Carlo Galli (El malestar de la democracia)

De hecho, hoy en día se registra un progresivo desalineamiento entre Estado, mercado, nación y partidos; estos factores de la democracia moderna no logran ya cooperar, como lo habían hecho durante al menos cincuenta años, y sus lógicas, después de haberse encontrado en una cierta fase de la historia política occidental, divergen hacia distintos destinos. Las contradicciones de la democracia, por lo tanto, estallan. El capitalismo, al que cada vez le cuesta más lograr una valoración positiva, exige independencia de la política y del derecho y rechaza como un costo intolerable las conquistas del Estado social: la oferta prevalece sobre la demanda, la competencia sobre las políticas de ocupación y de rédito y el trabajo debe ser flexible, precario, subalterno, desarticulado, dividido, aislado, carente de derechos ante la única exigencia legítima, es decir, el desarrollo y el provecho del capital: es el pasaje del fordismo al toyotismo, y de allí a la financiarización de la economía. Queda claro que este tipo de trabajo se convierte en un asunto privado entre el individuo, cada vez más débil, y la empresa (con el desnivel de poder que puede imaginarse) y que, en consecuencia, el trabajo no crea vínculos sociales, ni solidaridad, menos aún conciencia de clase, ni contribuye a la formación de la identidad del individuo. La democracia del trabajo -fundada en la ciudadanía política y en la participación activa en la producción- es ya un recuerdo del siglo XX, suplantada por la democracia del libre comercio y orientada al mercado, es decir, de hecho, por el dominio de poderes privados, a veces oscuros y ilegales, capaces de hacer frente a las contradicciones del capitalismo desplazándolas, des-ubicándolas, en otras palabras, reproduciendo en el espacio global las condiciones de trabajo ya experimentadas en el pasado: al lado de Occidente democrático se encuentra un resto del mundo con una democracia debilitada, que retroactúa sobre la democracia occidental, obligándola a bajar sus propios estándares para enfrentar los nuevos desafíos. En su conjunto, la economía fuera de control, incapaz de referirse a lógicas distintas a la propia -es decir, no sólo a intereses particulares sino a aquellas zonas generales de la existencia de las cuales históricamente se ha hecho cargo la política, o bien, si se quiere, a otros intereses particulares, los del trabajo-, genera una humanidad aleatoria, que ya ni siquiera piensa que sea posible gestionar la existencia colectiva como proyecto racional y no como una "naturaleza" indomable e inexorable.

Las consecuencias sociológicas de estos procesos es la disgregación del vasto público de la clase obrera y de los estratos medios que había creado el Estado social: la sociedad se divide en poco muy ricos y en muchos cada vez más pobres. El desplazamiento de la distribución del PBI hacia ganancias y rentas en detrimento de los salarios ha sido enorme en los últimos años. Y, naturalmente, esto representa un aumento de la inseguridad social tanto material -el financiamiento del welface es cada vez más escaso, la posibilidad de los individuos de proyectar su propio futuro, de autogobernarse, es cada vez más quimérica- como simbólica: los estratos medios y obreros, ya disgregados, buscan su identidad no en la tradicional lealtad a los partidos o al Estado nación sino en comunidades culturales, reales o ficticias, de todo tipo. En relación con el Estado- y esto es más evidente en los sistemas que se caracterizan por un sentido cívico históricamente frágil, como Italia-, representa un derrumbe de la legalidad y una grieta en la legitimidad misma, es decir, tanto del respeto de las leyes como de las motivaciones profundas para respetarlas (históricas, ideales y materiales). Mientras el Estado democrático se debilita, en sus articulaciones y en sus sistemas de garantía, se refuerzan nuevos poderes informales (por lo común, vinculados al Ejecutivo) y la política se hunde cada vez más en los manejos de oligarquías que especulan en el terreno económico. Los partidos, por último, tienden a cerrarse en sí mismos convirtiéndose en un sistema de "castas" -bastante poderosas pero privadas de contactos sistemáticos con la sociedad, excepto en los períodos electorales- o en "partidos personales". Por lo tanto, son demasiado débiles y demasiado fuertes al mismo tiempo: en todo caso, carecen de la energía política necesaria para hacer que la democracia siga siendo en la actualidad, como lo era antes, una "democracia de partidos". Los partidos, con su pluralismo, constituyeron el signo distintivo de la democracia, pero hoy por hoy puede decirse que nuestros sistemas democráticos piden a veces que haya elecciones sin democracia. Ésta, en el mejor de los casos, se transforma en una democracia "de opinión" o " del público", y entendemos por este término el encuentro asimétrico fuera de las instituciones, en los medios, entre los líderes políticos movidos por la propia ambición personal  y una ciudadanía de espectadores de este o aquel "relato", mientras el capital se reestructura a sí mismo y a la política, a su gusto, generando un universal -pero internamente diferenciado- gobierno biopolítico de los consumos y de las existencias, del trabajo y del tiempo libre. Así, bien puede decirse que

la democracia es la religión del pasado. Continuamos practicándola el domingo y en Navidad bajo el árbol de la urna electoral. Pero ya pocos creen en ella. Es el dios muerto de la modernidad temprana, que todavía sobrevive. El cosmopolitismo secularizado conserva una fe ya débil en los santos sacramentos de la democracia. (Ulrich Beck).

En la actualidad no son las masas las que constituyen un desafío para la democracia, sino su apatía, su resquebrajamiento interno y su falta de homogeneidad, tanto social como cultural.

