Dice Gombrich que en arte no hay progresos, sino propósitos; cada propósito genera una forma artística incomparable en el espacio y en el tiempo; entre propósitos hay períodos de cambio, momentos de prueba y error, de gritos y susurros. El ciclo artístico del siglo XIX acabó con el simbolismo, último estertor del romanticismo; la cultura occidental entró en la fase denominada modernidad, que no es un paradigma estilístico consolidado, sino un período de investigación para llegar a un nuevo paradigma que no se ha encontrado todavía. El nuestro es un arte de investigadores más que de creadores, de pruebas más que de obras. Como la gente prefiere ver la torre Eiffel terminada a contemplar los ensayos de materiales o los cálculos matemáticos preliminares, se resiste a entrar en un arte de esbozos y experimentos; de ahí la falta de conexión con el público característica de nuestra era.
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