George Santayana (Dominios y poderes)

Suele decirse: siempre han existido guerras, luego siempre las habrá. Estas profecías empíricas son completamente falaces en su misma forma. Su verdad sustancial, si son ciertas, depende de que sea verdadero que la misma naturaleza cósmica y humana funcione en todas las edades. Puedo decir con certeza: "todos los hombres del pasado han muerto, luego todos los hombres del futuro también morirán"; porque todos los hombres del futuro serán animales nacidos de una semilla y dotados orgánicamente para reproducción, no para la inmortalidad. Otro tipo de ser no sería un hombre. Pero si alguien hubiera dicho en la antigüedad: "los padres siempre han sacrificado a sus primogénitos, luego siempre seguirán haciéndolo así", este profeta se habría equivocado. Y ello a causa de que el sacrificio del primogénito no es parte necesaria del mecanismo de la reproducción; no está implicado en la paternidad, como la muerte no lo está en la vida. La humanidad puede sobrevivir, y sobrevivir mejor, sin tales sacrificios.

* George Santayana (El sentido de la belleza)

Fougeret de Monbron (El cosmopolita)

Antes no tenía idea de por qué los hombres me eran odiosos. La experiencia me lo ha descubierto. He conocido a mi costa que la dulzura de su trato no compensa los fastidios y sinsabores que resultan del mismo. Estoy totalmente convencido de que en todas partes la rectitud y la humanidad son sólo términos convencionales que en el fondo no tienen nada de real ni de verdadero, que cada uno vive sólo para sí y sólo se ama así mismo, y que el hombre más honrado no es, propiamente hablando, más que un hábil comediante que posee el gran arte de acicalar las cosas bajo la máscara impostora del candor y la equidad. Y por razón inversa, el más malvado y más despreciable es el que menos sabe fingir.
Ésta es justamente toda la diferencia que hay entre el honor y la perfidia. Pero por incontestable que pueda ser esta opinión, no me sorprendería que encontra pocos partidarios. Los más viciosos y corruptos tienen la manía de querer pasar por las personas de bien. El honor es un maquillaje del que hacen uso para ocultar sus iniquidades a los ojos de los demás. ¿Por qué la naturaleza ingrata me ha negado el talento de ocultar las mías?
Un vicio o dos de más -quiero decir, el disimulo y la hipocresía- me han puesto al unísono con el género humano. Sería, en verdad, un poco más pillo. Pero ¿qué desgracia habría en ello? Tendría eso en común con todas las personas honradas del mundo. Disfrutaría como ellas del privilegio de engañar a mis semejantes sin ningún cargo de conciencia. ¡Vanos anhelos! ¡Inútiles deseos!
Mi destino es ser sincero, y mi sino, haga lo que haga, odiar a los hombres a cara descubierta. He declarado antes que los odiaba por instinto sin conocerlos, declaro ahora que los aborrezco porque los conozco, y que no me trataría con indulgencia a mí mismo si no estuviera en mi naturaleza perdonarme antes que a los demás.

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España es la más orgullosa de las naciones y la que tiene menos motivos para serlo, a menos que las cualidades monacales -a saber, la beatería, la holgazanería y la mugre- sean títulos para enorgullecerse. En todo caso, no se le puede negar una gran bravura a este pueblo altanero y soberbio, pero sería de desear que lo templara la humanidad. Se recordarán siempre con tanto horror como indignación los actos crueles y feroces que llevaron a cabo en la conquista del Nuevo Mundo y los ríos de sangre que hicieron correr. Sólo los diablos o los frailes pueden haber inspirado tanta barbarie. No obstante, si creemos a esa buena gente, fueron sólo motivos caritativos lo que hubo en aquellas abominables expediciones. Era la propagación de la fe y la salvación eterna lo que regalaban a todos aquellos desgraciados a quines degollaban. ¡Qué infamia! Así la religión, mediante abusos sacrílegos, se convierte a menudo en pretexto de las iniquidades más perversas, y la maldad de los hombres llega a veces a hacer a Dios cómplice de sus crímenes.
Las falsas muestras de piedad tienen tal predicamento entre los españoles que el mayor de los canallas pertrechado de un escapulario y un rosario pasará por ser un muy buen cristiano, mientras que el más virtuoso que se niegue a llevar semejante baratija será visto como un excomulgado y un réprobo. Esto es lo que producen la superstición y la ignorancia.

