Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, las bestias extrañas, las medallas, los cuadros y otras bagatelas semejantes fueron para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía. Este medio, esta práctica, estas soluciones utilizaban los antiguos tiranos para adormecer a su súbditos bajo el yugo. Así, los pueblos, atontados, encontraron bellos estos pasatiempos, distraídos por el vano placer que les pasaba ante los ojos, se acostumbraron a servir tan neciamente como los niños pequeños (mas ello es peor), que aprenden a leer por ver las resplandecientes imágenes de los libros ilustrados.
¿Qué es lo que queda de nuestro sujeto, construido en la costumbre y desplazado hacía los espacios de ficción? Una función de reproducción vacía de contenido. Y, hacia el final ya de su texto, ante el espectáculo de esos sujetos, La Boétie ha de preguntarse ¿qué queda de esos sujetos que, desplazados hacia la red de representaciones escénicas, son sólo una función reproductiva del amo? Pues un espacio anéanti, anonadado; un espacio carente de cualquier plenitud ontológica. Y se pregunta La Boétie:
¿Es esto vivir felizmente?
Y naturalmente no responde, sino que remata con una segunda y verdaderamente seria pregunta:
¿Esto se llama vivir?
Y la Boétie calla ante tan grave pregunta. Y es evidente que su texto, al plantearla, ya la ha respondido.
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