Rafael Corazón (Por qué pensar si no es obligatorio)

PRÓLOGO

Decía Kant, tomándolo de los clásicos: *sapere aude!, y lo tomaba como lema de la Ilustración. Pero el propio Kant acabó en el agnosticismo y, en último término, en el escepticismo: al negar la posibilidad de la metafísica, dio paso a las ideologías, en las que la verdad no cuenta.

Las ideologías actuales tienen vocación de gobierno: quieren mandar, pero olvidándose del bien común; buscan imponerse e imponer sus ideas, sus slogans, sus prejuicios. Y lo hacen con violencia -a veces física, y siempre moral, descalificando a quien no se someta al <<pensamiento único>>-. Son ya famosas frases como <<quien se mueva no sale en la foto>>, o descalificaciones como <<homófobo>>, <<fascista>>, <<intransigente>>, etc., con las que se intenta descalificar -callar- a quien se atreva a pensar y más si, cuando lo hace, busca la verdad. La verdad, se ha dicho, no debe guiar al hombre, sino al contrario; con frase que suena a blasfema, se defiende que <<la libertad nos hará verdaderos>>, porque la verdad se construye o se inventa, pero no existe.

¿Es obligatorio pensar? Para el hombre sí. Si no lo hace, otros lo harán por uno, o bien, serán los instintos y las pasiones más bajas las que tomarán las riendas de la vida. Pero para pensar primero hay que estudiar: saber qué han dicho los demás, cómo lo han hecho, qué errores han cometido y qué verdades han alcanzado. Si se pretende empezar de cero se incurre en multitud de errores ya rechazados. Por desgracia, la Ilustración quiso ser un nuevo comienzo: borró la pizarra de la historia y <<empezó a pensar>> sin prejuicios, pero también sin ideas. Y hoy, después de varios siglos, hemos llegado a la conclusión de que todo es relativo, que el hombre no existe sino que se hace, que la verdad es conflictiva. Lo único <<verdaderamente>> válido es algo que se escribió hace muchos siglos -no menos de 25, aunque lo desconozcan quienes creen haberla descubierto ahora-: <<comamos y bebamos que mañana moriremos>>.
Repasar lo que se ha dicho sobre el hombre, lo que puede tener valor perenne acerca de él, no es una tarea inútil. Hoy es muy necesaria. Y <<descubriremos>> grandes novedades.

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En realidad, la ideología de género tiene un transfondo más complejo, pues va unida a la llamada <<liberación de la mujer>>, es decir, a la ideología de origen marxista que busca -más bien habría que decir que necesita- liberar siempre a alguien para poder seguir existiendo. El marxismo, en principio, buscaba la liberación de la clase obrera, y dio lugar a diversas corrientes o movimientos políticos, especialmente tres: el comunismo, el socialismo y la social-democracia.

Pero con la caída del llamado <<socialismo real>>, es decir, de la Unión Soviética -caída que no fue provocada desde el exterior sino que fue un hundimiento del sistema por inconsistencia-, las ideologías de inspiración marxista se quedaron, en cierto modo sin objeto. Resultaba que la clase obrera vivía mejor en las democracias liberales que en las autodenominadas <<repúblicas democráticas>>: en occidente tenían sindicatos libres, seguros sociales, derecho a la huelga, etc., cosas de las que carecían en los países comunistas.

Al quedarse sin <<objeto>>, tuvieron que buscar a otras personas <<oprimidas>> a las que liberar o, de lo contrario, la ideología dejaba de tener su razón de ser. El nuevo objeto lo encontraron en la mujer, a la que consideraron ahora como <<proletaria del proletario>>; en efecto, mientras el obrero está trabajando en la fábrica, en casa su mujer trabaja <<gratuitamente>> para él: le lava la ropa, hace la comida, limpia la casa, etc., y, sobre todo, es objeto sexual del obrero. La conclusión inmediata fue la siguiente: la liberación de la mujer es la libertad sexual de la mujer.

El matrimonio y la familia <<atan>> a la mujer de tal modo al varón que le impiden <<realizarse>> en todos los ámbitos de la vida, pero, especialmente, en el campo sexual; la maternidad la mantiene <<esclavizada>> a las tareas del hogar, la somete al varón y hace imposible que desarrolle sus capacidades. En definitiva: el matrimonio tal y como se ha entendido <<tradicionalmente>> es el enemigo número uno de la liberación de la mujer.

Ideología de género y liberación de la mujer van unidos; no pueden separarse porque son las dos caras de la misma moneda. Si el varón puede desarrollar su actividad sexual sin responsabilidad, sin temor a embarazos, etc., ¿por qué no poner los medios para que la mujer pueda hacer lo mismo? Si desea tener hijos, debe ser libremente, con quien quiera y cuando quiera; pero si no lo desea, deben proporcionársele todos los medios para <<liberarla>>. Con mayor motivo debe quedar libre de todo compromiso conyugal y familiar; la libertad es lo primero, y la libertad no admite compromisos de por vida. La sociedad sin clases del marxismo <<clásico>> es sustituida ahora por la sociedad sin sexo: el nuevo paraíso en la tierra, la liberación absoluta. La sexualidad, elegida libremente, es la que debe <<modelar>> la sociedad y las relaciones humanas.

* <<Atrévete a saber>> o <<ten el valor de usar tu propia razón>>.

Norberto Bobbio (Derecha e izquierda)

PRÓLOGO
EL MURO CAYÓ HACIA LOS DOS LADOS
Joaquín Estefanía

La revolución tecnológica y una concepción de la libertad más vinculada a la seguridad que a la igualdad han puesto a la defensiva a una izquierda que ha llegado tarde a muchas de las citas que se han dado en la última década. Una izquierda que huele a naftalina a muchos de los nuevos protagonistas sociales que han emergido, aunque no estén organizados. Para muchos jóvenes, la política tal como se la conoce, (y la izquierda que la practica) ha dejado de ser un actividad articulada, una búsqueda de soluciones que se obtienen del esfuerzo, del estudio de los problemas y del discurso elaborado, sino que se basa en un deseo genérico de <<hacer cosas>>, de actuar e incluso de pelearse, de que <<se enteren>>, de <<darles una lección>>. Así, la política (frente a la que esos jóvenes sufren tal desafección que cuando les preguntan qué opinan del sistema que les acoge contestan que es corrupto, fallido, indiferente e irresponsable hacia ellos) tiende a identificarse no con la elaboración cultural e ideológica sino con el <<comportamiento>> con el culto a la acción directa. En parte, la juventud se siente una especie de clase social aparte, una clase social <<en sí>>, no <<para sí>>, transversal respecto a los demás, sobre todo respecto a lo viejo y a los viejos, e incluso opuesta a ellos. A esta clase social, la política tradicional, y la izquierda que la practica, no le dice nada o le dice muy poco: es cosa de otra época.

Pero el acontecimiento que más ha transformado el mundo en los últimos años ha sido la Gran Recesión, una de las pocas crisis mayores del capitalismo que podía haber acabado con él (en este caso, tras el pánico financiero que se generó con la quiebra de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión del mundo, en el otoño de 2008). Por su profundidad, extensión y globalidad, aunque en diversos grados según la zona geográfica del planeta. La Gran Recesión comenzó en el verano de 2007 y aún estamos contando sus estragos en forma de empobrecimiento, reducción de la protección social, congelación de lucha contra el cambio climático y, sobre todo, en pérdida de calidad de la democracia. En nuestra opinión, la crisis económica tendrá secuelas de largo plazo en esa forma de pensar y de vivir de los ciudadanos que antes se citaba, pese a que sigue vigente la gran maldición expresada por Galbraith: la memoria en términos económicos dura una generación, transcurrida la cual los humanos volvemos a cometer las mismas tonterías que antes, solo que con productos, abusos y especulaciones más sofisticados.

En lo que ha supuesto el final de un largo periodo de prosperidad de casi tres lustros, durante el cual los ciudadanos habían sido convencidos de que <<era seguro>> que las depresiones del pasado no volvieran a repetirse, la crisis tendrá un profundo impacto ideológico, ya veremos de qué signo. En la medida en que los defensores del libre mercado a ultranza parecían capaces de suministrar bienes y servicios a la población, por desigual, precario y exclusivo que fuese, el reparto, su predominio político parecía comprometido. Pero el genio se ha escapado de la botella y las soluciones a los problemas económicos han pasado por un intenso intervencionismo y la utilización de multimillonarias cantidades de dinero público. Como explica el analista británico Seumas Milne (La venganza de la historia. La batalla para el siglo XXi, Editorial Capitán Swing), el sistema se ha salvado del colapso gracias a la mayor intervención estatal de la historia, y <<los siniestros siameses>>, el neoconservadurismo y el neoliberalismo, que a principios del siglo actual parecían tener el mundo en sus garras, han sido puestos a prueba una y otra vez hasta quedar desautorizados en la totalidad de sus bases ideológicas.