Byung-Chul Han (La sociedad de la transparencia)

Según Simmel, <<estamos hechos de tal manera que no solo [...] necesitamos una determinada proporción de verdad y error como base de nuestra vida, sino también una cierta proporción de claridad y oscuridad en la imagen de nuestros elementos de vida>>. De acuerdo con esto, la transparencia quita a las cosas todo <<encanto>> y <<prohibe a la fantasía tejer allí sus posibilidades, por cuya pérdida no puede recompensarnos ninguna realidad, pues la obra de la fantasía es actividad propia, que a largo plazo no puede suplantarse por ningún recibir y disfrutar>>. Simmel continúa diciendo que <<también debe ofrecérsenos una parte de los seres humanos más próximos en forma de falta de claridad y visibilidad, para que se mantenga a buen nivel su encanto para nosotros>>. La fantasía es esencial para la economía del placer: un objeto ofrecido al desnudo lo desconecta; solo lo pone en marcha una retirada y sustracción del objeto. Lo que profundiza el placer no es el disfrute en tiempo real, sino el imaginativo preludio y el epílogo. El disfrute inmediato, que no admite ningún rodeo imaginativo y narrativo, es pornográfico. También la hipernitidez por encima de lo real y la elevada claridad de las imágenes mediáticas paraliza y ahoga la fantasía. 

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Un aumento de la información y comunicación no esclarece por sí solo el mundo. La transparencia tampoco hace clarividente. La masa de información no engendra ninguna verdad. Cuanta más información se pone en marcha, tanto más intrincado se hace el mundo. La hiperinformación y la hipercomunicación no inyectan ninguna luz en la oscuridad. 

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Ya en Rousseau puede observarse que la moral de una transparencia total se trueca necesariamente en tiranía. Conduce a la violencia el proyecto heroico de la transparencia, el de romper todos los velos, de sacarlo todo a la luz, de expulsar toda oscuridad. La prohibición misma del teatro y de la mímesis, que ya Platón dispuso para su Estado ideal, confiere rasgos totalitarios a la sociedad de la transparencia de Rousseau. De ahí que este prefiera ciudades más pequeñas, porque allí <<cada uno se halla siempre bajo los ojos del público, el censor nato de las costumbre de los otros>> y <<la policía ejerce una vigilancia fácil sobre todo>>. La sociedad de la transparencia de Rousseau se muestra como una sociedad de un control y una vigilancia totales. Su exigencia de transparencia se agudiza en el imperativo categórico: <<Un único mandato de la moral puede suplantar a todos los demás, a saber, este: nunca hagas ni digas algo que no pueda ver y oír el mundo entero. Yo, por mi parte, siempre he considerado como el hombre más digno de aprecio a aquel romano cuyo deseo se cifraba en que su casa fuera construida en forma tal que pudiera verse cuanto sucedía en ella>>

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La transparencia y el poder se soportan mal. Al poder le gusta encubrirse en secretos. La praxis arcana es una de las técnicas del poder. La transparencia desmonta la esfera arcana del poder. Pero la transparencia recíproca solo puede lograrse por la vigilancia permanente, que asume una forma siempre excesiva. Es la lógica de la sociedad de la vigilancia. Además, el control total aniquila la libertad de acción y conduce, en definitiva, a una uniformidad. La confianza, que produce espacios libres de acción, no pude suplantarse simplemente por el control: <<Los hombres tienen que creer y confiar en su gobernante; con su confianza le conceden una cierta libertad de acción y renuncian a un constante examen y vigilancia. Sin esa autonomía, de hecho no podría dar ningún paso>>.

La confianza solo es posible en un estado medio entre saber y no saber. Confianza significa: a pesar del no saber en relación con otro, construir una relación positiva con él. La confianza hace posible acciones a pesar de la falta de saber. La transparencia es un estado en el que se elimina todo no saber. Donde domina la transparencia, no se da ningún espacio para la confianza. En lugar de <<la transparencia produce confianza>> debería decirse: <la transparencia deshace la confianza>>. La exigencia de transparencia se hace oír precisamente cuando ya no hay ninguna confianza. En una sociedad que descansa en la confianza no surge ninguna exigencia penetrante de transparencia. La sociedad de la transparencia es una sociedad de la desconfianza y de la sospecha, que, a causa de la desaparición de la confianza, se apoya en el control. La potente exigencia de transparencia indica precisamente que el fundamento moral de la sociedad se ha hecho frágil, que los valores morales, como la honradez y la lealtad, pierden cada ves más su significación. En lugar de la resquebrajadiza instancia moral se introduce la transparencia como nuevo imperativo social.

La sociedad de la transparencia sigue exactamente la lógica de la sociedad del rendimiento. El sujeto del rendimiento está libre de una instancia exterior dominadora que lo obligue al trabajo y lo explote. Es su propio señor y empresario. Pero la desaparición de la instancia dominadora no conduce a una libertad real y a franqueza, pues el sujeto del rendimiento se explota a sí mismo. El explotador es, a la vez, el explotado. El actor y la víctima coinciden. La propia explotación es más eficaz que la explotación extraña, pues va acompañada del sentimiento de libertad. El sujeto del rendimiento se somete a una coacción libre, generada por él mismo. Esta dialéctica de la libertad se encuentra también en la base de la sociedad del control. La propia iluminación es más eficaz que la iluminación extraña, pues va unida al sentimiento de libertad.

