Johann Chapoutot (Libres para obedecer) El management desde el nazismo hasta hoy

MANAGEMENT Y PRESERVACION DEL «RECURSO HUMANO»

El trabajo teórico de los juristas nazis sobre la «dirección de los hombres», el Menschenführung, que traduce y germaniza el término americano management, es indisoluble de una ambición y de una obsesión: poner fin a la «lucha de clases» mediante la unidad racial y el trabajo conjunto en beneficio de Alemania y la Volksgemeinschatf («Comunidad del pueblo»). La idea según la cual el grupo humano es una sociedad formada por individuos y marcada por conflictos de clase es, según los nazis, una aberración que se debe a los revolucionarios franceses y a sus inspiradores (empezando por Rousseau), así como a Karl Marx y a los judeobolcheviques alemanas y rusos.

La celebración del Día del Trabajo el 1 de mayo de 1933 se aprovechó para proclamar, en una gran ceremonia en Berlin-Tempelhof, el fin de la lucha de clases y el advenimiento de una sociedad de «camaradas de raza» (Volksgenossen) unidos en la lucha que Alemania debe llevar a cabo por su propia supervivencia. 

La visión nazi del mundo y de la historia es sombría: la vida es una lucha permanente contra la naturaleza, contra las enfermedades, contra otros pueblos y otras razas. Ese topos del darwinismo social se radicalizó y se repitió bajo el Tercer Reich, en una Alemania fuertemente sacudida por traumas que van sucediéndose uno tras otro: modernización rápida y brutal de 1871 a 1914, Gran Guerra (1914-1918-19) y derrota, casi guerra civil entre 1918 y 1923, hiperinflación en 1922 y 1923 y otra vez gran crisis económica, social y política —así como cultural y psicológica— a partir de 1929. La representación obsidional de una Alemania amenazada por todas partes y sitiada encuentra así elementos ciertos de verosimilitud en la historia reciente: con su discurso ansiogénico y deplorable, los nazis saben que tienen eco en la experiencia de sus contemporáneos. 

Un discurso que es tanto más atendido cuanto que no se contenta con lamentarse: también propone «soluciones», desde una lógica socialdarwiniana, entremezclada de racismo y de eugenesia, lo cual, una vez más, resulta perfectamente asumido. Para que el pueblo alemán sobreviva en este universo hostil, es necesario combinar dureza (Härte) y (Heil) y conseguir que los Volksgenossen sean los más «eficientes» posible. El termino leistungsfähig, que era omnipresente en esa época, puede traducirse como «eficiente«, y también como «productivo» o «rentable». La Leistung es ante todo la acción, el hecho de hacer algo, y también hacerlo mucho (productividad) e intensamente (rentabilidad). La Leistung, como el trabajo, es una cuestión de raza. 

[...] Para los nazis y todos aquellos que comparten la misma sensibilidad, el hombre es el hombre de la «comunidad» (Gemeinschaft) y del «trabajo» (Arbeit). Se ocupa de producir objetos (armas, nutrientes, por ejemplo) y niños para devolver a la «comunidad del pueblo» lo que esta le ha dado (cuidados al recién nacido, educación al niño...) y devolverle el céntuplo siendo competente. En caso de necesidad, esa competencia debe reforzarse con la química, que es otra obra notable del genio germánico: el consumo masivo de metanfetaminas, en forma de píldoras de Pervitin, prescritas a trabajadores y soldados para aumentar en ellos el tiempo de vigilia, la agudeza psicológica y la presencia física, es buen testimonio de ello.

Esa visión del individuo —que no existe en sí mismo, puesto que «el individuo no es nada, su pueblo lo es todo»— es a un tiempo utilitarista y cosificante. Transforma a cada uno en cosa (res), en objeto, que debe ser útil para tener derecho a vivir y a existir. El individuo germánico se convierte en una herramienta, un material (Menschenmaterial) y un factor —factor de producción, de crecimiento, de prosperidad—. El racismo nazi es eugenésico, no basta con tener la sangre y el color de piel apropiados, también hay que ser plenamente empleable como aparato productor y reproductor. Como el pronóstico genético prenatal no existía en esa época, lo que se hace es un diagnóstico: todos aquellos que se considera que son enfermos hereditarios deben quedar excluidos del ciclo procreador (400.000 esterilizaciones forzadas entre 1933-1945), o incluso de asesinados, como es el caso a partir del comienzos de la guerra, en 1939 (200.000 muertos hasta 1945), en el marco de la acción T4 y sus extensiones: podemos ver por consiguiente, que el crimen contra la humanidad y la masacres de masas también afectan a la biología o, literalmente, la biomasa «germánica« cuando esta se considera insatisfactoria o deficiente. Los «seres no competentes» no «productivos», no «rentables» son «seres indignos de vivir», meros «envoltorios corporales humanoides vacíos» que deben quedar excluidos del «patrimonio genérico alemán». Los médicos tienen tanto menos escrúpulos en colaborar en esa empresa de ingeniería biopolítica o, por decirlo en palabras de un jurista nazi, «bionómina» cuanto que consideran que el sujeto que hay que tratar no es el individuo, sino el «cuerpo» de la «comunidad del pueblo» en su conjunto, de la que los individuos son solo miembros.

