Ferran Caballero (Maquiavelo para el siglo XXI) El príncipe en la era del populismo

DE AQUELLOS QUE LLEGARON AL GOBIERNO MEDIANTE LA MENTIRA Y EL ENGAÑO

[...] En nuestro tiempo y país, durante el gobierno de Mariano Rajoy, habiendo él como hemos visto dejado muy debilitada a la oposición socialista, hemos visto surgir casi de la nada a unas formaciones autodenominadas populares, con la ayuda de algunos medios de comunicación que aprecian más el negocio que el buen gobierno de su país, y con el favor de sus clientes, amantes de la telebasura. Y con apoyos como estos y algunos más, estas formaciones han llegado a gobernar las dos ciudades más importantes de España: Barcelona y Madrid.

Según presume ella misma, Ada Colau llegó a alcaldesa de Barcelona no solo desde fuera de la política sino desde fuera del sistema. Okupa y activista social, fue de costumbres radicales durante toda su vida. No obstante, acompañó su radicalidad con un afán, un instinto y un sentido del poder tales que, habiendo creado y liderado algo aparentemente tan insignificante como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, se convirtió en alcaldesa de Barcelona la primera vez que se presentó a las elecciones. Tanto Colau como Carmena como la práctica totalidad de los candidatos de Podemos basaron sus campañas en el insulto, la mentira, el engaño y la calumnia contra sus adversarios. Mintieron sobre la situación del país, de sus ciudades y ayuntamientos y acusaron falsamente e insultaron sin ruborizarse a aquellos a quienes querían echar del poder. Cuando hubieron ganando las elecciones, corrieron a exigir responsabilidades y respeto institucional a aquellos a quienes poco antes habían acusado de mafiosos, ladrones y asesinos, conocedores como eran tanto de la debilidad como de los complejos que habían imbuido en los derrotados. No sin antes privarlos de toda la dignidad que debe ostentar la oposición democrática. Para hacer esto, y para mostrarles de la forma más cruda la auténtica realidad del pode popular. Ada Colau reunió al pueblo frente al Ayuntamiento el día de su investidura, y forzó a los derrotados a cruzar la plaza entre los insultos y amenazas de la muchedumbre allí reunida. Una vez derrotada y humillada la oposición, Colau decidió ser alcaldesa y mantener en solitario y sin concesiones lo que por decisión popular se le había concedido. Y ninguneó a quienes se mantuvieron firmes en su oposición y aceptó el apoyo de los que quisieron rendirse a su autoridad esperando a cambio el indulto de las masas. Y aunque sufrió algunas derrotas en votaciones puntuales, no solo ha podido conservar su puesto, si no que solo se plantea dejarlo para asaltar cotas más altas de poder en Catalunya o en España. 

Quien considere, pues, las acciones y la vida de esta mujer, no encontrará nada, o muy poco, que pueda atribuirse a la fortuna, ya que —como se ha dicho más arriba—llegó a la alcaldía, no por el favor de alguno, sino a través del apoyo popular, gracias al que fue ascendiendo con más comodidades y menos peligros de los que cabría esperar, y mantenerse en el puesto sin necesidad de tomar resoluciones excesivamente valientes ni arriesgadas. No se puede, sin embargo, llamar virtud a mentir a sus conciudadanos, insultar a los adversarios, traicionar a los aliados y no tener palabra, piedad o religión: ese proceder puede valer para conquistar el poder, pero no la gloria. Porque, si se considera la virtud de Colau a la hora de afrontar y superar los peligros, y la grandeza de su ánimo en soportar las adversidades, no se comprende por qué hay que juzgarlo inferior a cualquier otro líder excelentísimo. Sin embargo, su crueldad, su demagogia y su peculiar relación con la verdad y la decencia, no autorizan a celebrarla entre los líderes más excelentes. No se puede, pues, atribuir a la fortuna o a la virtud lo que consiguió sin una ni otra. 


SI LAS BARRERAS COMERCIALES Y OTRAS MUCHAS COSAS QUE HACEN A DIARIO LOS GOBIERNOS SON ÚTILES O NO

Algunos gobiernos han usado la redistribución de la riqueza para mantener seguro el Estado; otros han tratado de enfrentar a ricos y pobres para poner a la mayoría de su parte. Algunos han alimentado estas enemistades incluso contra sus propios votantes; otros han intentado ganarse a aquellos de quienes sospechan al principio de su mandato. Algunos han levantado muros al comercio; otros los han atacado y destruido. Y aunque sobre todas estas cosas no se puede dar un juicio completo si no se viene a las particularidades de aquellos Estados en los que hubiese que tomar alguna determinación semejante, yo hablaré, no obstante, del modo general que la materia en cuestión admite.

No ha ocurrido jamás, pues, que un gobierno democrático haya querido empobrecer a sus súbditos. Al contrario, cuando los han encontrado en situaciones complicadas, siempre han tratado de enriquecerlos de la forma que estiman más conveniente; porque enriqueciéndoles tú, su riqueza se convierte en la tuya y la de tu Estado, se vuelven fieles quienes sospechan de ti, y los que eran partidarios tuyos lo siguen haciendo; y todos se convierten en votantes agradecidos. Y, dado que no se puede enriquecer siempre a todos los ciudadanos, los gobiernos tratan de favorecer a la mayoría, a la que necesitan como partidaria, centrado sus esfuerzos en beneficiar a la masa de los menos favorecidos y mostrándose indiferente para con los intereses de los más ricos o acomodados. Y la diversidad de este proceder que reconocen los primeros les crea una obligación contigo; los otros te excusan, al pensar que ellos pueden solos y que lo que no beneficia tampoco tiene por qué perjudicarlos. Pero cuando empieza a hacerse evidente que es de sus impuestos y de su trabajo de donde sale esta riqueza que quieren repartir, comienzas a ofenderlos, al mostrar que desconfías de ellos y que no dudas en perjudicarlos cuando conviene a tus intereses, tanto una cosa como la otra engendra odio contra ti e indiferencia para con la suerte de los demás. Y es así cuando empiezan a publicitar sus quejas, sus miedos y sus críticas para intentar perjudicarte. Y como dejan de ser indiferentes a tu suerte, empiezas a temerlos y a tratarlos como si fuesen enemigos confesos que conspiran en tu contra. Por eso suelen muchos sentir la tentación de debilitar a las élites para defender al pueblo en cuanto tienen la ocasión o de favorecer a unas para perjudicar a las otras. 

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