Viene la España neofeudal
Nunca permitas que la realidad te estropee un buen titular. Es la regla de oro de la política moderna. Los líderes y gobernantes sólo comparecen para dar buenas noticias a través de los medios de comunicación de masas. Las malas noticias llegan boca a boca, cuando te suceden a ti y ya no queda tiempo para reaccionar.
La gran mayoría de los españoles han descubierto qué significan realmente la reforma laboral, el programa de estabilidad presupuestaria o la reforma de las pensiones cuando han ido a buscar un empleo, o han cobrado su primera nómina del año, o les han ingresado la pensión, o cuando han ido al médico porque les dolía algo, o han acudido a la farmacia para comprar los medicamentos que les acababan de recetar, o al principio del curso cuando han ido a buscar los libros de los niños. El gobierno y la mayor parte de los medios les habían contado otra historia, una más confortable y tranquilizadora donde los recortes y los sacrificios recaían siempre sobre los demás, sobre quienes realmente los merecían; porque todo el mundo sabe que tú no te lo mereces..
En Piratas de lo público identificaba cómo el neoliberalismo corsario había suministrado cobertura moral e intelectual al asalto contra el Estado de Bienestar mediante su discurso donde todo lo público se acaba volviendo perverso para la libertad individual, peligroso para la democracia e inútil para resolver los problemas sociales. Desde el inicio de esta crisis ese mismo neoliberalismo se ha acreditado también como un corsario de la verdad, en cada ocasión más voraz e impúdico.
Una vez más la lógica reaccionaria se ha convertido en su principal arma. Pensar diferente resulta perverso, peligroso e inútil. Vivimos en la edad de oro del pensamiento patrocinado. El dinero ya sólo compra fuerza para mantener el poder en los países pobres. En los países ricos patrocina ideas. Al parecer sólo existe una verdad respecto a cuánto ha sucedido durante estos últimos años de crisis y devastación: la verdad patrocinada. Todo lo demás es populismo o demagogia. Los relatos alternativos con ricos y pobres, ganadores y perdedores, o las opciones políticas que construyan sus programas sobre esos relatos son sistemáticamente presentados como perversos para la libertad individual, peligrosos para la democracia e inútiles para resolver los problemas económicos.
Este libro piensa diferente, quedáis avisados. Por tanto es perverso, peligroso e inútil. En esta historia encontrarán ricos y pobres, ganadores y perdedores, favorecidos y desfavorecidos. En este relato, ni la crisis presupone una desgracia inevitable, ni las cosas suceden porque sí y porque no quedaba otro remedio. En este relato, las cosas suceden porque alguien sale ganando, siempre queda otro remedio y siempre existen opciones alternativas y deferentes a las políticas de sufrimiento masivo que nos presentan como las únicas posibles. En este libro se busca explicar por qué los ricos, aquellos que tenemos acceso a las mejores oportunidades para progresar y acumular riqueza, vamos ganando al aprovechar la crisis para imponer políticas que nos aseguren aún más esas oportunidades y continuar acumulando más riqueza.
Pero a lo largo de las páginas que siguen también se intenta explicar cómo no tiene por qué ser así, ni constituye la única opción disponible. Las autoridades competentes y el pensamiento patrocinado os advertirían de que el consumo de este libro perjudica gravemente vuestra salud y la de quienes se hallan a vuestro alrededor. A lo mejor tienen razón. Leed con cuidado y desconfiad de cuanto leáis.
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Los ciudadanos son culpables
Gobiernos de izquierda y de derecha, reguladores nacionales e supranacionales, ejecutivos de grandes corporaciones o bancos, autoridades en general, han dedicado un especial cuidado a presentar la Gran Recesión como un problema de todos y que por tanto requería un gran esfuerzo colectivo para ser resuelto. Paradójicamente, a la hora de pagar las consecuencias de la crisis ni ha habido ni hay distinciones, ni clases, ni estamentos sociales. El nivel de renta o el patrimonio ni resultaba ni resulta relevante. Ser rico o pobre tampoco. Al parecer ni existían ni existen señores y ciudadanos. Al contrario de cuanto sugiere la realidad, no caben matices, no se admiten distinciones, no se registran grados diferentes de responsabilidad. Todos los ciudadanos son igualmente culpables. De acuerdo con el relato dominante, la crisis suponía y supone un drama colectivo y sólo podríamos salir como en Fuenteovejuna, todos a una. Cuando se nos exige un nuevo sacrificio, una y otra vez, también se nos repite que todos vamos a asumir esfuerzos similares, porque entre todos hemos causado la crisis y también se trata de no dejar a nadie atrás, o abandonado a su suerte. Otra mentira más a beneficio de nosotros, los ricos. La realidad no resulta tan solidaria, ni cuenta una historia tan ejemplar. Lo único cierto es que los ricos no hemos pasado por los mismos sacrificios que han padecido la gran mayoría. Unos pocos incluso han hecho grandes negocios que les han permitido hacerse aún más ricos gracias a las políticas de sufrimiento masivo.
Los ricos, los gobiernos y el pensamiento patrocinado acostumbramos a manejar un lenguaje moralista y ejemplarizador para relatar las políticas de gestión de la crisis. Tras tantas lecciones de ética y esfuerzo se esconde la necesidad de ocultar una realidad donde existen ganadores y perdedores. Una realidad donde precisamente los primeros ganan única y exclusivamente porque los segundos pierden. La exaltación permanente de la austeridad como remedio al despilfarro colectivo pasado, causante de todos los males presentes, el discurso del sacrificio como única solución ante tanta desgracia, o la apelación continua a la solidaridad caritativa como instrumento favorito para atender a los más desfavorecidos o castigados por la crisis, permiten presentar a la Gran Recesión como una desgracia colectiva, un mal giro del destino, un fatal accidente donde la culpa fue de todos y nadie puede ser considerado inocente.
La emergencia de la sociedad neofeudal puede retratarse y presentarse así más fácilmente como una consecuencia natural de una crisis donde todos somos responsables y por lo tanto todos resultamos igualmente culpables. La riqueza sólo pertenece a unos pocos, pero la crisis nos pertenece a todos y es justo que así sea porque entre todos nos la hemos buscado, sentencia el relato oficial. Como en la Edad Media, las desgracias vienen decididas por Dios y el destino, no por los señores que las provocan e infligen para aumentar y preservar su dominio. La responsabilidad y la culpabilidad se diluyen así en las reconfortantes y prácticas brumas de una inmensa zona gris donde no se distingue entre ricos ni pobres, culpables o inocentes, favorecidos o desfavorecidos; todos somos iguales y merecemos todas y cada una de las desgracias que nos vengan encima [...]
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