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VIII. LA ESTRELLA POLAR

[...] Para terminar, permítanme añadir a la tesis aquí sostenida un testimonio personal. Siempre me he considerado un hombre de izquierdas y por lo tanto siempre he dado al término <<izquierda>> una connotación positiva, incluso ahora que está siendo cada vez más atacada, y al término <<derecha>> una connotación negativa, a pesar de estar hoy ampliamente revalorizada. La razón fundamental por la cual en algunas épocas de mi vida he tenido algún interés por la política, o, en otras palabras, he sentido, sino el deber, palabra demasiado ambiciosa, la exigencia de ocuparme de la política, y alguna vez, aunque más raramente, de desarrollar actividad pública, siempre ha sido mi malestar frente al espectáculo de las enormes desigualdades, tan desproporcionadas como injustificadas, entre ricos y pobres, entre quien está arriba y quien está abajo en la escala social, entre quienes tienen el poder, es decir, la capacidad para determinar el comportamiento de los demás, tanto en la esfera económica como en la política e ideológica, y quien no lo tiene. Desigualdades especialmente visibles y -a medida en que poco a poco se vaya fortaleciendo la conciencia moral con el paso de los años y la trágica evolución de los acontecimientos- cada vez más concienzudamente vividas, por parte de quien, como yo, nació y fue educado en una familia burguesa, en la que las diferencias de clase todavía estaban muy marcadas. Estas diferencias eran especialmente evidentes durante las largas vacaciones en el campo, donde nosotros, llegados de la ciudad, jugábamos con los hijos de los campesinos. Entre nosotros, la verdad sea dicha, efectivamente había una perfecta armonía, y las diferencias de clase eran totalmente irrelevantes, pero no podíamos evitar el contraste entre nuestras casas y la de ellos, nuestras comidas y las suyas, nuestros trajes y los suyos (en verano iban descalzos). Cada año, al volver de vacaciones, sabíamos que uno de nuestros compañeros de juego había muerto durante el invierno de tuberculosis. No recuerdo, en cambio, una sola muerte por enfermedad entre mis compañeros de escuela en la ciudad.

Eran también los años del fascismo, cuya revista política oficial, fundada por el mismo Mussolini, se titulaba Gerarchia. Populista, no popular, el fascismo tenía alistado al país bajo su régimen, reprimiendo toda forma libre de lucha política; un pueblo de ciudadanos, que ya habían conquistado el derecho a participar en elecciones libres, fue reducido a una masa vitoreante, un conjunto de súbditos todos iguales, sí, por el idéntico uniforme, pero iguales (¿y contentos?) en la servidumbre común. Con la aprobación imprevista e improvisada de las leyes racistas, nuestra generación se encontró en los años de la madurez frente al escándalo de una infame discriminación que en mí, como en otros, dejó una señal indeleble. Fue entonces cuando el espejismo de una sociedad igualitaria favoreció la conversión al comunismo de muchos jóvenes moralmente serios e intelectualmente capaces. Sé muy bien que hoy, después de tantos años, el juicio sobre el fascismo debe ser dado con el distanciamiento propio del historiador. Sin embargo, hablo aquí no como historiador, sino únicamente para aportar un testimonio personal de mi educación política en la que, por reacción al régimen, tuvieron tanto que ver los ideales, además de los de libertad, e incluso de los de igualdad y fraternidad, como la <<redundante charlatanería>>, como desdeñosamente se decía entonces, de la Revolución Francesa.

Como he venido diciendo desde el principio, suspendo todo juicio de valor. Mi propósito no era el de tomar partido, sino el de dar testimonio de un debate que continúa muy vivo, a pesar de las recurrentes campanadas de duelo. Además, si la igualdad puede ser interpretada negativamente como nivelación, la desigualdad se puede interpretar positivamente como reconocimiento de la irreductible singularidad de cada individuo. No existe ideal que no esté encendido por una gran pasión. La razón, o mejor dicho, el razonamiento que aduce argumentos en pro y en contra para justificar la elección de cada uno de ellos frente a los demás, y sobre todo frente a sí mismo, llega después. Por eso los grandes ideales resisten el paso del tiempo y la variación de las circunstancias y son el uno para el otro, a pesar de los buenos oficios de la razón conciliadora, irreductibles.

Irreductibles, pero no absolutos, por lo menos así debería de considerarlos el buen demócrata (y una vez más permítanme volver sobre la diferencia entre extremista y moderado). Nunca he pretendido erigir mis preferencias personales, a las que considero que no puedo renunciar, en criterio general del derecho y de la sinrazón. Luigi Einaudi, que en un ensayo valiosísimo, que siempre me ha servido de guía, Discorso elementare sulle somiglianze e dissomiglianze fra liberalismo e socialismo, después de haber definido con admirable maestría los rasgos esenciales del hombre liberal y del hombre socialista (y no tenía necesidad de señalar de qué parte estaba), escribía que <<las dos corrientes son respetables>>, y <<los dos hombres, aunque adversarios, no son enemigos; porque los dos respetan la opinión de los demás; y saben que existe un límite para la realización del propio principio>>. Concluía: <<El optimun no se alcanza en la paz forzada de la tiranía totalitaria; se toca en la lucha continua entre dos ideales, ninguno de los cuales puede ser vencido sin daño común>>

El empuje hacia una igualdad cada vez mayor entre los hombres es, como ya observó en el siglo pasado Tocqueville, irresistible. Cada superación de esta o aquella discriminación, en función de la cual los hombres han estado divididos en superiores e inferiores, en dominadores y dominados, en ricos y pobres, en amos y esclavos, representa una etapa, desde luego no necesaria, pero por lo menos posible, del proceso de incivilización. Nunca como en nuestra época se han puesto en tela de juicio las tres fuentes principales de desigualdad: la clase, la raza y el sexo. La gradual equiparación de las mujeres a los hombres, primero en la pequeña sociedad familiar, luego en la más grande sociedad civil y política, es uno de los signos más certeros del imparable camino del género humano hacia la igualdad.

¿Y qué decir de la nueva actitud hacía los animales? Debates cada vez más frecuentes y extensos, concernientes a la legitimidad de la caza, los límites de la vivisección, la protección de especies animales que se han convertido en cada vez más raras, el vegetarianismo, ¿qué representan sino escaramuzas de una posible ampliación del principio de igualdad incluso más allá de los confines del género humano, una ampliación basada en la conciencia de que los animales son iguales a nosotros los hombres por lo menos en su capacidad de sufrimiento?

Se entiende que para que cobre sentido este grandioso movimiento histórico, es preciso levantar la cabeza de las rencillas cotidianas y mirar más arriba y más lejos.

Peter Sloterdijk (Muerte aparente en el pensar) Sobre la filosofía y la ciencia como ejercicio

Nada hay nada tan característico del romanticismo de perdedores como la tendencia a que sus actores se atribuyan como virtud su propia incapacidad en cuestiones prácticas y proclamen su inutilidad para servicios y cargos concretos como prueba de su competencia para cualquier problema universal. Con los cosmopolitas filosofantes de la era posplatónica entre en liza el tipo de intelectual que flota en libre, que hace de la necesidad de la derrota la virtud de la falta de ataduras, ampliada con el de derecho de entrometerse en todo lo que atañe al ser humano. Romanticismo es soberanismo imaginario en situaciones postpopíticas. Ahora el espectador ha de ser siempre el que está por encima, mientras que los que actúan se ponen inevitablemente en ridículo. En interés del espectador en construcción se plantea la exigencia de que el poder ceda frente a la debilidad, como lo muestra Alejandro al permitir que Diógenes le le diga que ha quitarse de en medio para dejar que le llegue el sol. La nueva antítesis entre poder y espíritu es controlada por parte del espíritu: el poder sirve en adelante sólo como una forma del espíritu eclipsado que espera ser esclarecido. Algunos pensadores adoptan la profesión de orador concertista ambulante, que impresionan a un público cambiante con improvisaciones sobre grandes temas. Otros aceptan el papel de educadores de príncipes: así Aristóteles, que fue durante un tiempo preceptor de Alejandro, hijo del rey de Macedonia. No pocos toman el camino de los tranquilos jardines de Epicuro. Casi todos sacan de las nuevas circunstancias las consecuencias de que hay que tomar las riendas de la vida propia, ya que no es posible cooperar en la dirección de ciudades y Estados; esto crea las condiciones para el amplio éxito del estoicismo. La preocupación por la comunidad se ha convertido en preocupación por uno mismo [...]