* Byung-Chul Han (La sociedad del cansancio)
Byung-Chul Han (Psicopolítica)
* Byung-Chul Han (La agonía del Eros)
* Byung-Chul Han (En el enjambre)
* Byung-Chul Han (El aroma del tiempo) Un ensayo filosófico sobre…
* Byung-Chul Han (La salvación de lo bello)
* Byung-Chul Han (Topología de la violencia)
* Byung-Chul Han (Sobre el poder)
* Byung-Chul Han (Hiperculturalidad)
* Byung-Chul Han (Buen entretenimiento)

Rafael Saura (El paradigma: por qué somos como somos los de clase media)

DESCREÍDOS, DISIDENTES Y ENEMIGOS DEL SISTEMA

Llamaré descreídos a todos eso individuos, socioeconómicamente encasillables dentro de la clase media que, aun siendo conscientes de que el paradigma no es sino una construcción humana interesada -una farsa ampliamente admitida que engloba multitud de aspectos alejados de la lógica y la ética- toleran su existencia como un mal menor y resuelven no oponerse frontalmente a él ni procurar su destrucción de forma activa.

Esta clase de personas suele reunir tres condiciones: capacidad crítica, madurez intelectual y un mínimo de desenvoltura económica. Los descreídos entienden, por ejemplo, el sistema político democrático como una suerte de pacto social en el que los ciudadanos fingen creer en la honestidad de los políticos y sus instituciones, mientras el sistema les permite llevar una vida digna, a salvo de la violencia propia de regímenes peores. Para ello, estas personas están dispuestas a admitir -aunque sin interiorizarlo en absoluto- determinados dogmas, como el que afirma que el pueblo es sabio cuando decide en las urnas, aun cuando saben que el propio Adolf Hitler alcanzó el poder por esa vía.

También consideran importante que se guarden las formas. Todas las decisiones del poder deben aparentar que cuentan con un soporte ético, y deben evitarse los escándalos que puedan dejar al descubierto los trapos sucios del sistema y proporciona razones a los enemigos de éste para su eterno proyecto de hacer volar en pedazos el paradigma vigente.

La filosofía del descreído puede resumirse en el proverbio que reza Dame pan y llámame tonto. Junto con aquellos a los que yo llamo convencionales, los descreídos constituyen el grupo de los integrados. Unos y otros confieren su solidez al sistema y su paradigma.

El sistema, el estado y el poder deben aparentar, como he dicho, estar legitimados por algún tipo de soporte: ético y respetuoso con los derechos humanos en las democracias occidentales; basado en un paradigma político diferente -como el marxista en países donde rige el comunismo-, o religioso en las llamadas teocracias; una legitimación que el descreído acepta en tanto que el sistema le permite llevar una vida digna. Cuando esto deja de ocurrir es fácil que una persona así dé el paso, se quite la máscara y decida quitársela también a quienes le han dejado en la cuneta. El otrora tolerante descreído ha pasado a ser un enemigo del sistema.

La larguísima historia del Egipto antiguo alterna, por ejemplo, épocas de orden, prosperidad y gobierno faraónico, con edades oscuras conocidas como períodos intermedios.

El país más religioso de la Antigüedad, según fue calificado por el historiador griego Heródoto, funcionaba como una teocracia en la que el faraón era considerado un dios sobre la Tierra. Esta condición divina legitimaba su poder absoluto sobre el pueblo, un poder al que la casta sacerdotal daba, en su nombre y en el de otros dioses ultraterrenos, el necesario soporte administrativo, propagandístico y de culto.

Exactamente igual que ocurre en nuestro mundo, todo iba bien en Egipto mientras las crecidas del Nilo se producían a su debido tiempo y con la abundancia esperada. El faraón, único mortal que conversaba directamente con los dioses, era adorado públicamente por los convencionales y descreídos de aquel paradigma, mientras la crecida produjese buenas cosechas o quedase suficiente trigo en los graneros del Estado para alimentar al pueblo en los años de vacas flacas.

Cuando las plagas de hongos o insectos, las inundaciones a destiempo, o la ausencia de crecidas durante años sucesivos vaciaban por completo los graneros del faraón, hasta acabar sumiendo al pueblo en la hambruna, la cosa cambiaba súbitamente y el imperio se venía abajo. Los descreídos se sumaban a los enemigos del sistema para hacer volar en pedazos el paradigma, el faraón perdía su pretendida divinidad recuperando su condición de simple humano y, probablemente, en muchos casos era asesinado como un pero.

Lo sagrado deja de serlo, los palacios, los templos e incluso las tumbas eran saqueados sin la menor contemplación, escrúpulo o remordimiento. Las antiguas y sacrosantas convenciones se reventaban, de pronto, como lo que siempre había sido, simples elementos de apoyo filosófico de la gran farsa, tan falsos y artificiales como toda ella.

El paradigma, en fin, se viene abajo en todas partes cuando ya no da respuesta a los problemas; la revolución, en realidad, no es más que eso, la destrucción violenta y pública del paradigma dominante y su sustitución por otro nuevo, aunque éste, a corto plazo, no contenga otro mandamiento que el de sálvese quien pueda.

Existe, además, una diferencia entre los que llamaré disidentes y enemigos del sistema. Si bien todos los enemigos del sistema son disidentes, no todos los disidentes son necesariamente enemigos. Cuando me refiero a disidentes, hablo de personas que han abrazado algunas partes de un paradigma alternativo que no entra en colisión total con el mayoritario.