[...] El hombre alemán, por lo tanto, no debe estar enfermo, ni ocioso ni comprometido contra el nuevo poder. Como procreador, debe ser de constitución saludable y mantenerse así por medio de la higiene y del deporte, con el fin de curtirse para el trabajo, así como para la guerra. Ya hemos hablado en otro momento de que el tríptico procrear-combartir-reinar, resume la misión histórica y la vocación biológica del germano. La producción por el trabajo es una de las modalidades de ese combate, sobre todo en un contexto estratégico en el que la producción económica está orientada por y hacia la guerra por venir. Ya en 1933, y más aún a partir de 1936, la economía alemana se puso en orden de batalla de cara a una guerra que estaba prevista para 1940 como muy pronto. La reorientación de la producción es cualitativa (hay que producir armas y sus componentes), aunque también cuantitativa (hay que producir mucho). Lo que se les exige a los trabajadores alemanes de la industria pesada, de la industria química, a los productores de componentes eléctricos, etcétera, es considerable en términos de esfuerzo físico y de inversión de tiempo. 

G.K. Chesterton (Lo que está mal en el mundo)

LA FRIALDAD  DE CLOE

Oímos hablar mucho del error humano que acepta lo que es falso y lo que es real. Pero merece la pena recordar que, en los asuntos poco familiares, a menudo confundimos lo que es real con lo que es falso. Es cierto que un hombre muy joven puede pensar que la peluca de una actriz es su verdadero pelo. Pero también es cierto que un niño más joven aún puede pensar que el pelo de un negro es una peluca. Sólo porque el lanudo salvaje es remoto y bárbaro, él parece extrañamente limpio y pulcro. Todo el mundo debe de haber notado lo mismo en el color fijo y casi ofensivo de todas las cosas poco familiares, los pájaros tropicales y las flores tropicales. Los pájaros tropicales parecen juguetes en una juguetería. Las flores tropicales parecen sencillamente flores artificiales, como objetos hechos de cera. Éste es un asunto profundo y, creo, conectado con la divinidad, pero en cualquier caso es cierto que cuando vemos las cosas por primera vez, sentimos inmediatamente que son creaciones ficticias; sentimos el dedo de Dios. Sólo cuando estamos completamente acostumbrados a ellas y nuestros cinco sentidos están cansados, las vemos como cosas raras y sin objeto; como las copas informes de los árboles o la nube que pasa. En sentido de las mezclas y las confusiones en ese diseño sólo llega después, a través de la experiencia y de una monotonía casi misteriosa. Si un hombre viera las estrellas de repente por casualidad, pensaría que son tan festivas y falsas como unos fuegos artificiales. Hablamos de la locura de pintar un lirio, pero si vemos el lirio sin advertencia previa, pensaríamos que está pintado. Decimos que el diablo no es tan negro como lo pintan, pero la propia frase es testimonio de la relación entre lo que se llama «vivido» y lo que se llama «artificial». Si el sabio moderno echara un solo vistazo a la hierba y al cielo, diría que la hierba no es tan verde como la pintaban, que el cielo no es tan azul como lo pintaban. Si uno pudiera ver el universo entero de repente, parecería un juguete de brillantes colores, igual que al cálao sudamericano parece un juguete de brillantes colores. Y eso es lo que son... ambos, naturalmente. 

[...] Se dice que el siglo XVIII fue un tiempo de artificialidades, al menos en lo externo, pero, sin duda, se puede decir un par de cosas sobre esto. En el discurso moderno, se usa la artificialidad queriendo expresar indefinidamente una especie de engaño; y el siglo VXIII era demasiado artificial para engañar. Cultivaba ese completísimo arte que no esconde el arte. Sus modas y sus trajes revelaban sin duda la naturaleza al permitir el artificio; como aquel obvio ejemplo del barbero que escarchaba todas las cabezas con la misma plata. Sería fantástico decir que eso era prueba de una singular humildad que ocultaba la juventud; pero, la menos, no era lo mismo que el orgullo malentendido que ocultaba la avanzada edad. Bajo los dictados de la moda del siglo XVIII, la gente no pretendía parecer joven, más bien aceptaba ser anciana. Lo mismo se puede aplicar a la más extraña y antinatural de sus modas: eran extravagantes, pero no falsos. Una dama podía ser o no ser tan roja como el colorete que se aplicaba, pero sin duda no era tan negra como los lunares con los que se adornaba. 

Pero sólo introduzco al lector en este ambiente de las ficciones más antiguas y más francas para inducirlo a tener paciencia durante un instante con cierto elemento que es muy corriente en la decoración y la literatura de esa época, y de los dos siglos que la precedieron. Hay que mencionarlos en este contexto porque es exactamente una de esas cosas que parecen tan superficiales como los polvos, y están en realidad tan arraigadas como el pelo.

En las antiguas canciones de amor floridas y pastoriles, sobre todo las de los siglos XVII y XVIII, encontramos un perpétuo reproche contra la mujer en lo que se refiere a su frialdad; incesantes y rancios símiles que comparan sus ojos con las estrellas del norte, su corazón con el hielo, o su pecho con la nieve. Ahora bien, la mayoría de nosotros ha supuesto siempre que esas viejas frases itinerantes son un simple patrón de palabras muertas, una cosa como un frío papel de pared. Pero creo que esos antiguos caballeros poetas que escribían sobre la frialdad de Cloe, entendían una verdad psicológica que se pierde en casi todas las novelas psicológicas realistas de hoy. Nuestros novelistas psicológicos representan eternamente a las esposas aterrorizando a sus maridos, cuando ruedan por el suelo, rechinan los dientes, lanzan al aire los muebles o envenenan el café; todo esto según una extraña teoría fija que dice que las mujeres son lo que ellos llaman emocionales. Pero lo cierto es que la forma antigua y frígida está mucho más cerca de la realidad vital. La mayoría de los hombres, si son sinceros, estarán de acuerdo en que la cualidad más terrible de las mujeres, ya sea en la amistad, en el cortejo o en el matrimonio, no es el ser apasionadas, sino el no serlo.