[...] Así comienza el búho de Minerva su vuelo sobre los escenarios de una democracia caduca. Donde antes había ciudadanos, ahora disertan profesores invitados; el mundo entero es una residencia para visiting scholars. De sí mismos aseguran los doctos que son ciudadanos del mundo, convencidos de que tal expresión siempre vale una beca, o logra, al menos, un contrato de consejero de una corte principesca. La Antigüedad tardía vive, finalmente, la decadencia de la filosofía en teología. El libre romanticismo de perdedores tiene que ceder ante los imperativos fundacionales de la era monárquica. Marco Aurelio y Juliano el Apóstata encarnan intentos aislados y sin consecuencias de reunir en una persona la soberanía imperial y filosófica. Los demás monarcas se interesan por sacerdotes, no por filósofos: el papel del soberano está claramente falto de dignidad durante milenio y medio. A los monarcas no les interesan discípulos, sino cortesanos. No se necesitan emperadores adicionales del pensar. El valor práctico de las <<personas de espíritu>> se limita en ese tiempo a hacer súbditos por dentro [...]

[...] El intento de comprender la génesis de la actitud teórica no se agota aludiendo a la liberación de los individuos reflexivos de preocupaciones por la polis, por más que la transformación del ciudadano en espectador relajado del teatro del mundo siga siendo importante para todo los demás. La aparición del ser humano capaz de epojé puede explicarse también -en segundo lugar- por disposiciones psicológicas relevantes en los individuos. De manera temprana -como muy tarde con Aristóteles- los protopsicólogos griegos tomaron nota de que en algunos individuos existe la tendencia a crear una distancia crónica entre ellos y su entorno. Desde el comienzo resultó dudoso si la existencia retirada contemplativa manifiesta una debilidad de la capacidad de participación en lo común o más bien la fortaleza del poder-permanecer-aparte. La patología humana antigua explica el fenómeno mismo por el predominio de la bilis negra sobre los otros tres líquidos corporales (sangre, flema y bilis clara), por lo que ese tipo humano se manifiesta en una difusa debilidad participativa y en una suave desazón que lo impregna todo. El homo theoreticus parece que pena bajo un duelo sin objetivo: no está triste por eso o lo otro, sino marcado por sentimientos de pérdida sin motivo reconocible. Siente como si al mundo le faltara algo importante. Por eso nunca estará en él realmente en casa; un estado que Lamartine en su poema fúnebre L`Isolement evocó así:

<<Por qué permanezco aún sobre esta tierra de exilio?/ Entre ella y yo no hay nada en común>>.

Ya la tradición antigua adscribió esta disposición a un determinado tipo de pensadores, por ejemplo, a Heráclito de Éfeso, a quien desde siempre se presenta bajo el cliché del filósofo llorón. De hecho, el viejo tópico, Democritus ridens, Heraclitus flens es una prueba de qué pronto se había comenzado a relacionar las diferencias entre escuelas y sistemas de pensamiento con los contrastes entre caracteres humorales (en términos modernos: entre disposiciones fundamentales de ánimo). Las lágrimas del melancólico conducen inevitablemente a otras ideas sobre el mundo y la vida que la risa del sanguíneo. A la doctrina clásica de los humores se superpuso más tarde la mitología de los planetas, según la cual los melancólicos son gente que coloca su vida bajo el signo de Saturno, el astro del alejamiento mundo y de la contemplación callada. Aristóteles llegó incluso a establecer que todos los hombres excepcionales habían sido melancólicos. En ellos se reunirían agudeza intelectual y tristeza de ánimo en una síntesis creadora. Los que por naturaleza se apartan del mundo parecen predestinados a ser invadidos por visiones y súbitas ocurrencias. No pocas veces son los seres humanos perdidos del mundo quienes por el rodeo de su vida interior tónica tienen mucho que devolver al entorno del que se han apartado.  Quien se inclina a una postura así se mueve en un círculo autorreforzante. Cuando el melancholicus se retira a su interior está dispuesto espontáneamente a realizar el tránsito del alejamiento existencial a la toma de distancia metódica. Convierte el habitual paso a un lado en un paso prometedor de teoría. Ejercita la puesta entre paréntesis de sus relaciones vitales como epojé natural. Por ello posee una ventaja debido a su entrenamiento en actitudes que fomentan el bíos theoretikós y lo que supone la celebrada sentencia sine ira et studio. La virtud del desapasionamiento, que para las gentes sanguinarias y coléricas sólo sería alcanzable a contrapelo de su temperamento, a él le resulta de primera naturaleza.

Pocas veces se repara en cuánto debe lo que se llama alta cultura a este tipo de afligido capaz de rendimiento, en el que se manifiesta la eficaz alianza entre melancolía y fuerza emprendedora. En terminología de hoy, figuras caracterológicas de ese tipo se adscribirían rápidamente al ámbito de las estructuras esquizoides, características de personas que, hablando psicologicamente, no han <<acabado de nacer>> del todo. Para ellas no hay nada más normal que la distancia a cualquier normalidad. Su realismo se muestra en la tendencia a moverse en los semimundos de la ensoñación. En tanto siguen su tendencia a encerrarse en cápsulas de humores y suposiciones, manifiestan de vez en cuando inspiraciones que mueven el mundo.

Byung-Chul Han (Psicopolítica)

Shock

El libro La estrategia del shock, en el que Naomi Klein desarrolla una teoría conspirativa, tiene como primer protagonista a <<Doctor Shock>>. Se refiere al psiquiatra de Montreal Ewen Cameron. Este doctor creía poder eliminar lo malo en el cerebro por medio de la administración de choques eléctricos y construir a partir de esta tabula rasa nuevas personalidades. Mediante electrochoques ponía a sus pacientes en un estado caótico, fundamento para el renacimiento como el sano ciudadano modélico. Cameron concibió estos actos de destrucción como una especie de creación. El alma era entregada a una <<desintegración>> y una <<nueva impregnación>> violenta. Debía ser formateada y reescrita.

Cameron construyó un panóptico con cámaras de aislamiento en el que llevaba a cabo los más crueles experimentos con los hombres. Eran similares a cámaras de tortura. Durante más de un mes se trataba a los pacientes con fuertes electrochoques. Así se borraba su memoria. Al mismo tiempo, se les suministraba drogas que alteraban la conciencia. Se les introducían los brazos en tubos de cartón para evitar que sintieran el propio cuerpo y que se confrontaran con su propia imagen. Además, se sustraían sus sentidos de las impresiones mediante un sueño inducido con medicamentos. Solo se los despertaba para comer y defecar. Se les mantenía en este estado hasta 30 días. Se indicó al personal hospitalario que prohibiera hablar a los pacientes. El hospital de Cameron era un panóptico mucho más cruel que el benthamiano.

Las investigaciones de Cameron estaban financiadas por la CIA, y tuvieron lugar durante la Guerra Fría. Apasionado anticomunista, Cameron creía que con sus experimentos participaba en la lucha. Comparaba a sus pacientes con los presos comunistas en el interrogatorio. De hecho, sus prácticas se parecían a las técnicas de un interrogatorio. Y las investigaciones tenían relación con el lavado de cerebro y la lucha ideológica durante la Guerra Fría. Se basaban en la representación maniquea de lo bueno y lo malo. Lo malo debía ser erradicado, subsanado y sustituido por lo bueno. Y la negatividad de la defensa inmunológica frente al otro o al enemigo determinaba las prácticas de Cameron. El mismo Cameron, en calidad de Dr. Shock, era un fenómeno de la época inmunológica. El shock, en cuanto intervención inmunológica, estaba dirigido al otro, al extranjero o al enemigo. Tenía que desarmarlo para volver a imprimir su alma con otra ideología y otra narración.