Cuando hablo de enemigos, me refiero a esos revolucionarios que luchan activamente por la destrucción del paradigma en vigor.

Los disidentes y enemigos del sistema son siempre los motores del cambio  y a veces -sólo a veces, porque existen también las involuciones- del progreso. Aunque el sistema contra el que lucharon les haya tachado de locos, herejes, desviados o insolentes, a toro pasado es fácil darse cuenta de que entre sus filas militaron personajes que hoy consideramos grandes hombres o mujeres como Juana de Arco, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Galileo Galilei, Nelson Mandela o el mismo Jesucristo. [...]

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CRISIS Y CAMBIO DE PARADIGMA

El paradigma por el que siempre se ha regido nuestras vidas hace que veamos al sistema imperante como el único posible; una forma más de absurdo determinismo en una sociedad pretendidamente moderna.

El el momento histórico que atravesamos, donde los licenciados universitarios tienen dificultades para encontrar y conservar un empleo digno que les permita algo tan elemental y básico en la vida como formar pareja y criar a un hijo, acceder a una vivienda o disfrutar de algunas horas de tiempo libre al día, cabe preguntarse cuánto puede durar el actual paradigma antes de derrumbarse por completo.

A diferencia de épocas anteriores -en que la pobreza iba asociada a la ignorancia y la desinformación de quienes la padecían-, en estos tiempos nos encontramos ante un nuevo tipo de esclavos que, tanto por su preparación como por su facilidad de acceso a medios de información no controlados desde el poder -estoy hablando de Internet, principalmente-, tienen la capacidad de ser conocedores no sólo de las causas y la naturaleza de cuanto les ocurre, sino también de por cuáles intereses, poderes o personas están siendo explotados o marginados.

El paradigma vigente -incapaz de dar respuestas a los problemas que hoy azotan a la población de países como España- intoxica todavía la mente de una gran mayoría de personas incapaz de sustraerse a sus absurdas categorizaciones; en esta mayoría está incluida una gran parte de la juventud, tan alienada como la gente de mediana edad o los mayores. 

A pesar de ello, están surgiendo movimientos pacíficos y democráticos de ciudadanos -que, con gran acierto, se autodenominan indignados- en muchas partes del planeta; movimientos protagonizados por personas corrientes aunque, desde luego, con capacidad crítica, que se empeñan, cada vez con más fuerza, en subvertir el actual paradigma.

El hecho de que en estos movimientos milite un sector minoritario de la población, suele ser un argumento que el poder esgrime con objeto de desligitimarlos, aun cuando la Historia nos muestra que todos los grandes cambios sociales o revoluciones han sido siempre liderados por minorías, a cuyos componentes el poder establecido suele tildar de activistas, como si esa palabra -antónimo de pasivista- implicase algún concepto negativo. 

Para que un vuelco de esta índole pueda producirse es preciso que, además de la existencia de grupos sociales que rechacen abiertamente los viejos dogmas, concurran otros factores. El éxito de la Revolución Francesa, por ejemplo, se vio apoyado por la disponibilidad del recambio paradigmático que los filósofos de la Ilustración habían desarrollado, pero estuvo sustentado, sobre todo, en el hambre y la miseria que afectaba al pueblo, para la cual el régimen absolutista no ofrecía otra respuesta que una escandalosa ostentación de lujos y derroche entre las clases altas.

El fenómeno combinado de Internet y la telefonía móvil multimedia, por otra parte, está sirviendo para que los medios tradicionales de comunicación social hayan dejado de tener el monopolio informativo. Estos nuevos medios permiten, como nunca antes había ocurrido, la transmisión libre y horizontal de opiniones y noticias. En Internet, todos los ciudadanos somos emisores y receptores potenciales, de modo que el video y las comprometedoras fotografías tomadas por un soldado raso en una prisión de Irak o Afganistán, haciendo uso de su pequeño teléfono privado, puede dar ahora la vuelta al mundo sin pasar por el filtro de ningún editor periodístico o redactor televisivo. El sistema tradicional de emisiones radio, televisión, prensa escrita y agencias de noticias con espectadores pasivos permitía, hasta hace muy poco, que el poder elaborara, filtrara, manipulara o vetara a su antojo o conveniencia la difusión de determinados contenidos o, al menos, intentase hacerlo utilizando su influencia y su dinero. En el momento actual, ese video de aficionado, obtenido por un militar sin graduación, puede echar por tierra toda una campaña mediática en favor de la guerra, en la que tal vez un gobierno o una agencia institucional haya invertido millones de dólares.

Estos tres factores: soporte ideológico, descontento social y difusión libre y horizontal de las ideas y las noticias, componen un cóctel explosivo cuyas consecuencias no pueden ser otras que la caída y sustitución del paradigma. Si esta sustitución va a producirse de forma violenta o pacífica es algo todavía desconocido, como tampoco es posible inducir si la nueva situación que se establezca, durante o después de ese cambio, será mejor que la actual o nos veremos ante un escenario todavía más desastroso.

John Gray (La comisión para la inmortalidad) La ciencia y la extraña cruzada para burlar a la muerte

Alexander Projánov, escritor ruso del siglo XXI no carente de simpatía por Stalin, ha escrito: <<El comunismo no es una máquina que produce una infinita variedad de mercancías [...]. Es la derrota de la muerte. Todo el pathos de la futurología soviética y el pensamiento tecnocrático soviético dirigido a la creación de un elixir de la "inmortalidad">>.