Hay una espantosa armadura de hielo que tal vez sea la protección legítima de un organismo más delicado, pero sea cual fuere la explicación psicológica, el hecho en sin duda incuestionable. El grito instintivo de la hembra iracunda es moli me tangere. Lo entiendo como el ejemplo más obvio y al mismo tiempo el menos trillado de una cualidad fundamental en la tradición femenina, que ha tendido en nuestro tiempo a ser inconmensurablemente malentendida, tanto por parte de los moralistas como por parte de los inmoralistas. El nombre propio de la cosa en cuestión es «modestia», pero, como vivimos en un tiempo de prejuicios y no debemos llamar a las cosas por su nombre, nos ceñiremos a una nomenclatura más moderna y lo llamaremos «dignidad». Sea lo que sea, es lo que mil poetas y un millón de amantes han llamado «la frialdad de Cloe». Es semejante a lo clásico, y es como poco lo opuesto de los grotesco. Y como aquí estamos hablando principalmente de tipos y símbolos, quizá se pueda encontrar una explicación de la idea tan buena como cualquier otra en el mero hecho de que la mujer lleve falda.  Es muy típico del feroz mimetismo que ahora pasa por ser emancipación el que hace muy poco tiempo fuera corriente que una mujer «avanzada« exigiese el derecho a llevar pantalones; un derecho más o menos tan grotesco como el de llevar una nariz postiza. No sé si la libertad femenina avanza mucho gracias la hecho de llevar una falda en cada pierna; tal vez las mujeres turcas puedan ofrecer alguna información al respecto. Pero si la mujer occidental camina por ahí (por así decirlo) arrastrando consigo las cortinas del harén, es bastante cierto que su tejida mansión está pensada para ser un palacio ambulante, no una prisión ambulante. Es muy cierto que la falda representa la dignidad de la mujer, no la sumisión de la mujer; esto puede demostrarse con la más simple de las pruebas. Ningún gobernante se vestiría deliberadamente con los reconocidos grilletes de un esclavo; ningún juez aparecería cubierto con el símbolo de la fecha. Pero cuando los hombres desean impresionar de manera segura, como los jueces, sacerdotes o reyes, llevan faldas, las largas y flotantes túnicas de la dignidad femenina. Todo el mundo está bajo el gobierno de las enaguas, pues incluso los hombres llevan enaguas cuando desean gobernar.

Luis del Pino (La dictadura infinita) La evolución autoritaria de un Occidente cobarde y cansado de sí mismo

AUTORITARISMO CLIMÁTICO

El pasado 6 de diciembre de 2021 la revista American Political Science Review publicaba un artículo con el título «Legitimidad política, autoritarismo y cambio climático» en el que directamente se afirmaba que si los sistemas democráticos «se muestran incapaces de dar respuesta efectiva a la crisis climática», podría ser necesario «adoptar un enfoque más autoritario».

El autor del artículo es el estadounidense Ross Mittiga, un activista climático y profesor en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad Católica de Chile.

A juicio del autor del artículo, «la protección de los derechos básicos y la sujeción a procesos democráticos» son discutibles, mientras que la legitimidad fundamental de los gobiernos «descansa en garantizar la salud y seguridad actuales y futuras de sus ciudadanos», por lo que «los gobiernos que no quieran o no puedan llevar a cabo esta función» son ilegítimos.

En consecuencia, dado el estado de emergencia climática, «los gobiernos que actúen para preservar y proteger el medio ambiente... son (más) legítimos, mientras que los gobiernos que no actúen no lo son (o lo son menos)».

«En momentos de crisis», continúa el autor del artículo, los mecanismos de la democracia liberal podrían obstruir la labor de los gobiernos, «por lo que puede ser necesario recurrir a poderes de emergencia, que a menudo son autoritarios en cuanto a su carácter y alcance». 

¿Para qué podrían utilizar los gobiernos esos poderes autoritarios legitimados por la crisis climática, según el autor? 

En primer lugar, para «obligar a los ciudadanos a cambiar significativamente sus estilo de vida... por ejemplo reduciendo la ingesta de carne». Si esas restricciones son necesarias, entonces se las puede imponer justificadamente, «incluso si el hacerlo va contra los deseos democráticamente expresados o viola los derechos individuales o de cierto grupo». 

«También podemos imaginar —sigue el autor— un régimen de censura que impida la proliferación de desinformación y de negacionismo climático en los medios de comunicación». Dado que la libertad de expresión y la libertad de prensa «se han utilizado de formas que han socavado (y siguen socavando) una acción climática efectiva, dicha censura puede estar justificada». 

Y no solo las libertades de prensa o de expresión: «De la misma forma, responder de manera efectiva al cambio climático podría requerir relajar los derechos de propiedad, para poder nacionalizar, cerrar o reorientar ciertas empresas, particularmente en los sectores energéticos y agrícola».

Por supuesto, «los gobiernos también podrían justificadamente limitar ciertas instituciones y procesos democráticos, en la medida en que afecten a la promulgación o implementación de la política medioambiental».

¿A qué limitaciones de las «instituciones y procesos democráticos se refiere el autor? Pues, por ejemplo:

. A «imponer exámenes climáticos a los candidatos a cargos públicos».

A impedir el acceso a cargos públicos «a cualquiera que tenga relaciones significativas con industrias que dañen el clima o que tenga un historial de negacionismo climático».

