El retroceso del universalismo
Uno de los atributos esenciales de los imperios, principio a la vez de dinamismo y estabilidad, es el universalismo, la capacidad de tratar de forma igualitaria a hombres y pueblos. Tal actitud permite la extensión continua del sistema de poder mediante la integración en el núcleo central de los pueblos e individuos conquistados, superando así la base étnica inicial. El tamaño del grupo humano que se identifica con el sistema se amplía sin cesar, porque éste autoriza a los dominados a redefinirse como dominantes. En el espíritu de los pueblos sometidos, la violencia inicial del vencedor se transforma en generosidad.
Como hemos visto, el éxito de Roma y el fracaso de Atenas no se explican tanto en función de las diferentes aptitudes militares como en función de la apertura progresiva del derecho de ciudadanía romano y el cierre cada vez más marcado del derecho de ciudadanía ateniense. El pueblo ateniense seguía siendo un grupo étnico definido por la sangre: a partir de 451 a.C. incluso era necesario tener dos antepasados ciudadanos para pertenecer a él. En cambio, el pueblo romano, que no tenía nada que envidiarle en lo que se refiere a su conciencia étnica, se amplió sin cesar para incluir, sucesivamente, toda la población del Lacio, luego la de Italia, y después la de toda la cuenca mediterránea. En 212 d.C. el edicto de Caracalla concedía el derecho de ciudadanía a todos los habitantes libres del Imperio. Las provincias terminaron dando a Roma la mayoría de sus emperadores.
Podemos citar otros ejemplos de sistemas universalistas capaces de aumentar el efecto de su potencial militar mediante un tratamiento igualitario de pueblos y hombres. China, que todavía hoy en día reúne a la mayor masa humana congregada nunca bajo un sólo poder estatal; el primer imperio árabe, cuyo fulgurante crecimiento se explica tanto por el igualitarismo extremo del islam como por la fuerza militar de los conquistadores o la descomposición de los estados romano y parto. En el periodo moderno, el imperio soviético, llevado por su fragilidad económica, se asentaba sobre una capacidad de tratamiento igualitario de los pueblos cuyo origen parece tener más que ver con una característica del pueblo ruso que con la estructura ideológica comunista. Francia, que fue, antes de su declive demográfico relativo, un verdadero imperio a escala europea, funcionaba con un código universalista. Entre los fracasos imperiales recientes podemos mencionar el del nazismo, cuyo etnocentrismo radical impedía que la fuerza inicial de Alemania se viese reforzada por la potencia suplementaria de los grupos conquistados.
Un examen comparativo sugiere que la aptitud de un pueblo conquistador para tratar de forma igualitaria a los grupos vencidos no obedece a factores exteriores, sino que está alojada en una especie de código antropológico inicial. Es un a priori cultural. Los pueblos cuya estructura familiar es igualitaria, y define a los hermanos como equivalentes -los casos de Roma, China, el mundo árabe, Rusia y la Francia de la región parisina-, en general, tienden a percibir a los hombres y a los pueblos como iguales. La predisposición a la integración resulta de este apriorismo igualitario. Los pueblos cuya estructura familiar original no comprende una definición estrictamente igualitaria de los hermanos -caso de Atenas, y, aún más claro, de Alemania- no desarrollan una percepción igualitaria de los hombres y los pueblos. El contacto militar tiende a reforzar la conciencia <<étnica>> de sí mismo del conquistador, y conduce a la emergencia de una visión fragmentada, en vez de homogénea, de la humanidad y a una postura diferenciadora y no universalista.
Los anglosajones son difíciles de situar en el eje diferencialismo/universalismo. Los ingleses son claramente diferencialistas , no en vano consiguieron preservar su identidad de los galos y los escoceses por los siglos de los siglos. El imperio británico, que triunfó en ultramar gracias a una superioridad tecnológica aplastante, duró poco. Nunca intentó integrar a los pueblos sometidos. Los ingleses hicieron una especialidad del poder indirecto, el indirect rule, que no ponía en cuestión las costumbre locales. Su descolonización fue relativamente indolora, una obra maestra del pragmatismo, porque para ellos nunca se trató de transformar a indios, africanos o malayos en británicos de formato estándar. A los franceses, muchos de los cuales soñaban con hacer de vietnamitas y argelinos franceses ordinarios, les costó más aceptar su retroceso imperial. Arrastrados por su universalismo latente, se empeñaron en una resistencia imperial que les valió una sucesión de desastres militares y políticos.
