Terry Eagleton (La idea de cultura) Una mirada política sobre los conflictos culturales

Aunque la palabra <<cultura>> se ha vuelto popular con el posmodernismo, sus fuentes principales siguen siendo premodernas. Como idea, la cultura empieza a adquirir importancia en cuatro momentos de crisis histórica. Primero, cuando se convierte en la única alternativa aparente a una sociedad degradada; segundo, cuando parece que sin un cambio social de profundo calado, la cultura como arte y excelencia de vida ya no volverá a ser posible; tercero, cuando proporciona los términos en los que un grupo o un pueblo busca su emancipación política; y, cuarto, cuando un poder imperialista se ve forzado a transigir con la forma de vida de aquellos a los que subyuga. De estos momentos, quizá sean los dos últimos lo que, con diferencia, han convertido la cultura en un tema prioritario del siglo XX. En gran parte, debemos nuestra noción moderna de cultura al nacionalismo y al colonialismo, así como al desarrollo de una antropología al servicio del poder imperial. En ese mismo momento histórico, el surgimiento de la cultura de <<masas>> en Occidente otorgó al concepto una actualidad añadida. Con nacionalistas románticos como Herder y Fichte surge, por primera vez, la idea de una cultura étnica específica, dotada de derechos políticos simplemente en virtud de su propia peculiaridad étnica. La cultura, pues, se vuelve vital para el nacionalismo, pero no así la lucha de clases, los derechos civiles o la ayuda contra el hambre (o, al menos, no con el mismos grado). Desde este punto de vista, el nacionalismo es un modo de adaptar los lazos ancestrales a las complejidades modernas. Conforme la nación premoderna da paso al Estado moderno, la estructura de papeles tradicionales ya no puede mantener unida a la sociedad, y es la cultura, en el sentido de un lenguaje común, una tradición, un sistema educativo, unos valores compartidos y cosas de este estilo, lo que interviene como principio de cohesión social. En otras palabras: la cultura adquiere importancia intelectual cuando se transforma en una fuerza con la que hay que contar políticamente.

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Ningún poder político puede sobrevivir por medio de la coacción pura y dura. Perdería demasiada credibilidad ideológica, y sería demasiado vulnerable en tiempos de crisis. Para poder asegurarse el consenso de aquellos  aquellas a quienes gobierna, necesita conocerlos de una forma íntima, y no a través de un conjunto de gráficos o de estadísticas. Como la verdadera autoridad implica la internalización de la ley, el poder siempre trata de calar en la subjetividad humana, por muy libre y privada que parezca. Para gobernar con éxito debe, por lo tanto, comprender los deseos secretos  y las aversiones de los hombres y mujeres, y no sólo sus tendencias de voto o sus aspiraciones sociales. Si tiene que controlarlos desde dentro, también debe imaginarlos desde dentro, y no hay instrumento de conocimiento más eficaz para captar los entresijos de la vida interior que la cultura artística. Así fue como, a los largo del siglo XIX, la novela realista se perfiló como una fuente de conocimiento social incomparablemente más gráfica y compleja que cualquier sociología positiva. La alta cultura no es una conspiración de la clase dirigente; a veces cumple esta función cognitiva, pero a veces también puede alterarla. Sin embargo, las obras de arte que aparecen más inocentes y ajenas al poder, las obras que mejor describen la vida emocional, precisamente por ello, también pueden servir al poder.
Aún así, puede que llegue el día en el que contemplemos todos esos regímenes de conocimiento que a los foucaultianos les parecen la última palabra en términos de presión. Los pronósticos vaticinan un nuevo milenio de capitalismo todavía más autoritario e inexpugnable, un capitalismo que, sobre el fondo de un decadente panorama social, se ve asediado por enemigos internos y externos cada días más desesperados; un capitalismo que renuncia finalmente a toda pretensión de un orden consensuado y que se entrega a una defensa despiadada de los privilegios. Muchas son las fuerza que podrían ejercer su resistencia contra este lúgubre vaticinio, pero no parece que la cultura destaque entre ellas.