El segundo protagonista de Naomi Klein, el segundo Dr. Shock, se llama Milton Friedman, el teólogo del mercado neoliberal. Naomi Klein desarrolla una analogía entre ambos. Para Milton Friedman, el estado social de shock tras una catástrofe es la oportunidad, incluso el instante supremo, para la nueva impregnación neoliberal de la sociedad. El régimen neoliberal, por tanto, opera con el shock. El shock desinpregna y vacía el alma. Desarma a la sociedad hasta el punto de que se someta voluntariamente a una reprogramación radical. Mientras los hombres aún están paralizados, traumatizados por la catástrofe, se someten a una reprogramación neoliberal:

               La misión de Friedman, como la de Cameron, se basaba en el sueño de regresar a un estado de salud natural donde todo estaba en equilibrio, antes de que las inferencias humanas crearan patrones de distorsión. Si Cameron soñaba con eliminar los patrones de la sociedad y devolverla a un estado de capitalismo puro, purificada de toda interrupción como pudieran ser las regularizaciones del gobierno, las barreras arancelarias o los intereses de ciertos grupos, también al igual que Cameron, Friedman creía que cuando la economía estaba distorsionada, la única manera de alcanzar el estado previo era infligir deliberadamente dolorosos shock: solo una medicina amarga podía borrar todas esas distorsiones y pautas perjudiciales.

Por su teoría del shock, Naomi Klein es incapaz de ver la verdadera psicopolítica neoliberal. La terapia de shock es una técnica genuinamente disciplinaria. Solo en la sociedad disciplinaria se producen intervenciones psiquiátricas violentas de este tipo. Estas intervenciones son propias de las medidas coactivas biopolíticas. En cuanto psicodisciplinas, tienen un carácter ortopédico. La técnica del poder neoliberal no ejerce ninguna coacción disciplinaria. Los efectos del electrochoque son sustancialmente diferentes de la psicopolítica neoliberal. En efecto del electrochoque se debe a la paralización y a la aniquilación de los contenidos psíquicos. La negatividad es su rasgo definitorio. La psicología neoliberal está dominada por la positividad. En lugar de operar con amenazas, opera con estímulos positivos. No emplea la <<medicina amarga>> sino el me gusta. Lisonjea al alma en lugar de sacudirla y paralizarla mediante shock. La seduce en lugar de oponerse a ella. Con mucha atención toma nota de los anhelos, las necesidades y los deseos, en lugar de <<desimpregnarlos>>. Con la ayuda de pronósticos, se anticipa a las acciones, incluso actúa antes que ellas en lugar de entorpecerlas. La psicopolítica neoliberal es una política inteligente que busca agradar en lugar de someter. 

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Más allá del sujeto

A la <<naturalización del hombre>>, según Nietzsche, pertenece <<la disposición por lo absolutamente repentino y contrariador>>. Todo acontecimiento que destruye lo válido hasta el momento, el orden existentes, es tan imprevisible y repentino como un acontecimiento natural. Escapa a todo cálculo y predicción, Simplemente da lugar a un estado totalmente nuevo. El acontecimiento pone en juego una afuera que hace surgir al sujeto y lo arranca de su sometimiento. Los acontecimientos representan ruptura y discontinuidad que abren nuevos espacios

Siguiendo a Nietzsche, Foucault se aferra a esa idea de la historia que <<deja aparecer el acontecimiento en su radical singularidad>>. Por <<acontecimiento>> entiende Foucault la <<inversión de las correlaciones de fuerza>>, el <<derrocamiento de un poder, la modificación de una lengua y su uso hasta el momento por los otros hablantes>>. En él, se habla de repente otra lengua. Abre una fisura en la certeza dominante hasta el momento al invocar una constelación totalmente diferente del ser. Los acontecimientos son vueltas en las que se produce un vuelco, una caída del dominio. Un acontecimiento deja encontrar en su lugar algo que faltaba en el estado anterior. 

Frente a la vivencia, la experiencia radica en una discontinuidad. Experiencia significa transformación. En una conversación Foucault hace la observación de que la experiencia de Nietzsche, Blanchot y Bataille sirve para <<arrancar al sujeto de sí mismo, de manera que no sea el mismo o sea llevado a su destrucción o disolución>>. Ser-sujeto significa estar-sometido. La experiencia lo arranca de su sometimiento. Se opone a la psicopolítica neoliberal de la vivencia o de la emoción que anuda al sujeto todavía más al estar sometido. 

Con Foucault se puede concebir el arte de la vida como una praxis de la libertad que genera una forma de vida totalmente distinta. Se desarrolla como una des-psicologización: <<El arte de la vida significa matar la psicología y generar a partir de sí mismo y de la relación con otros individuos, esencias, relaciones, cualidades que no tiene nombre>>. El arte de la vida se opone al <<terror psicológico>> que se impone en pos de la subjetivación. 

La psicopolítica neoliberal es la técnica de dominación que estabiliza y reproduce el sistema dominante por medio de una programación y control psicológicos. El arte de la vida como praxis de la libertad tiene que adoptar la forma de una des-psicologización. Desarma la psicopolítica como medio de sometimiento. Se des-psicologiza y vacía al sujeto a fin de que quede libre para esa forma de vida que todavía no tiene nombre.

Víctor Lenore (Indies, hipsters y gafapastas) Crónica de una dominación cultural

No me junto con la plebe

Vamos con una caso explícitamente político. Hace más de diez años, me encontré por la calle con dos conocidos, uno músico de rock underground, otro ilustrador con inquietud social, miembros de un colectivo dedicado a pegar viñetas antiautoritarias por las calles del centro de Madrid. Tomamos una caña y acabé preguntando si alguno había ido a las manifestaciones contra la guerra de Iraq. <<De ninguna manera>>, contestó el dibujante, <<detesto mezclarme con la masaCuando veas una muchedumbre, búscame al otro lado de la ciudad>>, soltó medio irritado. Este miedo a confundirse con la <<masa>>, es también un rasgo clave de la mentalidad indie/hipster/gafapasta. Y afecta incluso a gente que se siente de izquierda. Cuando el ilustrador fue al baño, el rockero se sinceró y me dijo que él tampoco había ido a las protestas, pero que no pensaba igual que su amigo. Me pareció triste que, para explicar una postura tan defendible, hubiera escogido el momento en que no iba a generar debate. Cuando consideras que acercarte a una manifestación contra la guerra es signo de aborregamiento quizá el problema es que tu necesidad de sentirte especial es más fuerte que tu antimilitarismo.

Tras el crash de 2008, con cada recorte en derechos que se anunciaba, una frase típica de los hipster en las redes sociales decía lo siguiente: <<no sé a qué espera la gente para salir a la calle>>. Son solo nueve palabras, pero implican muchas cosas. Primera: que no te consideras <<gente>>. Segunda: que debido a tu estatus cultural superior no te sientes obligado a <<perder el tiempo>> o <<mancharte>> con la participación política. Tercero: que lo que llamas <<gente>> te parecen una manada de pusilánimes que se merecen lo que tienen (al menos, en parte). En realidad, es comprensible, ya que el esnobismo cultivado durante años no se cambia en quince días. Por supuesto, muchos hipsters participaron en las movilizaciones sociales. El 15M sirvió para descubrir o confirmar que habíamos estado viviendo en una burbuja cultural que no decía nada sobre los conflictos de nuestra vida cotidiana.

El truco del prefijo vanguardia

Lo que quiero demostrar en este capítulo es muy sencillo: la cultura hipster presume de avanzada, sofisticada y experimental sin serlo. Tampoco le cuesta mucho conseguirlo, ya que son los principales creadores de discurso y casi nadie cuestiona sus criterios. Estamos tratando con un caso de narcisismo cultural agudo y extendido. Cuelan trucos tan sencillos como poner un prefijo vanguardista y tirar para adelante: post-rock, neocountry, pos-hardcore, math-rock, postcine, antifolk, Intelligent Dance Music... Cada vez que vean una etiqueta parecida, lo mejor es asumir que te están intentando enredar en el equivalente cultural del timo de la estampita (lo mismo luego no es verdad, pero tienen todas las papeletas para acertar). Simon Reynolds, crítico musical de referencia, lo ha explicado claramente en su libro Energy Flash. Allí demuestra que las <<vanguardias post-todo>> parten de la premisa de que cortar lazos con tu comunidad es la mayor fuente de libertad creativa. Para los gourmets de la música moderna no hay peor estigma que una <<influencia>>, ya que denota relación con el pasado. Se considera menor cualquier trabajo basado en <<versiones>> o cualquier disco de <<colaboración>>, ya que no se ajusta al modelo romántico de genio como creador individual. La situación ideal es que el <<genio>> cree su obra en total soledad, preferentemente en el sótano de su casa o en una cabaña de madera perdida en mitad del bosque. Si nos toca entrevistarle, habrá que preguntar qué cinco discos se llevaría a una isla desierta, nunca que cinco canciones pondría en un cumpleaños para bailar con los amigos. Para la mayoría de hipsters, el súmmum de la inteligencia humana son esos personajes que <<demuestran su lucidez>> huyendo de la vida pública, caso de J.D. Salinger, Thomas Pynchon o el ilustrador y músico Javier Aramburu.