. A establecer «instituciones capaces de revertir decisiones democráticas previas (expresadas, por ejemplo, en referendos o plebiscitos)» que choquen con «las necesarias políticas climáticas». Por ejemplo, el autor sugiere la posibilidad de crear un «Tribunal Supremo de Expertos Climáticos» que pueda «avaluar, modificar o derogar toda legislación que exacerbe la crisis climática o contribuya a otras formas graves de destrucción medioambiental». 

Esta lista, dice el autor con toda sinceridad, «no describe de manera exhaustiva todo lo que el autoritarismo climático podría implicar».

«Pero el punto principal», concluye, es que si los mecanismos de la democracia liberal impiden la urgente y necesaria acción climática, esos mecanismos pueden «relajarse o suspenderse hasta que la (amenaza creíble de) emergencia haya pasado». Observen ustedes especialmente el paréntesis introducido por el autor del artículo: para suspender los mecanismos democráticos no haría falta ni siquiera que exista una emergencia; con que exista una amenaza creíble de que vaya a existir una emergencia, basta. El autor no lo aclara, pero cabe deducir que no serán precisamente los ciudadanos quienes decidirán democráticamente qué amenazas son creíbles (y justifican suspender los derechos democráticos) y cuáles no. 

El artículo es escandaloso, por supuesto. Vuelvan al principio de este capítulo e imaginen qué se diría si un lider occidental, como por ejemplo Donald Trump, hubiera hecho un llamamiento similar a imponer regímenes autoritarios, justificándolo con la «emergencia migratoria», con la «lucha contra la droga» o con la «guerra contra el fundamentalismo islámico». 

Pero lo verdaderamente inquietante no es el contenido del artículo en sí, sino el hecho de que se haya publicado en una de las más influyentes revistas estadounidenses de teoría política. La American Political Science Review es la principal de las revistas de la Asociación Americana de Ciencias Políticas (American Political Science Association, APSA), fundada en 1903 y que cuenta en la actualidad con más de 11.000 miembros en más de un centenar de países. Una versión previa del artículo de Ross Mittiga fue presentada y discutida en 2020 en la conferencia anual de la APSA.

El artículo no es, por tanto, la opinión de un autor más o menos exaltado o friki, sino la expresión de unas ideas que un influyente sector académico del campo de las ciencias políticas en Estados Unidos considera legítimas, admisible y dignas de ser publicadas y discutidas.

Es el hecho, precisamente, de que esas llamadas al autoritarismo sean consideradas publicables y legítimas lo que resulta inquietante, ya que indica que los intentos de «dar por superados» los sistemas liberales democráticos están ya en marcha, y con una fuerza que proyecta oscuras sombras sobre el futuro de la democracia en Occidente.

Porque lo cierto es que esa corriente en favor del autoritarismo con coartada ecológica no es nueva, ni muchos menos.

Norbert Bilbeny (Moral barroca) Pasado y presente de una gran soledad

 INDIVIDUALISMO

[...] El Barroco español fue también una cultura de la individualidad. En ella la gente muestra alianzas y complicidades, pero solo cuando se ve agraviada. No hay fraternidad ni un sentido explícito de lo comunitario. Y apenas encontramos autores que nos hablen de la amistad. Lo que predomina era el temor al otro, a su delación, y acabar siendo encausado por la Inquisición, como hereje o persona de sangre impía. De este modo era difícil tejer la solidaridad en una sociedad escendida entre la cultura elitista, la hidalga, la conversa y la puesta bajo sospecha. La literatura del Barroco es la crónica de una gran soledad. Prevalecía el individuo, no en su forma liberal —la del «individualismo posesivo» de la burguesía inglesa de aquel mismo siglo XVII—, sino en la forma feudalizante, aún, de las perrogrativas del rango y del honro.

En la Francia de aquel tiempo reaparece también la defensa del amour-propre —otrora condenado por los Padres de la Iglesia— en los escritos de moralistas como Pascal y La Rochefoucauld («L`intérêt est l´âme de l´amour-propre», Máximas, nº 24). También en nuestro siglo asistimos a un individualismo que no solo es posesivo, sino que, además, o alternativamente, quiere medirse a través de la posición que dentro del conjunto social ocupa el individuo. Así, son hoy elementos diferenciadores el poder, la fama, el prestigio o reputación, el estilo de vida, los signos de estatus social y, para todos, la moda y su jerarquía de marcas y precios, como hitos, todos, de la carrera por la distinción que corren tantas personas. El actual fenómeno masivo de la moda no existía sin el trasfondo psicológico de la vanidad y a la vez de las inseguridades personales de nuestro tiempo y que fueron también las del tiempo del Barroco. Hasta la ciencia y el mundo académico muestran hoy en muchos de sus individuos un exceso de «posicionamiento», con afán de autopromocionarse —el autobombo de citarse y conseguir citas ajenas— y hacer de la propia obra y persona toda una marca. En general, se da ya por descontado que el afianzamiento de una carrera profesional, empezando por el cultivo del curriculum vitae y la dramaturgia de la entrevista de trabajo, incluirá ese arte de la autopromoción narcisista. 

Vana vanidad digital. La obsesión por hacerse uno mismo fotografías y publicarlas acto seguido y sin reservas en Instragram y las redes sociales es la guinda visible de ese individualismo narcisista, característico del mundo actual. Para llamar la atención y destacarse del resto hay que exhibir en la iconosfera digital la vida personal e íntima en todos sus aspectos y momentos. Reviviendo la exterioridad cara al Barroco, la exhibición narcisista se concentra más en la representación de la imagen de uno o una que en la presentación de la propia identidad. Las nuevas generaciones han nacido y crecido en este entorno de pantallas como supuestas únicas ventanas para asomarse a ser vistos en el mundo, al precio, entretanto, de la espectacularización de la vida privada. El instagramer de hoy es otro representante de la vanidad barroca necesitada de espectáculo, transformando así al consumidor en productor, ahora dentro del engranaje capitalista y entonces dentro del ocaso del feudalismo rural y entreviendo las primeras formas del libre comercio. Comedias, libros y cuadros empezaron a tener un precio de mercado.

