El sonido musical tiene acceso directo al alma. Inmediatamente encuentra en ella una resonancia porque el hombre <<lleva la música en sí mismo>> (Goethe).
<<Todo el mundo sabe que el amarillo, naranja y rojo despiertan y representan las ideas de alegría y riqueza>> (Delacroix).
Estas dos citas muestran el profundo parentesco que existe entre las artes, y especialmente entre la música y la pintura. Sobre este sorprendente parentesco se basa seguramente la idea de Goethe según la cual la pintura tiene que encontrar su <<bajo continuo>>. Esta profética frase de Goethe es un presentimiento de la situación en la que se encuentra actualmente la pintura. Desde esta situación, con ayuda de sus medios, evolucionará hacia el arte en el sentido abstracto y alcanzará la composición puramente pictórica.
Para esta composición dispone de dos medios:
1. Color
2. Forma
La forma puede existir independientemente como representación del objeto (real o no real) o como delimitación puramente abstracta de un espacio o de una superficie.
El color no. El color no se puede extender ilimitadamente. El rojo infinito sólo se puede pensar o ver intelectualmente. Cuando oímos la palabra <<rojo>> no tiene límites en nuestra imaginación. Los límites, sin son necesarios, hay que imaginarlos casi a la fuerza. El rojo que no se ve materialmente, sino que se imagina de manera abstracta, provoca una cierta idea, precisa e imprecisa a la vez, que posee un tono puramente interior y físico. El rojo que resuena en la palabra, no tiene una matización fina del tono rojo. Por eso digo que este ver espiritual es impreciso. Pero, al mismo tiempo, es preciso, ya que el sonido interno está desnudo, sin tendencias casuales hacia el calor, el frío, etc., que llevan al detalle. El sonido interno se parece al sonido de una trompeta o de un instrumento imaginado con la palabra <<trompeta>>, etc., en ausencia de detalles. El sonido se imagina, sin las diferencias que en él se producen, cuando suela al aire libre, en un espacio cerrado, solo o con otros instrumentos, cuando lo produce un postillón, un cazador, un soldado o un virtuoso.
Cuando este rojo ha de ser reproducido en forma material (como en la pintura), tiene que a) poseer un tono determinado, elegido entre la serie infinita de los diversos rojos, es decir ha de ser caracterizado subjetivamente; b) tiene que ser limitado en la superficie, separarse de los otros colores, que se hallan necesariamente en su compañía, que son inevitables y modifican (por delimitación y proximidad) la caracterización subjetiva (que obtiene una envoltura objetiva); aquí entre en juego la consonancia objetiva.
La relación inevitable entre el color y forma nos lleva a observar efectos que tiene la forma sobre el color. La forma misma, aun cuando es completamente abstracta y se parece a una forma geométrica, posee su sonido interno, es un ente espiritual con propiedades idénticas a esa forma. Un triangulo (sin especificar si es agudo, llano o isósceles) es uno de esos entes con su propio perfume espiritual. En relación con otras formas, este perfume espiritual se diferencia, adquiere matices consonantes, pero, en el fondo, permanece invariable, como el olor de la rosa que nunca podrá confundirse con el de la violeta. Lo mismo sucede con el círculo, el cuadrado y todas las demás formas. Es decir, se produce lo mismo que en el caso del rojo: sustancia subjetiva en envoltura objetiva.
Aquí se hace patente con toda claridad la relación entre forma y color. Un triángulo pintado de amarillo, un círculo de azul, un cuadrado de verde, otro triángulo verde, un círculo de amarillo, un cuadrado de azul, etc., todos son entes totalmente diferentes y que actúan de manera completamente diferente.
Determinados colores son realzados por determinadas formas y mitigados por otras. En todo caso, los colores agudos tienen mayor resonancia cualitativa en formas agudas (por ejemplo, el amarillo en un triángulo). En los colores que tienden a la profundidad, se acentúa el efecto por formas redondas (por ejemplo, el azul en un círculo). Está claro que la disonancia entre formas y color no es necesariamente <<disarmónica>> sino que, por el contrario, es una nueva posibilidad y, por eso, armónica.
El número de colores y formas es infinito, y así también son infinitas las combinaciones y al mismo tiempo los efectos. El material es inagotable.
[...] El artista consciente, sin embargo, que no se contenta con registrar el objeto material, intenta darle una expresión, lo que antiguamente se llamaba idealizar, más tarde estilizar y mañana se llamará de cualquier otra manera.
La imposibilidad y la inutilidad (en el arte) de copiar el objeto sin finalidad concreta y el afán de arrancar al objeto la expresión, constituyen los puntos de partida desde los que el artista avanza hacia objetivos puramente artísticos (es decir, pictóricos), alejándose del matiz <<literario>> del objeto. Este camino le conduce a la composición.
Cuando este rojo ha de ser reproducido en forma material (como en la pintura), tiene que a) poseer un tono determinado, elegido entre la serie infinita de los diversos rojos, es decir ha de ser caracterizado subjetivamente; b) tiene que ser limitado en la superficie, separarse de los otros colores, que se hallan necesariamente en su compañía, que son inevitables y modifican (por delimitación y proximidad) la caracterización subjetiva (que obtiene una envoltura objetiva); aquí entre en juego la consonancia objetiva.
La relación inevitable entre el color y forma nos lleva a observar efectos que tiene la forma sobre el color. La forma misma, aun cuando es completamente abstracta y se parece a una forma geométrica, posee su sonido interno, es un ente espiritual con propiedades idénticas a esa forma. Un triangulo (sin especificar si es agudo, llano o isósceles) es uno de esos entes con su propio perfume espiritual. En relación con otras formas, este perfume espiritual se diferencia, adquiere matices consonantes, pero, en el fondo, permanece invariable, como el olor de la rosa que nunca podrá confundirse con el de la violeta. Lo mismo sucede con el círculo, el cuadrado y todas las demás formas. Es decir, se produce lo mismo que en el caso del rojo: sustancia subjetiva en envoltura objetiva.
Aquí se hace patente con toda claridad la relación entre forma y color. Un triángulo pintado de amarillo, un círculo de azul, un cuadrado de verde, otro triángulo verde, un círculo de amarillo, un cuadrado de azul, etc., todos son entes totalmente diferentes y que actúan de manera completamente diferente.
Determinados colores son realzados por determinadas formas y mitigados por otras. En todo caso, los colores agudos tienen mayor resonancia cualitativa en formas agudas (por ejemplo, el amarillo en un triángulo). En los colores que tienden a la profundidad, se acentúa el efecto por formas redondas (por ejemplo, el azul en un círculo). Está claro que la disonancia entre formas y color no es necesariamente <<disarmónica>> sino que, por el contrario, es una nueva posibilidad y, por eso, armónica.
El número de colores y formas es infinito, y así también son infinitas las combinaciones y al mismo tiempo los efectos. El material es inagotable.
[...] El artista consciente, sin embargo, que no se contenta con registrar el objeto material, intenta darle una expresión, lo que antiguamente se llamaba idealizar, más tarde estilizar y mañana se llamará de cualquier otra manera.
La imposibilidad y la inutilidad (en el arte) de copiar el objeto sin finalidad concreta y el afán de arrancar al objeto la expresión, constituyen los puntos de partida desde los que el artista avanza hacia objetivos puramente artísticos (es decir, pictóricos), alejándose del matiz <<literario>> del objeto. Este camino le conduce a la composición.
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