Rosa Díez (La demolición) La gran traición de Sánchez a la democracia

 Pervertir el lenguaje para degradar la democracia

Las mentiras resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que la audiencia espera y desea oír.

La perversión del lenguaje es una vieja estrategia de los líderes totalitarios. «Llamar a las cosas por los nombres que no son» (Pilar Ruiz, Andoain) es una forma de mentira que resulta muy común en el lenguaje político y que el caudillo Sánchez cultiva siguiendo las instrucciones de Iván Redondo, que, recordando las prácticas de Goebbels, le dicta el principio de propaganda que corresponde difundir en cada momento.

En realidad, teniendo medios y no teniendo escrúpulos el método es sencillo: hay que demonizar una idea o un concepto y exaltar el que se considera contrario. Una vez definido ese objetivo el político gobbeliano adjudicará el adjetivo positivo a cualquier tipo de tropelía que realice y estigmatizará cualquier decisión que tomen aquellos que están fuera de su secta. 

  • Es una perversión llamar «gobierno de progreso» al que surge de una coalición formada con los defensores de las dictaduras más sangrientas del mundo —las actuales, como Irán o Venezuela, y las pasadas, como la soviética— y que está apoyado por filoetarras y golpistas.
  • Es una perversión llamar «progresistas» a personajes de la calaña de Otegi, Junqueras o Torra. Si Sánchez se encuentra cómodo en su compañía es porque tiene un desarrollo moral muy similar al suyo: carece de la más mínima empatía hacia los demás, no tiene remordimientos, la moral y las normas éticas le son indiferentes y toma las decisiones atendiendo únicamente a sus necesidades. Pero eso no les convierte, ni a él ni a sus socios, en progresistas.
  • Es una perversión denominar «progresistas» las decisiones tomadas por Sánchez para reforzar las políticas y a los individuos que trabajan por el deterioro de la convivencia entre españoles. Es una perversión considerar «progresistas» las políticas que están conduciendo a la desigualdad entre españoles y que son el peaje que paga Sánchez para que se impongan como nueva norma de convivencia las exigencias de golpistas y proetarras. 
  • Es una perversión llamar «nueva normalidad» al intento de mantener vivo el modelo presidencialista que Sánchez instauró durante los más de noventa días que duró el primer estado de alarma. «La nueva normalidad se ha convertido en la versión sanchista del «España es diferente» con que Franco justificaba la restricción de libertades que sufríamos los españoles. Como España era diferente, la sociedad española no tenía por qué ser plural, ni los españoles podíamos aspirar a ser tratados como iguales porque no todos éramos buenos españoles; como España era diferente, no necesitábamos instituciones independientes del poder político; como España era diferente los españoles no podíamos aspirar a viajar al extranjero sin limitaciones, a leer o escribir lo que quisiéramos sin temor a ser denunciados o censurados, a reunirnos sin limitaciones de número y sin pedir permiso... Trasmutar la España democrática que nos dimos con la Constitución del 78 en una España «diferente» es el sueño húmedo de Pedro Sánchez; y a eso lo llama progresista
  • Es una perversión llamar «restricción de la movilidad nocturna» al toque de queda impuesto por Sánchez dentro de un nuevo estado de alarma que pretende extender durante seis meses para mantener suspendida la Constitución y todos los derechos que en ella se proclaman. 
  • Es una perversión llamar «errores» a los delitos juzgados y sentenciados que ha cometido Junqueras; y es una perversión considerar al terrorista Otegi un socio político de primer nivel y poner bajo su mando el Gobierno de Navarra.
  • Es una perversión llamar «memoria histórica» al intento de reescribir la historia moderna de España para que las nuevas generaciones ignoren que viven en democracia gracias a la generosidad y altura de miras de sus mayores, que fueron capaces de sellar un pacto entre hermanos para que no se repitiera la historia y para que las nuevas generaciones pudieran vivir en una sociedad libre y democrática.
  • Es una perversión llamar ley de «memoria democrática» a una norma cuyo objetivo es, según la vicepresidenta Carmen Calvo, «homologar» nuestra democracia. ¿Acaso no vivimos en una democracia homologada con el resto de países europeos? ¿Qué país representa el modelo democrático alternativo que defiende Sánchez y con el que pretende «homologar» a España? ¿Venezuela? ¿Irán?
Como nos ha enseñado la historia, pervertir el lenguaje es el primer paso para pervertir las instituciones y a partir de ahí pervertir la democracia. Todo está inventado y Sánchez se limita a seguir los principios goebbelianos de la propaganda, de forma que las mentiras, convenientemente repetidas, acaben por convertirse en verdad. Como advirtió Klemperer, cuando Hitler hablaba del pueblo se refería a una parte de los ciudadanos; llamaba conflictos a los desacuerdos y difamaciones a la crítica política. Sánchez no hace sino adaptar a nuestro tiempo y a nuestro país la vieja táctica de la propaganda nazi: si se refiere a los españoles, deja fuera a la legítima oposición; a la negativa a avalar sus políticas le llama confrontación; los juicios negativos sobre sus actos son calificados de bulos; a los acuerdos con los enemigos de la democracia les llama «pacto de progreso»; quienes se manifiestan en contra de sus políticas son señalados como fascistas o ultras... Y así todo. 

Como escuché decir a Fernando Savater en Andoain: «La ultraderecha en España son los partidos nacionalistas y los independentistas. Llamar a eso «progresista» es un insulto a los verdaderos progresistas que fueron asesinados por defender la libertad y la igualdad».

Así, pervirtiendo el lenguaje, persigue Sánchez pervertir la democracia.

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