Arthur Schopenhauer (Diarios de viaje)

De los años 1803-1804
Primer cuaderno de viaje
Martes, 14 de junio

Esta mañana visitamos la ABADIA DE WESTMINSTER, donde la inmortalidad de los grandes hombres de Inglaterra ha quedado asegurada mediante un monumento en mármol. Las tumbas de Milton, Garrick, Händel y Shakespeare son las que primero se ven en la entrada: con rostro serio se halla Shakespeare a tamaño natural sobre tu tumba, en la mano sostiene sus hermosos versos sobre lo efímero de las cosas*. Garrick surge tras una cortina, alzándola; parece penetrar en el mundo mejor. Bajo el busto de Gay se hallan sus conocidos versos:

"La vida es una broma, como vemos en todo: / Así lo creía antes, ahora lo sé".

[...] Cierto es que la visión de la iglesia de Westminster proporciona infinita materia para pensar. Cuando vemos en esos muros góticos las reliquias y los monumentos de todos estos poetas, héroes y monarcas, cómo todos han venido a juntarse aquí desde los siglos más diversos; o, más bien, c´mo yacen aquí reunidos sus huesos, es un bello pensamiento suponer que también AHORA MISMO estarán reunidos de igual manera allí donde no los separan ni los siglos, ni los estamentos, ni el espacio ni el tiempo. ¡A saber qué es lo que cada cual se habrá llevado consigo al más allá de todo el brillo y la grandeza que aquí les rodeó! Los reyes tuvieron que dejar atrás sus coronas y sus cetros; los héroes, sus armas; y la fama dejaron los poetas. Sin embargo, los grandes espíritus que hubiera entre todos ellos, cuyo brillo brotara de sí mismos y no de las cosas exteriores, estos se llevaron con ellos sus grandeza, ELLOS son los únicos que se llevaron consigo todo lo que aquí tenían.

* Las torres coronadas de nubes, los espléndidos palacios, / los solemnes templos, y la misma gran esfera, / con todo lo que les pertenece, se disolverá, / y, como este espectáculo sin substancia, / no dejará atrás ni rastro. Somos de la misma materia / de que están hechos los sueños, y nuestra pequeña vida / se encierra en un suelo. (W. Shakespeare, La Tempestad)

* Arthur Schopenhauer (Manuscritos Berlineses) Sentencias y aforismos

Peter Sloterdijk (Temperamentos filosóficos) De Platón a Foucault

Marx
El zombi que circula entre los seres humanos en calidad de valor monetario y que, en calidad de comunicador sonriente, sustrae a los vivientes el tiempo y el alma, domina hoy en día casi sin subterfugios sobre la sociedad avanzada. El trabajo, la comunicación, el arte y el amor pertenecen aquí por completo a las eliminatorias finales del dinero. Forman la sustancia de la actual época mediática y vivencial. Como el dinero necesita tiempo para su aprovechamiento, la denominada gran historia sigue avanzando de una manera fantasmal. Por su tendencia, toda historia se ha convertido en una historia de aprovechamiento; es un partido que siempre se juega con prórroga. Pero tal historia ya no es el diálogo de los vivientes con los muertos sobre la bondad del mundo, sino la comprensión cada vez más profunda del fantasma de la economía. Desde la subjetividad humana de nuestro tiempo asoma el alma del dinero cada vez con menos tapujos: una sociedad de compradores comprados y de prostituyentes prostituidos se instala en las relaciones globalizadas del mercado. El lema liberal ya clásico del laissez-faire se explicita en el moderno chupar y dejar chupar. La telecomunicación es cada vez más difícil de distinguir del televampirismo. Televidentes y telechupones se nutren de un mundo licuado que apenas ya sabe lo que es lo sólido o una vida propia. ¿No podría ocurrir que fuera inminente una época en la que quien no quiera hablar de vampirismo también debería callar sobre filosofía? Si esto se hiciera realidad, sería en todo caso el momento de una segunda oportunidad para Marx.