Como hemos visto, el éxito de Roma y el fracaso de Atenas no se explican tanto en función de las diferentes aptitudes militares como en función de la apertura progresiva del derecho de ciudadanía romano y el cierre cada vez más marcado del derecho de ciudadanía ateniense. El pueblo ateniense seguía siendo un grupo étnico definido por la sangre: a partir de 451 a.C. incluso era necesario tener dos antepasados ciudadanos para pertenecer a él. En cambio, el pueblo romano, que no tenía nada que envidiarle en lo que se refiere a su conciencia étnica, se amplió sin cesar para incluir, sucesivamente, toda la población del Lacio, luego la de Italia, y después la de toda la cuenca mediterránea. En 212 d.C. el edicto de Caracalla concedía el derecho de ciudadanía a todos los habitantes libres del Imperio. Las provincias terminaron dando a Roma la mayoría de sus emperadores.
Podemos citar otros ejemplos de sistemas universalistas capaces de aumentar el efecto de su potencial militar mediante un tratamiento igualitario de pueblos y hombres. China, que todavía hoy en día reúne a la mayor masa humana congregada nunca bajo un sólo poder estatal; el primer imperio árabe, cuyo fulgurante crecimiento se explica tanto por el igualitarismo extremo del islam como por la fuerza militar de los conquistadores o la descomposición de los estados romano y parto. En el periodo moderno, el imperio soviético, llevado por su fragilidad económica, se asentaba sobre una capacidad de tratamiento igualitario de los pueblos cuyo origen parece tener más que ver con una característica del pueblo ruso que con la estructura ideológica comunista. Francia, que fue, antes de su declive demográfico relativo, un verdadero imperio a escala europea, funcionaba con un código universalista. Entre los fracasos imperiales recientes podemos mencionar el del nazismo, cuyo etnocentrismo radical impedía que la fuerza inicial de Alemania se viese reforzada por la potencia suplementaria de los grupos conquistados.
Un examen comparativo sugiere que la aptitud de un pueblo conquistador para tratar de forma igualitaria a los grupos vencidos no obedece a factores exteriores, sino que está alojada en una especie de código antropológico inicial. Es un a priori cultural. Los pueblos cuya estructura familiar es igualitaria, y define a los hermanos como equivalentes -los casos de Roma, China, el mundo árabe, Rusia y la Francia de la región parisina-, en general, tienden a percibir a los hombres y a los pueblos como iguales. La predisposición a la integración resulta de este apriorismo igualitario. Los pueblos cuya estructura familiar original no comprende una definición estrictamente igualitaria de los hermanos -caso de Atenas, y, aún más claro, de Alemania- no desarrollan una percepción igualitaria de los hombres y los pueblos. El contacto militar tiende a reforzar la conciencia <<étnica>> de sí mismo del conquistador, y conduce a la emergencia de una visión fragmentada, en vez de homogénea, de la humanidad y a una postura diferenciadora y no universalista.
Los anglosajones son difíciles de situar en el eje diferencialismo/universalismo. Los ingleses son claramente diferencialistas , no en vano consiguieron preservar su identidad de los galos y los escoceses por los siglos de los siglos. El imperio británico, que triunfó en ultramar gracias a una superioridad tecnológica aplastante, duró poco. Nunca intentó integrar a los pueblos sometidos. Los ingleses hicieron una especialidad del poder indirecto, el indirect rule, que no ponía en cuestión las costumbre locales. Su descolonización fue relativamente indolora, una obra maestra del pragmatismo, porque para ellos nunca se trató de transformar a indios, africanos o malayos en británicos de formato estándar. A los franceses, muchos de los cuales soñaban con hacer de vietnamitas y argelinos franceses ordinarios, les costó más aceptar su retroceso imperial. Arrastrados por su universalismo latente, se empeñaron en una resistencia imperial que les valió una sucesión de desastres militares y políticos.
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