Luis Racionero (Memorias de un liberal psicodélico)


Droga. sexo y rock and roll, son tan divertidos como suenan y menos peligroso de lo que muchos han querido creer. La droga solo es droga cuando perjudica y embrutece, no cuando aligera e ilumina. De mí sé decir, sin ánimo de proselitismo, que el ácido ha sido una de las experiencias más transcendentales de mi vida, tal como le pasó a Aldous Huxley, que no era un irresponsable, sino todo lo contrario. Huxley, según narró él mismo, exploró los confines de la ontología, pero no combinando palabras como Kant, sino alterando la química de su cerebro como se ha practicado en los ritos iniciáticos desde la prehistória. Cuando un misionero le dio la comunión a un indio taraumara, este le regaló un peyote diciendo: <<Tenga esta, la suya está caducada>>. La comunión en las religiones precristianas se ideó para alucinar en el buen sentido de la palabra: penetrar estados de conciencia no usuales que iluminen sobre la realidad, la existencia y lo luminoso.
Por eso Damiá no paró hasta que tomé un ácido: <<Lluís, has de pendre àcid>>. Era su cantinela favorita. Lo raro es que no hubiese tomado ya, pero quiso la casualidad que durante los dos años en Berkeley yo no tomara LSD aunque sí maría. No es lo mismo, ni de lejos. El LSD, como se demuestra en el libro El camino a Eleusis, de Hofmann y Wasson, es la sustancia que se tomaba en los misterios de Eleusis para alcanzar un estado de percepción que, antes de Huxley, había conocido Platón, Jenofonte, Sófocles o el mismísimo Pericles, sin volverse ni hippies ni gilipollas, como demuestra la historia. Sencillamente, vieron más y esa experiencia les acompañó toda su vida y les ayudó a comprender -así lo escribió alguno de ellos- lo que hay después de la muerte.

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