* Terry Eagleton (Cómo leer literatura)
* Terry Eagleton (Esperanza sin optimismo)
* Terry Eagleton (Sobre el mal)
* Terry Eagleton (Cultura)
* Terry Eagleton (Materialismo)
Eagleton, Terry (Humor) 

Paul Virilio (La administración del miedo)

    Si le he entendido bien, la velocidad, que genera estrés al suprimir el espacio, produce miedo y, a su vez, el miedo aumenta la velocidad y la convierte en un vector suyo.

Sí, la velocidad angustia por la abolición del espacio, o más bien, porque el pensamiento colectivo es incapaz de pensar el espacio real, dado que la relatividad nunca ha sido verdaderamente comprendida, secularizada. Por eso Francis Fukuyama se equivoca cuando pronostica el fin de la historia. En primer lugar, hay algo inútilmente apocalíptico en ese pronóstico; en segundo lugar, la historia sigue su curso con la marcha del tiempo y la acción de los hombres; y, en tercer lugar, ¡Fukuyama nos confunde y nos hacer perder el tiempo! En efecto, no se trata tanto del fin de la historia como del de la geografía. Mi trabajo sobre la velocidad y la relatividad me condujo, ya en 1992, con motivo de la cumbre de Rio sobre el medio ambiente, a proponer el concepto de <<ecología gris>>. ¿Por qué gris? Más allá de la referencia a la ontología gris de Hegel, se trataba de decir que si la ecología verde se refiere a la contaminación de la fauna, de la flora y de la atmósfera, es decir, de la Naturaleza y de la Sustancia, la ecología gris se interesaba por la contaminación de la distancia, por la polución del tamaño natural de los lugares y de los períodos temporales. Veinte años ás tarde me temo que no hemos avanzado nada en la compresión de esta contaminación ni, por lo tanto, de los medios para detenerla.

    ¿Hablaría usted del escamoteo de lo real y estaría de acuerdo con el pensamiento de Baudrillard y su teoría del simulacro? A este respecto es muy recordado su polémico artículo posterior al 11 de septiembre en el que afirmaba que la potencia iconográfica de las torres derrumbándose llegaba a ocultar el acontecimiento mismo.

En lugar de Baudrillard, con quien no comparto las conclusiones sobre el simulacro, me gustaría recordar la existencia del libro de Daniel Halevy, publicado en 1947, Ensayo sobre la aceleración de la historia. Creo que hoy hemos salido de la aceleración de la historia para entrar en la esfera de la aceleración de la realidad. Cuando se habla de live, de tiempo real, se habla de la aceleración de la realidad y no de la aceleración de la historia. Se entendía por aceleración de la historia el paso del caballo al tren, del tren al avión de hélice y de éste al reactor. Todas ellas son velocidades controladas y controlables que pueden ser gestionadas políticamente de suerte que, en lo que a ellas se refiere, es posible instaurar una economía política que las gobierne. El presente está en cambio marcado por la aceleración de lo real: estamos tocando los límites de la instantaneidad, el límite de la reflexión y del tiempo propiamente humano.
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   Junto con el sentimiento de enclaustramiento que describe, nuestros temores se alimentan del pánico demográfico. Hasta el punto de que vuelven a discutirse las tesis malthusianas. Claude Lévi-Strauss, recientemente desaparecido, no vacilaba en plantear el problema de manera directa, también lo hacen algunos políticos y hasta revistas que platean sin tapujos si la población humana no ha crecido excesivamente...

