Entre el sopor del tedio y los sobresaltos de la inquietud
<<Hay terribles desgracias sobre la tierra, Señora -escribía Voltaire a madame de Sant-Julien en 1766- mientras que los que llamamos "felices" son devorados por las pasiones o por el tedio.>> Y en el capítulo final de esa sátira feroz que es Cándido, o el optimismo, la vieja prudente, compañera de fatigas de Cunegunda, increpa airadamente a Cándido y Martín, perdidos en disquisiciones filosóficas sobre los pobres cautivos que pasan ante sus ojos, en una especie de rueda interminable, con las siguientes palabras:
Yo, señores míos, quisiera saber qué es peor, ser violada cien veces por los piratas negros, tener cortada una anca, sufrir dos carreras de baquetas, ser azotado en solfa, ser ahorcado, disecado y remar en galeras y pasar todos los males juntos que cada uno de nosotros ha padecido hasta ahora, o estarnos así, tan fastidiados como estamos, bostezando a cada instante y sin saber qué hacernos.
<<Por vida mía -responde Cándido- que no es fácil resolver esta cuestión.>> A lo que concluye Martín con la sentencia de que <<el hombre ha nacido para vivir en el letargo del tedio o en las convulsiones de la inquietud>>.
<<El letargo del tedio o las convulsiones de la inquietud>>
Nada resume mejor la reflexión filosófica sobre la felicidad en la segunda mitad del siglo ilustrado que esas líneas de Voltaire, quien, en 1769, vuelve a escribir <<dan ganas de estallar en gemidos>>...ante la idea de que el hombre es más desdichado que todos los animales juntos, que no conocen ni la inquietud ni el tedio, que a su vez no son sino la insatisfacción de sí mismo>>.
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