La luna de la tarde nadie la mira, y ése es el momento en que más necesitaría de nuestro interés, puesto que su existencia está todavía en veremos. Es una sombra blanquecina que aflora del azul intenso del cielo, colmado de luz solar; ¿ quién nos asegura que se las ingeniará también esta vez para cobrar forma y esplendor? Es tan frágil y pálida y tenue; sólo en un lado comienza a adquirir un contorno neto como de arco de una hoz, y el resto está aún todo embebido de celeste. Es como una hostia transparente, o una pastilla medio disuelta; sólo que aquí el circulo blanco no se va deshaciendo sino condensando, agregándose a expensas de las manchas y sombras grisazules, que no se entiende si pertenecen a la geografía lunar o si son rebabas del cielo que todavía tiñe el satélite poroso como una esponja.
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