Roberto Casati (Elogio del papel)

El colonialismo digital es una ideología que se resume en un principio muy simple, un condicional: <<Si puedes, debes>>. Si es posible hacer que una cosa o una actividad migren al ámbito digital, entonces debe migrar. Los colonos digitales utilizan los medios para introducir las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de nuestra vida, de la lectura al juego, de la enseñanza al asesoramiento y a la toma de decisiones, de la comunicación a la planificación, de la construcción de objetos al análisis médico. La tesis colonialista es asumida por los colonos que valoran la simplicidad: está absolutamente generalizada, dado que se aplica indistintamente a cualquier objeto o a cualquier actividad. Quien se opone a la colonización digital se encuentra enseguida enmarcado en la categoría de los ludistas, de los destructores de las máquinas, de todos aquellos que no saben vivir en su época. Para los colonos no debería ni siquiera ser objeto de debate.

De hecho, al negar una tesis condicional, se adopta necesariamente una posición más frágil, más abierta a la negación. Quien se opone al colonialismo no dice, por tanto, que las cosas o las actividades no digitales no deban experimentar jamás una migración digital: invoca el principio de precaución. Dice únicamente que la migración no es una obligación que derivaría de la simple posibilidad de migrar, sino que debe ir acompañada, porque, por sí sola, tiende a volverse demasiado invasora. No basta con mostrar que un libro electrónico funciona para imponer el libro electrónico como soporte universal de la lectura y del estudio en la escuela. El anticolonialista no es un ludista, ni está en contra de lo digital. Decir que se está en contra de lo digital no tiene, en realidad, ningún sentido; sería como decir que se está en contra de la electricidad. Oponerse al colonialismo es otra cosa, porque el colonialismo es una ideología. Oponerse al colonialismo lingüístico no significa ser enemigo de una lengua. Es posible no tener nada en contra de España y rechazar al mismo tiempo el colonialismo español.

De modo que dejemos las cosas claras de entrada. No soy ludista. No soy alérgico a lo digital en general. Utilizo las nuevas tecnologías con mucha frecuencia, e incluso diría que me resultan indispensables para muchas de mis actividades. Diseño itinerarios académicos a partir de las nuevas tecnologías. Así que no es lo digital ni a las nuevas tecnologías a lo que me opongo. Me opongo al colonialismo digital.

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Eli Pariser ha analizado la manera en que, desde hace varios años, la búsqueda de información está condicionada por sistemas de recomendación que hacen de internet un inmenso centro comercial personalizado. Ya conocemos las recomendaciones más o menos explícitas de la librería de internet Amazon (<<Los clientes que compraron El señor de los anillos compraron también...>>), pero existen muchas otras. Los algoritmos de búsqueda de Google propone resultados diferentes según el perfil del solicitante. Si buscas información sobre Marx y eres un progresista habitante de Venecia, recibirás resultados diferentes de los que recibirá un conservador de Hamburgo. Google analiza tus búsquedas anteriores para construir un modelo de tu yo en internet, y te propone resultados que prevé que pueden ser adecuados para ti. El modelo es un filtro que oculta una parte de la realidad, reenviándonos constantemente a la imagen de nuestras preferencias. El mecanismo de retroacción es rápido y temible: Google construye un modelo a partir de tus clics y otros datos; te propone respuestas, y tú haces clic en las respuestas que propone porque te parecen pertinentes, manteniendo a su vez el modelo, el cual te propone otras respuestas cada vez más <<pertinentes>>, y así sucesivamente. En definitiva, es inevitable; el horizonte de las respuestas se reduce porque tus respuestas convergen hacia lo que Google propone. Un servicio de recopilación de noticias como Google News aprende cuáles son tus preferencias ideológicas y va reduciendo poco a poco el horizonte, más allá del cual a veces vale la pena mirar. 

No hay que pensar que la sugerencia explícita sea menos manipuladora que la sugerencia oculta cuando ésta es formulada en términos de preferencias de grupo. Robert Cialdini ha demostrado cómo la referencia a la elección de un grupo puede influir de manera significativa en las elecciones individuales. Los hoteles que invitan a no cambiar las toallas a diario invocando la noble causa del respeto al medio ambiente tienen en este sentido menos éxitos que los que afirman: <<El 90% de nuestros clientes no cambia las toallas a diario>>.

Si no leemos más que lo que esperamos leer, acabamos encerrados en el horizonte de nuestras expectativas. Evidentemente, este fenómeno de aprisionamiento en un sistema de espejos no es nuevo, ya existía mucho antes de la difusión de las redes sociales. ¿Cuántos de nosotros leemos un periódico o frecuentamos páginas web que mantienen posturas muy diferentes a las nuestras?

Por lo que respecta al Facebook, ni siquiera se sabe demasiado bien qué hace, dado que cambia cada dos días sus parámetros de <<confidencialidad>>, si todavía podemos utilizar ese término ante la avalancha de datos personales que los usuarios ponen tranquilamente a disposición de la empresa. Es evidente que la personalización es uno de los sus caballos de batalla, y no necesita crear modelos complicados, puesto que sus usuarios ya dicen todo sobre sí mismos.

Naturalmente, esas empresas no son amables organizaciones humanitarias sin ánimo de lucro: venden nuestros perfiles bien definidos a anunciantes que piden nada más y nada menos que saber todo de nosotros. Pariser alude muy lúcidamente a las próximas fronteras, especialmente la geolocalización: si pasas cerca de una tienda que el anunciante sabe que te puede interesar, recibirás un SMS. (¿Cómo es posible que el anunciante sepa que te interesa? Tú mismo se lo has dicho al hacer clic en los perfiles de tus amigos cuando hacen esto o aquello. No lo olvides: ¡su fuente de información extremadamente fiable eres tú! ¿Y cómo sabe que estás realmente donde estás? Pero, espera, ¿no acabas de hacer check-in en Foursquare? ¿No has dejado activada en tu smarphone la opción que permite a tus <<amigos>> ver dónde estás?) Pariser menciona asimismo el cruce de datos dejados a la ligera en tu red social preferida con los que genera la utilización de tu tarjeta de crédito. 

Wittgenstein ya había alertado sobre el <<régimen unilateral de los ejemplos>>, y los psicólogos cognitivos conocen muy bien esta tendencia a buscar pruebas -que uno acaba siempre por encontrar- que confirmen las propias opiniones. Un paisaje de resultados personalizados puede percibirse como un extraordinario ahorro de tiempo o como un inmenso empobrecimiento de los horizontes de cada uno de nosotros. Depende de lo que se busque y de lo que los Señores Digitales piensen que nos parecerá importante. Si deciden que nuestro sentido de la pertenencia debe medirse en relación a la <<muerte de la ardilla>>, me temo que, por desgracia, estamos a favor del empobrecimiento.

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