Se privilegia a cualquier artista que haga obras para escuchar en solitario frente a quienes hacen música para disfrutar de manera colectiva, en espacios públicos como discotecas, fiestas populares o raves. Si la música apela al celebro, mejor que si estimula el cuerpo. Si suena torturada y melancólica, mejor que si contagia algún tipo de placer. El error básico que comete este enfoque es que el arte más sofisticado no tiene porque ser complicado. <<Me gusta la música experimental que se pilla a la primera>>, dijo Ornette Coleman, uno de los músicos de jazz más avanzado de la historia. Composiciones como Dancing In Your Head (1977), con su soniquete radiante, son un ejemplo de vanguardia comprensible por un niño de tres años. Desde el techno al drum and bass, pasando por el disco, la polirritmia africana o el laboratorio incesante de Jamaica, la inmensa mayoría de los géneros musicales más rompedores han sido música feliz, al alcance de cualquiera, que nos llega sin necesidad de la asesoría de expertos.

Víctor Gómez Pin (Reducción y combate del animal humano)

La libertad como creación permanente

El objetivo de erigir la causa del hombre en causa propia se evidencia como corolario cada vez que un individuo humano ve un espejo de sí mismos en los otros seres de lenguaje. Más sólo en reciprocidad, esta percepción de la esencia humana en el otro se traducirá en proyecto colectivo de dignificación. Proyecto que pasa por abolir las condiciones sociales que sólo dejan lugar a modalidades embrutecedoras de subsistencia.

Y el hecho de que esta abolición parezca un objetivo durísimo de alcanzar no puede servir de coartada para la renuncia. Pues cada vez que renace en uno el proyecto, se ha ganado ya una pequeña batalla y se ha abierto un horizonte a la causa. Supongamos que una persona acuciada por un trabajo carente de sentido y acaparador de la fracción del día no dedicada al sueño vislumbra la posibilidad de una confrontación que le permitiría arrancar un par de horas a esta mutilación de la vida. Si este logro se acompaña de la firme disposición a que las horas así conseguidas no sean dilapidadas en el embrutecedor ocio, sino consideradas como oxígeno para el ansia de humanización y ocasión de combate, entonces está ya en sí mismo anteponiendo el objetivo del espíritu a toda otra consideración, está haciendo de la libertad la causa final y así contribuyendo a la misma.

Pues la libertad, como la emergencia del mundo para ciertos teólogos, no se alcanza en lo instantáneo de <<un pistoletazo>>, sino en la constancia de una permanente creación. De alguna manera la lucha por la libertad confiere ya libertad, como la lucha por alcanzar la intelección matemática hace ya del ser humano matemático, y en general la lucha por reducir el símbolo que se resiste recrea en el sujeto de tal combate la condición de ser simbólico, es decir, de ser propiamente humano. Afirmaciones con las cuales no hago sino evocar una vez más las palabras de Aristóteles: activar la capacidad de idear (eidenai), capacidad de simbolizar a la vez que capacidad de subsumir bajo conceptos, es la inclinación o tendencia (orexis) propia de la específica naturaleza de los hombres. Y tal activación no es algo dado y ni siquiera algo que una vez alcanzado perdura, sino algo en pos de lo que el hombre se esfuerza, y que a veces parece una promesa permanente diferida. Por eso la filosofía, etapa última de la actividad humana, la filosofía que otorga unidad focal de significación a disciplinas que van de la matemática al canto trágico, es caracterizada por Aristóteles como ciencia... buscada, tan intrínsecamente buscada como lo es la libertad, hasta el extremo de que renunciar a la una equivale posiblemente a renunciar a la otra. 

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Se comprende así que el morir de un ser humano no constituya un acontecimiento unívoco, pues el morir de quien siente que la vida ya no sirve de soporte al espíritu, poco tiene que ver con el morir de aquel para quien sólo la vida cuenta, de aquel para quien la palabra nunca fue más que un expediente entre otros, un expediente análogo a lo que supone la destreza física, para intentar asegurar la pervivencia.

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Vaciamiento y miseria

Hay en Europa admirables contextos arquitectónicos, barrios enteros de famosas ciudades, que en un tiempo eran reflejo de comunidades que efectivamente los habitaban y que hoy, privadas de esa población, son reducidas a objeto de mirada exterior, a insustancial alimento para ojos de personas que, a menudo condenadas durante once meses del año a un trabajo sin sentido, han de consagrar las llamadas vacaciones a agotadores recorridos por lugares donde el encuentro fértil con gentes de la lengua y cultura del lugar que visitan es imposible. Pues es ya inconcebible que residentes se den cita en el entorno de esos núcleos <<históricos>> que un tiempo fueron alma de las ciudades, y a los cuales de alguna manera han renunciado. Y así, en su deambular de monumento en museo y de establecimiento típico en callejuela pintoresca, el viajero cultural sólo encontrará la imagen multiplicada de sí mismo, personas homologadas por la exigencia compulsiva de llenar un tiempo de ocio, aliñada con el cumplimiento de ese deber de consumir cultura.

Y esta reducción de las ciudades afecta a su entorno y eventualmente a su mar. <<Menos veleros y más pesqueros>> era uno de los eslóganes esgrimidos hace ya años por manifestantes de una ciudad portuaria, víctimas de este espejismo de progreso por el que los muelles de pesca devienen en gélidos garajes para yachts, los cargueros mutan en cruceros, y la arquitectura de élite sirve de coartada artística para erigir sobre las aguas mismas complejos de ocio que literalmente ocultan el horizonte.

La implacable lógica del sistema económico imperante es el motor inmediato de esta competencia entre rapiña de espacios urbanos y vaciamiento espiritual. Como el domador de Platón, el complejo económico que rige el turismo cultural explota quizás una inclinación psicológica que sería invariante de las sociedades humanas, a saber, la tendencia a cosificar el entorno, aboliendo su carácter de prolongación de las exigencias y preocupaciones que forjan el propio ser, tendencia por la cual en la valoración de los objetos, las casas, las fiestas y los ritos, la función (sea práctica o simbólica) que todo ello juega para el individuo como para la sociedad es ya variable sin peso.

De darse efectivamente tal inclinación, la industria del turismo cultural la satisface con creces, y así se pueblan las ciudades de mercados de artesanía en los que los compradores potenciales nunca tendrán la posibilidad de usar aquello que adquirieren. Y mientras se resucitan festejos <<populares>>, aun desaparecida toda memoria de los ciclos del calendario que se hallarían en su origen y expresiones folclóricas que nadie sabe a qué responden, los templos religiosos son reducidos a la condición de fetiche cultural, realizándose así esa <<muerte de las catedrales>> que ya presagiaba en su tiempo Marcel Proust. 

Milan Kundera (La fiesta de la insignificancia)

El árbol de Eva

Ramón buscaba un taxi mientras Alain estaba sentado cabizbajo en el suelo de su estudio apoyado en la pared; tal vez se haya dormido. una voz femenina lo despertó:
<<Me gusta todo lo que me has contado, me gusta todo lo que inventas, no tengo nada que añadir. Para ti el modelo de mujer sin ombligo es un ángel. Para mí, es Eva, la primera mujer. No nació de vientre alguno, y sí de un capricho, de un capricho del creador. De ella, de su vulva, de la vulva de una mujer sin ombligo, es de donde procede el primer cordón umbilical. Si creyera en la Biblia, de ella también salieron otros cordones, un hombrecito o una mujercita atada a cada uno de ellos. Los cuerpos de los hombres permanecían sin continuidad, del todo inútiles, mientras que el sexo de cada mujer salía otro cordón que en su extremo llevaba a otra mujer o a otro hombre, y todo ello, repetido millones y millones de veces, se convirtió en un inmenso árbol, un árbol formado por una infinidad de cuerpos, un árbol cuyas ramas alcanzan el cielo. E imagina que ese árbol gigantesco está arraigado en la vulva de una única mujer, de la primera mujer, de la pobre Eva sin ombligo.