José Luis Sampedro (El mercado y la globalización)

17. La limitación arbitraria y egoísta de la globalización liberal, meramente económica y financiera, la sufrimos ya en Europa al adoptar una moneda única, una globalización monetaria. Pero ¿acaso implantamos al mismo tiempo una justicia única, una sanidad global, unos transportes unificados, una educación homogénea, una movilidad laboral, un derecho común? Ni siquiera se actúa en lo esencial de esos aspectos, aceptando variantes secundarias. ¿Acaso hay realmente una política común unificada? Hasta ahora los acuerdos unificadores no han llegado muy lejos en esos campos, aunque han precisado con detalle el mapa de lo económico. Se comprende por tanto que las protestas antiglobalización no son sólo meras reacciones de la probreza exasperada contra los abusos, sino una actuitud vital completa: un movimiento político contra la usurpante supremacía de lo económico y una reividicación del control mediante los votos de la democracia efectiva, de la que abdicaron los gobiernos desregularizadores.

Stefan Zweig (Montaigne)

LA DEFENSA DE LA CIUDADELA

En toda la obra de Montaigne he encontrado una única fórmula, una única afirmación categórica, siempre repetida: <<La cosa más importante del mundo es saber ser uno mismo>>. Ni una posición, ni los privilegios de la sangre o del talento hacen la nobleza del hombre, sino el grado en que consigue preservar su personalidad y vivir su propia vida. Por eso, el arte más elevado entre todos es el de la conversión de uno mismo: <<Entre las artes liberales, empecemos por el arte que nos hace libres>>, y nadie lo ha ejercitado mejor que él. Por un lado parece una aspiración muy modesta, pues a primera vista nada sería más natural que el hombre se sintiera inclinado a <<conducir él mismo su vida siguiendo su disposición natural>>. Pero, bien mirado, ¿hay algo más difícil en realidad? Para ser libre hay que carecer de deudas y lazos y, sin embargo, estamos atados al Estado, a la comunidad, a la familia; nuestros pensamientos están sometidos a la lengua que hablamos. El hombre aislado, completamente libre, es un fantasma. Es imposible vivir en el vacío. Consciente o incoscientemente, somos por educación esclavos de las costumbres, de la religión, de las ideologías; respiramos el aire de la época.
Es imposible librarse de doto ello. Lo sabe muy bien Montaigne, un hombre que durante toda su vida cumplió con sus deberes para con el Estado, la familia y la sociedad, que permaneció fiel, al menos exteriormente, a la religión y observó los buenos modales. Lo único que quiere Montaigne para sí es encontrar la frontera. No debemos darnos, sólo debemos  prestarnos. Hay que <<reservar para uno mismo la libertad del alma y no hipotecarla salvo en contadas ocasiones, cuando lo creemos oportuno>>. No hay necesidad de alejarnos del mundo, de recluirnos en una celda. Pero debemos hacer una distinción: <<Podemos amar esto o lo otro, pero no podemos casarnos sino con nosotros mismos>>. Montaigne no rechaza todo lo que debemos a las pasiones o a la codicia. Al contrario, nos aconseja disfrutar todo lo posible, pues es un hombre de acá, que no conoces limitaciones: al que le gusta la política, debe dedicarse a la política; el que ama los libros, debe leer; el que ama la caza, debe cazar; quien ama la casa, las tierras y los bienes, el dinero y las cosas, debe consagrarse a ellos. Pero para él lo más importante es que uno debe tomar tanto como le apetezca, pero no dejarse tomar por las cosas: <<En la casa, en el estudio, en la caza y en cualquier otro ejercicio, hemos de entregarnos hasta los últimos límites del placer, y evitar comprometernos más allá, donde el dolor empieza a intervenir>>. No hay que dejarse llevar por el sentimiento del deber, por la pasión o por la ambición más allá de donde uno quería y quiere ir, hay que comprobar sin descanso el valor de las cosas, no sobrevalorarlas, y acabar cuando acaba el placer. No convertirse en esclavo, ser libre. 
Pero Montaigne no prescribe reglas. Sólo pone un ejemplo, el suyo, de cómo trata de liberarse de todo lo que lo refrena, lo molesta o lo limita. Se puede intentar escribir una lista:

