La palabra «industria» proviene originalmente de la expresión latina industria, que significa «laboriosidad». El término inglés industry sigue manteniendo hoy en día el significado de «laboriosidad y actividad». Industrial School, significa, más o menos, «correccional». La industrialización no solo supone la maquinación del mundo, sino también la disciplinación del hombre. No solo instala máquinas, sino también dispositivos que intentan optimizar los comportamientos humanos, incluso corporales, a nivel temporal y económico-laboral. Resulta significativo que un tratado de Philipp Peter Guden, del año 1768, lleve el título de Polizey der Industrie, oder Abhandlung von den Mitteln, den Fleiss der Einwohner zu ermuntern [Policía de la industria o tratado para animar los medios y la laboriosidad de los ciudadanos]. La industralización como maquinación acerca el tiempo humano al tiempo de las máquinas. El dispositivo industrial es un imperativo económico-temporal, que forma al hombre de acuerdo al ritmo de las máquinas. Iguala la vida humana al proceso de trabajo y al funcionamiento de las máquinas. La vida guiada por el trabajo es una vita activa, que está absolutamente apartada de la vita contemplativa. Si el hombre pierde toda capacidad contemplativa se rebaja a animal laborans. La vida que se equipara al proceso de trabajo de las máquinas solo conoce pausas, entretiempos libres de trabajo que sirven para recuperarse del mismo, para poder ponerse otra vez a disposición del proceso de trabajo. De ahí que la «relajación» o «desconexión» no supongan ningún contrapeso al trabajo. También están involucradas en el proceso de trabajo, puesto que, ante todo, sirven para recuperar la capacidad laboral.
La llamada sociedad del tiempo libre y del consumo no comporta, en relación al trabajo, ningún cambio sustancial. No es ajena al imperativo del trabajo. El impulso ya no procede de las necesidades de la vida, sino del propio trabajo.
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Vita contemplativa o de la vida reflexiva
Todos vosotros que amáis el trabajo salvaje y lo rápido,
nuevo, extraño –os soportáis mal a vosotros mismos,
vuestra diligencia es huida y voluntad de olvidarse a sí
mismo. Si creyeseis más en la vida, os lanzaríais menos
al instante. ¡Pero no tenéis en vosotros bastante conte-
nido para la espera—y ni siquiera para la pereza!
Friedrich Nietzsche
El pensamiento siempre ha sido, tal y como apunta Arendt en La condición humana, un privilegio de nos pocos. Pero precisamente por ello, el número de estos pocos no se ha reducido aún más en la actualidad. Esta suposición no acaba de ser acertada. Quizá sea un rasgo distintivo del presente que los pensadores, ya de por sí escasos, sean todavía menos hoy en día. Quizá haya perjudicado mucho al pensamiento que la vita contemplativa haya quedado marginada cada vez más en beneficio de una vita activa, que la inquietud hiperactiva, la agitación y el desasosiego actuales no casen bien con el pensamiento, que este, como consecuencia de una presión temporal cada vez mayor, no haga más que reproducir lo mismo. Nietzsche ya denunció que su época era pobre en grandes pensadores. Achacaba esta pobreza a «una relegación y una ocasional subestimación de la vita contemplativa», «el trabajo y el celo —antaño parte del séquito de la gran diosa Salud—parecen a veces causar estragos como una enfermedad». Puesto que falta tiempo para pensar y tranquilidad en el pensar, se rehuyen las posiciones divergentes. Se empieza a odiar. La inquietud generalizada no permite que el pensamiento profundice, que se aleje, que llegue a algo verdaderamente otro. El pensamiento ya no dicta el tiempo, sino que el tiempo dicta el pensamiento. De ahí que sea temporal y efímero. Ya no se comunica con lo duradero. Nietzsche cree, sin embargo, que esta queja enmudecerá cuando «regrese pujante el genio de la meditación».
El pensar en sentido profundo no se deja acelerar a la ligera, En eso se diferencia del calculo (Rechmen) o de la mera comprensión. A menudo resulta enrevesado. De ahí que Kant denominara a la sensibilidad y la sagacidad «una especie de lujo de la cabeza». La comprensión solo conoce el deber y la necesidad, pero no el lujo, que presenta un alejamiento de la necesidad y la unidireccionalidad. El pensamiento que se eleva por encima del cálculo posee una temporalidad y una espacialidad particular. El pensamiento es precisamente libre porque su tiempo y espacio no se pueden calcular. Suele transcurrir discontinuamente. El cálculo, en cambio, sigue un recorrido lineal. Por eso se puede localizar con exactitud y se deja acelerar a voluntad. No vuelve la vista atrás. No tiene ningún sentido dar un rodeo o retroceder un paso, puesto que solo postergan el cálculo, que es una mera fase del trabajo. Hoy pensar se iguala al trabajo. El animal laborans, sin embargo, es incapaz de pensar. Pensar, pensar que tiene sentido requiere algo que no es un trabajo. Originalmente, pensar (sinnanm en antiguo alto alemán) significaba viajar (reisen). Su itinerario es incalculable o discontinuo. El pensamiento calculador nunca está en camino.
Sin tranquilidad no puede haber un acceso a lo reposado (das Ruhende). La absolutización de la vita activa expulsa de la vida todo aquello que no sea un acto, una actividad. La presión temporal generalizada aniquila el desvío y lo indirecto. Cada forma, cada figura, es un rodeo. Solo la amorfia desnuda es directa. Cuando uno toma lo indirecto de la lengua, esta se acerca al grito o a la orden. También la amabilidad y la cortesía remiten al rodeo y lo indirecto. La violencia, en cambio, remite a lo directo. Si andar carece de vacilaciones e interrupciones, queda entumecido en una marcha. Bajo la presión del tiempo también desaparecen la ambivalencia, lo indistinguible, lo discreto, lo irresoluble, lo indeterminado, lo complejo o lo aporético de una nitidez brusca. Nietzsche destaca que desaparecen el oído y la vista para la melodía de los movimientos. La propia melodía es un rodeo. Solo lo monótono es directo. El pensamiento también se distingue por una melodía. El pensamiento que carece de todo rodeo se reduce a un calcular.
La vita activa, que desde la modernidad gana en intensidad en detrimento de la vita contemplativa, tiene una participación esencial en la compulsión a la aceleración moderna. También la degradación del hombre a animal laborans es una consecuencia de este nuevo desarrollo. Tanto la intensidad del trabajo como la de la acción remiten a la primacía de la vita activa en la modernidad.
1 comentario:
Excelente !!!
Gracias !
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