<<el que imita, le digo, debe hacer de manera que lo que escribe sea semejante pero no igual, que la semejanza no sea la que hay entre el original y la copia, que cuanto más semejanza tanto más loable es, sino la que debe haber entre padre e hijo; entre los cuales, aunque se dé mucha diferencia en el aspecto, hay, sin embargo, una como sombra de semejanza, a la que los pintores llaman "aire", que se capta particularmente en el rostro y en os ojos, y hace que, visto el hijo, se recuerde al padre, aunque después, si de desciende a un examen particular, todo aparecería diferente; pero mientras tanto hay un no sé qué de misterioso que produce el efecto de que acabo de hablar. Así, también, nosotros debemos hacer de modo que, si algo de semejante, lo más sea diferente, y que aquello poco de semejante que hay esté escondido de tal manera que no se lo pueda descubrir sino mediante una investigación silenciosa de la mente, de modo que la semejanza sea más intuída que definida de manera expresa. Debemos, en suma, servirnos del ingenio y del color ajenos, pero no de las palabras (...) Es preciso, en conclusión, seguir el consejo de Séneca, dado ya antes por Horacio escribir como las abejas hacen miel, no manteniendo las flores, sino convirtiéndolas en paneles, de modo que de muchos y diversos elementos nazca una cosa diferente y mejor.>>
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