Durante el Barroco se inicia el modo de producción cinemático que domina hoy en la economía capitalista. El motor del negocio de la información es la mise-en-scène permanente, y sin individualismo exhibicionista, sin postureo, no hay tal puesta en escena ni negocio resultante. El postureo es una actitud que viene forzada por la conveniencia o por las ganas de agradar, mostrando, por ejemplo, que el individuo «está en forma», sabe elegir lugares, platos de comida o libros para leer —o fingir que lee— en la playa. Tiene un componente narcisista, pero no es totalmente narcisismo, porque a diferencia de este hay una necesidad de aprobación y en definitiva de contacto, aunque sea virtual, con los demás. No es un neurótico, como atribuye el mismo Freud al narcisista en su obra Introducción al narcisismo. El postureo es un narcisismo de baja intensidad, un exhibicionismo normalizado porque todos hacen igual y no escandaliza. En cambio, el narcisista está enamorado de sí mismo, y no precisa tanto alimento exterior, como es propio del sujeto solitario e inseguro de los tiempos actuales. Con el postureo se cree capaz de monitorizar su cuerpo y persona a través de la generación y maquillaje de su propia imagen. No se mira al espejo, él o ella creen ser espejo para el otro.

Hay, pues, un fondo triste en tanto que viven hoy de aparentar a través de las redes sociales, los medios de comunicación y los espectáculos. Son su vía de escape de la realidad que deben de suplir con el suministro de imágenes impostadas de felicidad y la ilusión de merecer el agrado y la aprobación de quienes las reciben. Ni siquiera el postureo actual, también a diferencia del narcisista, o del modelo esnob, pretende conscientemente diferenciarse de los demás, porque sabe que en postureo todos acaban siendo iguales. Y a diferencia también de aquellos, no tienen un yo integrado y desbordante, sino achicado y a trozos. Un yo que muestra por entregas a sus sufridos destinatarios cómplices, Su objetivo es agradar, ser aprobado y, sobre todo, darle una salida a su aislamiento.

En las redes actuales se vive en la absoluta ficción: uno cree ser único y es en realidad otro más. El sujeto del Barroco también vivía en un sueño, pero su individualidad no era un ficción. Y también parece más rica. Así, Quevedo muestra su lucidez al darse cuenta por lo menos del engaño que representa su individualismo, dando su vida por perdida

... ya que abracé los santos desengaños
que enturbiaron las aguas del abismo
donde me enamoraba de mí mismo.
                                    
                            (Heráclito cristiano, salmo 8)

[...] En nuestro tiempo el transfondo de la pregunta por la identidad personal ya no es cristiano ni estoico, pero sí igualmente existencial, como en el pasado barroco. No nos preocupa si somos, sino quiénes somos, ya que nuestro yo cambia de una situación a otra y así lo sentimos igual que aquellos antepasados: policéntrico y como sostenido en el aire. Un yo mestizo a la fuerza: ora integrado, ora marginal; ora público, ora privado, gozoso y fracasado; reflexivo y volátil. Superficial y pasajero, como las mil imágenes de que se alimenta cada día. En una palabra, el individuo se pregunta hoy, igual que ayer, por su propia mismidad

Para algunos científicos no es inimaginable pensar que dentro de unas décadas nuestro yo, ese núcleo complejo de información y recursos cognitivos, incluso emocionales, estará repartido como un híbrido entre nuestro cerebro, algún ingenio portátil y una potente base externa de datos —la nube—, accesible mediante una contraseña. Entonces nos preguntaremos aún con mayor motivo —si es que el preguntar permaneciera— quiénes somos.

Bilbeny, Norbert (La justicia como cuidado de la existencia)
Bilbeny, Norbert (La vida avanza en espiral) Conversaciones sobre...
Bilbeny, Norbert (Robótica, ética y política) 

Byung-Chul Han (Capitalismo y pulsión de muerte)

VACÍO ANGUSTIOSO

La autolesión se ha convertido hoy entre los adolescentes en un fenómeno de masas. Miles de adolescentes se autolesionan en Alemania. Se infligen heridas a sí mismos intencionadamente y sienten con ello un profundo alivio. El método usual es hacerse cortes en el brazo con una cuchilla de afeitar. La autolesión se acaba convirtiendo en una verdadera adicción.

Como sucede en toda adicción, el intervalo entre las autolesiones se vuelve cada vez más breve y las dosis aumentan. Los cortes son cada vez más profundos. Los afectados sienten una «necesidad de autolesionarse». ¡Cómo compatibilizar la autolesión con el creciente narcisismo que caracteriza al individuo de hoy?

Quienes se autolesionan sufren a menudo depresiones y trastornos de ansiedad. Los angustia la sensación de culpa y vergüenza, de autoestima dañada. La constante sensación de vacío interior hace que ya no sientan nada. Solo al autolesionarse llegan a sentir algo.

De las personas que sufren depresiones o trastornos límites de la personalidad se escucha a menudo esta queja: «No me siento a mí mismo». Justamente muchos de los que se autolesionan sufren depresiones o un trastorno límite de la personalidad. Autolesionarse es, al parecer, un intento totalmente desesperado de sentirse a sí mismo, de restablecer la sensación de sí mismo. El cuerpo llora lágrimas rojas. Sangro luego existo.