Los bolcheviques se consideraban racionalistas que rechazaban toda clase de misterio. Los constructores de Dios rechazaban las religiones del pasado porque éstas habían colocado el misterio en la humanidad. Sin embargo, desde sus principios, el bolchevismo fue una variante del gnosticismo, un moderno renacimiento de una de las religiones misteriosas del antiguo mundo. En las filosofías gnósticas tradicionales la Tierra es una cárcel de almas, de la que los adeptos individuales pueden emanciparse mediante una rigurosa disciplina interior. Una vez dejan de estar encarcelados en su cuerpo terrenal, pueden residir eternamente en un reino inmaterial. En la versión materialista del gnosticismo fomentada por los bolcheviques, la salvación era colectiva y física; el objetivo era librar a la humanidad de la naturaleza. El resultado fue la mayor destrucción de bienes materiales en los tiempos modernos, aparte de la que se desató durante la Gran Hambruna de la época de Mao (1958-1962). La devastación de la tierra por la colectivización agrícola excedió todo lo experimentado en la guerra civil, mientras la industrialización soviética desperdiciaba recursos naturales a una escala colosal. El materialismo en la práctica significó desmantelar el mundo físico. Una parte integral de este proceso fue la destrucción de la vida humana.

Los bolcheviques iniciaron un tipo de matanza en masa que jamás se había visto en Rusia. La pérdida de vidas entre 1917 y la invasión nazi en 1941, no se puede medir con precisión. Las estimaciones varían, con cifras que oscilan entre unos conservadores veinte millones hasta los más de sesenta millones. Con intención de crear un nuevo tipo de ser humano no sujeto a la mortalidad, el Estado soviético propagaba la muerte a una escala enorme. Innumerables seres humanos tenían que morir para que una humanidad nueva pudiera estar libre de la muerte.

Las ejecuciones sumarias fueron utilizadas por los bolcheviques desde el momento en que llegaron al poder. Bajo el Gobierno Provisional de Kérenski se abolió la pena de muerte. Ésta fue restaurada en junio de 1918. En agosto, Lenin dio las instrucciones de que las revueltas campesinas fueran <<reprimidas sin piedad>>. La <<Ley del ahorcamiento>> de Lenin del 11 de agosto de 1918 exigía que <<no menos de un centenar de kuláks [campesinos ricos]>> fueran ahorcados, asegurándose de que el <<ahorcamiento tiene lugar en plena vista del pueblo>>. <<Ejecutar a los rehenes -escribió Lenin- según el telegrama de ayer. Esto tiene que llevarse a cabo de tal modo que los que estén a cientos de kilómetros de distancia lo vean, tiemblen, sepan y griten>>. El comisario de Justicia de Lenin, Nikolái Krilenko, uno de los fundadores del sistema legal soviético, lo expresó así: <<Debemos ejecutar no sólo a los culpables. Ejecutar a los inocentes impresionará todavía más a las masas>>. Krilenko reveló tener cierto sentido del humor cuando explicó que un almirante soviético sentenciado a muerte por actividades contrarrevolucionaria antes de que restableciera la pena de muerte no fue ejecutado, sino tiroteado. El propio Krilenko, después de ser arrestado y de confesar actividades antisoviéticas, fue fusilado en 1938.

En años posteriores, la pena capital fue restablecida y abolida muchas veces, mientras las matanzas en masa por parte de las autoridades soviéticas proseguían. En 1919 fusilaron a los boy scouts de Moscú, y en 1920 a todos los miembros de sus clubes de tenis. La ejecución se produjo porque estaban en una lista, no porque nadie hubiera hecho nada. Entre mediados de 1918 y finales de la guerra civil en 1921, la Checa ejecutó entre cien mil y doscientas cincuenta mil personas, si la cifra anterior no incluye a los que murieron en los campos de concentración, unas siete veces el número de los ejecutados en el último siglo por el zarismo. Después de 1918, la Rusia soviética perdió una octava parte de su territorio y una sexta parte de su población, cuando los estados bálticos, Finlandia y Polonia alcanzaron la independencia. A pesar de esto, los bolcheviques ejecutaron a más personas en sus primeros cuatro años de estar en el poder que los Romanov en sus trescientos años de historia.

Los métodos de ejecución eran eclécticos. Crucifixión, mutilación sexual e empalamiento, desmembramiento, lapidación, despellejamiento, congelación, escaldamiento y quemaduras hasta la muerte eran corrientes. Rosalia Zemliachka, la amante chequista del revolucionario húngaro Béla Kun, quien con la aprobación de Lenin mató a cincuenta mil guardias blancos, solía atar a los oficiales por parejas y los quemaba vivos en hornos. Otro método -una versión del cual aparece en la novela 1984 de Orwell como técnica de tortura- implicaba el empleo de ratas. En la novela de Orwell, amenaza a Winston Smith diciéndole que le atarán a la cara una jaula llena de ratas hambrientas. La Checa las ponía en tuberías de metal, cerraba las cañerías por un extremo y las calentaba hasta que los roedores escapaban abriéndose paso por el estómago de la víctima. Otro método consistía en un bloque de madera sobre el que la víctima tenía que poner la cabeza con el fin de que les extrajeran el cerebro con una palanca; en el suelo, a su lado, había un agujero en el que caía material cerebral procedente de los cráneos al partirlos.