La cuestión demográfica es crucial, en efecto. Pero lo que cuenta es el modo de abordarla. Hay una manera execrable de hacerlo que dimana una vez más de la disuasión civil. Esta disuasión civil, como hemos visto, es inseparable de la tensión que provoca la bomba genética, es decir, la posibilidad de hacer que la especie humana mute, de que produzcamos seres vivos. A la industria de la muerte a que dieron lugar los campos de exterminio y las cámaras de gas, sucedería en ese caso la industria de la vida capaz de producir organismos modificados genéticamente y, en especial, con la posibilidad de crear una nueva raza humana que cuestione al hombre nacido de sangre y esperma y, por consiguiente, la parte salvaje, lo <<natural>> en el hombre. Según esta hipótesis, los <<naturales>> se convertirían en los nuevos salvajes y el <<hombre nuevo>> resultante ya no sería modelado por el totalitarismo político sino por la bioingeniería. Entramos aquí de lleno en la cuestión del hiper-racismo. Las consecuencias nefastas del gran terror ecológico son extremadamente preocupantes. Corremos el riesgo de ver instalarse no ya una disuasión militar entre los poderosos sino una disuasión civil entre los hombres mismos. ¿Qué subyacería a esta disuasión civil? La tercera bomba, que a decir verdad no ha explotado aún, pero que tiene ya un nombre: bomba genética, es decir, la mutación de la especie humana a través de la ingeniería genética; la fabricación de un humano con un origen menos ecológico, con una menor necesidad de consumir aire, agua y energías; la creación de un organismo genéticamente modificado para adaptarse a las nuevas condiciones del entorno, un hombre nuevo, menos natural, capaz de ahorrar proteínas, oxígeno y agua y, por tanto, más compatible con una tierra cuyos recursos son cada vez más limitados. En este punto hay que referirse a los esclarecedores trabajos de Henri Atlan. Ahora bien, no hay ganancia sin pérdida. Es necesaria la parición del coche para poder prescindir de los caballos que son relegados a los hipódromos. En la actualidad hemos llegado a un punto en el que no podemos perder lo que, por otra parte, nos empeñamos en destruir: el espacio, el tiempo. No podemos asumir el riesgo de semejante pérdida. Günther Anders no diría otra cosa.  Y ésta es la razón por la que la ideología sanitario-seguritaria ocupa un lugar central en el nuevo tipo de disuasión que ya no sería una disuasión de la sustancia ni de la realidad tal y como se nos presenta, sino de lo natural en el sentido del ser. ¡El hombre nuevo anhelado por los totalitarismos se habrá convertido entonces en una realidad tecno-científica con todas las de la ley!   

María Zambrano (Algunos lugares de la pintura)

NOCHE OSCURA DE LO HUMANO

Es sabido que en 1911 Picasso se dirige por primera vez al <<arte negro>>, y lo que en él encuentra es la máscara, son máscaras con que ocultar al hombre que él no quiere dejar aparecer en su pintura. Como más tarde encontrará el <<Arlequín>>, para que el cuerpo humano no sea tampoco el cuerpo humano. Desaparece, pues, el hombre a la par que la idealidad del mundo. Y el espacio aparece lleno, lleno como hacía mucho tiempo. Y si alguien busca el espacio, como Chirico, resultará ser el vacío, el vacio de un teatro abandonado por sus actores.
Estamos en la <<noche oscura de lo humano>>. Se esconde tras de la máscara, y el mundo vuelve a estar deshabitado. Son los paisajes lunares: tierras secas y blancuzcas, paisajes de ceniza y sal. Playas gigantescas tras de la retirada marina, vegetación mineral, flores calizas y caracolas, algas informes, criaturas amorfas de un reino que no es la vida ni la muerte. Y es también, el desierto, la extensión sin término. Y los residuos de lo humano, objetos gastados por el uso: zapatos viejos, cepillos sin cerdas, cajas irreconocibles de cartón, todo deshecho. Y es lo más humano, pues al fin lleva su huella, huella que enseña y hacer patente el eclipse y la tristeza, como si solo esas cosas sin belleza alguna llorasen al huésped ido.
¿Por qué el eclipse? ¿Tiene acaso el hombre un sitio donde regresar desde su historia? Todo da a entender que busca algo dejado atrás y que quiere adentrarse en algún secreto lugar, como si buscara la placenta de donde saliera un día, para ser de nuevo engendrado. Abandona el mundo donde tenía que ser hombre entero, y sostiene una idealidad; se muestra reacio a vivir a la luz del día, que es la luz de la razón, de esa razón que puso orden una vez en la realidad pavorosa. Busca el lugar oscuro, la caverna de donde saliera para en ella hundirse de momento.
El hombre genérico, esencial, no aparece, hace tiempo que nadie responde a las llamadas que le dirigen, ni a la apelación a que unos cuantos hombres más virginales e íntimos le han dirigido. No responde porque se sigue escondiendo, desaparece de donde ha estado durante tantos siglos. Y todas las llamadas serán en vano mientras que no se recobre el contacto con algo perdido. Algo que le daba precisamente la condición de expresarse, de aparecer ante la faz de la naturaleza, de existir.