Liberarse de la vanidad y del orgullo, que es tal vez lo más difícil.
liberarse del miedo y de la esperanza,
de las convicciones y los partidos,
de las ambiciones y toda forma de codicia,
vivir libre, como la propia imagen reflejada en el espejo,
del dinero y de toda clase de afán de concupiscencia,
de la familia y del entorno,

Filosofía sentimental (Frédéric Schiffter)

El estado "patas arriba" es el estado fundamental de toda cosa.
Clément Rosser

Una democracia, ya sea liberal o socialdemócrata, es un orden capaz de mantener durante el mayor tiempo posible la ilusión de una legitimidad tanto por la perennidad de sus instituciones jurídicas como de sus modos de gestión económicos, de sus costumbre como de sus valores, y que, por eso mismo, califica de contra natura cualquier duda sobre su existencia, sobre todo si sus ideólogos repitan una y otra vez que la democracia encierra en sus engranajes el provincial dinamismo del <<progreso>>. Pero, según recordará Maquiavelo, ya sea monarquía o república, un orden perenne no quiere decir eterno. Mientras los humanistas renacentistas italianos se entregaron a una idealización de la antigua civilización romana, el florentino le hizo la autopsia. Para él, la grandeza de Roma fue agonizar con vivacidad durante largos decenios y haber sabido reponerse de cada una de sus remisiones, para mostrarse superior a sus enemigos. Pero el mal al que no pudo resistirse, más temible que una guerra intestina, una campaña militar contra los bárbaros más allá de sus fronteras o una serie de catástrofes naturales caídas del cielo o surgidas de la tierra, fue el cambio de religión y de cultura, que siguió al lento e insidioso trabajo de infiltración y de zapa de la secta cristiana. Así es como la gran metrópoli antigua, construida sobre los vestigios desmenuzados de la nación etrusca, mezcla ahora sus ruinas con el polvo de las estrellas. Acosmismo político de Maquiavelo: la historia es el conflicto ininterrumpido de fuerzas, de facciones, de clanes, de familias, de castas y de clases que pretenden imponer, todas ellas, la supremacia de su orden civilizador al resto de los humanos. Si, sea cual sea la fórmula estatal, una organización social fracasa tarde o temprano en mantenerse para construir un mundo, es por causa del desarreglo íntimo de las pasiones que animan a los individuos y de las disensiones internas de cada uno de los campos en liza, caos en acuerdo perfecto con el desorden universal. <<Todos los autores que se han ocupado de la política [...] concuerdan en decir que quienquiera que pretenda formar un Estado […] debe suponer que los hombres son violentos y están siempre prestos a manifestar esa violencia cada vez que tengan ocasión. Si esa tendencia viciosa no aparece inmediatamente, hay que atribuirlo a alguna razón misteriosa y pensar que no hay tenido la oportunidad de mostrarse; pero, como dice el adagio, el tiempo es partero de la verdad y la sacará rápidamente a plena luz del día>>. Al releer a Maquiavelo me doy cuanta de que me he quedado en anarquista. Con una pequeña diferencia, que habrán comprendido mis amigos o enemigos de izquierdas: que la anarquía no es para mí una opción ideológica ni un ideal que alcanzar, una utopía alternativa en forma de desorden social contra el que ellos luchan. Se me revela como la realidad misma de la política. La madre y la reina de las sociedades, de las naciones, de los imperios, como diría el sabio Éfeso: Lo que me empuja al fanatismo de la inacción.