>>Cuando yo me quedé embarazada, me sentía parte de ese árbol, colgada de uno de esos cordones, y a ti, que todavía eras no nato, te imaginaba planeando en el vacío, atado a un cordón salido de mi cuerpo, y a partir de ese momento soñé con un asesino que, allá abajo, degüella a la mujer sin ombligo, imaginé tu cuerpo que agoniza, muere, se descompone, de tal manera que ese inmenso árbol que creció en ella, convertido de pronto en un árbol sin raíces, sin fundamento, empieza a caer, vi la infinidad de ramas descender como una inmensa lluvia gigantesca y, entiéndeme bien, no he soñado con el fin de la historia de la humanidad, el fin de la abolición del porvenir, no, no, lo que deseé es la total desaparición de los hombres con su futuro y su pasado, con su comienzo y su final, con toda la duración de su existencia, con toda su memoria, con Nerón y Napoleón, con Buda y Jesús, deseé la total aniquilación del árbol arraigado en el pequeño vientre sin ombligo de una primera mujer idiota que no sabía lo que hacía y cuántos horrores iba a costarnos su coito miserable, que sin duda tampoco le aportó el más mínimo placer...>>

La voz de la madre calló, Ramón detuvo un taxi, y Alain, apoyado en la pared, volvió a adormecerse.


El mundo según Schopenhauer

Rodeado de los mismos camaradas al final de la misma gran mesa, Stalin se vuelve hacia Kalinin:

- Créeme, amigo, yo también estoy seguro que la ciudad del célebre Inmmanuel Kant seguirá siendo para siempre Kaliningrado. Como padrino de su ciudad natal, ¿podrías explicarnos cuál fue la idea más importante de Kant?

Kalinin no tenía ni idea. De modo que, según su vieja costumbre, aburrido de su ignorancia, Stalin contestó por él:

-La idea más importante de Kant, camaradas, es la <<cosa en sí>> que en alemán es: <<Ding an sich>>. Kant pensaba que, detrás de nuestras representaciones, hay una cosa objetiva, una <<Ding>>, que no podemos conocer, pero que no obstante es real. Pero esta idea es falsa. No hay nada detrás de nuestras representaciones, ninguna <<cosa en sí>>, ninguna <<Ding an sich>>.

Todos escuchaban desconcertados y Stalin prosigue:

-Schopenhauer estuvo más cerca de la verdad. ¿Cuál fue, la gran idea de Schopenhauer?

Todos evitan la mirada burlona del examinador que, según su célebre costumbre, termina por contestarse a sí mismo:

-La gran idea de Schopenhauer, camaradas, es la de que el mundo no es más que representación y voluntad. Eso significa que, tras el mundo tal como lo vemos, no hay nada objetivo, ninguna <<Ding an sich>> y que, para hacer que exista esa representación, para hacerla real, debe haber una voluntad; una enorme voluntad que la impondrá. 

Zhdánov, protesta tímidamente:

-¡Iósif, el mundo como representación! Toda la vida nos has obligado a afirmar que era una mentira de la filosofía idealista de la clase burguesa. 

-¿Cuál es, camarada Zhdánov -contestó Salin-, la primera propiedad de una voluntad?

Zhdánov calla y Stalin responde:

-Su libertad. Puede afirmar lo que quiera. Dejémoslo. La verdadera pregunta es ésta: hay tantas representaciones del mundo como hay personas en nuestro planeta; eso crea inevitablemente el caos; ¿cómo poner orden a ese caos? La respuesta es clara: imponiendo a todo el mundo una única representación. Y sólo se puede imponer gracias a una única voluntad, una única, inmensa voluntad, una voluntad por encima de todas las demás voluntades. Esto es lo que he hecho mientras las fuerzas me lo han permitido. ¡Y os aseguro que, bajo el dominio de una gran voluntad, la gente termina por creer cualquier cosa! 

¡Oh, camaradas, cualquier cosa!

Y Stalin rió, con felicidad en la voz.

Al acordarse de la historia de las perdices, mira con malicia a sus colaboradores y, en particular, a Jrushchov, bajito y rechoncho, que en aquel instante tiene las mejillas enrojecidas y que se atreve, una vez más, a mostrarse valiente:

-No obstante, camarada Stalin, aunque entonces se creyeran cualquier cosa que proviniera de ti, hoy ya han dejado de creerte del todo.


Un puñetazo en la mesa que repercutirá en todas partes

-Lo has entendido todo -responde Stalin-: han dejado de creerme. Porque mi voluntad se ha cansado. Mi pobre voluntad, que invertí totalmente en aquella ensoñación que el mundo entero tomó en serio. Sacrifiqué por ella todas mis fuerzas, me sacrifiqué yo mismo. Y os pido que me contestéis, camaradas: ¿por qué me he sacrificado?

Confundidos, los camaradas ni siquiera intentan abrir la boca. Stalin se contesta así mismo:

-Me he sacrificado, camaradas, por la humanidad.

Como aliviados, todos aprueban ese discurso. Kaganóvich incluso se pone a aplaudir.

-Pero ¿qué es la humanidad? No es nada objetivo, no es sino mi propia representación subjetiva, a saber: es lo que he podido ver a mi alrededor con mis propios ojos. ¿Y qué vi todo el tiempo con mis propios ojos, camaradas? ¡Os he visto a vosotros! ¡Recordad el baño donde os encerrabais para arremeter contra mi historia de las veinticuatro perdices! Me divertía mucho en el pasillo oyéndoos aullar, pero al mismo tiempo me decía: ¿habré gastado todas mis fuerzas para semejantes gilipollas? ¿Habré vivido para ellos? ¿Para esos miserables? ¿Para estúpidos tan exageradamente ordinarios? ¿Para esos Sócrates de alcantarilla? Y, al pensar en vosotros, sentía que flaqueaba mi voluntad, que se cansaba, se hartaba, y la ensoñación, nuestra hermosa ensoñación, al dejar de sostenerla mi voluntad, se ha desmoronado como una inmensa construcción cuyos pilares se han derrumbado.

Stefan Zweig (Novela de ajedrez)

>> Pues bien, los nacionalsocialistas, mucho antes de empezar a armar sus ejércitos contra el mundo entero, se habían ocupado de organizar un ejército no menos peligroso y eficaz en todos los países vecinos: la legión de los relegados, de los humillados, de los resentidos.  En cada oficina, en cada empresa, se habían infiltrado las que ellos llamaban "cédulas"; y ni tan siquiera en los domicilios particulares de DollfuB y Schuschnigg faltaban espías y confidentes. Incluso en  nuestra modesta gestoría habían logrado introducir a uno de los suyos, como tuve ocasión de comprobar más tarde. A decir verdad, no era más que un miserable oficinista falto de talento que yo había contratado por recomendación de un cura, con el único propósito de dar a nuestra agencia el aspecto de una oficina normal, de puertas afuera. En realidad sólo le encargábamos asuntos insignificantes, como atender el teléfono u ordenar las actas, que, claro está, no hacían referencia a nada esencial ni confidencial. En ningún caso estaba autorizado a abrir la correspondencia; todas las cartas importantes las escribía personalmente a máquina, sin sacar copia; los documentos importantes me los llevaba siempre a casa, y las deliberaciones secretas tenían lugar exclusivamente en el priorato del monasterio o en el consultorio de mi tío. Gracias a esas medidas de precaución, el confidente no llegó a enterarse nunca de ningún asunto relevante. Pero a raíz de alguna desdichada casualidad, ese ambicioso y fatuo individuo debió de darse cuenta de que no nos fiábamos de él y de que a sus espaldas ocurrían cosas por demás interesantes. Es posible que en mi ausencia a algún correo imprudente se le hubiera escapado hablar de "Su Majestad" y no del "barón Bern" tal como habíamos convenido, o que aquel bergante hubiera abierto alguna carta desobedeciendo mis instrucciones; el caso es que, sin que yo llegara a tener sospecha alguna, el hombre recibió de Múnich o de Berlín la orden de vigilarnos. Sólo mucho más tarde, me vino a la memoria cómo en los últimos meses su primitiva desidia se había convertido de pronto en diligencia, y que en aquel tiempo se había ofrecido con una insistencia casi importuna a llevar mi correspondencia al correo. Así que he de confesar que hubo por mi parte cierta falta de precaución, pero ¿acaso no cayeron también los más avezados diplomáticos y militares en las trampas que, malévolamente, les habían tendido los sicarios de Hitler? Recibí una prueba palpable de la escrupulosa y amable atención que la Gestapo deparaba a mi persona desde hacía algún tiempo cuando, la misma tarde en que Schuschnigg dio a conocer su renuncia, un día antes de que Hitler entrara en Viena, me detuvieron los hombres de la SS. Por suerte tuve tiempo de quemar los papeles más importantes apenas había acabado de oír en la radio el discurso de despedida de Schuschnigg ; y todos los demás documentos con los títulos imprescindibles para el reconocimiento de la propiedad de los valores, que habían depositado en el extranjero mi tío y dos archiduques, los envié al monasterio realmente en el último instante, mientras ya los esbirros aporreaban la puerta del despacho, escondidos en un cesto de ropa que la anciana portera, persona de absoluta confianza, llevó hasta el domicilio de mi tío.

