Isaiah Berlín (Las raíces del romanticismo)

Pero, ¿quiénes fueron estas personas que encomiaron de tal manera la voluntad, que despreciaron de tal modo el carácter fijo de la realidad, y que creyeron en estas tormentas, en estos abismos infranqueables y aterradores, en estas corrientes carentes de organización? Es muy difícil dar una explicación sociológica acerca del origen del movimiento romántico, aunque sería necesario hacerlo. La única explicación que he podido encontrar hasta el momento surge de observar, en particular en Alemania, quiénes fueron estas personas. Lo cierto es que eran un grupo de hombres llamativamente poco mundanos. Eran pobres, tímidos, pedantescos, y básicamente inadaptados a la sociedad. Se veían despreciados con frecuencia, pues debieron servir como preceptores a hombres de importancia y, constantemente, se sentían agraviados y oprimidos. Resulta claro que estaban confinados y recluidos en su propio mundo; a la manera de la fusta tensada de Schiller que siempre se disparaba hacia atrás y golpeaba a quien la llevaba. Algo de esto tenía relación con Prusia, lugar del que provenía la mayoría de estos hombres, con ese Estado excesivamente paternalista de Federico el Grande, con el hecho de que fuera un mercantilista y, en consecuencia, que incrementara la riqueza y el ejército de Prusia, convirtiéndola en el Estado más rico y poderoso de los Estados alemanes, si bien empobreció a sus campesinos y no ofreció suficientes oportunidades a la mayoría de sus ciudadanos. También es cierto que estos hombres, en su mayoría hijos de pastores protestantes, de funcionarios públicos y de otros profesionales semejantes, fueron educados para lograr ciertas ambiciones intelectuales y emocionales; y dado que la gran mayoría de los puestos en Prusia estaban en manos de la aristocracia, pues se preservaba las distinciones sociales rigurosamente, el resultado fue que no pudieron concretar completamente sus ambiciones, y en consecuencia, que se frustraron y comenzaron a alimentar fantasías de todo tipo. 

Hay algo de verdad en esto. De cualquier forma, me parece que es una explicación más razonable -el hecho de que hombres humillados, agitados por la Revolución Francesa y por el trastorno general de los eventos políticos, hayan dado comienzo a este movimiento- que la tesis de Louis Hautecoeur, quién sostiene que el movimiento tuvo su origen en Francia, entre las damas, y que se debe al efecto sobre el sistema nervioso de un excesivo consumo de té y café, de corsés demasiado ajustados, de cosméticos venenosos y de otros medios de autoembellecimiento perjudiciales. No me parece que esta sea una teoría que merezca, en su conjunto, ser analizada en mayor profundidad.

El movimiento surgió en Alemania, y allí encontró su verdadero hogar. Se trasladó, sin embargo, más allá de los confines de Alemania, a todos esos países donde había algún tipo de disconformidad social o insatisfacción, particularmente a aquellos oprimidos por pequeñas élites de hombres brutales, opresivos o incompetentes; en especial, a Europa del este. Encontró, tal vez, su más ardiente expresión -de todos los países- en Inglaterra, donde Byron fue el líder indisputable del movimiento hasta tal punto que el byronismo se convirtió, a principios del siglo XIX, prácticamente en un sinónimo del romanticismo.

Pero la forma en la que Byron se volcó al romanticismo es una historia demasiado larga de contar; y sobre lo que no intentaría dar cuenta, aun si la conociera. No hay duda de que fue una clase de persona, tal vez mejor descrita en palabras de Chateabriand, quien decía: <<Los hombres de la Antigüedad no conocieron verdaderamente esta secreta ansiedad, la amargura resultante de pasiones ahogadas agitándose a un tiempo. Una importante vida política, los juegos en el gimnasio o en el Campo de Marte, los asuntos del Foro -de interés público- emplearon su tiempo y no le dieron lugar al ennui, al tedio, del corazón>>. Ese era el estado de Byron. Y Chateabriand, quien solo fue un romántico a medias, por su inclinación a la subjetividad y a la introspección y por intentar mitificar los valores cristianos para reemplazar los mitos ya existentes del mundo antiguo y del Medievo, los describió adecuadamente.

Chateabriand es en parte respetuoso y en parte irónico hacia el movimiento. La expresión más justa de esta actitud aparece, tal vez, en una rima francesa, escrita por un poeta anónimo a medidos del siglo XIX:

La obediencia es dulce para el vil corazón de los clásicos; / siempre tienen a alguien como modelo o como ley a seguir. / Un artista debe únicamente escucharse a sí mismo / y solo el orgullo ocupa las almas románticas.

Esta es, indudablemente, la actitud de Byron en el mundo de los sentimientos y seguramente también en el de la política del siglo XIX. El centro de atención de Byron recae sobre la voluntad libre, y toda la filosofía del voluntarismo surge de él: toda esta filosofía acerca de la noción de que el mundo debe ser dominado y subyugado por seres humanos superiores. Los románticos franceses, de Victor Hugo en adelante, son discípulos de Byron. Byron y Goethe son los grandes nombres, aunque este último fue un romántico ambiguo, pues a pesar de que hizo de Fausto un personaje que decía continuamente: <<Adelante, adelante, sin detenerse, sin cesar nunca, sin buscar el momento de espera; sobre todo obstáculo concebible, el espíritu romántico debe abrir camino>>, sus obras tardías y su vida lo desmintieron. Byron, en cambio, expresó sus convicciones de un modo más convincente. He aquí algunos de los versos más típicos de Byron, que penetraron en las conciencia europea y contagiaron a todo el movimiento romántico:

Se alejó con paso grave, sumido en tristes ensueños [...]
embriagado de gozo, casi añorando otra suerte,
que por cambiar de entorno, hasta preferiría la muerte.

Había en él un vital desdén por todo [...]
Era un extraño en este palpitante mundo [...]

Tanto más alto se elevaba, tanto más profundo se sumía
que los hombres, con quienes condenado a vivir existía [...].


Esta es una observación típica acerca de los marginados, los exiliados, el superhombre, el hombre que no soporta el mundo existente ya que su espíritu en más amplio de lo que el mundo puede contener, ya que posee ideales que presuponen la necesidad de un movimiento perpetuo y ferviente hacia delante, de un  movimiento que se ve constantemente limitado por la estupidez, la falta de imaginación y la monotonía del mundo existente. De ahí que las vidas de los personajes de Byron surjan del desprecio, entre el vicio, y por consiguiente en el crimen, en el terror, y la desesperación. Ese es el típico recorrido de todos los Giaour, los Lara y los Caín que habitan su poesía. He aquí Manfredo:

Mi espíritu no se paseó con el alma de los hombres,
ni tampoco observó el mundo con los ojos humanos; 
la sed de su ambición no era la mía,
la razón de su existencia no era la mía:
mis alegrías, mis pesares, mis pasiones y mis poderes,
Berlin, Isaiah (Joseph de Maistre y los orígenes del fascismo)

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