Antonio García-Trevijano (Teoría Pura de la República)


El malestar de la cultura lo padecen más quienes menos se resignan a vivir sin espíritu de un sentido común que emane de la libertad política colectiva. Sin este maestro insobornable, se da crédito a lo absurdo y no vale lo sensato; se admita lo despreciable y se vilipendia lo admirable; se hacen movimientos histéricos con los dedos a la altura de las orejas para que las palabras sin espíritu genuino, se entiendan entre comillas. Sin espíritu emergente de la libertad común, el lenguaje no comunica razones ni sentimientos. Tan sólo ruidos rutinarios de propaganda o de negocio. Los escritores no leen y los lectores escribe. La vulgaridad anega el panorama cultural que nos legó el maniqueísmo de guerra fría. Desde la inmoralidad de las costumbres al cinismo de las acciones, desde el ámbito familiar al del Estado, desde las manifestaciones del arte de artefactos a los planes de docencia, desde el campo de la producción-consumo al del deporte, todo parece organizado para excluir de la vida social la función del sentido común, que es espíritu práctico, anulando toda posibilidad de que emerja un espíritu razonable que se objetive en instituciones políticas y culturales.
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Los esclavos eran conscientes de su esclavitud. Tenían libertad de pensar sin la de obrar. Los modernos siervos voluntarios tienen la de obrar sin la de pensar. Se creen libres porque tienen capacidad de obrar, opinar y votar, sin saber que obran, opinan y votan según un modo de vivir lo político que perpetúa el señorío de los nuevos amos de la libertad, los partidos estatales. Señorío que entierra, con libertades exteriores de obrar sin actuar, la libertad interior de pensar. El pensamiento es menos libre que la acción. La libertad de expresión, una fantasía ilusa si no hay libertad de pensamiento. Una quimera para obreros de la libertad en tajos definidos por capataces del pensamiento y de los sentimientos, con patrones ideológicos de directores inmorales de la conciencia colectiva.


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