Fernando Savater (Idea de Nietzsche)

¿ Qué es la Gran Política? La preparación del mundo para el advenimiento del superhombre: la creación de unos valores, y unas formas de vivir que hagan posible el superhombre. Habrá que crear mucho y habrá de destruir mucho tambien. Pues el superhombre no será una consecuencia ineludible del progreso histórico ni de la evolución biológica sino la gran obra de arte política de los filósofos-artistas poleteístas, herederos consecuentes y jubilosos de la muerte de Dios. El superhombre es una meta, un proyecto, pero no en el habitual sentido político de postergación de la vida presente por mor de la futura, sino en el del bosquejo del artista que le guía en su creación y se convierte en recompensa desde el momento mismo en que pone en marcha la libertad de la obra. Porque el superhombre no es una necesidad, no es algo que venga a redimir un mundo ya por sí perfecta e insuperablemente inocente, sino una decisión de los más fuertes, de los más lúcidos y nobles, que por obra de su voluntad de poder llega a ser algo fatal. El superhombre es el sentido de la tierra: <<un ser que el hombre presupone, que todavía no existe, pero que indica la meta de su existencia. ¡Tal es la libertad de todo querer -luego de todo lo arbitrario! ¡En la meta reside el amor, la visión cumplida, la nostalgia!>>. El lema del superhombre no es el <<tú debes>> de Kant y los cristianos, ni siquiera el <<el yo quiero>> del héroe, sino el jubiloso y terrible <<yo soy>> de los dioses griegos.

* Fernando Savater (Ética y ciudadania)
* Fernando Savater (Diccionario filosófico)
* Fernando Savater (Tirar de la cuerda)
Fernando Savater (Política para Amador)
Fernando Savater (Ética de urgencia)
Fernando Savater (Figuraciones mías) Sobre el gozo de leer y ...
Fernando Savater (¡No te prives!) Defensa de la ciudadania
Fernando Savater (La vida eterna)
Fernando Savater (Perdonen las molestias) Crónica de una batalla...
Fernando Savater (Nihilismo y acción)
Fernando Savater (Contra el separatismo)
Fernando Savater (Todo mi Cioran)

Franz Kafka (El desaparecido-América)

El sastre del hotel le probó el uniforme de ascensorista, cubierto exteriormente con botones y trencilla dorados de una forma suntuosa: al ponérselo, sim embargo, Karl se estremeció un poco porque, especialmente en las axilas, la chaquetilla estaba fría, rígida y, al mismo tiempo, irremediablemente húmeda por el sudor de los ascensoristas que la habían llevado antes que él. Hubo que ensanchar el uniforme para Karl, sobre todo en el pecho, porque ninguna de las diez chaquetillas que había le estaba bien ni por casualidad. A pesar de los arreglos que huvo que hacer  y aunque el sastre parecía muy meticuloso (dos veces devolció al taller con sus propias manos el uniforme ya terminado), todo ello exigió cinco minutos apenas y Karl salió del taller vestido ya de ascensorista, con unos pantalones ceñidos y una chaquetilla muy estrecha, a pesar de las decididas afirmaciones en sentido contrario del sastre, que una y otra vez lo incitaba a hacer ejercicios de respiración para ver si realmenrte podía respirar.

* Franz Kafka (Carta al padre)

John Keane (Democracia y sociedad civil)

El catálogo de quejas contra el parlamento, aunque varía de un sistema parlamentario de Europa occidental a otro, ha crecido constantemente. Hoy en día el parlamento tiende a ser visto cada vez más como el sello estampado sobre decisiones que se toman en otra parte. Este punto de vista sigue a menudo a quejas sobre la pompa caballeresca del parlamento, debates ritualizados y preocupación por detalles triviales. También hay signos, muy evidentes en los movimientos sociales, de una convicción creciente de que la democracia no es únicamente un asunto del parlamento, y que son preferibles los compromisos a nivel local e iniciativas sociales [...] Nunca ha existido un régimen político que simultáneamente fomente las libertades democráticas civiles y aboliese el parlamento. Ni tampoco ha existido nunca un régimen político que mantuviese un parlamento democrático y simultáneamente aboliese las libertades civiles. Y, hasta ahora, nunca ha existido un régimen político donde la sociedad civil poscapitalista combinase profundas libertades políticas y un parlamento activo y vigilante. Construir exactamente este tipo de régimen podrá considerarse uno de los desafíos históricos que hacen frente a la tradición socialista contemporánea.

