Con todo, la tolerancia tiene un sentido más profundo, significa que los hombres deben tener la libertad de equivocarse. En principio, la verdad es única: estrictamente hablando, el que carece o se aparta de ella cae en el error. Hasta aquí Spinoza parece un absolutista religioso. Pero Spinoza tolera el error. Se oponía a que la verdad fuese fuente de presión fanática o ideología del Estado. Pedía que se diera legitimidad política a todas las opiniones (es decir, a gran cantidad de errores) siempre que no se reivindicaran por encima del Estado soberano y la conducta de sus portadores se conformara a las leyes del país. El precio de la tolerancia, así, es una fisura entre las convicciones internas de muchas personas y las leyes que observan en la práctica. En otras palabras, en la teoría spinoziana de la tolerancia hay esenciales de rasgos marranos.
Estos rasgos tienen una dimensión todavía más amplia. La buena política se basa en el principio de semirracionalidad, por el cual se lleva a la multitud a someterse a las reglas de la razón mediante el uso de motivos irracionales como el miedo, la obediencia y el respeto a la autoridad. La esencia de la religión universal y el empleo adecuado de la autoridad del Estado consisten en reconducir de este modo los impulsos irracionales. Aunque incapaz por definición de vivir la vida de la razón, la multitud, en condiciones políticas apropiadas, se comporta como si lo hiciera.
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