El señor B. interrumpió su relato para encender un cigarro. El resplandor fugaz de la llama me permitió observar una contracción espasmódica de la comisura izquierda que ya antes me había llamado la atención y que, como podía comprobar ahora, se repetía cada pocos minutos. Era tan sólo un movimiento fugaz, apenas más perceptible que el tomar aliento, pero que confería a todo el rostro una singular expresión de inquietud.

-Probablemente se imagina usted que ahora voy a hablarle de aquellos campos de concentración a los que fueron deportados todos aquellos que habían guardado fidelidad a nuestra vieja Austria; de las humillaciones, torturas y ignominias que hube de soportar allí. Pero no ocurrió nada de eso. Me asignaron a otra categoría. No me amontonaron con todos aquellos desventurados que tuvieron que sufrir en cuerpo y alma la explosión de un resentimiento largamente acumulado, sino que me destinaron al grupo, mucho más reducido, de los prisioneros a quienes los nacionalsocialistas esperaban poder arrancar dinero o informaciones importantes. Como es natural, no era por mi humilde persona por quien se había interesado la Gestapo, pero se debían de haber enterado de que éramos los administradores, testaferros y hombres de confianza de sus adversarios más encarnizados, y lo que esperaban obtener de mí eran documentos de cargo: contra los conventos, para probar la acusación de evasión de capitales, contra la familia imperial y contra todo aquel que en Austria se hubiera sacrificado por la causa monárquica. Suponían, no sin razón, que de aquellas fortunas que habían pasado por nuestras manos debía de quedar escondida una parte considerable, inaccesible a su red de rapiña. Es por eso por lo que me detuvieron ya el primer día, para poder hacerme hablar con sus métodos refinados. A las personas de mi categoría, de quienes esperaban obtener dinero o documentos importantes, no las encerraban en campos de concentración, sino que nos reservaban un trato especial. Tal vez usted se acuerde de que ni nuestro canciller, ni el barón de Rotschil, a cuyos parientes esperaban arrancar unos cuantos millones, fueron a parar tras las alambradas de un campo de concentración, sino que recibieron un trato que podría parecer de favor puesto que fueron alojados en un hotel como el Metropol, que era donde tenía la Gestapo su cuartel general, en el que se asignó a cada uno de ellos una habitación independiente. También mi insignificante persona fue objeto de la misma distinción.

Leonardo da Jandra (Filosofía para desencantados)

El excesivo celo en los particularismos filosóficos es de la misma naturaleza regresiva que los tribalismos identitarios. ¿Y en qué consiste la felicidad que busca el individuo tribal? En su autoconservación, su autoperpetuación y su autogratificación: la tríada pragmática que lleva implícita la miseria de todo razonar egocéntrico.

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El mundo dual y confrontativo es consecuencia de una visión maniquea que se niega a aceptar que para gozar a plenitud la luz es necesaria la cercanía de la oscuridad. Y ni el literato, ni el científico, ni el filósofo, ni el teólogo pueden dejar de lado la complementariedad so pena de ser presas de algún tipo de dogma o fundamentalismo. Aceptemos, pues, la proximidad e incluso el posible contagio, pero no la confrontación violenta que se afirma negando. La teoría de la contradicción lleva inherente su acabamiento en su propia condición abstracta: al combatir a su contrario, la razón se autoanula, es decir, lo que la razón combate es su propia imposibilidad; y este proceso negativo y aislador de la mente negativiza y aísla al propio individuo. 

La desconfianza que los románticos tenían ante la autosuficiencia de la razón los acercó al arte. La confianza en la posibilidad ilimitada de la razón convirtió a la filosofía en dogma. Los que lograron conjuntar la imaginación con la razón intuyeron desde el principio que conllevar era un concepto más preciso y fluido que superar. Durante siglos la filosofía, la ciencia y la religión se pervirtieron en la búsqueda arrogante de la supremacía. Cada especialidad se autoasumía como el poseedor del método más preciso, y al final del delirio egocéntrico la descalificación era mutua. Las <<verdades fácticas>> les han dado a los científicos un estamento de confiabilidad del que están lejos los literatos, los filósofos y los teólogos. La ciencia es desacralizadora por naturaleza, y allí donde el científico más arrogante ve diversidad y confrontación, el místico más humilde ve unidad y complementación. La visión dual que canonizó Descartes no fue producto del azar ni de la temporalidad inconsciente; por lo contrario, fue el resultado de un recuestianamiento históricamente necesario y filosóficamente confrontativo. Pero Descarte - que creía que las piedras eran producidas por los rayos que caían sobre la tierra- nunca pudo imaginar que la ciencia terminaría desplazando el discurso filosófico a la parte oscura del saber, la misma cárcel racional preventiva a la que condenó a la metafísica, la alquimia y la mística. 

Ahora que los filósofos y los teósofos prefieren pensar en un horizonte más evolucionario que revolucionario, los científicos se abocan efusivamente a la defensa del concepto de revolución. La evolución es lenta y gradual, la revolución es fulminante y desbordada, la misma radicalidad confrontativa e intolerante que ha caracterizado a los más grandes revolucionarios: desde Lucifer a Lenin, Mao y Che Guevara.

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Los filósofos que más cerca han estado de entender que el logro ético supremo es el autocontrol fueron los cínicos y los estoicos. A diferencia de los actuales profesores de filosofía, entorpecidos por la rumia y el interpretacionismo, aquellos filósofos primordiales vivían de acuerdo con lo que predicaban y predicaban de acuerdo como vivían. Su máxima era sencilla y comprensible aun para el bárbaro que llegaba por primera vez a la civilización polis: sólo el que es recto puede obrar con rectitud. Y se recurro al verbo predicar es porque eso es lo que hacían de manera ejemplar los cínicos, alertando en pasillos y plazas públicas a las multitudes bárbaras sobre la necesidad de tener una vida moral, sana y pacífica. Los orígenes de la filosofía cínica se confunden con el ascetismo religioso de los adoradores salemitas del Dios Único; pero sus herederos, los estoicos, dieron un paso crucial al ubicar la civilidad por encima de la religión. Desde Zenón de Citio hasta Séneca y Marco Aurelio, la pedagogía moral de los estoicos resaltó enfáticamente que no había mayor esclavitud que la del cuerpo, y que las marcas distintivas de un espíritu superior eran la bondad, la quietud y la plena libertad. Los estoicos fueron también enérgicos en rechazar el saber por el saber, renunciando de manera aleccionadora a la tentación sofística. Y si, a diferencia de los cínicos, escogieron a los hijos de las clases pudientes y no a la plebe inculta como depositarios de sus enseñanzas, no fue por el afán de lucro sino por creer firmemente que sólo educando a los que dirigen la sociedad pueden acelerarse los cambios sociales. Sin embargo, la verdad histórica no debe incomodarnos: jamás volvió a existir una expresión tan íntegra y sincera del quehacer filosófico. 