Gianni Vattimo y otros (En torno a la posmodernidad)

LO NARRATIVO EN LA POSMODERNIDAD

Iñaki Urdanibia

La modernidad surgirá con la idea de sujeto autónomo, con la fuerza de la razón, y con la idea de progreso histórico hacia un brillante final en la tierra. Dicho pensamiento se constituye en dos tiempos: el primero será el periodo que va desde le Renacimiento a la Ilustración. La tesis clave de dicho será la tesis del sujeto: <<todos los hombres son, por naturaleza, esencialmente idénticos entres sí>>; de esta tesis se desprende una cierta idea de universalidad y de identidad; el segundo tiempo iría desde el romanticismo hasta la crisis del marxismo, <<la tesis fundamental no es ya la del sujeto sino la de la historia>>, y de ella se desprenderá una cierta óptica relativista. El sujeto pasará a ser pensado <<desde categorias colectivas: la nación, la cultura, la clase social, la raza>>. Dentro de la tesis historicista, tomarán cuerpo el nacionalismo y el socialismo como las dos grandes y principales versiones políticas. Las contradicciones entre ambas tesis serán palpables. <<El intento de articular la idea de sujeto y la idea de historia a través de la idea de progreso es un intento en sí contradictorio: en él se combinan la promesa de liberación y la exigencia de dominación>>. La tesis de progreso surgirá como mediadora de ambas tesis contradictorias, pero ha llegado el momento en que su credibilidad ha hecho agua y es ahí donde surge precisamente con toda su fuerza la crisis de la modernidad.

LA POSMODERNIDAD Y LA CRISIS DE LOS VALORES RELIGIOSOS

Manuel Fernández del Riesgo

La cultura del consumo a promovido un hedonismo narcisista y egoísta, en el que el sujeto, que ha perdido la confianza en sí mismo, proyecta en el mundo sus propios temores y deseos manipulados, sin capacidad crítica y con una actitud insolidaria. Sucumben la relación con el otro y la conciencia política. Al cesar el capitalismo competitivo, frente a un capitalismo hedonista y permisivo, desaparece el individualismo competitivo en el terreno económico, y revolucionario en el terreno político (respecto a la sociedad estamental). En su lugar, surge un <<individualismo puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales que coexistían aún en el reino glorioso del homo economicus>>. Es por ello por lo que Lipovetsky habla de <<una segunda revolución individualista>>. Fruto, según él, de lo que llama, a nuestro modo de ver desacertado, un proceso de personalización. En verdad, lo que se ha dado es un repliegue individualista, que no tiene nada que ver con un auténtico proceso de personalización. El individuo actual vibra sobre un transfondo nihilista y una búsqueda inútil de significados. El proceso de personalización exigiría profundización crítica y consensualización de una jerarquía de valores, compromiso y apertura al otro. El desarrollo auténtico de la persona exige la mediación de la relación interpersonal. No hay personalización sin desarrollo de la alteridad.

EL PESIMISMO ILUSTRADO

Fernando Savater

El pesimismo es una disposición teórica fundamentalmente referida a los propósitos y resultados de la acción humana: no es tanto una concepción del mundo como una perspectiva práctica. Considera que los más altos ideales humanos (felicidad, justicia, solidaridad, etc.) nunca pueden ser conseguidos ni individualmente ni colectivamente de modo plenamente satisfactorio; que ni siquiera son del todo compatibles entre sí; que los hombres no ocupan ni remotamente el centro del cosmos, que no ha sido instituído ni organizado con el fin de satisfacerles; que el dolor y la contrariedad tienen una presencia abrumadora y determinante en la existencia humana; que en cada caso dado, ceteris paribus, es más probable que la situación se incline hacía lo insatisfactorio para el hombre en lugar de colmar sus esperanza; que esto de debe tanto a la estructura de la realidad -opaca y poco penetrable a nuestros deseos- como a la índole de nuestros deseos mismos, racionalmente incontrolables, mucho más volcados hacia la desmesura que hacia la conformidad; que la muerte es la única liberación definitiva, aunque temida y no deseada, de tantas dificultades. El pesimismo absoluto es inmanente y reconoce esta descripción de nuestro caso como definitiva, mientras que el pesimismo relativo permite una cierta apertura hacia la transcendencia y fantasea soluciones ideales en un más allá ultrahistórico y teológico. El pesimismo tiene una acentuada vertiente moral: el incurable egoísmo de los hombres les imposibilita para una auténtica cooperación social, por lo que la anhelada reforma de la comunidad nunca podrá ser realmente llevada a cabo o de serlo producirá trastornos tan graves o más que los males erradicados. Este último aspecto o su énfasis es el que motiva lo más radical de la oposición de los optimistas, que consideran el pesimismo como una self-fulfilling prophecy, una justificación sofisticada del inmovilismo conservador.