* Peter Sloterdijk (Fiscalidad voluntaria y responsabilidad ciudadana)
Peter Sloterdijk (Muerte aparente en el pensar) Sobre la filosofía...
* Peter Sloterdijk (El desprecio de las masas) Ensayo sobre las luchas...
* Peter Sloterdijk (¿Qué sucedió en el siglo XX?)

Tzvetan Todorov (Los enemigos íntimos de la democracia)

No creo que sea posible (ni por lo demás deseable) un cambio radical, ni que una revolución pudiera resolver todos los problemas. Los actuales cambios de la democracia no son efecto ni de un complot ni de una intención malvada, y por eso son difíciles de frenar. Son consecuencia de la evolución de la mentalidad, que a su vez tiene que ver con una serie de cambios múltiples, anónimos y subterráneos, que van desde la tecnología a la demografía, pasando por la geopolítica. El asceso del individuo, la adquisición de autonomía por parte de la economía y el mercantilismo de la sociedad no pueden derogarse mediante un decreto de la Asamblea nacional no volviendo a tomar la Bastilla. La experiencia de los regímenes totalitarios está ahí para recordarnos que si pasamos por alto estas grandes lineas de fuerza históricas, nos encaminamos inevitablemente hacia la catástrofe. Tampoco creo que la salvación resida en una innovación tecnológica cualquiera que nos facilite la vida a todos. La técnica ha avanzado excepcionalmente en el siglo que acaba de concluir y ha permitido dominar cada vez mejor la materia, pero esos avances tienen una consecuencia sorprendente: la conciencia de que ninguna técnica podrá jamás satisfacer todas nuestras expectativas. No basta con mejorar indefinidamente los instrumentos. Debemos además preguntarnos por los objetivos que queremos alcanzar. ¿En qué mundo queremos vivir? ¿Qué vida queremos llevar?
No creo pues en ninguna solución radical. Esta reticencia lleva a veces a la resignación, al cinismo o a lo que algunos llaman nihilismo, la convicción de que todos los actos humanos son vanos y que el mundo avanza hacia su perdición, pero no es mi caso. Si me interrogo por el origen de esta disposición mental en el fondo positiva, lo encuentro, dejando al margen mi posible ingenuidad, en el comportamiento cotidiano de las personas que me rodean. No faltan actos egoístas, autoritarios y malintencionados, pero veo también en estos individuos amor y dedicación a los demás, cercanos o lejanos, pasión por el conocimiento y la verdad, y la necesidad de crear sentido y belleza a su alrededor. Estos impulsos no tienen que ver exclusivamente con la vida privada, sino que proceden de rasgos antropológicos inherentes a nuestra especie, se encuentran en algunas instituciones y en algunos proyectos sociales, y gracias a ellos todo habitante del país puede beneficiarse de la acción de la justicia, de su sistema sanitario, de educación y de servicios sociales.
No sé cómo la energía de la que dan muestras estos comportamientos podrá influir en las grandes tendencias de la vida política actual, pero no consigo imaginar que se quede sin consecuencias para siempre.

* Tzvetan Todorov (Elogio de lo cotidiano)
* Tzvetan Todorov (Los abusos de la memoria)
Tzvetan Todorov (El espíritu de la Ilustración)
* Tzvetan Todorov (El miedo a los bárbaros)

Raffaele Simone (El monstruo amable) ¿El mundo se vuelve de derechas?

No es esa la única vez que uno encuentra en las páginas de Tocqueville un pasaje que podría parecer visionario: es posible que esa forma de forzar la mirada hacia delante para imaginar escenarios incluso aventurados y fantasiosos fuera un método de pensamiento típico de él, una especie de experimento mental llevado al extremo. En un Estado cada vez más centralizado -imagina Tocqueville- el <<soberano>>, a fuerza de concentrar en sí mismo todos los poderes, llegaría a injerirse en todos los asuntos, incluso en los aspectos menudos de la vida privada de los ciudadanos:
               si el despotismo llegara a establecerse entre las naciones democráticas de nuestros días [...] se extendería más, sería más benigno, y degradaría a los hombres sin atormentarlos.

