Alfonso Berardinelli (Contra el vicio de pensar)

Los políticos

Si de verdad tenemos que hablar tanto de política, si todo lo demás tiene que pasar a un segundo plano, entonces diré algo personal al respecto. Detesto este perpetuo privilegio concedido por los medios de comunicación a la política de los políticos. Estar pendientes de ellos todo el tiempo, de cualquier exabrupto que salga de sus bocas, les da una importancia que distorsiona la verdad de las cosas. 

Sabemos que los periódicos tienen que salir todos los días, que los programas de televisión dedicados al debate político son ya, si no me equivoco, una docena y que sin el carrusel político no sabrían qué poner en escena. Todo esto, sin embargo, no me sirve. Yo me dedico al periodismo cultural, no sé hacer otra cosa y semejante obsesión por la política me penaliza e incluso reduce a la mitad mis ingresos mensuales: no hay reseña que sea tan urgente como los comentarios sobre los últimos movimientos del último de los Gobiernos. 

¿Qué queréis que haga? Soy un tipo que trabaja con libros, y si no se publicaran libros (que casi nadie lee) no sabría qué escribir. ¿Tendría que hacer hipótesis fisonómicas y predicciones culturales sobre el futuro de Renzi? Podría hacerlo, pero no consigo encontrar las palabras. ¿No basta con ver cómo habla y camina? La política, como todo lo demás (según los semiólogos) es comunicación. Después, mucho después, están los hechos, pronto olvidados. Excepto para señalar, años después, que no se ha hecho casi nada, que no se sabe qué ha pasado, uno se pregunta de qué se ha hablado en miles de artículos y horas de televisión.

Por eso el pasado domingo 9 de marzo leí con satisfacción y pleno acuerdo el editorial de Giuseppe De Rita en el Corriere della Sera. De Rita se interesa por la sociedad, muestra esta preferencia, y cualquier cosa que diga al respeto, más o menos acertada, me sigue pareciendo un poco más interesante que lo que nace de las cabezas de los politólogos. En su artículo le leía: «Llevamos semanas viviendo el triunfo de la primacía de la política. Se pone en énfasis en todo: en la rapidez de la toma de decisiones, en la gobernabilidad, en la polarización, en las cumbres, en la conveniencia entre grupos e individuos, incluso en las trampas que todos se ponen. Y la dimensión mediática ayuda y potencia todo eso». De Rita enumera las razones que hacen que hoy en día la supuesta primaría de la política sea poco realista. En lugar de ser un organismo productor de poder, la política se ve ahora privada de un «poder de decisión adecuado» por al menos tres razones: 1) porque actúa dentro de una soberanía estatal en crisis frente al «crecimiento constante de los poderes formales e informales de las instituciones europeas, de las cancillerías internacionales, de las grandes finanzas mundiales». Somos un sistema «cada vez más dirigido desde fuera [...]. Aparte de la primacía de la política». 2) Los políticos ya no ejercen el poder de «nombrar a la dirección de las empresas públicas» y el Estado ya no es un «sujeto con iniciativa, ni siquiera empresarial». 3) La clase política es incapaz de gestionar la «acción administrativa», los decretos-leyes no se pueden aplicar, o «se quedan en papel mojado o acaban condicionados por los poderes burocráticos». Si eso es cierto, «la primacía de la política seguirá siendo una danza solitaria de puro espectáculo». La política de entretenimiento crece, mientras mengua el poder político que puede ejercerse dentro de un Estado que se cree soberano y que cada vez lo es menos. [...]


A costa de imitarse, derecha e izquierda ya no encuentran sus raíces

La derecha y la izquierda son complementarias, ¿quién podría negarlo? La una nace con la otra. La una se alimenta y crece con los errores y estupideces de la otra.

¿Lo recordáis? Era un principio del reputado y después despreciado tipo de lógica llamada «dialéctica» que aparece en Grecia con Heráclito para llegar hasta Hegel, Marx y la insufrible escolástica marxista. Según la dialéctica, de cada cosa o cualidad nace su contrario y, a veces, (pero esto es más optimista) después de la tesis y la antítesis nace una «síntesis superior» que según Marx conservaría lo mejor de una y otra. Del individualismo burgués que paraliza el desarrollo de las fuerzas económicas y productivas por el beneficio privado, nacería la antítesis revolucionaria y final y, triunfalmente, la sociedad comunista como síntesis superior, de modo que el individuo es por fin «verdaderamente» libre porque se suprime la propiedad privada y todos los bienes son comunes. 

La hipótesis más pesimista es una dialéctica sin síntesis: el sí y el no se abolen mutuamente en el curso de una lucha que solo permite un ganador y superviviente. Altos y bajos, blanco o negro, más libertad o más igualdad, pero sin progreso.

¡Qué gran pedagogo de la historia fue Marx! Imaginó que todas las ventajas del capitalismo se desarrollarían aún más sin ninguno de sus defectos: ni el deseo de enriquecerse, ni el deseo de arriesgarse en aras del beneficio personal, ni de competir por tener lo mejor dejando lo menos bueno o lo peor a los demás.

