Lo que turba a los hombres no son las cosas, sino las opiniones que de ellas se hacen. Por ejemplo, la muerte no es algo terrible, pues, si lo fuera, a Sócrates le hubiera parecido terrible; por el contrario lo terrible es la opinión de que la muerte sea terrible. Por lo que, cuando estamos contrariados, turbados o tristes, no acusemos a los otros sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras opiniones. Acusar a los otros por nuestros fracasos es de ignorantes; no acusar más que a sí mismo es de hombres que comienzan a instruirse; y no acusar ni a sí mismo ni a los otros, es de un hombre ya instruido.
Filosofar:
Quieres devenir filósofo. Prepárate desde ahora a ser ridiculizado y persuádete de que las gentes ordinarias quieren de ti burlarse y decirte: "!De un día para otro se volvió filósofo. ¿De dónde acá tanta arrogancia?!". Desde ti, que no haya soberbia; pero ataréate fuertemente en las máximas que mejores te hayan parecido y las más bellas. Y recuerda que, si perseveras en tus propósitos, aquellos que en principio se burlaron de ti, enseguida te aceptarán; mientras que si cedes a sus insultos, serás doblemente burlado.
Desear:
No pidas que las cosas lleguen como tú las deseas, sino deséalas tal como lleguen, y prosperarás siempre.
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