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EL ARTE DE JUAN SORIANO

Todo lo que es creación hunde sus raíces en el sueño.
El movimiento surrealista hizo de esta verdad una tesis y, lo que es más grave, una intención. También un método. Lo cual es empezar a hacer ya lo contrario, mostrar desconfianza en las leyes del sueño bien soñado.
Porque la conciencia solo debe intervenir en el sueño para abrirle cauce. Y esta forma extrema de la conciencia que es la razón, especie de conciencia desprendida, le abre camino y aun le presta instrumento. No basta con soñar para que la creración humana surja; nace más bien de una cierta relación entre el sueño y la vigilia de la razón. Diríse que el pintor, si de pintura como en el caso de Juan Soriano se trata, debe pensar y ver despierto y pensar y pintar como en sueños., dejando atrás juicio y cuidado en un acto de pura libertad que el es al par obediente. El hacerlo así es cuestión de ética que ninguna actividad humana puede estar sustraída a ella. Y si esta actividad es creadora, diríamos que es la viva encarnación de una ética, no por informulada menos actuante.
Es la impresión primera y no borrada por reiterada contemplación que producen las obras de Juan Soriano, pintor de México que en estos días expone su labor última en una galería romana.
No es frecuente recibir esta impresión de estar ante una obra de sustancia moral, y menos frecuente todavía el enunciado, pues ¿qué tiene que hacer la ética con el arte? ¿Acaso no se liberó ya el arte de todo para quedar  a solas consigo mismo? -se dirá-. Justamente: por haberse quedado a solas consigo mismo, y más aún, por entero en quienes tienen la decisión de desprenderse de toda consideración sobre el <<éxito>>, el arte encuentra su propia ética, la que podríamos llamar ética del sueño bien soñado, que ni aún despierto se pierde.
Son esos cuadros de Soriano obras ya desprendidas de la mano de su autor, figuras y cifras de un mundo que ha penado mucho por salir al encuentro de la luz y que ha salido sin esfuerzo porque pueden dignamente afrontarla.
Y cuando esto sucede, lo que primero se gana es la unidad, la unidad de cada cuadro, la unidad de todos ellos que hacen ver que se trata de una obra. Solo aparece la obra cuando cada cuadro, siendo uno, aparece a la vez como fragmento que hace alusión a un todo,  una unidad definitiva y abierta. Y llegar  a esto es más que lograr eso que se llama una personalidad.

* María Zambrano (El Hombre y lo Divino)

Paul Valéry (La idea fija)

