El impulso creativo originario del llamado arte de vanguardia en cuanto proyecto de innovación y de búsqueda de nuevas formas expresivas está sin duda agotado, pero la voluntad de ironizar y de juzgar con las infinitas posibilidades del espíritu humano permanece tan vital y prolífica como nuestra inagotable capacidad de asombro, o nuestra curiosidad, la misma que, hace mucho tiempo, distinguió a un ser sensible entre otros en el momento de separar, entre todos los de su mundo, un objeto al que ese ser llamó bello.
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