Ahora bien, el régimen esbozado con alarma por Tocqueville se ha materializado plenamente hoy en día, pero con una diferencia respecto a la previsión: el puesto del <<soberano absoluto>> no lo ocupa el rey (como él temía), sino un ente inmaterial e invisible. Es una entidad que no tiene cuerpo ni domicilio postal, que no reside en ningún lugar sino que tiene una sede difusa, porque está formada por todos aquellos que gobiernan la cultura de masas del planeta: en suma, por lo que denominaré <<el Monstruo Amable>>, es decir, el paradigma de la cultura de masas de la Neoderecha.
Más adelante se lee:
             
                El tipo de opresión por el que están amenazados los pueblos democráticos no se asemejará a nada lo que que la ha precedido en el mundo; nuestros contemporáneos no lograrían encontrar una imagen suya en sus recuerdos. Busco en vano dentro de mí mismo una expresión que reproduzca exactamente la idea que me hago de ella, y que la encierre. Los antiguos nombres de despotismo y tiranía no son adecuados. La cosa es nueva, y por tanto es necesario hacer un esfuerzo para definirla, dado que no consigo denominarla.

¿De qué índole es el despotismo al que Tocqueville se aproxima con tanta alarma que no consigue encontrar analogías plausibles en la historia ni términos adecuados en el idioma? Su rasgo principal consistirá en el hecho de que desagradará a los hombres <<sin atormentarlos>>, no les hará sufrir, sino que por el contrario dará a cada uno de ellos la impresión de que están mejor. He aqui sus efectos:

                  Veo una multitud innumerable de hombres similares e iguales que dan vueltas sin tregua sobre sí mismos para procurarse pequeños placeres vulgares con los que dan satisfacción a su alma. Cada uno de ellos, considerado aparte, es como ajeno al destino de todos los demás: sus hijos y sus amigos forman para él toda la especie humana; en cuanto al resto de sus conciudadanos, los tiene al lado pero no los ve; los toca pero no los siente; no existe más que en sí mismo y para sí mismo, y aunque siempre le queda una familia, por lo menos puede decirse que ya no tiene patria.

A espaldas de los individuos

                se eleva un poder inmenso y tutelar, que únicamente se encarga de garantizar su disfrute y de velar por su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y amable. Se parecería a la potestad paterna, si, como esta, aspirara a preparar a los hombres para la edad viril; pero por el contrario este busca únicamente fijarlos irrevocablemente en la infancia; quiere que los ciudadanos lo pasen bien, siempre y cuando no piensen en otra cosa que en pasárselo bien. Trabaja de buena gana por su felicidad, pero quiere ser el único agente y el árbitro exclusivo de ella; se preocupa por su seguridad, prevé y les asegura sus necesidades, les facilita sus placeres, lleva sus principales asuntos, dirige su industria, regula sus sucesiones, reparte su herencia...

De este modo, el soberano

                 hace menos útil y más raro el empleo del libre albedrío; [...] no quiebra las voluntades: las ablanda, las pliega y las dirige; raramente obliga a actuar: se opone sin cesar a que se actúe; no destruye: impide nacer; no destruye: perturba, comprime, enerva, apaga, atonta y finalmente reduce a todas las naciones a ser tan solo un rebaño de animales tímidos e industriosos, del que el gobierno es el pastor.

