Los lúdicos mantras de nuestra adolescencia se han convertido en un modo de vida para las generaciones posteriores. Al menos en los sesenta sabíamos, dijéramos lo que dijéramos, que el sexo era cosa de... sexo. De todas formas, lo que se consiguió es culpa nuestra. Nosotros -la izquierda, los académicos, los profesores- hemos abandonado la política en manos de aquellos para quienes el poder real es mucho más interesante que sus implicaciones metafóricas. Corrección política, política de género y, sobre todo, hipersensibilidad con los sentimientos heridos (como si existiera un derecho a no ser ofendido): ese será nuestro legado.
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