¿De dónde viene la angustiosa sensación de vacío? Antes que nada es importante distinguir entre narcisismo y egoísmo. El sujeto del egoísmo se delimita para distinguirse del otro. Aquí hay una frontera clara del yo que lo diferencian del otro. Por el contrario, en la referencia narcisista a sí mismo se tergiversa al otro hasta que el yo acaba reconociéndose en él. El sujeto narcisista percibe el mundo como una modalidad de sí mismo.

La fatídica consecuencia es que el otro desaparece. La frontera entre el yo y el otro se difumina. El yo se difunde y se hace difuso. Un yo estable solo surge en vista del otro. Por el contrario, la autorreferencia excesiva y narcisista genera una sensación de vacío. El yo se ahoga en sí mismo.

Hoy en día las energías libidinosas se invierten sobre todo en el yo. La acumulación narcisista de libido del yo provoca la eliminación de la libido objetal, es decir, de la libido que se invierte en los objetos. La libido objetal crea un enlace con el objeto que, en contrapartida, estabiliza al yo. Cuando no hay ningún enlace con objetos y yo es devuelto a sí mismo, y esto hace que se desarrollen sentimientos negativos como la angustia o la sensación de vacío.

Hoy hay muchos imperativos sociales que provocan una saturación narcisista de la libido del yo. Esa saturación produce enfermedad. Por ejemplo el imperativo de autenticidad. Este imperativo desarrolla una compulsión narcisista a preguntarse, a espiarse y acecha permanentemente a sí mismo y, especialmente, a culparse constantemente a sí mismo. 

Muchos adolescentes sufren hoy angustias difusas, miedo a fracasar, miedo a fallar, miedo a quedarse descolgado, miedo a cometer un error o a tomar una decisión equivocada,  miedo a no estar a la altura de las propias exigencias. Uno se avergüenza de su propia insuficiencia. La autolesión es también un ritual de autocastigo.

La falta de autoestima que conduce a la autolesión apunta a una crisis general de gratificación en nuestra sociedad. Todos nosotros tenemos necesidad de afecto. El amor del otro es lo único que da estabilidad al yo. Por el contrario, la autorreferencia narcisista resulta desestabilizante.

Para un sentimiento estable de autoestima tengo que resultarme importante a mí mismo. Pero para eso necesito tener la noción de que soy importante para otros. Esa noción podrá ser difusa, pero es indispensable para la sensación de ser importante. La falta de sensación de ser es la causa de la autolesión. La autolesión quizá sea simplemente un grito en demanda de amor.

Yo no puedo producir por mí mismo el sentimiento de autoestima. Para tener ese sentimiento necesito que la instancia de la gratificación me venga de otros que me amen, me elogien, me reconozcan y me aprecien. El aislamiento narcisista del hombre, la instrumentalización del otro y la competencia de todos contra todos destruyen el clima de gratificación. 

El sujeto del rendimiento está sometido a la presión de aportar cada vez más. De esta manera nunca se alcanza un punto final y definitivo de la gratificación. Vive permanentemente con una sensación de carencia y con un sentimiento de culpa. Como no solo compite con otros, sino sobre todo consigo mismo, trata de superarse a sí mismo.

Hoy también se vuelve más difícil la gratificación primaria, que es inasequible a toda cuantificación. Esa gratificación primaria es la que da por ejemplo una verdadera amistad. La amistad es una relación con el otro que da estabilidad al yo y lo llena. Los «amigos» de las redes sociales carecen de la negatividad de lo distinto. Conforman una masa aplaudiente. Eliminan su alteridad en el «me gusta». 

La sensación de vacío provoca depresión. El sujeto del rendimiento, cuando cae en depresiones, se convierte en una pesada carga para sí mismo. Se produce una saturación narcisista del libido del yo. Esa saturación produce enfermedad. El sujeto del rendimiento está cansado de sí mismo, agotado de sí mismo, lo cual provoca paradójicamente un vaciamiento y un ahuencamiento del yo. [...]

¿Fueron incluso los atentados suicidas de París un intento perverso de sentirse a sí mismo, de restablecer en sentimiento destruido de autoestima, de erradicar a base de bombas y disparos el gravoso vacío? ¡Se podría comparar la psicología del terror con la psicología del selfie y de la autolesión, que también actúan contra el yo vacío? ¡Tenían los terroristas el mismo cuadro psicológico que los adolescente que se autolesionan y que por tanto vuelven su agresión contra sí mismo? 

Como es sabido, a diferencia de las chicas, los chicos vuelven su agresión hacia fuera, hacia otros. El atentado suicida sería entonces un acto paradójico en el que se identificarían la autoagresión y la agresión a otros, la autoproducción y la autodestrucción, un agresión de potencia superior que al mismo tiempo es concebida como un selfie definitivo. 

La pulsación del botón que hace estallar la bomba, sería la pulsación del disparador de la cámara. Aquí impera lo imaginario, porque la realidad, que consiste en discriminación y en desesperanza, ya no merece la pena ser vivida. 