Lo que quedaba de las víctimas no se tiraba. La ropa se guardaba para ser utilizada, junto con cualquier otra cosa que pudiera extraerse de los cuerpos. Lenin llevaba los tirantes de un prisionero ejecutado por la Checa de Moscú, mientras un célebre chequista tenía dentaduras postizas hechas con dientes de oro de los sujetos a los que interrogaba.

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El problema con la idea de que la ciencia puede proporcionar la inmortalidad es que las instituciones humanas son inalterablemente mortales. Los que esperan una solución técnica para la muerte suponen que el progreso científico continuará junto con algo parecido al modelo de vida presente. Una idea más probable es que la ciencia avance en un ambiente de guerra y revolución. Esto es lo que ocurrió en el siglo XX, en el que una cantidad mayor de personas murió a manos de otros humanos que en cualquier otra época de la historia.

A principios del siglo XXI las tecnologías para la matanza en masa se han vuelto más potentes y se han difundido más ampliamente. No sólo las armas nucleares, sino también las armas químicas y biológicas son cada vez más baratas y más fáciles de usar, mientras que la ingeniería genética seguro que se utilizará para crear métodos de genocidio que destruyan la vida humana de forma selectiva a gran escala. En una época que la difusión del conocimiento hace que estas tecnologías sean todavía más accesibles, los índices de mortalidad podrían ser muy elevados, incluso entre aquellos cuya longevidad se ha alargado de modo artificial.

Además, los que se han beneficiado de técnicas de prolongación de la vida podrían encontrarse en un entorno cada vez más inhóspito para la vida humana. Durante el siglo actual, el cambio climático puede alterar de un modo radical e irreversible las condiciones de vida de los humanos. Los supervivientes podrían encontrarse en un mundo diferente de todos en los que hasta ahora han vivido los humanos.

El calentamiento global, efecto secundario del aumento del conocimiento, no puede ser detenido por el avance científico. Utilizando la ciencia, los humanos pueden adaptarse mejor a los cambios que se avecinan. No pueden detener el cambio climático que han puesto en funcionamiento. La ciencia es una herramienta para resolver problemas: lo mejor que los humanos poseen. Pero tiene esta peculiaridad, que cuantos más éxito tiene más nuevos problemas crea, algunos de los cuales no tienen solución. Ésta es la conclusión impopular, y no sólo se resisten a ella los que creen que la tecnología puede superar la mortalidad. También lo hacen los verdes que apoyan las tecnologías renovables y el desarrollo sostenible. Si los humanos han causado el cambio climático, insisten los verdes, los humanos también pueden detenerlo.


No había humanos hace unos cincuenta y cinco millones de años, a principios del Eoceno, cuando por motivos que todavía no están muy claros -se ha sugerido la actividad volcánica o el impacto de un meteorito- la Tierra experimentó un calentamiento. Por el contrario, el calentamiento global actual está causado por el hombre; es un efecto secundario de la industralización a nivel mundial. El aumento de la producción industrial ha ido parejo a un creciente empleo de combustibles fósiles, produciendo emisiones de carbono a niveles que no se han visto en millones de años. Al mismo tiempo, el número de seres humanos se ha disparado, y los humanos se han expandido por todas partes. Los bosques pluviales se han destruido para permitir la agricultura y la ganadería, así como la fabricación de biocombustibles. Los poderes de regulación del clima de la biosfera se han dañado, y el ritmo del cambio climático se ha acelerado. Se está produciendo un perverso proceso de retroalimentación. La ciencia hace posible incrementar la población humana, al tiempo que desestabiliza el medio ambiente del que los humanos dependen para sobrevivir.

Haciéndose eco del científico aeronáutico Konstatín Tsiolkovski, algunos piensan que los humanos deberían escapar del planeta que han destripado emigrando al espacio exterior. Por suerte, no hay perspectivas de que el animal humano extienda su destructiva carrera de este modo. Enviar un solo ser humano a otro planeta tiene un coste prohibitivo, y los planeta del sistema solar son más inhóspitos que la desolada Tierra de la que los humanos escaparían.

Visionarios como Wells imaginaban el último ser humano en un mundo agonizante, mientras los ecologístas hablan de salvar el planeta. Sin duda, la Tierra -el sistema planetario que incluye la biosfera- no es inmortal. Algún día también morirá. Sin embargo, pensando en forma positiva, la Tierra durará mucho más que el efímero animal humano. Innumerables especies han perecido como consecuencia de la expansión humana, e incontables más morirán a consecuencia del cambio climático provocado por el hombre. Pero el planeta se recuperará como ha hecho en el pasado, y la vida prosperará durante millones de años, mucho después de que los humanos hayan desaparecido para siempre. 

* John Gray (El silencio de los animales) Sobre el progreso y otros...

