Arthur Schnitzler (La señora Berta Garlan)


Más tarde se sentó al piano, como hacía a menudo antes de ir a dormir, no por el entusiasmo que la inspirara la música, sino para no acostarse demasiado pronto. Interpretaba las pocas piezas que aún sabía de memoria: mazurcas de Chopin, algún movimiento de una sonata de Beethoven, la Kreisleriana, por ejemplo; a ratos improvisaba, pero nunca pasaba de una secuencia de acordes, que, de hecho, eran siempre los mismos. Hoy empezó por estos, pero los pulsaba de forma un poco más asordinada que de costumbre; luego intentó unas modulaciones, y después de hacer resonar a través del pedal una última tríada durante largo rato, sintió una moderada alegría por aquellos sonidos que en cierto modo la envolvían como flotando en el aire, mientras sus manos descansaban ya en el regazo. Se acordó entonces del comentario de Klingemann: << La música le reemplaza a usted de todo>>. Efectivamente, no andaba muy desencaminado. La música tenía que reemplazar mucho. Pero ¿todo? No, ni hablar.

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