Las recientes campañas contra el alcohol y el tabaco ilustran también la oleada posmoralista. Con toda seguridad, el nuevo higienismo no está desprovisto totalmente del espíritu de cruzada: se entregan condecoraciones a las organizaciones y personalidades que han contribuido a promover la sociedad sin nicotina; en Estados Unidos, los agentes de seguridad miden la tasa de óxido de carbono del aire en las empresas, los empleados sorprendidos en flagrante delito de fumar en los lugares de trabajo son despedidos; en Francia, la ley prevé la prohibición de cualquier publicidad sobre tabaco. Sera cual sea el radicalismo de estas medidas, el neohigienismo se caracteriza por no esgrimir ningún ideal superior a la persona en sí misma, no hace, conforme a la lógica del posdeber, sino sacralizar los referentes de salud, el derecho de los no fumadores, la protección de los jóvenes, siendo pocos los que justifican los nuevos dispositivos higienistas en nombre de los intereses de la nación o de la empresa. Los especialistas en salud pública denuncian regularmente el <<desastre sanitario>> del alcoholismo y del tabaquismo, pero las campañas de información no hablan del hundimiento de la moral de la nación, de la exigencia de <<regeneración física y moral>> de los individuos, de la indignidad de aquellos que no respetan los deberes individuales de higiene de vida. Los argumentos categóricos de la moral individual se han vuelto obsoletos, sólo queda la problemática posmoralista de la protección sanitaria liberada tanto de la idea de obligación individual como de obligación colectiva.
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