Byung-Chul Han (La sociedad de la transparencia)
Byung-Chul Han (La sociedad del cansancio)
Byung-Chul Han (Psicopolítica)
Byung-Chul Han (La agonía del Eros)
Byung-Chul Han (En el enjambre)
Byung-Chul Han (El aroma del tiempo) Un ensayo filosófico sobre…
Byung-Chul Han (La salvación de lo bello)
Byung-Chul Han (Topología de la violencia)
Byung-Chul Han (Sobre el poder)
Byung-Chul Han (Hiperculturalidad)
Byung-Chul Han (Buen entretenimiento)
Byung-Chul Han (Infocracia)

Fernando López-Mirones (Yo, negacionista)

EMPRESAURIOS

<<Hay una guerra de clases, pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra y la estamos ganando>>.
Warren Buffet

[...] Pero fue en 1947 cuando Kissinger, entonces secretario de Estado con el gobierno del presidente Nixon, escribió un informe que nos atañe desde entonces; en él figuran las intenciones del plan general en el que aún estamos inmersos. El mundo vivió entonces una explosión demográfica sin precedentes, sobre todo en Asia y en África, que alertó a los oligarcas occidentales: mucha gente, recursos limitados. El informe de Kissinger ponía en énfasis en que el llamado tercer mundo se estaba llenando de gente a la cual es posible que les dé por pensar, votar y dejar sin materias primas a los Estados Unidos y su anglosfera tras terminar el colonialismo propiamente dicho. Consideró necesario promover la esterilización, además de la anticoncepción y el aborto. Para ello, nada mejor que promocionar alternativas a la familia tradicional, en el marco de la cual a la gente de daba por tener demasiados hijos a pesar de ser pobres, o precisamente por eso, pues en esos países los hijos son un seguro para la vejez de sus progenitores porque se ocuparán del negocio familiar, cuidarán los campos y el ganado, o trabajarán desde niños para ayudar cuando las fuerzas les falten.

El en llamado primer mundo había que hacer lo mismo, pero con la excusa de integrar a la mujer en el mercado laboral como fuera, para alejarla de las tentaciones reproductivas. El modo de conseguirlo era el consumismo frenético; conseguir que bajaran los sueldos con el fin de que a las familias les hiciera falta tener a sus dos progenitores trabajando a la vez para conseguir electrodomésticos, coches, casas, moda y cada vez más medicinas. Así se les quitarían las ganas de tener seis o siete mocosos que querrían ir a caras universidades algún día. Nació de este modo la <<planificación familiar>>, un eufemismo típico del globalismo. En la IV Conferencia Mundial de Población que tuvo lugar en El Cairo en 1994, basándose en el Informe Kissinger, cerraron filas sobre lo que ahora conocemos como <<control de la población>>, eugenesia y globalismo. Para entonces ya sabían de sobra de la importancia de ponerle a todo nombres biensonantes, de la influencia de las palabras que tanto hemos desglosado en este libro; por eso empezaron a manejar términos como igualdad, salud reproductiva, derecho a decidir, educación sexual, etc.; pero, como siempre, sin respetar los conceptos aparentemente justos que sugieren, sino utilizándolos para su fin último: reducir la población del mundo como fuera.

Los datos, una vez más, no secundan la idea de que los recursos de la Tierra se agotan, ni que la población mundial es excesiva; simplemente no es cierto, aunque han conseguido que esta idea se implante en todos nosotros a través del cine y las series. La eficiencia técnica de los cultivos, la pesca y la ganadería los convierten ahora en cien veces más productivas de lo que fueron jamás.

Bilderberg ha hecho popular su proyecto, al que llama Nuevo Orden Mundial, NOM; cualquiera puede oír cómo lo mencionan sin parar sus propios medios de comunicación comprados, para hacer que nos vayamos acostumbrando a la idea. NOM y Agenda 2030, cuyo lema es <<No tendrás nada, pero serás feliz>>

Se trata de que el mundo se convierta en un único Estado regido por entidades supranacionales, como la ONU, la OMS, el Banco Mundial..., a los que, por supuesto, controlarán ellos de forma vitalicia y sin haber sido elegidos por nadie. Para conseguir este sueño grotesco necesitan primero demoler las bases de las identidades de los pueblos de la Tierra, empezando por el individuo, pasando por las nacionalidades, las religiones, la familia, y acabando por la propia esencia de nuestro ADN. Sí, porque este no era un libro de virus, sino de genes, que es lo que pretenden alterar con las inyecciones a base de miedos: pandemias, guerras nucleares, emergencia climática, hambrunas, pobreza y apocalipsis varios. Llevan años financiando las campañas políticas de los líderes de todo el mundo, colocan a sus peones a la cabeza de los países, casi todos los presidentes de Estados Unidos han tenido relaciones con Bilderberg, y, por supuesto, títeres como Macron, Troudeau, Sánchez y los que vengan son sus cachorros, son los que están implementado leyes por debajo de la mesa mientras nos mantienen distraídos luchando contra las causas románticas que ellos inventan para nosotros. Todo, claro, con la inestimable ayuda de sus medios de comunicación a nivel mundial, que son los grandes, sin excepción.

El globalismo financia al partido de gobierno y a los de la oposición en todos los países; los ciudadanos creen que eligen, pero en realidad ellos ganan siempre; salvo que aparezca alguien que se salte el guion, como ocurrió con Trump y Putin, en cuyo caso ponen todos sus medios para acabar con ellos, como se ha visto perfectamente.

Por supuesto, la propiedad y el dinero van a desaparecer para el pueblo, lo mismo que la soberanía alimentaria y energética. Llevan años de campañas mundiales para arruinar a los agricultores, a los pescadores, a los ganaderos, a los cazadores, a los recolectores de plantas medicinales, a los artesanos... Son colectivos peligroso porque podrían autoabastecerse o crear comunidades que caigan en la tentación de rebelarse. Alguien capaz de zarpar con su barquito y traer pescado a su pueblo es un peligro subversivo; alguien que pueda sacar de unas tierras cereales, legumbres, aceite... es una amenaza; personas preparadas para criar reses, ovejas, cerdos..., no, ellos quieren que los alimentos, el agua, la energía y el territorio sean de su propiedad.

