Séneca fue de los pocos romanos que comprendió que la doctrina de Epicuro sobre el placer - el fin de la vida es el placer, había dicho - iba más allá de la interpretación vulgar. Epicuro hablaba realmente del placer que dura toda la vida, del placer de la serenidad del alma y del placer intelectual, lo que distaba mucho de una defensa de los placeres momentáneos como algunos habían entendido.
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