Vattimo, Gianni (Adiós a la verdad)

Umberto Eco y Carlo Maria Martini (¿En qué creen los que no creen?) Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio.

¿Cuando empieza la vida humana?
Querido Carlo Maria Martini:
De acuerdo con la propuesta de esta revista se nos vuelve a presentar la ocasión para nuestro coloquio trimestral, La finalidad de este intercambio espitolar es establecer un terreno de discursión común entre laicos y católicos (donde usted, se lo recuerdo, habla como hombre de cultura y creyente, y no en calidad de príncipe de la Iglesia). Me pregunto, sin embargo, si de lo que se trata es de hallar únicamente puntos de consenso. ¿Vale la pena que nos preguntemos recíprocamente qué pensamos sobre la pena de muerte o sobre el genocidio, para descubrir que, en lo que se refiere a ciertos valores, nuestro, acuerdo es profundo? Si ha de haber diálogo, deberá tener lugar también en las zonas en las que el consenso no exista. Pero esto tampoco basta: que, por ejemplo, un laico no crea en la Presencia real y un católico obviamente sí, no constituye causa de incomprensión, sino de mutuo respecto hacia las respectivas creencias. El punto crítico se encuentra allí donde del disenso puedan surgir choques e incomprensiones más profundos, que se traduzcan en un plano político y social [...]
Umberto Eco, junio de 1995

La vida humana participa de la vida de Dios
Querido Umberto Eco:
Con toda razón recuerda usted, al principio de su carta, el objeto de este coloquio epistolar. Se trata de establecer un terreno de discursión común entre laicos y católicos, afrontando también aquellos puntos en los que no hay consenso. Sobre todo, aquellos puntos que se traducen en conflictos en un plano político y social. Estoy de acuerdo, siempre que se tenga la valentía de desenmascarar antes que nada los malentendidos que están en las raíces de la incomprensión. Resultará entonces mucho más fácil medirse con las verdaderas diferencias. Y ello con tanta más pasión y sinceridad, cuanto más afectado e implicado resulte uno por el tema en cuestión, dispuesto a <<pagar en persona>>. Por ello aprecio mucho su primera aclaración sobre el tema de la Vida: el nacimiento de un niño es <<algo maravilloso, un milagro natural que hay que aceptar>> [...]
Carlo Maria Martini, junio de 1995

Umberto Eco (Construir al enemigo)

Victoria Camps (La imaginación ética)

El <<termino medio>> de la virtud aristótelica coloca a la ética en el lugar justo: el de la decisión, previa deliberación, único reducto desde el que cabe hablar de libertad o autonomía moral. Porque la libertad para nosotros no es ni será nunca <<conocimiento de la necesidad>>; tampoco es <<libertad de la voluntad>>, ese oscuro concepto que Schopenhauer renunció a entender. Es, por lo contrario, indeterminación, indecisión y duda, precisamente allí donde la incertidumbre más nos duele porque no podemos ni debemos eludir la decisión. Al fin y al cabo, ya Platón desistió de su proyecto de conseguir reyes sabios y buenos, no sólo porque la voluntad es débil, sino porque la ignorancia forma parte de nuestras limitaciones, y son éstas precisamente las que provocan la reflexión ética. Sin las escaseces, miserias y deficiencias que sufrimos, la ética carecería de estímulos para desarrollarse.

* Victoria Camps (Elogio de la duda) 

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