Juan Carlos Girauta (Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos) Radiología de la nueva sociedad

Más chascos. Necesitas mirarte al espejo, y te lo va a poner delante Alexander Grau, filósofo alemán autor de Hypermoral. La nueva sed de indignación (Claudius, 2017), en los términos precisos de una entrevista llena de perlas, algunos de cuyos fragmentos tienen tu rostro. Estás a punto de descubrir que eres un moralista.

En la gaya ciencia, Nietzche afirma que Dios ha muerto y que lo hemos asesinado. Y después pregunta: «¡Cómo nos consolamos? ¿No es demasiado grande para nosotros la dimensión del acto? Tal vez Nietzche tenga razón. Tal vez esa acción era demasiado grande para nosotros. La mayoría de las personas tienen necesidad de un significado y una ideología que narre algo más grande: una religión, el arte, la cultura, la nación, los derechos humanos, la naturaleza, cualquier cosa. Bajo el peso del progreso técnico, el cristianismo, pero también las religiones sustitutivas del siglo XIX, a saber. nación, arte, cultura, han sido pulverizadas. Y se aferra a la moralidad como última religión [...] Ya sea que se trate de inmigración, clima, economía o instrucción, cada tema es traducido de inmediato a una jerga de evidente moralidad. Es bueno lo que es social, sostenible, amante de la paz y justo. La sociedad es multicolor, multicultural, eco-social-pacífica. Todo el que contradiga estos ideales es sospechoso o, peor aún, es condenado. [...] En la moralidad, hablando de derechos humanos y dignidad humana, el hombre se adora a sí mismo. Es una autoliturgia, un ritual de autodeificación. Y ese culto a sí mismo se inserta en una sociedad en la que la emancipación es el valor más alto. La moralidad es la religión de una sociedad narcisista. La función de los medios de comunicación no reside solo en la información, sino también en el entretenimiento y en todo lo que es injurioso. Los medios de comunicación han alimentado la tendencia a la moralización y a la comparación simplista entre «buenos» y «malos». 

Las sociedades occidentales, especialmente las élites, crean la impresión de que sus valores y su modo de vivir son el objetivo real de la historia. La moralidad permite una perspectiva histórica de salvación. Es un progreso moral permanente cuya arma es la sociedad posmoderna, multicolor, abierta e igualitaria. Se considera que, antes o después, también las culturas de Asia y África se transformarán en sociedades como esa, por lo que el mundo será un gran Nueva York y habrá «funcionarios de la diversidad» en Kabul y Teherán. Esta convicción raramente se expresa con claridad, pero es la ideología que la guía. Detrás de esto —y este es el malestar del que hablas—hay un universalismo cuyo éxito depende del triunfo de una sociedad rica y hedonista.

Al inicio del milenio, las sociedades occidentales habían conseguido crear la impresión de que migración e identidad, ecología y economía, tradición y progreso podían reconciliarse. Hace veinte años que vemos que es una ilusión. Los costes ecológicos de continuar con nuestro estilo de vida se han externalizado. Y dado que el sistema económico occidental también depende del concepto de desarrollo técnico continuo, destruye los últimos restos de la cultura y del estilo de vidas tradicionales. El mundo tiene que ser más global, flexible y dinámico. No se tolerará la resistencia. Resistir es «reaccionario». Y así se crea la homogeneidad, el autoritarismo y la intolerancia. Se celebra lo diverso, lo flexible, lo plural. Todo debe ser superexcitante, superinteresante y bueno. Quien no comparte esta afirmación de la diversidad es marginado por intolerante. Surge una paradoja de la diversidad: al ser la diversidad lo que todos desean, el resultado es la monotonía [...] Vivir moralmente ya no significa practicar la abstinencia, sino ser partidario de los derechos humanos, la paz en el mundo y la diversidad. Es sumamente cómodo, ya que puedes vivir de manera hedonista y moral al mismo tiempo. Un fenómeno único en la historia [...] Ya no nos preocupamos por el prójimo, pero se tienen unos ideales más grandes respecto a la humanidad. Mandamos a los abuelos a las residencias de ancianos porque son un estorbo para nuestra vida diaria; pero vamos a las manifestaciones en favor de una justicia mundial.

Las tradiciones culturales, las ideas religiosas, la prohibición del aborto y la eutanasia son valores hostiles a la emancipación. No sirven para nada en una sociedad capitalista de autorrealización. El hipermoralismo se refiere siempre a valores generales que no limitan la propia vida privada [...] La sociedad se transforma en un «espacio seguro» en el que el individuo narcisista es liberado de cualquier microagresión. Una sociedad de control social. Se castiga el anticonformismo. Será una sociedad en la que todos se sienten libres, pero nadie lo es.

[Europa es] una isla de prosperidad en medio de un mar de pobreza, guerra y sobrepoblación. Estamos en un estado de asedio. Sin embargo, las sociedades occidentales no tienen la capacidad mental de resistir a los conflictos que de ello derivan. Estamos indefensos mentalmente. [...] Solo veo dos alternativas desagradables: o Europa emerge de la escena mundial empobrecida y técnicamente atrasada mientras otras regiones determinan cómo será el mundo globalizado del siglo XXII o conseguimos llevar las otras culturas a nuestro nivel de decadencia y exportar nuestra hipermoralidad. Será la profanación del mundo. Tendría una cierta lógica trágica.

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