- La imitación es la ley del mundo actual. Sus conexiones se se vuelven de una riqueza excesiva. Todos los pueblos se imitan. Las capitales no difieren entre sí más que por los restos del pasado... Y existe además una potencia invencible que actúa, y actuará más y más, en ese mismo sentido.
- ¿Y qué?
- La disciplina mental positiva, impresa en las mentes por el uso o el abuso de las aplicaciones de la ciencias.
- Siempre ha existido una disciplina mental aplicada a la immensa mayoría de la mentes.
- Sí. Ha existido una disciplina...mística o metafísica, pero inculcada. Temo que la nuestra, la positiva, la justificada llegue a menguar en las cabezas la cantidad de...Bien Soberano...
- ¿Qué está diciendo?
- Sí. La cantidad...o mejor el grado de libertad de la mente, que el Bien Soberano.
- Confieso que no le sigo. Me habría parecido, por el contrario...
- Sí... Uno puede deshacerse de una autoridad de origen externo, desanudar todos los nudos, dar un tijeretazo a los hilos extraños. La defensa es posible... Pero es casi imposible deshacerse de los hábitos de la mente que están reforzados por la experiencia tanto como puede estarlo el pensamiento, y que justifica la crítica con tanta frecuencia como se aplique a controlarlos. La potencia de lo moderno se basa en la <<objetividad>>. Pero cuando se mira más de cerca, se encuentra que es... la objetividad misma la que es potente, y no el hombre mismo. Si se convierte en el instrumento -esclavo- de aquello que ha hallado o forjado: una manera de ver.
- Un método... Pero, ¿y si esta manera es la buena? ¿Y si es el umbral, el límite, al que han conducido y debían conducir siglos de tanteos?
- Seguramente...Pero, ¡cuidado con el automatismo!
- ¿Cómo?... Usted persigue a los otros, empuja a la precisión y después ¡chaquetea!
- No. Por lo demás, no existe una mente que esté de acuerdo consigo misma. Dejaría de ser mente. Pero atienda un momento. Permíta que me extravíe en la maraña de la moral.
- ¡Vamos! Señor...
- Suponga que, por una autoridad cualquiera...
- Como todas las autoridades.
- Se haya establecido un código moral, una tabla de valores morales; se hayan definido nítidamente en el bien y el mal, todos los actos imaginables afectados de coeficientes éticos, positivos o negativos...
- O nulos. Pero todo eso existe...
- Más o menos. Suponga ahora que por un procedimiento igualmente cualquiera, sugestión todopoderosa, pediatría, pedagogía, tan eficaz como la nuestra lo es poco -y que sea la nuestra lo que nuestros medios materiales son a los de las tribus más bárbaras-, hayamos logrado hacer el acto bueno completamente reflejo, y casi irresistible; el acto malo, excesivamente penoso, doloroso, incluso de imaginar...
- ¿Y después?
- ¿Después?... En primer lugar, desaparece el mérito ¿no?... El bien no costaría nada. El mal, por el contrario, resultaría carísimo...
-Todo marcharía a pedir de boca.
- Pero los moralistas se desesperarían...
- No le veo inconveniente...¿Y por qué?... Llegarían al colmo del placer... No más pecados, no más faltas, no más crímenes.
- Pero qué va... lo que a ellos les gusta no es el bien... sino la pena que uno se inflige para hacer el bien.
- Pero, ¡son unos sádicos!
- Son <<deportitas>>. Les gusta el esfuerzo por el esfuerzo. La virtud es la fuerza. Toda fuerza contraría alguna fuerza. Si yo evito el mal... lo mismo que mi mano evita algo que quema, si la ocasión de hacer el bien actúa en mí como lo hace sobre las grándulas salivales...
- Las tripas...
- Horror... No, ¡algún hermoso fruto!... Entonces la conducta humana...
- El comportamiento.
- Esa palabra me enerva... Inútil y reciente.
- ¡Fobia!... Es excelente.
- Rsumiento, digo que la conducta humana, reducida de este modo a un automatismo...virtuoso, ya no ofrece nada interesante.
- Eso tiene mundo alcance. Llega hasta la Audencia de lo Criminal.
- ¿Es que no se da cuenta de que ese automatismo ético destruiría todo el mundo moral?
- En todo caso un medio mundano...
- Agotaría la fuente desconocida de esta <<energía de primera calidad>>, la cual...
- La cual ¿qué?
- La cual... En fin, la cual anima los actos cuyo único atractivo es ideal... Exterminaría toda esa sutileza que desarrollan los conflictos intestinos...
- ¡Oh, Oh!
- La causística de cada cual, las ingeniosas invenciones que nos permiten mentirnos a nostros mismo...

* Paul Valéry (De Poe a Mallarmé)
* Paul Valéry (Mi fausto)
* Paul Valéry (Piezas sobre arte)

