La demagogia cultural de la posmodernidad tiene como finalidad hacer que pase desapercibida la ausencia de democrátia política o hacerla indeseable. La nivelación cultural exige el rebajamiento de los conocimientos, de la información y del gusto. Pero los signos de los tiempos ya no permiten lazar el alarido legionario de <<¡muerta la inteligencia!>>. Ahora es más gratificante, y con ello se consigue lo mismo, gritar <<¡viva la creatividad y el diseño!>>. Sobre todo desde que ciertos lingüistas han convencido de que el niño infante y el adulto más retrasado, por el solo hecho de articular con sentido una pequeña frase oral que antes no ha oído, están dotados de un talento creador tan maravilloso como el de los grandes genios que admiramos. Pero qué diseño nacional cabe en una sociedad dominada por clases pasivas subvencionadas?
Debe ser por esto por lo que el Estado español se ha puesto en vanguardia para convencer a las masas juveniles en paro, o en promesa social de estarlo, del enorme talento artístico y valor democrático que desprenden sus <<movidas>> populares. Y mucho más trascendente aún: para difundir a través de pomposos ministerios de cultura, contratada como mercancía a serios intelectuales y alegres comunicadores sociales, el igualitario papel cultural que desarrolla en la sociedad cada oficio, cada persona, sea cual sea el nivel de sus conocimientos y de su criterio del gusto.
Del mismo modo que la libertad (política) fue sacrificada en el consenso de la transición a las libertades (civiles), la cultura (civilizada) ha sido despedazada por la posmodernidad en una infinidad de culturas (gremiales y nacionalistas). Los síntomas de regresión cultural a los valores estéticos y a la regionalización de la Edad Media son evidentes. Lo pequeño es lo bello; la autonomía cultural, una patria; la política, un feudo.
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