Ante el logocentrismo inmoral del pensamiento actual, se impone de manera imperativa la necesidad de volver a sacar la filosofía a los espacios públicos. Y frente a la competencia egocéntrica que se promueve en las escuelas, es indispensable establecer la obligatoriedad de la enseñanza de la filosofía a nivel básico, para que los adolescentes aprendan a priorizar el autocontrol sobre la autogratificación, la cooperación sobre la competencia, el espíritu de servicio sobre el afán desmedido de triunfo. La descarada competencia que predica el utilitarismo neoliberal ha minado los cimientos sociocéntricos de la familia y de la escuela, contaminando de odio y violencia a toda la civilidad. La competición deportiva, cuando se pervierte con el deseo egocéntrico de poder, deriva fatalmente hacia la violencia ciega y rencorosa. Y de la misma manera que planteé metodológicamente la sustitución de la dialéctica de la contrariedad por la dialéctica de la complementación, propongo ahora la sustitución de la dialéctica de la competitividad por la dialéctica de la cooperación. Una cooperación inteligente y moral es indudablemente más incentivadora que cualquier competición egoísta que sólo busca la autogratificación a través de la motivación inmoral del lucro y del poder. Los mercaderes egocéntricos que niegan a reconocer que no puede haber verdad, ni belleza, ni bondad en el orgullo de las cifras y en la frialdad de las utilidades son una lacra social igual de dañina que los políticos inmorales. 

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El establecimiento de códigos de comportamiento ético para favorecer a grupos es la expresión más explícita de la inmoralidad; y no son pocos los que creen que con la donación de ropa vieja, un kilo de azúcar o unos centavos se satisface la vocación solidaria.

Es la ética la que determina a la solidaridad, y no al revés; es la ética, el sentimiento más íntimo y profundo de justicia, la que nos permite saber cuándo infringimos la civilidad y dañamos el patrimonio ajeno en nuestro propio beneficio. Se trata de formas límite de egocentrismo, donde el interés de la secta, el sindicato o el club propicia el regreso a la conciencia tribal. La falsa ética no puede deslindarse de la mala religión; por ello, es igual de hipócrita la actitud del cristiano que se siente culpable sino da la limosna que le pide el mendigo profesional, que la actitud del solidario que consiente que le redondeen la cuenta en una tienda departamental para beneficio de niños con deficiencias genéticas procreados en condiciones bestiales.             

Frédéric Gros (Andar, una filosofía)

El Flâneur de las ciudades 

Con sus escritos sobre París, Walter Benjamín, hizo célebre el personaje del paseante, el flâneur, muy alejado del paseante galante de las Tullerías. Lo analizó, lo describió y lo captó releyendo a Baudelaire: su Spleen de París, sus <<Cuadros parisinos>> de Las flores del mal, sus pinturas de la Vida moderna. Flâner, o callejear, presupone tres elementos, o la superposición de tres condiciones: la ciudad, la multitud y el capitalismo.

La experiencia del flâneur es sin duda la de la marcha, pero lejos de Nietzsche o de Thoreau. Además, andar por la ciudad es un sufrimiento para el amante de las largas caminatas naturales, pues, como ya veremos, supone un ritmo obstaculizado, irregular. Con todo, el flâneur anda, a diferencia del simple curioso, que se detiene sin cesar y se inmoviliza ante la atracción o se queda fascinado por lo que ofrecen los escaparates. El flâneur anda, se desliza incluso entre la multitud.

La flânerie requiere de esas concentraciones urbanas que se desarrollan en el siglo XIX, concentraciones tales que se puede caminar durante horas sin ver ni un pedacito de campo. Caminando de esta guisa en estas nuevas megalópolis (Berlín, Londres o París), se atraviesan diversos barrios, que constituyen mundos diferentes, separados, aparte. Todo puede cambiar de un distrito a otro: el tamaño de las casas, la arquitectura general, el ambiente, el aire que se respira, la manera de vivir, la luz y los tipos sociales. El flâneur necesita ese momento en que la ciudad ha adquirido tales proporciones que pasa a convertirse en paisaje. Se la puede recorrer como se recorrería una montaña, con sus puertos, sus cambios totales de perspectiva, sus peligros también y sus sorpresas. Ha pasado a ser un bosque, uns jungla.

El segundo elemento indispensable para la realización plena del flâneur es la multitud. El flâneur camina entre la multitud, a través de ella. Esta multitud en mitad de la cual se mueve son ya las masas: laboriosas, anónimas, ajetreadas. En las grandes ciudades industriales, esas personas que van o vienen del trabajo, acuden a citas de negocios, se apresuran para entregar un paquete o llegar a tiempo a un encuentro son los representantes de la civilización nueva. Esta multitud es hostil, hostil a cada uno de aquellos que la componen. Cada cual quiere ir deprisa, y el otro se convierte en un obstáculo en su camino. La multitud transforma inmediatamente al otro en competidor. No es la multitud en marcha, la de las manifestaciones, las huelgas o las reivindicaciones colectivas, la multitud épica, el bloque formidable de energía. Al contrario, en ella cada cual descubre intereses contradictorios, en el nivel más concreto de su desplazamiento. En ella nadie se encuentra con nadie. Rostros desconocidos, casi siempre cerrados, y a  los que, estadísticamente, pocas probabilidades de conocer. La experiencia común, en los siglos precedentes, era la sorpresa de un extranjero en la ciudad: un rostro desconocido. Pero hoy en día el anonimato es la norma. Lo sorprendente es reconocer a alguien. En medio de la multitud, los códigos elementales del encuentro desaparecen por completo. Es imposible saludar, detenerse a cambiar cuatro palabras sobre el tiempo.

Tercer elemento: el capitalismo o, más precisamente, para Walter Benjamin, el reino de la mercancía. El capitalismo va a designar ese momento en el que la mercancía extiende su modo de ser mucho más allá de los productos industriales: a la obra de arte y a las personas. Mercantilización del mundo: todo se convierte en objeto de consumo, todo se vende y se compra, todo se ofrece en el gran mercado de la demanda infinita. Reino de la prostitución generalizada: se trata de vender y de venderse.

El flâneur es subversivo. Subvierte la multitud, subvierte la mercancía y la ciudad, así como sus valores. El caminante de los grandes espacios, el excursionista con la mochila a la espalda opone a la civilización la explosión de una ruptura, la rotundidad de una negación (Jak Kerouac, Gary Snyder...). El acto de caminar del flâneur es más ambiguo, y ambivalente es su resistencia a la modernidad. Lo subversivo no es oponerse, sino esquivar, exagerar hasta alterar, y aceptar hasta superar.

El flâneur subvierte la soledad, la velocidad, la especulación y el consumo. 

Subversión de la soledad. Se ha descrito hasta la saciedad el efecto de aislamiento de las multitudes. Sucesión infinita de rostros desconocidos, densidad de indiferencia en la que la soledad moral se ahonda. Cada cual se siente ajeno al otro, y la multiplicación de este sentimiento produce una hostilidad importante, que convierte a cada uno en presa de todo el mundo. El flâneur busca ese anonimato, pues se esconde en él. Se funde bien en la masa mecánica, pero con un movimiento voluntario, para ocultarse de ella. Por ello, el anonimato no es una imposición que lo oprime, sino una ocasión de placer: se siente más el mismo, desde su reserva interior. Y, como se esconde, no percibirá el anonimato como una imposición sino como una oportunidad. En el interior de la soledad triste y densa de la multitud, al flâneur excava la del observador y el poeta: ¡nadie se da cuenta de que está mirando! Es como un recoveco de la masa. El flâneur está desfasado, y el suyo es un desfase decisivo que, sin excluirlo ni distanciarlo, lo distrae de la masa anónima y lo singulariza por lo que él mismo es. 

Subversión de la velocidad. Entre la multitud todos tienen prisa, todos quieren ir rápido y, a la vez, se ven trabados. El flâneur, en cambio, no tiene que ir aquí ni allá. Entonces se detiene ante los juegos de luces, lo retienen los rostros, afloja el paso en las intersecciones. Pero, al resistir a la velocidad de la obsesión por el negocio, su lentitud se convierte en la condición de una agilidad superior: la de la mente. Pues la mente captura imágenes al vuelo. El transeúnte presuroso conjuga los andares rápidos en el embrutecimiento de la mente. Solo quiere ir deprisa, y su mente da vueltas en el vacío, ocupada únicamente en calcular intersticios. El flâneur ralentiza el cuerpo, pero sus ojos van y vienen sin cesar, y su mente se asombra de mil cosas a la vez.

* Frédéric Gros (Desobedecer)

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