Este cuadro evoca de una forma asombrosa el mundo de la modernidad, donde enormes masas heterodirigidas son inducidas al consumo incesante en vez de a la austeridad, al buen humor y a la diversión forzosos en vez de al descanso, a la sumisión satisfecha en vez de a la prática de la libertad. Esta última oposición entre sumisión y libertad no debe parecer sorprendente: la libertad es costosa, reivindicarla no es algo instintivo; puede resultar cómodo compensarla con una dosis de sometimiento.
Por lo demás, ya Tocqueville señalaba que

              nuestros contemporáneos se ven incesantemente combatidos por dos pasiones opuestas: advierten la necesidad de ser dirigidos y de permanecer libres. Al no poder destruir ni uno ni otro de estos instintos contrapuestos, se esfuerzan por satisfacer ambos en el mismo momento.

Este es el fondo descrito en la <<profecía>>. Voy a intentar trasladarlo a nuestro mundo para ilustrar con su ayuda algunos rasgos de la modernidad dominada por el Monstruo Amable.

* Raffaele Simone (La Tercera Fase) Formas de saber que estamos...
Raffaele Simone (El Hada democrática) Cómo la democracia fracasa

Max Weber (Sociología del poder) Los tipos de dominación

Por último, hay que señalar que la realidad histórica es una lucha permanente -casi siempre una lucha latente- entre el dirigente y el aparato administrativo por apropiarse o expropiarse el uno al otro. Lo decisivo en todo este desarrollo cultural ha sido cómo comenzó esta lucha como tal y cuáles eran las características del grupo de funcionarios dependientes del dirigente, que le ayudó a vencer en su lucha contra los poderes feudales y contra otros poderes tenidos en propiedad: escritores, clérigos, clientes laicos, Ministeriales, escritores de formación jurídica, funcionarios especialistas de hacienda, notables particulares (sobre los conceptos, véase más adelante). En esta lucha y en su resultado se ha plasmado una buena parte de la historia de la administración y de la historia de la cultura, porque la educación ha estado caracterizada por esa lucha y porque la formación de los estamentos estuvo determinada por ella.

* Max Weber (La política como profesión)

Alain Badiou y Slavoj Žižek (Filosofía y actualidad)

Slavoj Žižek

Esta es la paradoja de la situación actual: de acuerdo con la ideología oficial, todo está permitido, no hay censura y todo se desarrolla en forma impecable, mas esto no debería engañarnos. Quisiera darles un ejemplo, un ejemplo loco aunque verdadero, característico de nuestro tiempo. Según he oído, en algunas comunidades radicales de Estados Unidos -empleo aquí la palabra <<radical>> irónicamente, en el sentido de la corrección política, que en realidad es pseudorradical- se debate con total seriedad esta cuestión: ¿Dónde están los derechos de los necrófilos? ¿Porqué se les prohibe de manera tan drástica realizar juegos sexuales con los muertos? La respuesta es, por enden, la siguiente: muchos de nosotros damos el consentimiento para que en caso de muerte repentina nuestros órganos sean puestos a disposición de la medicina. ¿Por qué no lo doy, entonces, para que mi cuerpo, si muero repentinamente, quede a disposición de los necrófilos para que jueguen con él? Esto suena ahora extremadamente radical, pero es más que un ejemplo típico respecto de lo que ya había subrayado Kierkegaard, según creo, con razón: el único prójimo verdadero es el prójimo muerto, al menos en cierta versión ideológica del amor al prójimo. Esto es lo que de hecho pensamos cuando tratamos al prójimo de manera politicamente correcta. Sería mejor un prójimo muerto. A mi juicio, sería la metáfora más adecuada para la corrección política. ¿Por qué? Preguntémonos: ¿Que significa en realidad esa forma de tolerancia cuando es practicada en nuestras sociedades occidentales? Significa exactamente lo contrario de lo que suponemos. Tolerancia significa nada de molestia. <<Molestia>> es una palabra clave. Con ella se dice fundamentalmente: <<Esconde tu deseo, no que acerques demasiado>>. Significa, tal como lo he experimentado en Estados Unidos: <<Si miras a alguien demasiado tiempo, a una mujer o a quien sea, eso ya es una violación visual; si dices algo sucio, eso es una violación verbal>>. Lo cual nos demuestra que en ese contexto la tolerancia es, precisamente, una forma de intolerancia: intolerancia respeto de la cercanía del otro.

