IV. BOHEMIA: ENTRE MELANCOLÍA
Y REVOLUCIÓN
SOCIOLOGÍA
Popularizada por una novela de Henri Murger en 1846, luego consagrada por Puccini en su famosa ópera, la idea de bohemia, en su uso corriente, implica un estilo de vida y una actitud particular hacia la estética. El rechazo de las convenciones burguesas, la falta de (o la renuncia voluntaria a) un domicilio fijo y un trabajo regular, la frecuentación habitual de cafés, cabarés y tabernas populares, el gusto por la vida nocturna, una libertad sexual ostentosa, una marcada inclinación por el alcohol y las drogas, el justo reparto comunitario de los magros recursos disponibles e incluso, a veces, cierto "sectarismo" coloreado por el uso de códigos secretos solo compartidos por una hermandad selecta de iniciados: tales son los rasgos clásicos de la vida bohemia. En el aspecto visual, la bohemia se expresa en el pelo largo, las vestimentas extrañas y una apariencia desaliñada, y de ordinario va de la mano con un ideal artístico perseguido como una vocación marginal. Esta última se despliega, a despecho de las normas, fuera de las instituciones legítimas dominantes como la academia, y la inspira una tendencia transgresora: la libertad respecto a lo prohibido, lo conformista y lo poderoso, en desenfreno contra la moral represiva. En 1849, en su reseña de la novela de Murger, Théophile Gautier describía la bohemia como "el amos al arte y el odio al burgués.
En su sentido político, el término aparece por primera vez en Francia durante la Monarquía de Julio y luego se difunde por todo el continente. Puede constatarse que el bohemio necesita las formas del mundo moderno ya no gobernadas por las normas morales y los cánones estéticos de la aristocracia o, al menos, le es imperioso romper las ataduras con ellos. Su existencia implica la independencia del artista y el hombre de letras (la mujer de letras, en cierto modo con menor frecuencia) con respecto a la corte y los apadrinamientos. El bohemio constituye su hogar en los intersticios de la sociedad burguesa y su público ya no incluye a los nobles, sino a sus iguales: otros marginales o, en ocasiones "renegados" que proceden de las clases dominantes, los miembros de la burguesía que abjuran de sus orígenes.
A mediados del siglo XIX, la burguesía industrial dominaba la economía en Inglaterra y Alemania, pero su estilo y su mentalidad seguían estando marcados por la nobleza rural y el Junkertum. El capitalismo había afianzado firmemente su Zivilisation, pero todavía no había absorbido o reemplazado a la vieja Kultur. La modernidad industrial estaba en desarrollo, envuelta en las antiguas formas culturales y atada a relaciones sociales arcaicas. En Francia, fue la revolución la que fertilizó el terreno para el ascenso de la burguesía como clase dominante, no solo desde el punto de vista de la producción, sino también del ethos social. A partir de 1830, bajo la Monarquía de Julio, la burguesía apareció por primera vez en Europa como una clase verdaderamente dominante. La bohemia surge entonces donde la "persistencia del Antiguo Régimen" es más débil. Su principal historiador, Jerrold Seigel, yuxtapuso lo bohemio y lo burgués como los polos positivo y negativo de un mismo campo magnético, que se excluyen uno a otro y al mismo tiempo se involucran, se necesitan y se atraen mutuamente. En relación con la burguesía, que encarna un orden social y político instalado con firmeza y en ascenso, el bohemio representa al vagabundo de la modernidad, una figura de inestabilidad, desplazamiento, desorden; en síntesis: el "gitano de la mente" conforme a la etimología de la palabra, una metáfora de la condición de los auténticos gitanos procedentes de Europa Central y principalmente de Bohemia.
El que aparece en la Inglaterra decimonónica no es el bohemio sino el dandi, el tipo de hombre elegante a la manera de George Brummell, que se aparta del mundo burgués triunfante a través de la exhibición ostentosa de un lujo y un estilo correspondientes a una era pasada, la de la nobleza, de cuyos privilegios y recursos ya no dispone, y menos aún de su conciencia política. Pero comparte definitivamente su estilo y su gusto. En vez de expresar la totalidad de una civilización de una manera orgánica y refinada, el dandi solo retiene del pasado las apariencias externas de un esplendor aristocrático. Las lleva a su extremo, hasta hacer de ellas casi una caricatura, en un contexto donde, desde ese momento, están fuera de lugar. A diferencia del tipo de dandi que exhibe un menosprecio altivo y perfectamente aristocrático por las masas y los diversos lugares de encuentro de la multitud, y a quien no se le ocurriría por nada del mundo ensuciar su impecable vestimenta en un café popular, el bohemio se siente allí en su ambiente natural, su cobijo formativo. Necesita la ciudad con su caleidoscopio de imágenes, sensaciones y estímulos. Tiene que sumergirse en las multitudes urbanas, " como en un reservorio de energía eléctrica", escribe Walter Benjamín. No podría vivir sin la protección ofrecida por las ciudades, los únicos lugares donde, en vez de aparecer como un rebelde solitario, puede construir su propia "contrasociedad", marginal, lo admite, pero decididamente real y compuesta de cafés, posadas, estudios, salas de conciertos, clubes y revistas. Sin embargo, su amor por las multitudes no lo lleva a negar su propia personalidad. Su culto del yo le impide desaparecer en la masa anónima y fragmentada. Si el bohemio la busca, no es para que lo absorba, sino para ocultarse en ella, habitarla como una cubierta protectora, tomarla como inspiración, "usarla" como fuente de experiencias estéticas (la Erlebnis del flâneur) o bien modelarla, orientarla y hacer de ella un sujeto consciente (los conspiradores de Blanqui). Para los conservadores, el bohemio que está en sintonía con la multitud, será siempre un subversivo en relación con el orden social y moral, un peligroso aventurero, aficionado al alcohol y la violencia, tal como lo pinta Tocquevile en sus Recuerdos de la Revolución de 1848.
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