Luis Racionero (Los tiburones del arte)

Arte es cualquier producción humana que provoca en el espectador una emoción. Emoción es una descarga del sistema nervioso que, al superar un nivel de intensidad, escapa al control de la razón y deviene autónoma como un reflejo condicionado: es el escalofrío producido por la música, el sobrecogimiento que nos embarga al oír un poema sublime, el abandono estático que nos invade al recibir cualquier impresión sensorial provocada por un acto de gran fuerza. Por supuesto, en la obra de arte —en un poema, por ejemplo— pueden existir elementos dirigidos a la razón que la estimulan, pero cuando la obra de arte es realmente artística, la participación de la razón en la respuesta se ve desbordada y diluida en un sentimiento oceánico, ilimitado y por tanto indefinible, sin fronteras, no conceptualizable, ajeno a la razón, que se difunde como un estado psicosomático por todo el cuerpo.

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De nuevo conviene hacer una aclaración terminológica. Si modernidad es un término relativo, posmoderno lo es elevado al cuadrado. Si hablamos de estilo o época romántica, simbolista o barroca, estamos expresando momentos concretos de ciertos estilos artísticos con características definitorias. Decir modernidad es aludir a un período de tiempo (1900-1950) durante el cual no han podido definirse unas características con la claridad necesarias como para darle un nombre propio (como podría ser, por ejemplo, funcionalismo) y se le ha dado por defecto una denominación temporal: moderno —modus hodiernus, lo más reciente. Pero dado que no se puede continuar indefinidamente siendo moderno cuando sobrevienen cambios, a dichos cambios tampoco se osa darles nombre propio, y se les asigna otro término relativo: posmoderno, lo que va después de lo moderno. En pintura se hace lo mismo: puesto que se llevaba ochenta años haciendo pintura de vanguardia —lo cual es otra contradicción, esta vez en el espacio en vez de en el tiempo —y puesto que a lo que se hace ahora no se le quiere dar nombre (debería ser algo como neofauvismo a lo Bacon); se inventó el término transvanguardia. Lo que esta imprecisa relatividad terminológica indica es que estamos en un período de cambio de paradigma, en fase de pruebas y errores, de la cual no ha surgido todavía un nuevo estilo que pueda dar a la época un nombre propio.

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La postura más honesta en una época de crisis de criterios consiste en aplicar a la estética lo que Gunnar Myrdal exigía para las ciencias sociales: explicitar los juicios de valor, es decir, los criterios con que se avalúa, los a priori ideológicos o teóricos con que se enfocan cuestiones pretendidamente objetivas, pero a las que, inevitablemente, se tiñe de subjetividad al elegir los supuestos de partida.

Crítica materialista

Consideremos con cierto detalle los estilos de crítica que se han aplicado en las últimas décadas para intentar aclarar la confusión, de por sí considerable, en el arte moderno. Veamos primero la materialista, que con su insistencia en los factores económicos, ha extrapolado conceptos del método de las ciencias sociales a la estética, donde son inaplicables.  El método materialista en estética es insuficiente, constituye lo que en matemáticas llamaríamos una condición necesaria pero no suficiente. El análisis materialista puede explicar por qué, en cierto momento, dadas unas relaciones de producción y unas condiciones económicas, se construyen catedrales, pero lo que no puede explicar es por qué se construyen en estilo gótico y no en otro, por qué el gótico usa unas formas y no otras, qué efectos psicológicos producen esos espacios y proporciones en los perceptores, qué evocaciones simbólicas connota esa iconografía, en resumen, como exclamaba Montesinos: «¿qué tiene que ver el precio del trigo con Garcilaso?»

Y es que el arte, por ser un fenómeno estético dirigido a intensificar emociones, dotado en consecuencia de un fuerte componente subconsciente e irracional, no puede evaluarse según los criterios de un modelo racionalista materialista. Quédese pues el materiaismo para economía, donde ya es de por sí problemático, y no se pretenda extralimitar su capacidad a campos que, por definición, escapan a su alcance.

Relacionado con esta postura crítica se ha producido un fenómeno de mediatización del arte por intromisión de la política. Es evidente que el creador puede influir en la sociedad, que puede o debe tener ideologías políticas, y que puede expresarlas en su obra para influir en la sociedad. El arte puede o debe estar engagé; pero ello no significa que el mero hecho de tener un carácter comprometido lo convierta automáticamente en arte. Por el compromiso político se han afianzado mediocres creadores y artistas técniamente ineptos que han compensado con posturas políticas su carencia de maestría artística. Cantantes contestatarios, poetas sociales, pintores abstractos, directores de cine que filman panfletos para progresistas: todo el mundo conoce obras suficientes para comprender a qué me estoy refiriendo sin necesidad de dar nombres.

El arte puede o debe, según opiniones, tener impacto político; pero antes de eso ha de ser, por encima de todo, arte: una obra técnicamente bien realizada que provoque en el espectador emición e intensificación de la vitalidad. El impacto estético sucede en un plano distinto que el discurso político, aunque ambos puedan complementarse, reforzándose mutuamente, el mensaje será tanto más efectivo cuanto mayor sea la calidad al medio artístico.

Es antiéstico y deshonesto aprovechar un estado de represión e injusticia para disimular la incompetencia de una obra de arte, envolviéndola en una verborrea ideológica tendente a ligar la obra a unos problemas políticos y sociales que, pese a ser muy reales y urgentes, no tienen nada que ver con ella. Los problemas sociales del proletariado son algo demasiado serio como para que ciertos artistas sin calidad los utilicen de señuelo para vender en galerías regidas conforme a la más pura ortodoxia burguesa, aquella misma que esos artistas denuncian.

De cualquier forma es muy difícil saber, en el caso de pintores militantes del partido comunista, cómo justifican la plusvalía de unos cuadros pintados, como salta a la vista, en pocas horas, pero vendidos por varios millones; también cuesta entender qué líneas describen el imperialismo y si esas texturas están denunciando la explotación del proletariado o reprsentan los pliegues de la túnica de la Virgen de Fátima. En el caso concreto de España, los mismos pintores que exponían en la Bienal de Venecia durante el franquismo, han expuesto tras la muerte del dictador en nombre de la democracia. Como la mayoría de críticos son, por definción, de izquierdas, resulta muy rentable al artista pertenecer al partido comunista o como mínimo al socialista.

1 comentario:

Luis MP dijo...

Resulta curioso que cuando se habla de artistas comprometidos se refieren casi siempre a artistas comprometidos...con la izquierda. Porque si están comprometidos con la derecha (e incluso con el centro) se les suele llamar de otras maneras. Hay que reconocer que esa batalla la izquierda la ganó, por lo menos hasta ahora. Y lo dice alguien que lo ve desde cierta distancia.

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