* Alain Badiou (El despertar de la historia)
* Alain Badiou (¿Qué hacer?) El capitalismo, el comunismo y el futuro...

Entrevista a Slavoj Žižek

Stefan Zweig (La curación por el espíritu) Mesmer, Mary Baker-Eddy, Freud

Pero ¿en nombre de quién, y al servicio de qué idea, el siglo XIX, piadoso solo en apariencia durante hace tiempo, exige todavía una moral codificada? 
Sensual, groseramente materialista y experto en ganar dinero, sin asomo de la gran fe armoniosa de los siglos anteriores, abogado de la democrácia y de los derechos humanos, ya no puede querer en serio negar a sus ciudadanos el derecho a disfrutar libremente. Quien un día izara la bandera de la tolerancia en el edificio de la civilización ya no posee el derecho señorial de inmircuirse en el concepto de moral del individuo. De hecho, el Estado moderno, ya no se esfuerza en absoluto, como antaño la Iglesia, en imponer a sus súbditos una moral interior; únicamente el código social demanda observar una convención exterior. No se exige, pues, un moralismo real, sino sólo una apariencia de moralidad: que todos actúen ante todos <<como si>>. En cuanto a saber hasta que punto el individuo actúa de manera realmente moral, es algo que sólo le incumbe a él: su única obligación es no dejarse atrapar contraveniendo las convenciones. Se puede realizar muchas y diversas cosas, pero se nos impide hablar de ellas. En rigor, se puede decir que la moral del siglo XIX no aborda el problema propiamente dicho. Lo evita y despliega todas sus fuerzas en hacer caso omiso del él. Durante tres o cuatro generaciones, la moral civilizada a tratado, o más bien eludido, los probelmas sexuales y morales valiéndose únicamente de ese ilogismo disparatado según el cual basta con ocultar algo para que no exista. Y lo que más graficamente ilustra la situación real de esta cruel agudeza: la moral del siglo XIX no ha estado deminada por Kant, sino por cant (en inglés, hipocresia).
Pero ¿cómo es posible que una época tan lúcida y racional se extraviara en una psicología hasta tal punto falsa e insostenible? ¿Cómo el siglo de los grandes descubrimientos y de las grandes conquistas técnicas puedo desprestigiar su moral hasta convertirla en un truco de prestidigitación tan manido?  La respuesta es simple: a causa de este mismo orgullo por su razón, a causa de la arogancia de su cultura y del exaltado optimismo de su civilicación. Los inesperados avances de su ciencia habían provocado en el siglo XIX una especie de embriaguez de la razón. Parecía que todo se sometía servilmente al imperio del intelecto. Cada día, casi cada hora, anunciaba una nueva victoria de las ciencias humanísticas; a cada momento se conquistaban nuevos elementos reluctantes del tiempo y del espacio; las alturas y los abismos revelaban sus secretos a la metódica curiosidad de la mirada humana provista de prismáticos; por doquier la anarquía cedía a la organización, el caos a la voluntad del espíritu especulativo. ¿No era capaz, pues, la razón humana de dominar los instintos anárquicos en la sangre del individuo, de derrotar el tropel indómito de los instintos? Se dice que la labor principal a este respecto se ha realizado ya hace tiempo y que lo que todavía flamea de vez en cuando en la sangre del hombre moderno, del hombre <<culto>>, no son si no los últimos y pálidos relámpagos de una tempestad que se aleja, los últimos estertores de la vieja bestialidad agonizante.

* Stefan Zweig (Erasmo de Rotterdam) Triunfo y tragedia de un...
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* Stefan Zweig (Fouché) Retrato de un hombre político
Stefan Zweig (La lucha contra el demonio) Hölderlin, Kleist, Nietzsche
Stefan Zweig (El mundo de ayer) Memorias de un europeo
Stefan Zweig (Amok)
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