Manuel Cruz (Adiós, historia, adiós) El abandono del pasado en el mundo actual

Se reparará, entonces, en que el transcurso de los acontecimientos, lejos de cargar de razón a aquellos agoreros que, desde hace ya bastantes décadas, venían relamiéndose anunciando el final de las ideologías (cuestión en la que ahondaremos en el próximo capítulo), lo que han hecho ha sido modificar la naturaleza de las mismas, sobre todo en un aspecto fundamental. De ser cierto lo que hemos comentado hasta aquí, lo característico de las ideologías en nuestra época no es tanto su desaparición como su transformación. Las ideologías hoy han devenido invisibles. Operan con la eficacia que acabamos de comentar pero sin reivindicarse explícitamente. Tal vez, si hubiera que echar mano de alguna categorización preexistente para interpretar dicha mudanza, pudiera resultarnos de ayuda la que proponía Ortega al distinguir entre ideas y creencias. Se recordará el trazado de la línea de demarcación entre ambas nociones: mientras que las ideas son pensamientos que se nos ocurre (de ahí que en algún momento Ortega las denomine tambien <<ocurrencias>>), y que podemos examinar, adoptar y hasta imitir, entre otras razones porque emergen de la vida humana que los precede, lo más característico de las creencias es precisamente el hecho de que no desembocamos en ellas a través de actos específicos de pensamiento ( no son pensamientos que bien pudieran no habérsenos ocurrido) sino que, por el contrario, se hallan ya en nosotros, constituyendo la sustancia de nuestra vida. O tal vez mejor a la inversa, nosotros estamos en ellas. Dicho con la proverbial rotundidad orteguiana: las ideas se tienen, en las creencias se está.
El principal peligro de que, en efecto, pudiera aplicarse el esquema de Ortega a la presente situación vendría dado por uno de los convencimientos más fuertes del autor, a saber, que hasta cierto punto dominamos nuestras ideas, pero estamos siempre dominados por nuestras creencias. Resultaría exagerado afirmar que las creencias son inmunes a la crítica, pero en lo más mínimo sostener que la hacen mucho más problemática. Impugnar las propias creencias es una tarea que obliga al sujeto no solo a un trabajo deconstructivo previo sino también a otro, positivo, de producción de nuevas ideas. Porque las ideas, tan denostadas en el mundo de hoy, son de enorme utilidad para la vida. Sirven para cubrir las fisuras que se abren de continuo en las creencias que nos constituyen. La idea es aquello que se forja el hombre cuando la creencia vacila. Las ideas son esas cosas que de manera consciente construimos precisamente porque (todavía) no creemos en ellas. Y los huecos de nuestras creencias deberían ser el lugar vital donde las ideas se insertaran para desempeñar su función crítica.

[...] Porque si antes hablábamos de ideologías para referirnos a esos conjuntos de ideas a los que atribuíamos una importante capacidad tanto explicativa como interpretativa o propositiva, tal vez ahora deberíamos acuñar un nuevo término que diese cuanta de la forma en que, desde la sombra, las nuevas creencias gobiernan y dirigen nuestro comercio con el mundo, liberadas de la fastidiosa tutela que en otros tiempos llevaban a cabo las ideas, deseosas a su vez de tomar el relevo y convertirse ellas mismas en las nuevas creencias. Desaparecidas las ideas de recambio en un mundo que ha dado a casi todas por muertas, los viejos convencimientos imponen su ley a su antojo, modelando nuestra mirada a su gusto, sin tener que rendir cuentas por nada.
Tal vez si a los viejos e interesados sistemas de ideas los calificáramos como ideología, a esta nueva forma de engaño social le conviniera el neologismo creenciología.  En todo caso, se le denominara como se le denominara, estaría señalando uno de los puntales de los imaginarios colectivos del mundo de hoy, que vendrían, efectivamente, caracterizados por el mayor peso de la creencias sobre las ideas. Desequilibrio -no cabe la menor duda al respecto- absolutamente interesado, en la medida que, al obturar un auténtico debate crítico en relación con lo que pensamos, termina convirtiéndonos en seres aplicados y adaptados, funcionales y práticos, sin la menor capacidad para tomar distancia de cuanto ocurre, que pasa a ser visto, sin necesidad de argumentación alguna, como obvio (en su versión más ligera) o como necesario (en la más pesada).

* Manuel Cruz (Filósofo de guardia) Reflexiones acerca de lo que nos va...
* Manuel Cruz (Escritos sobre la ciudad y alrededores)
* Manuel Cruz (Ser sin tiempo)
* Manuel Cruz (El ojo de halcón) Cuando la filosofía habita en los...
* Manuel Cruz (La flecha (sin blanco) de la historia
* Manuel Cruz (Pensar en voz alta)

Luis Racioneo (Oriente y Occidente)

Alan Watts en su Libro del tabú, explica magistralmente cómo, durante dos mil años, nos han educado para creer que las personas son un ego metido en un saco de piel, cuando en realidad el hombre no es esta dualidad de cuerpo y mete, de animal racional que se pretende en Occidente, sino un cuerpo-espíritu indiferenciado  siendo lo material y lo mental indistinguibles, manifestaciones, por canales de expresión distintos, de un mismo poder formativo del cuerpo-espíritu.
Watts demuestra que la sensación prevalente de que una persona es un ego separado, encerrado en su caso de piel, es una alucinación incongruente con la ciencia occidental y con las religiones filosóficas del Este. Esta alucinación ha sido causada por modos de pensar en imágenes, modelos, mitos y lenguajes, que se han usado durante miles de años sobre la percepción. Pocos suelen descubrir, por ejemplo, que los pensamientos y emociones más íntimos no son realmente personales, sino pensados en términos de lenguaje e imágenes que vienen dadas por la sociedad.