Enrique Anrubia, ed. (Esbozos de cultura) Ensayos sobre el mundo contemporáneo

Feliciana Merino

Cultura y género
LA DIFERENCIACION SEXUAL Y LAS TEORÍAS DE ROLES

En la actualidad, la mentalidad dominante -lo que se denominó con una acertada expresión como <<opinión publicada>>- pretende atarnos, como he sugerido, con los jirones de la tela que le sobresalen de los cortes de otro patrón: de nuevo la mujer (y el varón) han de someter sus relaciones al poder, que impone modelos de vida que atienden únicamente a criterios productivos y de consumo. No olvidemos que los economistas de café se creen a pies juntillas ese mantra liberal de que el hombre sólo busca su propio interés, por lo que se limitan, allí donde estén, a buscar únicamente el suyo. Ahora el recalentamiento de la economía y la salud de los balances contables han exigido un mayor nivel de consumo y, por lo tanto, han de entrar dos sueldos en casa. Si una mujer no desea trabajar o lo quiere hacer a tiempo parcial para poder cumplir su proyecto de ser madre, habrá de asumir el correspondiente empobrecimiento. Es fácil entender las trabas constantes que se inventan para volver cada vez el entorno más hostil a la maternidad. Son numerosos y frecuentes los casos de mujeres que han sido despedidas por quedarse embarazadas. Otras evitan ese supuesto por no ingresar en la cola del paro. Los sindicatos, mientras, parece que se ocupan de calibrar el tamaño de los bogavantes. Ellos se ve que también están convencidos de que no tienen más remedio que buscar su propio interés. No digamos nada de la falacia de la conciliación de la vida laboral y familiar. En realidad la vida de las mujeres ni preocupa al sistema capitalista actual, ni aparece como un imput a tener en cuenta en los consejos de administración, ni en sus conferencias anuales. El culto al dinero, que es el único dios al que algunos sacrifican su existencia entera y la de sus descendientes, asfixia a la mujer e intenta anular su vocación, además de imponerle dificultades prácticamente insalvables a su libre desarrollo personal, al impedirle elegir la manera en la que desea participar tanto del sistema económico como del cuidado de los hijos.

El modelo de relaciones personales que nos presentan como "ideal" desde los diversos moralismo al uso, se ha construido como una mentira y una forma de servilismo inaceptable, especialmente la ideología de género, que es otro feminismo falso al servicio del sistema. ¿Creen que se puede llamar "libre" a una mujer separada o divorciada con hijos a su cargo? Por hablar de un caso real: entra a trabajar a los 8:30 y debe dejar a los niños en el colegio a las 9:00; sale a las 15:00 y debe recogerlos a las 14:00. Si llega tarde al colegio los funcionarios a cargo del centro le anuncian que, como vuelva a suceder, avisarán a los servicios sociales (¡tal cual!). Debe regresar al trabajo por la tarde y dejar a su prole al cuidado de los abuelos (¡qué suerte si esto es posible!) o de extraños. No crean que la situación difiere mucho si está casada. El marido también ha de cumplir con un horario leonino y, como mucho, alcanzará a ser una ayuda, una especie de asistente. En este sentido, el proceso que se ha inventado de <<liberación>> de la mujer <<igualándola>> al hombre aparece como un engaño, el gran engaño del mercado, al que se ha prestado con una infantilidad inexcusable el feminismo.

¿Acaso nos creemos de verdad que la mejor manera de vida posible es la que nos venden estos ideólogos que salen a la defensa de la mujer y se olvidan de la vida de las mujeres de carne y hueso? Precisamente esas, a las que su ideología obliga a estudiar hasta la treintena o más (y casi siempre sin justificación, sin que ese estudio provea de formación real la más de las veces) para poder ocupar un puesto de trabajo que no siempre será digno dentro del sistema capitalista, el mismo sistema que las rechazará sin disimulos cuando deseen cumplir su vocación de madres, porque pedíamos formar parte del mundo laboral y de la vida social, optar a un puesto de trabajo, pero la entrada de la mujer en el sistema económico produjo que éste la aferrara, provocando una subida generalizada del coste de la vida al aumentar el consumo. Ahora ya no es posible una vida "normal" (si entendemos por normal lo que el propio sistema nos presenta como tal, es decir, el ideal de bienestar al que todos hemos de aspirar) si no entran dos sueldos a casa. Todo parece indicar que la habitación propia de la que hablaba Virginia Woolf, como reclamo de una manera diferente de ser mujer, la alquilamos hace ya tiempo a un casero demasiado avaricioso y tiránico.

En este nuevo modo de entendernos y de entender las relaciones, que no aceptamos ni siquiera, tal vez como reacción a los anteriores modelos de roles que nos encasillaban de por vida, que nos determine nuestra propia condición sexuada, así que mejor negarla. Algunos niegan que exista esa condición, y muchos menos aceptan que esa condición no sea un aspecto meramente genital, sino toda una forma de relacionarse con el mundo. Desde esta mentalidad se afirma que toda la configuración sexual del sujeto es cultural o bien elección libre.

Barbara Ehrenreich (Sonríe o muere) La trampa del pensamiento positivo

¿Y qué es ese capitalismo fundamentalista sino el pensamiento positivo huyendo hacia adelante? La ideología mayoritaria durante la era de Busch, y hasta cierto punto ya durante la de Clinton, decía que no había necesidad de supervisar las instituciones financieras estadounidenses ni de preocuparse por ellas, porque "el mercado" ya se ocupaba de todo. Este mercado adquirió el estatus de un dios: se parecía mucho a ese universo benevolente, siempre dispuesto a dar, el "suministrador" perpetuo de Mary Baker Eddy. No había nada que temer: ya vendría "la mano invisible" de Adam Smith a poner orden.

