados, al tiempo que el miedo a la masturbación ha dado paso al miedo al <<abuso sexual>>. La amenaza oculta, la causa del nuevo pánico, ya no radica en la sexualidad de los hijos, sino en la de los padres. El cuarto de baño y el dormitorio se consideran, como antes, antros de vicio y perdición, pero ahora son los padres (y los adultos en general, todos ellos sospechosos de ser potenciales abusadores de niños) los acusados como portadores del mal. Ya sea de forma declarado y manifiesta, o latente y tácita, los fines perseguidos por la guerra declarada contra los <<malos>> recientemente descubiertos son una disminución del control parental, el rechazo de la ubicua y pertinaz presencia de los padres en la vida de sus hijos, así como el establecimiento de una distancia entre los <<mayores>> y los <<jóvenes>>, no sólo en el seno de la familia, sino también en el círculo de amigos.
¿Qué ha sido de la élite cultural?
Como corresponde a una sociedad de consumidores como la nuestra, la cultura hoy consiste en ofertas, no en normas. Según apuntaba Bourdieu, la cultura vive de la seducción, no de la regulación normativa -de las relaciones públicas, no de la supervisión-, creando necesidades, deseos, anhelos y caprichos, no coacción. Esta sociedad nuestra es una sociedad de consumidores, y, al igual que el resto del mundo tal como lo ven y los viven los consumidores, la cultura se convierte en un almacén de productos, concebidos para el consumo, que compite por la atención flotante, cambiante y desnortada de los potenciales consumidores, con la esperanza de atraerla y retenerla durante algo más que un instante fugaz. Abandonando los rígidos estándares, consistiendo la falta de discriminación, atendiendo a todos los gustos, sin favorecer ninguno, fomentando la irregularidad y la <<flexibilidad>> (el nombre politicamente correcto de la pusilanimidad) e idealizando la inestabilidad y la inconsistencia, todos estos productos definen conjuntamente la estrategia adecuada (¿la única razonable?, ¿la única viable? que se debe seguir. No se recomienda la exigencia, el ceño, la compostura.
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La cultura moderna líquida no tiene ningún <<pueblo>> al que pueda <<cultivar>>. Lo que sí tiene son clientes a los que puede seducir. Y a diferencia de su predecesor <<moderno sólido>>, ya no desea perfeccionarse hasta llegar a ser superflua algún día, sino que pretende alcanzar este estado lo antes posible. Su cometido ahora consiste en logar su supervivencia permanentemente, al tiempo que convierte en temporales todos los aspectos de la vida de sus antiguos custodios y potenciales conversos, ahora renacidos como clientes.
Albert Camus. O: Me rebelo, luego existo...
Hace varios años un entrevistador me pidió que resumiera <<mis preocupaciones en un párrafo>>. No encontré un modo mejor de sintetizar la finalidad del afán del sociólogo que explorar y registrar los intrincados senderos de la experiencia humana que una frase de Camus: <<Está la belleza y están los humillados. Por difícil que sea la empresa, quisiera no ser nunca infiel ni a los segundos y a la primera>>. Más de un escritor de recetas para la felicidad popular, radical y seguro de sí mismo, censuraría esa profesión de fe como reprobable invitación a las barricadas. Sin embargo, Camus ha demostrado -que <<tomar partido>> y sacrificar una de las dos tareas a fin de satisfacer mejor (en apariencia) la otra inevitablemente va en detrimento de la consecución de las dos.
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El enlace de aceptación y rebelión, de interés y preocupación por la belleza e interés y preocupación por los miserables, protege el proyecto de Camus en ambos frentes: contra la resignación cargada de impulsos suicidas, y contra una seguridad de indiferencia ante el coste humano de la revuelta. Camus nos dice que la revuelta, la revolución y la lucha por la libertad son aspectos inevitables de la existencia humana, pero que debemos establecer y respetar sus límites para evitar que tales búsquedas admirables acaben en tiranía.
¿Realmete hace cincuenta años que murió Camus?
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