             El centro de la cuestión es el mudo en que nos concebimos como seres humanos, nuestra sensación de estar vivos, de existencia individual y de identidad. La mayoría tenemos la sensación de que <<yo>> es un centro de percepción y acción, que vive dentro del cuerpo físico, un centro que confronta un mundo exterior de gentes y cosas, entrando en contacto a través de los sentidos con un universo extraño. Hay figuras del lenguaje corriente que reflejan esta ilusión: <<Yo vine al mundo>>, <<Debes afrontar la realidad>>, <<La conquista de la naturaleza>>. Esta sensación de ser solitarios y efímeros visitantes en el universo está en total contradicción con todo lo conocido en las ciencias sobre el hombre y los demás organismos vivos. No <<venimos>> al mundo; salimos de él, como las hojas de un árbol. Igual que el océano <<ondula>>, el universo <<puebla>>. Cada individuo es una expresión de todo el ámbito de la naturaleza, una acción única del universo total.
El mero hecho de aceptar la existencia del yo como una realidad objetiva inclina a adoptar una postura de imposición del yo propio sobre las circunstancias para conseguir lo que <<uno>> desea. Por supuesto, esta actitud no es rechazable; es la actitud heroica de Prometeo, que ha conseguido para Occidente el progreso material. No se puede pretender, con la filosofía oriental o con otra cualquiera, atacar la opción voluntarista de vivir la vida diciendo adónde se quiere ir. Lo que sí interesa es conocer y sospesar los conflictos implicados en esta posición; por eso hablamos de dimena. La filosofía oriental ayuda a ver que el propio concepto de ego es ya una opción, y avisa para que, sea cual sea la opción que se adopte, asimilando el ego o disolviéndolo, se ve la encrucijada mental y que hay más de un camino.


                 En vano partimos el agua del torrente con el hierro,
                 en vano bebemos para ahogar la pena.
                 ¡Cuando el deseo humano está en guerra con el destino,
                 sólo vale una cosa, y sólo una!:
                 izar velas y dejar que el viento y el agua nos lleven

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Los nudos mentales que ahogan al occidental ante diversas situaciones de la vida se pueden afrontar de otra manera desde la perspectiva oriental. Sin embargo, los nudos mentales aunque se aflojan con el pensamiento, sólo se deshacen viviendo. La filosofía sólo sirve para dar un punto de vista, una opinión sobre el mundo. Tenemos la opinión oriental, sobre los básicos dilemas occidentales; pero la última palabra la tiene la acción.
Los nudos mentales y los síntomas psicosomáticos que provocan se deben a los deseos. Los conflictos vienen de los deseos; donde no hay deseo no hay problema. Los deseos son el ego, y los recuerdos. La identidad o ego se construye con recuerdos, que son el pasado, y con deseos que son el futuro; el yo es un conjunto de recuerdos y proyectos. Cuando se eliminan recuerdos y proyectos, el pasado y el futuro, ¿qué queda?, aquí y ahora.
Todo el trabajo consiste en eliminar los deseos. Si nada se desea no puede haber conflicto, decepción, presión. Se actúa, pero sin intención, sin preconcepción, sin presión, con wuwei.
Todos los problemas vienen de los deseos: eliminar los deseos es eliminar el ego, y con ambos, los conflictos. Disminuir la atención, aumentar la atención, he ahí todo el secreto: <<choiceless awareness>>.
Ahí reside toda la cuestión. Es muy sencillo de resumir, simple de expresar, como todo lo fundamental, pero muy difícil de poner en práctica. Lo he expuesto con toda claridad; pero ¿quién es capaz de realizarlo? Ahí está la dificultad. Pero, por difícil que sea en la práctica, en teoría es muy simple. Todo lo anterior se resume en ello. Y el exponerlo con claridad se me agradecerá llamándome divulgador: si hubiera escrito trescientas páginas densas y oscuras sobre la noción del yo, el ser y la nada o el concepto de substancia, se me tendría por un pensador profundo y consistente.


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