Y cuando, a mediados de la década, las perspectivas de enriquecimiento instantáneo iban desapareciendo, los apóstoles del pensamiento positivo no salieron huyendo en plena noche, como los hipotecados a quienes les embargaban la casa. Ni mucho menos. De hecho, parecieron redoblar sus esfuerzo. El pensamiento positivo siempre ha prosperado ante la adversidad: la Gran Depresión, por ejemplo, fue el momento de Piense y hágase rico, de Napoleon Hill, un clásico del autoengaño. A finales de 2008, cuando el colapso financiero empezó a traducirse en declive global de la economía y un aumento generalizado del paro, cuando ya los columnistas comentaban cuándo iba a durar el capitalismo en sí, se multiplicaba la asistencia a las iglesias evangélicas, incluso a las que predicaban el credo de la prosperidad. Joel y Victoria Osteen aparecían en todos los medios, con su mensaje de fe y triunfo; en el programa de Larry King dijeron que su consejo para los habían perdido su casa, su trabajo y su seguro médico, era que no se vieran a sí mismos como "víctimas": "Tienes que ser consciente de que Dios sigue teniendo un plan, aunque te hayas quedado en paro; cuando Dios cierra una puerta, te puede abrir otra". Y se anunciaba una nueva edición de los festivales "Ger Motivated", con ponentes como Rudolph Giuliani, Robert Schuller y el veterano Zig Ziglar. Una agencia de conferenciantes informó de que la demanda de oradores motivacionales por parte de las empresas hipotecarias había subido un veinte por ciento en 2007, cuando el sector hipotecario ya estaba en caída libre.

Si los empresarios volvían los ojos a la industria de la motivación era por la razón de siempre: para mantener la disciplina en una plantilla desmotivada. La farmacéutica Novo Nordisk, por ejemplo, le compró setecientos cedés orador motivacional Ed Blunt, con la esperanza de que sirvieran "como catalizadores para productividad de los empleados". En un congreso sobre"La felicidad y sus causa", celebrado a finales de 2008, una periodista de New York Times entrevistó a la presidenta de una empresa hipotecaria, que formaba parte del público. Según el artículo, la mujer declaró que "había despedido a más de quinientas personas en los últimos seis meses, y que estaba allí para aprender a subirles la moral a los que quedaban, trabajando durante los fines de semana y las vacaciones, y conformándose con la mitad de sus comisiones [...] Y anadió que las empresas como la suya no tenían toda la culpa de la crisis de las hipotecas". El mensaje para los trabajadores hundidos en la miseria podía darse con optimismo almibarado, como Ostten, o con la crudeza de una motivación que, en una reunión profesional celebrada en St. Petersburg (Flortida), dijo que cuando la gente le escribe para decirle "que no pueden aparentar buen humor en el trabajo porque se sienten fatal", les contesta que " lo finja" Y su consejo para los que sufren los "cambios" en su trabajo (es decir, los despidos) es: "Enfrentaos a ellos, quejicas".

Ante la desaparición de los empleos de verdad, el consejo de los pensadores positivos se dirigía más en uno mismo: controla tus pensamientos, ajusta tus emociones, concéntrate más a fondo en tus deseos. Se invocaba todos los mantras de costumbre: quítate de en medio a la gente negativa y aléjate de los que "se pasan el día llorando junto a la máquina del café". Limita tu consumo de noticias negativas. Incluso en el blog de Huffington Post, de tendencia progresista, un colaborador aconsejaba: "Los estudios demuestran que uno duerme mejor si ve menos noticias por la noche. Concentra tu mente en lo positivo". Por encima de todo, lo importante era estar atento y aprender a "detectar la negatividad cuando empieza a colarse en tu personalidad", según rezaba el anuncio de un seminario sobre pensamiento positivo dirigido tanto a directivos como a "particulares que están experimentando una pérdida personal de rumbo, o la sensación de que todo es inútil". Además, hay que tener en cuenta que incluso ante la peor de las catástrofes alguien está siempre, como les decía el presentador de televisión Tony Robbins a sus espectadores, refiriéndose a sir John Templeton, él mayor inventor de todos los tiempos", que "hizo el grueso de su fortuna en plena crisis de los mercados". Con que una sola persona pueda hacerse rica durante una crisis o un vuelco económico, ya no hay razón para andar con lloriqueos.

Algunos recomendaban el pensamiento positivo no ya como cura para las cuitas personales, sino para todo el desastre económico. Porque ¿qué es una recesión, sino un inmenso brote de pesimismo? El diario Chicago Tribune afirmaba en uno de sus editoriales que "ha sido el hablar continuamente en términos catastrofistas, lo que nos ha conducido a esto: hemos pasado de una economía coja a una economía destrozada, con la amenaza de que la recesión se convierta en depresión". ¿Y cómo solucionarlo? "Dejemos de hablar de desastres. Borremos las acusaciones de ser demasiado optimistas, ingenuos y demás [...] Sintamos emoción ante lo que está por venir, entendamos que quizá se puedan inyectar los billones de dólares que hagan falta a la economía, pero que no conseguiremos nada hasta que nosotros, todos y cada uno de nosotros, miremos al futuro con fe y confianza". Incluso el asesor que se ocupaba de mi menguante plan de pensiones me comentaba melancólicamente: "Si la gente saliera y volviera a comprar cosas..." Pero, mientras escribo esto, ya no parece tener vigencia alguna la idea de Adam Smith de que el comportamiento autoprotector de cada individuo se traduciría en un bienestar generalizado para todos. Sabemos que sería un suicidio personal endeudarnos más o comprarnos todos los caprichos, por mucho que pudiéramos darle así un empujón a la economía: así que cada uno se ha apretado el cinturón y ha tratado de conformarse con menos. El crédito fácil murió. El gastar a lo loco nos parece cada vez más destructivo. Y, además, eso es lo que ya hicimos.

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