Olvidémoslo. Toda la sabiduría tradicional ha predicado que los opuestos son solo las dos caras de la misma moneda, o la misma cosa vista desde arriba o desde abajo, de noche o de día, desde la izquierda o desde la derecha. No hay luz sin oscuridad, ni calor sin frío, ni yin sin yang, según los chinos: esto lo sabe hasta vuestro acupuntor. 

Existe un solo inconveniente de plena actualidad: hoy, la derecha quiere estar más a la izquierda que la izquierda, y la izquierda quiere abarcar a la derecha. Por un lado, una derecha «populista», dado que la izquierda descuida o ignora los estados de ánimo del pueblo. Por el otro, una izquierda elitista, dado que «la gente» es vulgar y la multitud es peligrosa, como demuestra el hecho de que eligiera a Barrabás en lugar de Jesús o que Sócrates fuera procesado porque con sus eternas y provocadoras preguntas se había convertido en un personaje antipático e insoportable, y era imposible comprender siquiera qué es lo que quería (la pura verdad nunca resulta un programa muy atractivo).

Tenemos hoy en política un fenómeno aún más original, un ente que no quiere ser ni de derechas ni de izquierdas, es decir, que quiere ser las dos cosas a la vez: el Movimiento 5 Estrellas, que ha dejado de ser un movimiento sin que tampoco se haya convertido en un partido.

Ciertos líderes de la derecha considerados peligroso y también «impresentables», como Berlusconi y Trump, que se han especializado en seducir a la «gente» o the people y por tanto a los «populistas», han logrado vencer a una izquierda que se ha vuelto desagradable a ojos de los trabajadores y de los desempleados, y en general para todos aquellos que, viviendo en sociedades sumidas en una grave crisis social, ya no quieren saber nada de acoger a otros extranjeros.

Y aquí podemos ver bien cómo una cosa nace de los efectos de su contrario. Si la izquierda ignora que los miembros de una sociedad inestable temen «acoger» nuevos factores de inestabilidad, como las masas de migrantes y refugiados (un migrante que migra por hambre de un país cuya economía está destruida por la guerra, ¿no es un refugiado?), vemos como la derecha utiliza esta ceguera del adversario para mostrar su propio realismo al constatar la existencia del problema. 

Los estados de ánimo y los temores de las mayorías, aunque no se basan totalmente en un realidad actual sino en previsiones ansiosas, constituyen en todo caso una realidad actual. Como en la economía, los miedos, fobias y alarmas colectivas son hechos y no sueños. Las ideologías han perecido y han decaído. Pero los «rumores» y las fake news triunfan y mueven el mundo. 

Dado que la derecha, después de la crisis económica de hace diez años, ya es incapaz de hacernos creer que todos y cada uno de nosotros somos hombres de negocios, libres de nadar felizmente con todo a favor en el libre mercado, entonces la izquierda se aprovecha haciéndonos creer lo contrario: que el Estado realmente puede protegernos, no animando a las empresas a dar trabajo, sino concediendo el derecho a una «renta ciudadana». Solo que sin recortes masivos en el gasto público (que ningún gobierno ha logrado hacer) no está claro de dónde puede venir ese dinero del Estado, ya que es el Estado el que lo despilfarra por su cuenta.

En una situación en la que la derecha y la izquierda no desaparecen, sino que tratan de fortalecerse imitándose, si quieren dar la impresión de «estar enfrentados» la única manera es lanzar gritos contra el oponente electoral. Parece que todo lo que hacen es discutir, porque cada noche los talk shows ensordecen a los expectadores durante horas. Pero se discute habiendo tomado ya una posición, y no para entender o hacer que la gente entienda cuál es la posición más razonable a tomar.

En definitiva, los problemas que existen fuera del perímetro de la política están aumentando. Son problemas políticos, por supuesto. Pero también, a menudo, no del todo y no solo políticamente, es decir, que son problemas a los que no se puede acceder y que no se pueden superar mediante decisiones políticas al alcance de la mano. Pero como también son exasperantes, se suele decir que para resolverlos «hay que ir a la raíz». Esto siempre ha sido una ilusión, porque esta hipotética raíz nadie la ve y nadie podrá modificarla. Migraciones, baja productividad, impuestos demasiado altos, degradación urbana y ambiental, sociabilidad en declive, escuela y universidad sumidas en el caos, el mundo de la cultura sumido en la irrelevancia o convertido en un nuevo «opio del pueblo»... No está claro dónde encontrar las mil raíces de todo esto. ¡Qué política conseguirá aferrarlas?. La política puede inventar remedios parciales y temporales aquí y allá. En cuanto a la raíz, aquellos que quisieron erradicarla produjeron muchas veces escalofriantes sociedades sin raíces.

Berardinelli, Alfonso (Leer es un riesgo)

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