Plácido Fernández Viagas (Inquisidores 2.0) El sueño del robot o el fraude de la libertad de información

Policía política

Todas las dictaduras necesitan mantener eficaces servicios de espionaje y represión. Actualmente, bajo la coartada del carácter preferente de la libertad de información, podemos observar la presencia de <<cuerpos de policía>> paralelos, a la manera de los hermanos de la antigua Inquisición. Son los grupos de investigación de los medios que partiendo de la relevancia de sus descubrimientos, lo que legitima su trabajo frente a los tribunales de justicia, se atreven a escudriñar de manera generalizada las vidas ajenas, sobre todo las que pueden interesar morbosamente a los demás. Nuestra intimidad deja de existir desde el mismo momento en que cualquiera de sus aspectos pueda atraer al público. En su tiempo, la Inquisición actuaba chapuceramente mediante delatores que espiaban a través de las ventanas. Hoy día, la tecnología permite acceder a la más oculta de las relaciones privadas, conversaciones y deseos sexuales. Si quieren cogerte, te investigan hasta el final. Si no encuentran nada, después de revisar tu vida de arriba abajo, buscarán los datos que pudieran avergonzar a tu pareja. Si tampoco, los trapos sucios de tu familia. La vieja Inquisición carecía de medios para llegar a tanto.

El daño para la individualidad no puede ser más grave, y si seguimos así todos los que se sientan distintos disimularán sus diferencias para evitar la persecución, y a la larga los seres libres desaparecerán. Durante siglos, el mundo consideró que la persona constituía una riqueza que merecía salvaguardarse. De hecho, la educación se centraba en el objetivo de despertar las potencialidades de cada uno, basta para constatarlo recordar la importancia para los ilustrados del Emilio roussoniano. Ahora está ocurriendo lo contrario, lo que proporciona ventajas psicológicas: ser como todo el mundo te libera del trabajo de pensar. La inmensa mayoría de los hombres se limitan a actuar como los demás, lo que elimina cualquier problema moral. En épocas de miedo siempre ha sido así: al comportarse todos en la misma forma, los romanos veían una y otra vez sin inmutarse cómo los cristianos eran condenados al circo, o los alemanes la persecución de los judíos como si no pudiera plantearse ninguna objeción. Los que aisladamente se atrevían a protestar eran castigados. Más valía no meterse en líos.

La particularidad de los tiempos actuales es que, sin represión explícita, el miedo a la diferencia se interioriza, es asumido de manera inconsciente. Las personas originales se están convirtiendo en esperpentos aptos para el circo o el estudio de las especies raras, pero sin ellas la idea de hombre concebida por nuestra cultura desaparecerá. Es posible que el desarrollo evolutivo esté regido por leyes que somos incapaces de comprender, y nos encontremos al borde de la extinción. Si así fuere, sería bueno tomar conciencia de lo que nos va a pasar. Una humanidad de seres idénticos tiene sus ventajas, puede que nos encontremos ante un desenlace completamente lógico. En su momento, la diferencia constituyó un factor imprescindible en el tránsito de una sociedad estancada a otra apta para el desarrollo de las fuerzas productivas y la riqueza; a lo mejor ya no es necesaria, incluso puede haberse convertido en inconveniente.

Conseguido el progreso, ¿para qué la libertad? Si la sociedad llegase a funcionar en forma mecánica, las averías podrían remediarse con los instrumentos proporcionados por el mismo sistema, y un <<alma libre>> sería un elemento obtaculizador. Las libertadas informativas podrían haber servido para dinamitar un mundo que había agotado su potencialidad, pues estaba basado en primarias concepciones de carácter teocéntrico e irracional. En su momento, la máquina divina, la Ciudad de Dios, habría devenido absoluta, dejó de ser útil, y para destruirla fue necesario utilizar el culto a la individualidad, que incitaba a poner de relieve sus fallos. Cabría preguntarse si no se estará partiendo ahora del convencimiento de que es el hombre mismo la rémora a superar. La crítica y la información se habrían convertido en uno de los medios principales para conseguir la radical igualdad de los seres humanos, mediante la exhibición de la limitación e imperfecciones de todos y cada uno de ellos. 

Si somos idénticamente mediocres, incluso sucios, la individualidad no tendría ninguna necesidad de permanecer, podría evolucionar hacia otra cosa: un nuevo ente colectivo, por ejemplo. Sólo que sería mucho más eficaz, pues operaría de manera estrictamente cartesiana. La envidia, impulso determinante de la uniformidad, habría cumplido una función social: establecer el reino de la perfecta igualdad. Es cierto que las sociedades libres necesitan estar informadas, aunque sólo fuese desde el punto de vista científico. Pero cuando la opinión y la crítica son sustituidas sistemáticamente por el deseo de descubrir los defectos ajenos y la delación, lo que surgió como instrumento para el bienestar de la humanidad puede estar convirtiéndose en todo lo contrario, algo nocivo y opresor.

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